SUBIDA EN EL TELEFÉRICO DE FUENTE DÉ HASTA LA ESTACIÓN SUPERIOR (MIRADOR DEL CABLE) Y BAJADA A PIE POR LOS PUERTOS DE ALIVA.
Situación del teleférico de Fuente Dé en el mapa peninsular según Google Maps.
El recorrido de la mañana fue corto, ya que desde nuestro alojamiento en Potes hasta Fuente Dé solamente hay 23 kilómetros, que se hacen en poco menos de media hora. La carretera es bastante virada y suele tener tráfico, pero el firme es bueno.
Ruta en coche desde Potes hasta Fuente Dé en Google Maps.
El recorrido no resultó como estaba planificado, ya que en un principio la idea era dormir en el Parador de Fuente Dé, que está junto a la estación del teleférico, con lo cual evitaríamos las temidas colas. Sin embargo, la considerable diferencia en el precio del Parador entre la noche del 30 y la del 31 de julio, y las previsiones meteorológicas (mucho más favorables para el día 31) nos obligaron a adoptar el plan B, tomando el teleférico después de haber dormido en Potes.
Vistas desde la carretera.
Como nos habían hablado tanto de las horribles colas en el teleférico en verano, estuvimos sopesando si levantarnos muy temprano para estar allí a las nueve o ir a nuestro ritmo y ver qué pasaba. Al final, se impusieron las pocas ganas que tenemos de madrugar en vacaciones. Por cierto que algunos intermediarios ofrecen la venta de entradas por internet, pero es necesario advertir que (como señala la web del teleférico) esa reserva no concede ventaja alguna en las esperas pues primero hay que canjear la reserva por el ticket en taquilla tras guardar cola y luego hacer lo propio para acceder a la cabina. Así que, a no ser que cambien las cosas en el futuro, hoy por hoy no merece la pena anticipar dinero para no obtener ningún beneficio.
FUENTE DÉ Y TELEFÉRICO.
El día amaneció fantástico, con sol, muy buena temperatura y algunas nubes, pocas. Los Picos aparecían imponentes con tanta luz, pero no podía entretenerme a hacer fotos.
Después de desayunar en Potes, fuimos hasta Fuente Dé, donde llegamos sobre las diez y media. Antes de aparcar, me bajé del coche para ir comprando las entradas y ganar tiempo, aunque nos pareció que en el enorme parking gratuito no estaba demasiado concurrido y, lo que eran mejores noticias, no se veía ningún autocar. En la estación hay cafetería, restaurante, tienda de recuerdos y servicios; en la taquilla sólo me encontré a una pareja delante. Pedí dos tickets solo de ida (17 euros ida y vuelta, 11 euros subida únicamente). La taquillera me preguntó si íbamos a bajar caminando. Le respondí que sí, obviamente. No sé si fue porque me vio pinta de urbanita o, peor aún, de señora mayor, pero me comento un tanto escéptica, “¿sabe usted que son 14,5 kilómetros? “. “Claro. Unas cinco horas de caminata, ¿verdad?”, le contesté con una sonrisa que pareció finiquitar sus dudas. Me dio los tickets y me dijo que todavía no había demasiada gente, así que no estaban dando números y nos podíamos poner directamente en la cola. Cuando llevábamos un cuarto de hora en la fila, anunciaron por megafonía que empezaban a llamar por números a partir del que habían dado en ese momento. Al final, el tiempo total que estuvimos esperando no llegó ni a cuarenta minutos. ¡Menuda suerte para ser un 31 de julio y no haber madrugado casi nada!
Pese a que el día se presentaba estupendo, una nube alargada se incrustó en la montaña, a medio camino del trayecto del teleférico. Sin embargo, en la cumbre el cielo se veía muy azul. En la zona donde se aguarda para entrar en la cabina, hay un lugar estupendo para hacer una foto de recuerdo. Y da tiempo de sobra.
