Nuestro periplo veraniego catalán llegaba a su última e imprevista etapa: Tarragona, donde solo habíamos estado antes una vez, hacía ya más de tres décadas, en una visita rápida, aprovechando unas vacaciones en Peñíscola. De modo que no recordábamos demasiado.

Situada a 70 metros de altitud sobre el nivel del mar, Tarragona cuenta actualmente con unos 137.000 habitantes. Como casi todo el mundo sabe, su origen se remonta a la antigua Tarraco, mencionada por primera vez en el año 219 a.C., cuando los romanos conquistaron el lugar durante la segunda guerra púnica. Después se convertiría en una de las principales ciudades romanas de la península y capital de la Hispania Citerior Tarraconensis.
Situación de Tarragona en el mapa peninsular.


En el año 2000 el conjunto arqueológico de Tarraco fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Incluye catorce ubicaciones, de las cuales ocho se encuentran en la capital: Murallas, Anfiteatro, Circo, Foro de la Provincia, Foro de la Colonia, Necrópolis paleocristiana, Teatro romano, Templo de Augusto, Acueducto de les Ferreres, Cantera de El Medol, Torre de los Escipiones, Arco de Bará, Villa Romana de Els Munts y Villa de Centcelles.

Además, Tarragona también participa en otras declaraciones de Patrimonio Mundial, como la de Arte Rupestre de la Cuenca Mediterránea de la Península Ibérica (1998), la de Castells (2010) y la de la Dieta Mediterránea (2012).


En cuanto a distancias por carretera, Barcelona está a 97 kilómetros (una hora y cuarto en coche) y Madrid a 551, unas cinco horas y media. También se puede llegar en el tren AVE, en un trayecto de unas dos horas y media desde la Estación de Atocha hasta la de Camp de Tarragona, que dista unos 12 kilómetros de la capital tarraconense.

Volviendo a nuestro viaje, en pleno mes de agosto supuse que no sería fácil encontrar alojamiento, ya que buscábamos un lugar céntrico desde el que poder movernos cómodamente, siempre caminando, para visitar los principales puntos turísticos, ya que preferíamos dejar el coche en un aparcamiento, aunque fuese de pago, algo que por una noche no resulta tan gravoso. Tuve suerte y pude reservar en el Hotel Plaça de La Font, a pocos metros del Ayuntamiento, uno de los lugares más emblemáticos y animados de Tarragona. Fue todo un acierto, sobre todo considerando la relación calidad, precio y situación. El hotel está completamente renovado, con habitaciones confortables con mobiliario moderno y aire acondicionado (que buena falta hacía en aquellos días de ola de calor). Además, hay un parking subterráneo casi en la puerta, con lo cual, perfecto.
Habitación y vistas desde el balcón de la Plaça de la Font.





Nuestra habitación, en la cuarta planta, ofrecía unas vistas espectaculares a la Plaza. Por lo demás, está bien insonorizado y con el balcón cerrado apenas se escuchaba el barullo del gentío que se movía por los alrededores y en las terrazas de la propia plaza. El precio con los impuestos incluidos fue de 79 euros.

Ya con el coche en el aparcamiento hasta el día siguiente, me asomé al balcón y capté la primera de las imágenes de la Plaça De la Font, con sus terrazas todavía a media ocupación porque a eso de la seis el sol daba de plano y abrumaba bastante el calor. Aun así, como tengo por costumbre cuando voy de turisteo, enseguida salí a conocer todo lo que me diera tiempo de la ciudad, utilizando el plano que muy amablemente me facilitaron en la recepción del hotel y del que pongo una fotografía a continuación.

Antes de nada, consulté los lugares más destacados para visitar y sus horarios, buscando intentar compaginarlos en lo posible, si bien estaba claro que en una tarde y una mañana no podría ver todo lo que me gustaría y tendría que prescindir de algunos sitios necesariamente. Al final, lo que vi fue más o menos lo que voy a contar.

Al salir, lo primero que me encontré, lógicamente, fue la Plaça de la Font (Plaza de la Fuente), considerada el centro neurálgico de la Part Alta (centro histórico de la ciudad) y que ocupa la cuarta parte de la arena del antiguo circo romano, cuyas ruinas fueron descubiertas a principios de nuestro siglo durante unas excavaciones arqueológicas. Lugar donde se celebraban las ferias y los mercados a partir del siglo XIV, su nombre actual se debe a una fuente inaugurada en 1827, pero que curiosamente desapareció unos años después.

