Hoy tocaba la visita a la tribu de los Mursi.
La carretera hasta el poblado serpentea por la ladera de las montañas hasta llegar al parque nacional Mago, donde vive la tribu más famosa de etiopia, pero ya os adelanto que esta fue la gran decepción del viaje.
Está claro que han cambiado totalmente sus hábitos de vida para dedicarse por completo a ser modelos para los turistas. Su decoración corporal es la más impactante: el plato en el labio, las escarificaciones y sus pinturas hacen las delicias de cualquier amante de la fotografía. Por contra, su insistencia a la hora de posar delante de la cámara, hizo que no aguantásemos allí ni 15 minutos. Gritaban, se empujaban entre ellos y cuando el guía les ponía en fila, tenías que decidir a cuál o cuáles retratabas y a qué precio -algunas mujeres van con hijos y eso se paga doble claro- y para colmo al que no sacas, se enfada. A mí me encantaría que salieran todos, pero claro, teniendo en cuenta que cobran por las fotos, no puedes ponerte allí a disparar a diestro y siniestro.
En este caso el ser los únicos turistas viendo la tribu en ese momento, creo que jugo en nuestra contra e hizo que toda su atención recayera en nosotros. Al final fueron 3 horas de viaje entre ida y vuelta para una visita de un cuarto de hora, así que, si alguien me pidiese consejo sobre si visitar o no a los Mursi, no sabría que decirle, por lo que lo dejo a vuestra elección.
Justo antes de llegar a Jinka, vadeamos un rio y allí nos limpiaron el coche. Os lo cuento porque fue un momento muy gracioso. La gente detiene en medio del rio sus vehículos, y otros chicos te lo limpian a conciencia con jabón y todo, hasta dejarlos impolutos.
No lo había comentado antes, pero Guecho cada día antes de venir a recogernos limpiaba el coche por dentro y por fuera.
Nuestra aventura por las tribus del sur se iba acabando, pero aún quedaba la última.
La distancia que separa Jinka de Konso es de 300 km. Al llegar no quisimos pasar por el hotel y fuimos directamente a comer a un bar que está en la estación de autobuses. No tenía nombre, pero es el único que hay y os lo recomiendo totalmente. Pagamos algo menos de 10 euros por 6 cervezas y la comida para los 3 que estaba riquísima. Guecho no bebía nunca si tenía que conducir después, pero hoy ya no tenía que coger más el coche y aprovecho.
La aldea Konso está dentro de la ciudad y se llega andando. Al igual que los Ari, llevan ropas occidentales, pero arquitectónicamente no se parecen en nada a las tribus anteriores. El pueblo está divido en estratos a diferentes alturas, separados por calles estrechas custodiadas por muros de piedra a los lados.
Es mucho más grande de lo que parece a simple vista y tras media hora de paseo, llegamos a una especie de la plaza o centro de reunión. Desde aquí hay unas vistas preciosas a todo el valle; en una esquina hay unos palos altos puestos boca arriba, que según parece es una especie de calendario en el que cada 18 años ponen un palo más alto que el anterior, y en el centro, había una piedra redonda muy grande que me suscito mucha curiosidad. El guía nos explicó que se hace una ceremonia en la que el hombre intenta subirla por encima de los hombros, y si lo consigue pasa a tener consideración de adulto y ya puede casarse.
Su explicación fue en inglés y yo no debí de enterarme muy bien
La visita a la aldea Konso fue toda una sorpresa y resulto ser una de las mejores. El pueblo es el más bonito con diferencia y la gente fue súper simpática con nosotros. Todo el mundo se acercaba a conocernos y nadie nos pidió nada a cambio de las fotos.
Sobre las 5 de la tarde llegamos al Hotel, pero estábamos tan encantados con la gente que teníamos ganas de más.
Al entrar en Konso con el coche, habíamos visto que había una plaza con un mercado, estaba un poco lejos pero Guecho ya había terminado con nosotros por hoy y después de tantos km en el coche se merecía un descanso. Le preguntamos a ver si podíamos ir nosotros solos hacia allí y nos dijo que era totalmente seguro y que no habría ningún problema, así que dejamos las cosas en la habitación del hotel y nos fuimos carretera arriba.
El paseo hasta el mercado fue como rememorar el del primer día por la carretera y volver a sentirnos como el flautista de Hamelin. A cada paso que dábamos un nuevo niño se nos unía y ya no teníamos más dedos de la mano para que se enganchasen.
Para cuando llegamos al mercado ya era casi de noche y lo estaban recogiendo, pero no importo nada porque vimos un montón de gente que sin saber porque, dejaban en medio un pasillo. Resultaron ser unos niños que cogían carrerilla y bajaban ladera abajo dando saltos y piruetas. Increíble el arte que tienen.
Éramos los únicos turistas y por allí no tenía pinta de que hubieran pasado muchas personas blancas, así que todo el mundo nos miraba. Estaba claro que allí la atracción no eran los niños saltando si no nosotros.
De vuelta al hotel, paramos en unos talleres en los que hacían sandalias con neumáticos usados. Nos pareció tan interesante como las hacían, que nos compramos un par cada uno por 75 birr.
Las sandalias de caucho parecían indestructibles y le dije a Ana que le durarían toda la vida. Está claro que me equivoque, porque en los 50 metros de la habitación del hotel al restaurante se le rompieron, jaja.
Respecto a la visita a los Mursi no me voy a mojar y no os diré nada, pero la visita a la aldea Konso sí que me parece obligada, y me tomare la licencia de recomendaros también la visita a la parte alta de la ciudad donde vimos saltar a los niños. Pasamos un rato buenísimo.






