Domingo 23 de junio:
Hoy tenemos reservadas entradas para visitar el interior de Neuschwanstein.
Para una atracción turística que recibe 1,4 millones de visitantes al año, reservar con antelación es imperativo. En su página web se puede elegir el día y la hora. Se hace una “reserva” de la entrada que hay que recoger en la taquilla del pueblo el mismo día de la visita.
Teniendo en cuenta que:



Nos pareció que era mejor idea aprovechar la primera hora de la mañana para visitar los alrededores del castillo con calma y coger turno para la visita en hora punta (las 12 del mediodía).
De todas formas, existe una cola en la taquilla (según la web oficial, de entre dos y tres horas

Después del desayuno en el hotel, a las 9 de la mañana estamos en la taquilla. La cola de las entradas reservadas es la más corta. En 5 minutos tenemos las entradas con un grupo asignado, que será llamado desde la pantalla del patio del castillo a las 12 en punto.

Hoy decidimos tomar una de las dos alternativas a subir caminando: el autobús (la otra opción es un carruaje tirado por caballos, más caro y en el que los pasajeros van igual de apretujados que en el vehículo motorizado

La cola del autobús es larga ya, llegan hordas de turistas por minuto. Por 2’50€ en diez minutillos estamos arriba, en un cruce entre el castillo y el puente.
Nosotros vamos hacia el puente y más allá. Todavía no hay mucha gente, más tarde al retroceder nos encontraremos ¡cola para acceder al puente!

Esta foto es de la vuelta, alrededor de las 11:00:
Sólo a diez minutitos siguiendo el camino al otro lado del puente hay un mirador prácticamente secreto

La mayoría de los turistas llega al puente, toma la foto y da media vuelta. Estos 10 minutos más de andar valen totalmente la pena.

Aquí ya tenemos las mejores vistas y las mejores fotos que podemos pedir, pero nosotros somos de espíritu andador

Al cabo de media hora de pendiente empinada llegamos a un pequeño claro al borde del monte que nos permite observar mejor la fachada principal (actualmente cubierta por un andamio) y los patios interiores.
La verdad es que no es una vista mucho mejor que la que teníamos en el mirador, pero nos ha gustado la aventurilla de subir más.

De bajada es más rápido y tardamos sólo poco más de veinte minutillos en regresar al puente.
Se hace la hora de nuestra visita guiada. Nosotros y unas quinientas personas más nos esperamos en el primer patio (de acceso libre, no es necesario entrada, hay baños públicos). En unas pantallas tipo las de los aeropuertos van llamando los turnos, cada cinco minutos entran unas cincuenta personas.
A nuestra hora pasamos los tornos y accedemos al interior, dónde nos dan un audioguía en castellano. El grupo tenemos que ir todos al mismo ritmo porque la “guía” activa nuestros audioguías al llegar a cada sala. Si te entretienes, ella le da al “play” igualmente.

El audioguía nos cuenta la historia del castillo, su construcción y su dueño:
La historia del creador del castillo no es de cuento, es de película. El rey Ludwig II de Baviera tuvo una vida corta pero peculiar.
El hijo primogénito de Maximilian II nació el palacio Nymphenburg de Múnich (se puede visitar). De joven vivió en el castillo Hohenschwangau (a menos de dos kilómetros de aquí), un antiguo palacio medieval que su padre había hecho reformar en estilo gótico (también se puede visitar).
A los 18 años ascendió al trono por la muerte repentina de su padre pero nunca tuvo interés en gobernar. Después de una guerra, Baviera tuvo la obligación de subordinarse ante Prusia, él que entendía su condición de rey como un derecho divino, a lo rey Luís XIV de Francia, no se lo tomó bien

Le gustaban las artes, sobretodo la ópera y fue un mecenas muy generoso con Wagner.
También le gustaba la arquitectura, porque mandó construir nada menos que tres ostentosos castillos en sus 24 años de reinado, de los cuales sólo vería finalizado uno (no es Neuschwanstein

Pero su introversión hacía que incumpliera sus obligaciones como mandamás del país, así que eventualmente el gobierno bávaro consiguió que un médico lo declarara como “no apto” para seguir siendo rey, lo fueron a arrestar a Neuschwanstein y lo encerraron en el Castillo de Berg. Al día siguiente, estaba muerto.

Su cuerpo apareció en un lago cercano, junto con el cuerpo del doctor que le había diagnosticado sin haberlo visto nunca. Pero lo que pasó exactamente se desconoce y probablemente nunca se sabrá.
Exactamente siete semanas después de su muerte, el castillo se abrió a los turistas.
En el interior no está permitido hacer fotos, esta es de la página web oficial, dónde se pueden ver más.

La visita al castillo es ágil y amena. Se visita el salón del trono, el dormitorio, la sala de los cantores, entre otras estancias.
Las pinturas murales, la opulenta decoración y el mobiliario se mantienen en muy buen estado y muestran la excentricidad del rey. Sobretodo cuando lo ponemos en contexto en su época. En el período de construcción de Neuschwanstein (1869-1886), paralelamente en Nueva York estaban construyendo el puente de Brooklyn (1869), en París estaba naciendo el movimiento impresionista (1874), por su parte Alexander Graham Bell estaba inventando el teléfono (1876) y el señor Levi Strauss estaba patentando el primer vaquero (1873).

Además del tour guiado, una cafetería y dos tiendas de souvenirs, también hay una sala con un interesante audiovisual que muestra lo que tendría que haber sido Neuschwanstein de haberse finalizado (incluía una capilla en el centro del patio) y muestra diseños de un palacio bizantino que tenía entre manos pero que nunca se llegó a materializar.
Cuando acabamos la visita bajamos al pueblo, comemos en el restaurante menos caro

El acceso es mucho más fácil, cinco minutillos a pié. Se puede pasear gratuitamente por los jardines, para visitar el interior hay que pagar. Probablemente vale la pena visitarlo también, se puede comprar un billete combinando los dos castillos.
A los pies del castillo está el Museo de los reyes bávaros, que seguro que también es interesante.
Nosotros preferimos dar una vuelta por el lago Alpsee. Hay turistas que han alquilado una barquita, algunos chavales se están bañando, varios van en bici y otros paseamos y nos entretenemos con una familia de cisnes.
Nos sobra tiempo antes de volver en bus a Múnich así que decidimos seguir esas señales que indican algo llamado “Pöllatschlucht” a unos veinte minutos. Pues resulta que es una garganta por la que pasa el río Pöllat, que rodea los pies de Neuschwanstein y crea unas estrepitosas cataratas justo por debajo de Marienbrücke. Es un paseo de lo más curioso.

El Flixbus nos lleva de vuelta a Múnich en menor tiempo de lo previsto (y ha salido diez minutos antes de la hora señalada, lo que ha causado que un pasajero asiático se quedase en tierra. Por suerte su amigo estaba a bordo y ha hecho retroceder al conductor).

El hotel está muy cerca de la estación. Hacemos check-in y vamos a cenar cerca, en un restaurante enfrente de la Sendlinger Tor, una de las puertas medievales de la ciudad, por supuesto, reconstruida.