De planta rectangular, en el extremo sur se sitúa el edificio del Ayuntamiento, que ocupa un antiguo convento dominico del siglo XVII, abandonado en la primera mitad del siglo XIX y reformado años después en estilo neoclásico para albergar la casa consisitorial. En las fachadas hay esculturas de los personajes más insignes de la ciudad, cuenta con una escalinata de entrada y dos claustros en el interior.

Al principio me costó orientarme y anduve vagando por varias calles hasta que aparecí por la Via de l’Imperi Romà, el Parc de Saavedra y la Avenida de Cataluña, frente al acceso al Paseo Arqueológico, donde compré una entrada combinada (11,05 euros) para visitar los cuatro monumentos romanos gestionados por el Museo de Historia (Anfiteatro, Foro de la Colonia, Paseo Arqueológico, Pretorio y Circo Romano) y dos casas nobles, la Casa-Museo Castellarnau (siglos XIV-XVIII) y la Casa Canales (siglos XVIII y XIX). Dado que el ticket para cada sitio cuesta 3,30 euros, conviene calcular si interesa la entrada conjunta según los gustos de cada uno y el tiempo disponible para hacer las visitas.




LAS MURALLAS.
El Passeig Arqueològic (Paseo Arqueológico) ofrece una bonita ruta entre jardines contemplando las murallas romanas del siglo II a.C., así como otras fortificaciones medievales y modernas de los siglos XIV al XVIII. Durante el recorrido hay paneles informativos explicando todo lo que se va viendo.

La primera gran construcción defensiva que acometieron los romanos en el siglo III a.C. tras establecerse en Tarraco fue una muralla de piedra con una altura que alcanzaba los seis metros y un grosor de cuatro y medio, consistente en cerraduras ciclópeas reforzadas con torres, de las que se conservan tres: la Torre Minerva, la Torre del Cabiscol y la Torre del Paborde o del Arzobispo, que pasó a formar parte del Castillo de Paborde (desaparecido en el siglo XIX), pues en la época medieval se añadieron a las murallas almenas y matacanes, además de las ventanas que aparecen a la vista, muchas de las cuales corresponden al Palacio Arzobispal.







En el siglo II a.C., las murallas se extendieron hasta abarcar todo el perímetro de la ciudad, aproximadamente cuatro kilómetros, de los que actualmente se conserva solo uno.


Además de fustes, columnas y estelas funerarias romanas en los jardines, también se puede acceder a un pequeño museo que recoge la historia de las fortificaciones de la ciudad a lo largo de los siglos.

En el recorrido se puede contemplar una Estatua de Augusto, copia de la que existe en los Museos Vaticanos, que fue regalada por el gobierno italiano de Mussolini al régimen de Franco para manifestarle su apoyo. Y también una escultura de la loba capitolina con Rómulo y Remo, copia de la de Roma.



Este paseo me resultó muy agradable y entretenido, aparte de tranquilo y poco concurrido.

Al salir (no se sale por donde se entra), aparecí en el Passeig de San Antoni, que presenta la parte de la muralla que se asoma al mar. No tiene torres ni fue reforzada y se caracteriza por las ventanas que los vecinos abrieron en ella. Allí se encuentra el Portal de Sant Antoni, del siglo XVIII.




EL ENTORNO DE LA CATEDRAL.
Tras callejear por aquí y por allá, ya en el antiguo recinto fortificado, llegué a la Pla de la Seu, donde se encuentran la Catedral, a la que me referiré al final de la etapa. Desde la Calle Mayor (Carrer Major) se tiene una bonita vista de la fachada.



Otros edificios de estilo gótico que dotan el entorno de un cierto ambiente medieval, como el Palacio de la Cambrería o Casa Balcells, con fachada muy bien conservada y cuyo origen se remonta al siglo XIV. En tiempos, formaba parte de la Catedral, pero quedó como un edificio independiente al realizarse obras en algunas capillas.

