PARQUE NACIONAL DE LAS CAÑADAS DEL TEIDE.
Recorridos que hicimos en este viaje por el Parque Nacional de las Cañadas del Teide.
Su declaración como Parque Nacional se produjo en 1954 y desde 2007 forma parte del catálogo de lugares Patrimonio de la Humanidad. Su icono es el pico del Teide, la montaña más alta de España, con 3.718 metros de altura; además, sus 7.500 metros sobre lecho oceánico lo convierten también en el tercer volcán más alto del mundo. El origen geológico de este territorio parece remontarse a unos 150.000 años, con una serie de erupciones que dieron lugar a la isla. En cuanto a la formación de las Cañadas hay varias teorías, algunas apuntan al deslizamiento de un gigantesco volcán anterior y otras a su hundimiento. En cualquier caso, lo que atrae a sus más de tres millones de visitantes anuales es la incomparable belleza de sus paisajes, tan descarnados que a menudo parecen pertenecer otro planeta, aunque sorprendentemente tampoco están faltos de materia viva y vegetal. En fin, uno de esos sitios que merece la pena visitar al menos una vez en la vida; y más por los propios españoles, que lo tenemos tan cerca.
Primer día.
Miradores de acceso hacia las Cañadas del Teide por la carretera de la Esperanza.
Desde el Puerto de la Cruz nos encaminamos al Parador de las Cañadas del Teide, aunque en vez de ir por la vía más corta, la carretera TF-21 (Aguamansa) lo hicimos por la TF-24 (La Esperanza) para ir parando en algunos de los miradores más recomendados. La experiencia nos salió un poco rana, en unos casos por la cortina de nubes que tapaba el horizonte (un hecho habitual, por cierto), y en otros, debido a un sol sumamente molesto, ya que durante gran parte del trayecto nos fue dando totalmente de frente, justamente donde teníamos situado al Teide. Por lo cual, un consejo: mejor utilizar esta ruta de acceso por la mañana o al atardecer a fin de captar la puesta de sol.
Desde La Esperanza ya vimos que el asunto, de camino, estaba muy nublado. Igual que hace treinta y tantos años
En la parte inicial, la carretera, en continuo ascenso, atraviesa un gran bosque de pinos, y cada pocos kilómetros nos fuimos encontrando con miradores, en algunos de los cuales nos detuvimos, espero no equivocarme al mencionarlos. El primero fue el Mirador de la Montaña Grande, con bonitas vistas hacia Santa Cruz de Tenerife. En el Mirador del Pico de las Flores, las nubes nos tapaban la vista del fotogénico pico. Seguimos surcando el parque forestal hasta llegar al Mirador de Ortuño, uno de los más recomendados porque, al parecer, ofrece una bella visión del Teide hasta al mar, y digo “al parecer” porque nosotros no vimos más que un enjambre de nubes emborronándolo todo. ¡Mala suerte!
Mirador de la Montaña Grande.
Bosque de pinos y Mirador de Ortuño. Del Teide, solo vi un piquito.
No es que nos fuese mejor en los Miradores de Chimague, Chipeque y Ayosa, así que me ahorraré poner fotos de las perspectivas del mar de nubes, que la primera vez gustan, pero a fuerza de repetirse cansan un poco, la verdad. En el Mirador de la Crucita, aunque tampoco vimos el Teide sí que, por lo menos, capté una imagen interesante de la otra vertiente.
Al fin llegamos a la llamada “Tarta de Teide”, unas formaciones geológicas al borde la carretera que llaman la atención por sus brillantes colores entre amarillos, ocres y marrones.
Seguimos nuestro camino en ascenso paulatino que nos llevó a superar el Puerto de Izaña, a 2.263 metros de altitud, a partir del cual ya pudimos disfrutar de la silueta del Teide, eso, sí, con un molesto resplandor del sol, que había que atenuar de algún modo.
El Mirador de la Montaña Limón, además de la vista del Teide, nos permitió ya apreciar un bello contraste de colores en el terreno volcánico: habíamos dejado atrás, en altitudes inferiores, la masa forestal y también las nubes. Estábamos en torno a doce grados y con un sol de justicia. La nieve seguía coronando la cumbre del coloso, pero no se veía tan espesa como por la ladera opuesta.