El teleférico de Fuente Dé se empezó a construir en 1962 y se abrió al público en 1966. La cabina puede llevar 20 viajeros a la vez como máximo y en cuatro minutos salva un desnivel de 753 metros: la estación inferior está a 1070 metros de altitud y la superior (el Balcón de El Cable) a 1847 msnm. Durante el ascenso las vistas son imponentes, si bien los cristales tintados en color azul provocan que las fotos desde el interior salgan “teñidas”.
Una vez superado el pequeño tramo de nubes, en El Cable el cielo estaba despejado y las panorámicas lucían espléndidas, incluso pudimos divisar a algunos senderistas que ascendían a pie por un empinadísimo sendero. La verdad, visto lo visto, me alegré de haber optado por subir en la máquina y bajar caminando. Por lo demás, en la estación superior hay cafetería y servicios, así como un vertiginoso mirador con suelo de rejilla que se asoma al vacío. Una gozada.
Tras la inevitable sesión de fotos mirando al vacío, consultamos los paneles informativos con las rutas que se pueden realizar, si bien ya teníamos decidido que sería la que baja de vuelta a Fuente Dé por los llamados Puertos de Aliva. Y, sin perder más tiempo, nos pusimos a ello.
MIRADOR DE EL CABLE-PUERTOS DE ALIVA-FUENTE DÉ. Ruta a pie.
Los datos de la ruta según el panel informativo son los siguientes:
Denominación: PR PNP24 – Puertos de Aliva.
Longitud: 14,5 kilómetros
Desnivel: 974 metros (casi todos de descenso)
Duración: 4 horas y 15 minutos (sin paradas); cinco contando bocata y fotos.
Dificultad: fácil, aunque siempre refiriéndose a personas acostumbradas a caminar por el campo porque tampoco es un plácido paseo, sobre todo el tramo final, que atraviesa el bosque y puede tener mucho barro.
Está bien señalizado: colores blanco/amarillo.
Comenzamos la marcha por el único tramo en subida, que es corto y presenta unas vistas estupendas de las Agujas de Tajahierro, sin otra vegetación que las briznas de hierba que motean la tierra gris. También descubrimos una pequeña laguna, los restos estivales de alguno de los lagos de Lloroza.
Tras alcanzar la Horcadina de Cobarrobles iniciamos el descenso por una pista amplia y cómoda, que depara un panorama espléndido, en el que confluyen los pétreos picos, los prados, las nubes y el cielo. Resulta obligado tomarse un respiro para contemplarlo con calma. A la izquierda reconocí una grieta entre las rocas, un paisaje inmutable (nosotros no, ni mucho menos) de cuando estuvimos antaño por aquí, aunque entonces no continuamos más allá de esta zona, conocida como los Cuetos de Juan Toribio.
Un poco después, nos encontramos con un buen grupo de vacas de Tudanca, inconfundibles por su pelaje gris y sus cuernos retorcidos hacia el exterior. Nos contaron que su aspecto intimida, pero que son muy mansas. Durante el verano las llevan a pastar a las montañas. Nos contemplaron con desinterés, posando sin problema para las fotos, pero a cierta distancia. Mejor no molestarlas, ellas están en su medio y nosotros no.
Acto seguido, vislumbramos el Chalet Real, una edificación blanca con tejado rojo que, pese a lo incongruente de su presencia allí, pone un punto de color extrañamente atractivo al panorama, si bien lucía más de lejos que, luego, de cerca. Se construyó en 1912 a partir de una casa prefabricada traída de Inglaterra por la Real Compañía Asturiana con motivo de la visita del rey Alfonso XIII para una cacería en el coto real. Se consideraba muy elegante y lujoso para la época pues contaba con todo tipo de comodidades, como agua corriente, luz y calefacción de gasolina.