En los alrededores de la Catedral, hay una serie de puntos destacados para ver y pasear como las Voltes Gotiques (antiguo mercado medieval del siglo XIV en el Carrer Mercería, donde pese a su nombre se vendían verduras), la Casa del Abad de Poblet, el Antiguo Ayuntamiento, el Antiguo Hospital de Santa Tecla (edificio románico-gótico de los siglos XII-XIV en el Carrer de les Coques), la Capella de Sant Pau (una pequeña joya arquitectónica del siglo XIII dentro de un claustro en el Carrer de Sant Pau), el Museo de Arte Moderno (con el “Tapis de Tarragona” de Joan Miró, en el Carrer Santa Anna), el Call Joeu (vestigios de arcos góticos del siglo XIV en lo que fue el barrio judío) y la Maqueta de Tarraco, reconstrucción en miniatura de la ciudad de Tarraco en el siglo II (Plaça del Pallot, 3, Antigua Audiencia).






Mención especial merece la Plaça de la Representació del Fòrum Provincial (Plaza del Fórum Provincial), situada en el antiguo foro romano, que ocupaba un espacio de 300 metros de largo por 200 de ancho y contaba con pórticos de los que se conserva una muestra en el centro. Está rodeado de edificios antiguos y calles empedradas y tiene mucho ambiente, pues hay varios bares y restaurantes, algunos con terrazas.




Ya era bastante tarde y aprovechando la tregua que concedió el calor al ponerse el sol, más que ver sitios concretos (la mayor parte habían cerrado), me dediqué a recorrer tranquilamente la almendra que forma el casco histórico, paseando por sus calles, callejuelas y plazas, contemplando las fachadas de sus casas, algunas mejor conservadas que otras, aunque a ninguna le falta su pizca de encanto. Y también hay fachadas con atractivos murales.




EL ENTORNO DEL ANFITEATRO Y EL PRETORIO.
Luego, al cruzar la Plaça del Rei, me moví entre torres medievales y restos romanos, ya muy cerca del mar, frente al que se adivinaba la fantástica mole del Anfiteatro. Esta zona está ajardinada y la encontré muy bonita.




Muy fotogénica resulta la Torre de las Monjas, una de las dos que se conservan del refuerzo de las murallas romanas que se llevó a cabo durante el siglo XIV, extendiéndolas hasta el área del antiguo circo romano, parcialmente visible en la actualidad junto a las bóvedas de San Hermenegildo.



Y también llamó mi atención la estampa del Castillo del Rey, construido durante la primera repoblación cristiana aprovechando una torre romana (la Torre del Pretorio a la que me referiré después) que en el siglo XII pasó a ser residencia de los reyes de Aragón. Reformado posteriormente, se conserva la fachada meridional con ventanales del siglo XIV. Fue parcialmente destruido por las tropas francesas en 1813.



Tras unas cuantas fotos al atardecer, regresé al hotel, donde había quedado con mi marido para cenar una rica parrillada en la terraza de uno de los restaurantes de la Plaça de la Font, que estaban a tope y donde tuvimos que hacer reserva previa. Pese al gentío, o quizás por eso mismo, agradecimos sentarnos al aire libre para combatir tanto el calor como la pandemia. Antes, desde el balcón del hotel, capté una sugerente puesta de sol, que brindaba un tono distinto a sus coloridos edificios.



Después, emprendimos un nuevo paseo por el casco histórico, del que capté algunas fotos con iluminación nocturna.






EL BALCÓN DEL MEDITERRÁNEO.
Por la mañana, me levanté temprano porque tenía muchos sitios que visitar y poco tiempo disponible. Cruzamos la Rambla Vella y desayunamos en una cafetería al aire libre de la que creo que era la Plaça Jacint Verdaguer. Luego, cada uno realizó un itinerario de acuerdo con sus gustos. Yo seguí por el Passeig de les Palmeres hasta el Balcó del Mediterrani (Balcón del Mediterráneo), quizás el único lugar (junto con el Arco de Bará) del que me acordaba claramente de nuestra visita anterior.


Se trata de un mirador sobre el Mare Nostrum entre jardines, en la que además de las panorámicas destaca la barandilla diseñada por Ramon Salas i Ricomà en 1889 y que sustituyó a un muro de piedra anterior. El nombre se lo dio Emilio Castelar, Presidente de la I República Española, durante su visita a Tarragona en 1863.



