GEOPARQUE DE VILLUERCAS-IBORES-JARA.
En uno de nuestros recorridos por la provincia de Cáceres, visitamos las Villuercas, que fue toda una sorpresa y de lo más grata. Junto a la señal de entrada a la comarca, vimos también otro que anunciaba el Geoparque de Villuercas-Ibores-Jara, por donde teníamos intención de hacer alguna ruta senderista.
Situación de la comarca de Las Villuercas en el mapa peninsular según Google Maps.



Antes de entrar en materia conviene saber qué es un geoparque. De acuerdo con su página web, se trata de áreas naturales que conservan un patrimonio geológico singular, un típico modelado del paisaje y parajes en los que las rocas, los minerales o los fósiles pueden explicar a sus visitantes la historia de la tierra en ese lugar. Un geoparque promueve la investigación y la conservación del medio natural, e impulsa el desarrollo social y económico de los núcleos poblaciones que comprende favoreciendo el llamado “geoturismo”, atrayendo a personas amantes de la naturaleza.


El Geoparque de Villuercas-Ibores-Jara es un macizo montañoso bastante extenso (2.544 km2), situado en el suroeste de la provincia de Cáceres, entre los ríos Tajo y Guadiana, cuyo punto más alto es el Pico de la Villuerca, de 1.601 metros. Este conjunto está catalogado como Geoparque Mundial UNESCO desde 2015 y cuenta con 44 geositios, es decir, puntos de especial interés geológico que se pueden visitar, algunos son más sencillos y otros más complicados de llegar, pero todos están explicados y resultan muy interesantes. Hay un mapa y un listado de los geositios en la página web del Geoparque con folletos informativos descargables de cada geositio, en los que se señala sus características, su localización y la forma de acceso, lo cual está muy bien para determinar cuáles se quiere o interesa visitar según los gustos y el itinerario que lleve cada cual. Es aconsejable consultar previamente el catálogo porque hay accesos más o menos complicados, que pueden ser rutas a pie, en coche, un mirador o, simplemente, el paisaje que nos rodea mientras hacemos nuestro viaje por la carretera.

Vimos carteles explicativos con los geositios y su localización en varias poblaciones de la comarca. Aquí pongo unas fotos de los que encontramos en la localidad de Berzocana. La información adicional, como ya he dicho, se puede consultar en la página web del geoparque.

En una visita tan corta, pudimos ver sólo unos pocos porque el tiempo no daba para más, pero todos fueron muy interesantes.


CASTAÑAR DE IBOR.
Nuestra siguiente parada fue en esta localidad de unos 1.000 habitantes, la más poblada de la comarca. Aquí se encuentran varios geositios, como las “Cuevas de Castañar”, que actualmente están cerradas al público, y la “Raña de las Mesillas”, que se puede ver observando simplemente el campo circundante pues son los suelos rojizos en los que abundan cantos rodados y areniscas, aprovechados para cultivos de secano.
Suelos rojizos y pedreras en el entorno de Castañar.



Sin embargo, nuestro objetivo principal era llegar al geositio número 31, la “Chorrera de Calabazas”. Hasta allí se accede haciendo una ruta de senderismo muy agradable
RUTA DE LOS CASTAÑOS Y LA CHORRERA DE CALABAZAS.
La caminata parte de un camino que enlaza con una pista de tierra situada frente al Hotel-Restaurante Solaire, donde compramos unos bocadillos para comer. Tiene una longitud de 7,5 kilómetros ida y vuelta desde este punto (la señal debe ser desde el centro del pueblo) y se tarda en torno a dos horas y media.

Vista de Castañar de Ibor desde la pista de tierra.


La primera parte es en subida continua por la pista de tierra hasta el Collado del Postuero, entre castaños y robles, desde cuya cima se tiene una buena vista del Camorro de Castañar. La pendiente no es excesiva, pero es continua durante unos 45 minutos y aunque se me hizo un poco pesadita al final me sirvió para confirmar que estoy casi curada de una pequeña afección asmática que he padecido y, además, para contemplar un entorno magnífico porque el campo estaba especialmente hermoso en una jornada de sol espectacular, con el cielo azul intenso y la hierba verde fosforito, salpicada de todo tipo de florecillas.


Superado el alto, continuamos flanqueados por encinas, alcornoques, quejigos y enebros, hasta que llegamos a los Castaños de Calabazas, un conjunto de 17 castaños y 1 quejigo de porte monumental, algunos con más de 700 años y con hasta 8 metros de diámetro; algunos, incluso, tienen nombre propio, como El Postuero y el Hueco, de porte realmente impresionante.


El último kilómetro continúa por una senda paralela al arroyo de las Calabazas (se refiere al nombre que los lugareños daban a las pedreras que hay en la zona), que corría muy alegre formando pequeñas cascaditas, con helechos y algunos ejemplares de loro (prunus lusitánica), especie poco corriente en la península, de los que se conservan entre siete y ocho mil en el Geoparque. Estaba tan exuberante, que la vegetación casi se comía el senderillo.



Finalmente se llega a la pared vertical por la que se desliza la chorrera si el arroyo lleva suficiente agua. Tuvimos una suerte inmensa porque había llovido durante la semana y la cascada estaba preciosa, con dos chorros a falta de uno, y unos reflejos de colores, verdes y amarillos de lo más espectacular. Según nos explica el folleto del geositio, se trata de una cascada producida por la erosión de rocas de diferente resistencia. Fue curioso porque había tanta luz que se reflejaba en la cascada el contorno de los árboles como un espejo. En cualquier caso, demasiada luz para fotografiar cascadas, así que ni por asomo se ven tan bonitas como eran en realidad.


Desde la parte superior de la chorrera se ven unas preciosas vistas del entorno y más allá. Asomados a este hermoso balcón, desde el cual podíamos ver incluso las cumbres nevadas de Gredos, tomamos nuestros bocatas.

En total, esta excursión nos llevó unas 2 horas y 45 minutos (bocatas incluidos).