Al pasar junto al Centro de Investigación Atmosférica de Izaña, empezamos a ver algunos restos de nieve en la cuneta; el sol hizo imposible sacar alguna foto decente. Pasamos la zona de los telescopios y continuamos por los lugares conocidos como el Corral del Niño, Caramujo y el Alto de Guamaso hasta llegar al Centro de Visitantes del Portillo, que, por esta dirección, se puede considerar la puerta de entrada a las Cañadas del Teide.
Seguimos hacia la base del coloso y, entre magníficos panoramas, pasamos por las Minas de San José y el aparcamiento del teleférico. Enseguida nos dimos cuenta de que el teleférico estaba parado, en realidad llevaba sin funcionar desde un par de días antes de la gran nevada. Nuestra reserva era para dos días después, pero visto el panorama, no éramos nada optimistas. De todas formas, tampoco suponía un desastre porque ya habíamos estado arriba. Pero eso lo cuento luego.
Un par de kilómetros más adelante, llegamos al Parador de Turismo, único establecimiento hotelero que se encuentra dentro del Parque Nacional, por lo que suele ser necesario reservar con bastante antelación. Teníamos una reserva para dos noches en habitación superior con desayuno y vistas al volcán. Aproveché una oferta y, teniendo en cuenta las características del lugar y los precios imperantes, los 225 euros que pagamos no me parecieron un precio excesivo por darnos el capricho de dormir dos noches frente al Teide.
La fantástica ubicación del Parador, con la montaña Guajara al fondo.
Parador y su entorno. Mirador de la Ruleta.
Antes de que se hiciese de noche, fuimos a dar una vuelta por el fabuloso entorno del Parador, ubicado a 2.152 metros de altura, frente al Mirador de la Ruleta, el imprescindible de entre los imprescindibles, que proporciona unas vistas imponentes sobre la Montaña Blanca, el Pico Viejo, el Volcán Corona, el Llano de Ucanque, el Circo Sur de las Cañadas y los Roques de García, mientras que a sus espaldas aparece la Montaña Guajara. Y también depara la que es, sin duda, la imagen más conocida del Parque, ya sabéis, la del último billete de mil pesetas, en el cual, aparte del Roque Cinchado (o Árbol de Piedra) y el Teide, también salía, en una esquinita, el Drago de Icod. Por supuesto, la foto aquí es obligada, aunque suele estar muy concurrido, sobre todo por la mañana. Y las perspectivas son muy variadas.
De ahí parte también una de las caminatas más concurridas, el Sendero de los Roques de García, que teníamos previsto hacer al día siguiente, puesto que esa tarde ya no nos daba tiempo. No obstante, decidí recorrer un tramo para darme una idea. La tarde caía e iba quedando poca gente, con lo cual pude hacer fotos a mi aire y casi en solitario, mientras la escasa luz le brindaba un aura especial al impactante paisaje.
Lo cierto es que me alejé más de la cuenta, con lo que pude comprobar que el sendero tiene más miga de lo que aparenta en un principio.
El Roque Cinchado no parece haber cambiado mucho en estos años .
La temperatura empezó a caer en picado y al volver al Parador estaba aterida: el termómetro marcaba tres grados. Nos pareció buena idea darnos un bañito en la piscina cubierta, pero luego no lo fue tanto, pues para llegar había que salir al gélido exterior y una vez en la piscina noté el agua templadita tirando a fría. De modo que se me quitaron completamente las ganas y regresé a la habitación. Mi marido sí que aguantó y se dio un chapuzón. Esa noche cenamos en el restaurante del Parador; claro que no hay otra opción en muchos kilómetros a la redonda. Los platos estuvieron bien y el precio comedido teniendo en cuenta el sitio: un entrante, dos principales, un postre, vino y agua, por 65 euros.
Habitación y cena.
Luego, salí un momento al exterior para contemplar las estrellas, una de las actividades que más se anuncian en el Teide. Con anterioridad, había intentado reservar alguna de las rutas guiadas nocturnas que se ofertan en internet, pero no encontré ninguna disponible en las dos noches que íbamos a estar allí. En lo poco que me pude alejar, no vi nada especial en el cielo, quizás no era el mejor momento porque la luna estaba casi llena, si bien no dejaba de ser hermosa la estampa de los roques.