Justo enfrente desemboca la Rambla Nova, uno de los bulevares más concurridos de la ciudad moderna, presidido por la Estatua de Roger de Lluria y con el Monumento a los Castellers unas decenas de metros más hacia el centro.


EL ANFITEATRO ROMANO.
Por el mismo camino que había llegado, retrocedí hasta el Parque del Anfiteatro Romano. Aunque se puede ver bastante bien desde un mirador exterior, normalmente hay que pagar entrada para aproximarse y visitarlo de cerca a través de unas pasarelas. Sin embargo, al estar realizándose obras, el circuito de la visita estaba parcialmente cerrado, con lo cual se permitía acceder de forma gratuita a una de las pasarelas para contemplar el monumento, que está incluido en la entrada combinada a la que me referí al principio, si bien en esta ocasión no servía de mucho, claro está.

De planta elíptica, con capacidad para 14.000 personas y unas dimensiones de 62,50 por 38,50 m, el Anfiteatro se construyó a finales del siglo II d.C. a las afueras de la ciudad pero muy cerca de su muralla y se utilizaba para luchas de gladiadores con fieras y otros espectáculos, así como en las ejecuciones públicas.

Fue reformado cien años después y en su arena perecieron quemados vivos el obispo Fructuoso y dos de sus diáconos. Con la cristianización y tras haber perdido sus funciones primitivas, en el siglo VI parte de la sillería de las gradas se utilizó para edificar una basílica de culto dedicada a esos mártires, que se instaló en el propio anfiteatro. Durante el siglo XII se levantó la Iglesia románica de Santa María del Milagro sobre la primitiva basílica paleocristiana. Los restos de ambas se aprecian perfectamente desde los miradores. Además, hay paneles informativos que lo explican muy bien.

Ni que decir tiene que la estampa del Anfiteatro con el mar de fondo resulta espectacular.

EL PRETORIO Y EL CIRCO.
Después fui a ver el Pretori i Circo Romá (Foro Provincial Pretorio y Circo Romano), que se visitan conjuntamente, entrando por la torre de la Rambla Vella.

Estos monumentos también están incluidos en la entrada combinada y resultaron ser realmente interesantes por varios motivos. A partir de julio de 2020 se accede por la entrada situada en la Rambla Vella y se sale por unas escaleras situadas en la terraza de la Sala Gótica de la Torre del Pretorio, en dirección a la Plaça del Rei, recorriendo un circuito que no permite retroceder, por lo cual hay que prestar atención para no saltarse nada. El personal lo explica bien cuando se accede. Al principio, se ven desde el interior las ruinas que se contemplan desde la calle.





El Pretorio es una torre romana que facilitaba el acceso por unas escaleras al Foro Provincial, con el que está comunicado por medio de unas galerías subterráneas. A partir del siglo XII, se convirtió en fortaleza y palacio de los reyes de Aragón (el Castillo del Rey al que me he referido antes) y más adelante sirvió también como prisión. De la época romana se conservan los grandes muros de sillares almohadillados, un par de puertas arquitrabadas, dos bóvedas superpuestas, la inferior subterránea y la superior con fachada a la calle de Pilatos con adornos corintios.




Aunque desde el exterior (sin pagar entrada) se contempla la torre y una parte de los restos romanos, merece mucho la pena hacer la visita, pues se recorren las bóvedas y galerías interiores originales del Circo, que son una auténtica maravilla, pues se hallan perfectamente conservados. Además, se puede ver un museo con muchas e interesantes piezas y una maqueta de la Tarragona medieval con sus murallas.




Y, por si fuera poco, las vistas de la ciudad desde el mirador de la torre son espléndidas, todo alrededor, en 360 grados, mientras unos panales informativos ubican perfectamente los lugares.



Vamos, que si alguien no puede visitar más que un lugar en Tarragona, desde aquí divisará muchos otros sin moverse del sitio. En particular, se aprecia muy bien la distribución del casco antiguo con la Catedral en lo más alto de la colina.


Tras ver el museo y la torre, una de las bóvedas conduce hasta el Circo, el otro gran monumento romano junto con el anfiteatro. Construido en el siglo I d.C., se encontraba entre la Vía Augusta y el Foro Provincial. De forma alargada, con 325 metros de largo y 115 de ancho, podía albergar hasta 30.000 espectadores y se utilizaba para carreras de carros.