Sobrepasamos el Chalet y, al volver la vista atrás, el paisaje era espléndido. Más abajo esperaba el Refugio de Aliva, en realidad un hotel que funciona en verano. De hecho, la pista entre El Cable y Espinama se utiliza para trasladar a los huéspedes en vehículo todo terreno hasta allí, ya que no se puede acceder en coche privado. Al parecer, en la reserva va incluido el trayecto de llegada y el de salida, pero no los recorridos intermedios que deseen realizar. Así como el chalet me pareció que tenía cierto encanto, esta doble construcción de piedra con persianas y tejados verdes no me dijo demasiado.
Por esa zona, además de las vacas, empezamos a ver cabras, ovejas y caballos. Y también descubrimos un alimoche volando sobre nuestras cabezas, imposible de fotografiar decentemente con mi cámara. Una pena.
Continuamos nuestro descenso por la pista. El sol no dejaba de lucir, pero según descendíamos las nubes le ganaban terreno. Pasamos por el cruce entre nuestro camino (a Espinama y Fuente Dé) y el que lleva a Sotres (qué recuerdos aventureros me trae Sotres). Más yeguas con potrillos (uno de lugares se llama Sal de las Yeguas, por algo será), más vacas, y más ovejas… Prados verdes, rocas grises y puntiagudas agujas pétreas de contornos negros por el efecto juguetón del sol y sombra. El camino es largo, pero resultaba agradable; no aburría, no dejaba indiferente.
Al fin, traspasamos las Portillas del Boquejón y, junto a un mirador natural con una buena visión de los bosques que ya aparecían en esa altitud menor, encontramos la bifurcación que esperábamos. A la izquierda, la pista continúa hasta Espinama, una hora dice el cartel. Hasta que hace unos pocos años se habilitó el sendero que va por el bosque de la vertiente meridional del Pico de Valdecoro, ésa era la única ruta oficial para hacer el descenso a pie desde El Cable hasta Fuente Dé. Se trata de una pista sin problemas, pero su inconveniente es que una vez en Espinama hay que recorrer más de dos kilómetros de carretera hasta Fuente Dé, lo cual no resulta ni divertido ni seguro por el tráfico. Así que, como la mayor parte de los senderistas, tomamos el camino de la derecha, cruzando el arroyo, en dirección a Fuente Dé: una hora y cuarenta cinco minutos de camino según el indicador. Allí, aprovechando el frescor del agua, paramos a tomar nuestro bocata. Luego, continuamos por la parte más complicada de la ruta: un estrecho sendero que se retuerce en continuo descenso hacia el bosque, como si fuera la carretera de un puerto en una prueba ciclista, con muchas piedras y bastante pendiente, un tanto rompe-piernas, y donde se debe prestar atención para no resbalar o torcerse un tobillo.
Un cuarto de hora después, nos internamos en el bosque, con árboles de gran porte que escondían el horizonte, si bien algunos claros también ofrecían la vista de agujas de roca a modo de casas encantadas de duendes, no sé si buenos o malos. ¡Las cosas que se imaginan mientras se camina…! La pista tan pronto subía como bajaba, si bien más de lo último que de lo primero. Lo peor fueron varios tramos con barro que tuvimos que sortear, especialmente engorrosos en alguna zona de descenso muy pronunciado, que se hizo bastante incómoda. Abajo, entre montes verdes, divisamos un pueblo. ¿Espinama? El cielo se había cubierto y, aunque la temperatura era agradable, la mayor humedad nos hacía sudar la gota gorda.
A las 17:00 horas, cinco horas después del inicio de nuestra ruta, divisamos la fachada de piedra marrón del Parador, por cuya puerta tendríamos que pasar para ir al coche, que estaba en el aparcamiento del teleférico. Así que ni cortos ni perezosos decidimos hacer directamente el check-in para darnos una reconfortante ducha y descansar un rato en la estupenda habitación que nos dieron en Parador, con terraza y muy buenas vistas del entorno.
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