Al hallarse dentro de la ciudad, presenta características especiales y es uno de los mejor conservados de Europa. Aunque la estructura permanece oculta bajo edificios del siglo XIX, además de las tres bóvedas, se conservan una parte de las gradas, que se pueden observar también desde el exterior sin pagar entrada.


Al final de la visita, se sale por unas escaleras a la Plaça del Rei, junto al Museo Arqueológico de Tarragona, que no visité porque me hubiese requerido mucho tiempo y no lo tenía.



CASA CANALS.
A continuación, me dispuse a visitar las dos casas nobles incluidas en mi entrada combinada y que se encuentran en la Part Alta, el núcleo histórico de la ciudad. Primero estuve en la Casa Canals (Carrer Granada, 11), que fue construida en el siglo XVIII en el lugar donde se ubicaron otros edificios importantes desde el siglo XV, destruidos durante la Guerra de los Segadores (1640-1652).


Presenta la estructura propia de las casas señoriales de la época y parece que su origen se remonta a las reformas realizadas por la familia Canals, perteneciente a la aristocracia, en varias casas de la Calle Granada para acoger al rey Carlos IV, su esposa y su séquito durante la visita que hicieron los monarcas a Tarragona para inaugurar el nuevo puerto. Con vistas al mar, alcanzó su máximo esplendor a mitad del siglo XIX, época de la que data la mayor parte del mobiliario. Destacan el salón de baile con decoración neoclásica, los espejos, la sillería isabelina y las lámparas.

Resulta curioso que el jardín romántico con fuentes de rocalla no se encuentre a nivel de la calle sino en la planta noble. La casa estuvo habitada por la familia hasta el último tercio del siglo XX. Fue adquirida por la Generalitat en 1992, que la cedió al Ayuntamiento de Tarragona para su uso como museo. Se abrió al público en el año 2006 y varios espacios se utilizan para exposiciones.

La visita es libre y me resultó muy agradable. Además, estuve sola en el interior.

CASA MUSEO CASTELLARNAU.
Acto seguido, llegué hasta la Casa Museo Castellarnau (Carrer Cavallers, 14). Sus orígenes se remontan al siglo XV y en ella residieron durante siglos nobles y familias principales de la ciudad, siendo incluso la residencia del emperador Carlos I durante su visita a Tarragona en 1562.


Si bien fue objeto de numerosas reformas posteriores que afectaron a su fachada y a su distribución interna, sobre todo en el siglo XVIII cuando fue adquirida por la familia Castellarnau, conserva estructuras arquitectónicas de diferentes épocas, como una serie de arcos apuntados de los siglos XIV y XV que hay en la planta baja.

De la misma época es el patio y la escalera de bóveda con columnas y capiteles góticos. También en la planta baja se puede ver la reconstrucción de lo que fue la cocina, así como una exposición permanente con numerosas piezas arqueológicas y etnográficas.





En la planta noble pude moverme por varias estancias decoradas con mobiliario de los siglos XVIII y XIX. La más llamativa es el salón de baile, cuyo techo está decorado con pinturas mitológicas.




De nuevo, una visita libre y tranquila, que me permitió un rato de relax antes de dirigirme a mi siguiente y último destino en Tarragona: la Catedral.

LA CATEDRAL.
Llegué por el Carrer Major (calle Mayor), desde la que se disfruta de unas vistas muy bonitas al tener la fachada de la Catedral como fondo y en un plano elevado, ya que el templo se encuentra en lo alto de una escalinata que une la Plaza de Santiago Rusiñol con la de la Pla de la Seu, como recuerdo del espacio en que se estructuraba el foro, que contaba con dos plazas a diferentes alturas; la superior, rodeada por un pórtico, del que quedan restos en el Claustro, y cuyo centro se alzaba el grandioso templo de culto al emperador


Y en el lugar que debió ocupar dicho templo, se encuentra la Església de Santa Maria de la Catedral. Su construcción se inició en el siglo XII, consagrándose en 1331, por lo que representa un buen ejemplo de estilo de transición del románico al gótico. Presenta planta basilical con tres naves y crucero.


La fachada principal es el siglo XIV y cuenta con un gran rosetón. Una imagen de la Virgen con el Niño divide el pórtico, situándose a la misma altura las figuras de los profetas y los apóstoles.


Aunque la base del campanario es románica, el resto es gótico. Con el superior octogonal, tiene unos grandes ventanales y quince campanas, algunas del siglo XIV.
Campanario y pórtico lateral.






La entrada general cuesta 5 euros, incluye la visita del Claustro y al Museo Arte Sacro. Hay una entrada combinada por 9 euros, que permite también acceder al Museo Bíblico (cultura judeocristiana) y a la Capilla de San Pablo. Para información adicional y de horarios, mejor consultar su página web www.catedraldetarragona.com




El frontal del Altar Mayor es del siglo XIII, con escenas de la vida y martirio de Santa Tecla, mientras que el retablo data de principios del siglo XV.



En el muro lateral derecho del presbiterio, se encuentra la tumba del Arzobispo Juan de Aragón, hijo de Jaime II, cuyo sarcófago incorpora una escultura de su figura yacente. En los muros que delimitan el coro hay pinturas murales del siglo XIV y la sillería es de mediados del XV.


En cuanto a las capillas laterales comenzaron a construirse en el siglo XIV, siendo la más reciente del XVIII. Casi todas son imponentes, de las que llaman la atención y hacen que te detengas a contemplarlas un rato. Por ejemplo, la de Santa Úrsula y las once mil vírgenes, con bóveda estrellada y mucha decoración, y la de San Miguel, ambas del siglo XIV.


Capilla del Santo Sepulcro y Capilla de San Francisco.




Capilla del Rosario, Capilla de Nuestra Señor de la Salud y Capilla de Santo Tomás.
Capilla de San Olegario y Capilla de San Juan.



Capilla de San Olegario y Capilla de San Juan.


Capilla del Santísimo Sacramento y Cúpula.




Otra destacada es la de Capilla de Santa Tecla, construida en el siglo XVIII sobre el antiguo baptisterio para alojar las reliquias de la Santa, titular de la Catedral y Patrona de Tarragona.


Capilla de la Concepción (a la izquierda).


Capillas de Santa Elena y Santa Lucía.




Capillas de Santa Elena y Santa Lucía.


Sin embargo, la que más me gustó fue laSanta María de los Sastres, considerada una obra maestra de arquitectura gótica. Realmente me pareció maravillosa. Es del siglo XIV.





El Claustro es de planta cuadrangular con arcos de medio punto. Representa uno de los mejores ejemplos del románico en Cataluña y data de finales del siglo XII y principios del XIII.



Los relieves de los capiteles cuentan con un gran repertorio iconográfico, destacando el que está en la puerta que comunica la Catedral con el Claustro, obra en mármol del siglo XIII que representa al Cristo de la Majestad rodeado por los símbolos de los cuatro evangelistas.




El Museo de Arte Sacro se encuentra en dependencias anexas al Claustro, algunas de los siglos XII y XIII, como la antigua sala capitular, y también es reseñable el artesonado gótico-mudéjar de la Sala del Tesoro. Se exponen colecciones de arte medieval y moderno, con retablos, orfebrería, esculturas en piedra o madera, cerámica…

El interior de la Catedral es bastante más grande de lo que parece desde el exterior, tiene multidud de capillas y la visita me llevó bastante más tiempo del que había previsto en un principio. Había llegado el momento de marcharnos a otras tierras para proseguir nuestro veraneo ya en la playa, así que tuve que dar por finalizado allí mi recorrido, que se limitó casi en exclusiva a la Part Alta o casco histórico.



Me quedaron pendientes muchos otros sitios que ver en la capital (el Forum Local Romá, el Mercado Central, el barrio marítimo del Sarrallo, el Museo de la necrópolis paleocristiana…) y también en sus alrededores (el Arco de Bará, la Villa Romana dels Munts, el Castillo de Tamarit, la Torre de los Escipiones, el Acueducto de les Ferreres, el Conjunto Monumental de Centcelles…), con lo cual tendré que volver, lo que tampoco supone una mala noticia sino todo lo contrario porque, pese al calor que pasamos, me gustó mucho Tarragona.


Y con esta etapa pongo fin a este diario, en el que he relatado nuestro periplo vacacional por tierras catalanas, a las que no digo “adeu” sino “fins aviat”
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