Otro día en Tallin. ✏️ Diarios de Viajes de Estonia

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Como hemos comentado, en la habitación de nuestro hotel estamos super cómodos y por la mañana nos cuesta salir de la cama de lo a gusto que se está y una buena ducha matutina nos ayuda a sacarnos la pereza de encima.
Una vez hemos desayunado nos abrigamos aunque, para estar en un país nórdico no hace un frío excesivo (hoy marca +2 grados) y recordamos que en 2016, en una escapada a Estocolmo, que está más o menos a la misma latitud que Tallin estuvimos casi todos los días a -15 grados.
Hoy iremos a visitar la zona de PIKAKARI, en la península de PALJASSAARE, en la afueras de Tallin y en tranvía y autobús llegamos en una media hora.
Esta zona en verano acoge a muchos bañistas ya que hay una playa muy larga, pero a hora mismo solo hay pescadores bien abrigados y grupos de jubilados haciendo gimnasia en la playa y es una reserva natural de flora y fauna con varios miradores para observar la multitud de aves marinas que hay.
Uno de los pescadores que había en un antiguo muelle en desuso se quitó casi toda la ropa, se quedó en calzoncillos y después de hacer una serie de ejercicios fue a darse un baño en las aguas heladas del Báltico. Solo de verlo nos dio frío a nosotros y hay que reconocer que hay que ser muy valiente (o estar muy loco) para bañarse en esas aguas, o seguramente debe de estar acostumbrado a hacerlo desde hace muchos años.
Con el bus y el tranvía regresamos a la ciudad porqué Carme, mi mujer, vio que en la entrada de la calle VIRU TÄNAV, donde hay las dos torres de vigilancia había una tienda de telas y como es aficionada el patchwork se surtió de unos cuantos metros de diferentes telas, como tiene de costumbre hacer siempre que visitamos algún país extranjero o alguna ciudad lejana. En este caso escogió telas con motivos navideños.
Siguiendo por la misma calle fuimos a parar al restaurante OLDE HANSA, que cuando entras hace el efecto que estés en una taberna medieval y te sirven la comida en ollas y platos de barro. Muy turístico pero no nos acabó de convencer por lo que salimos a buscar otro restaurante con buenas referencias, el BEER HOUSE, que está a pocos metros de la RAEKOJA PLATS.
Una vez allí entramos y el restaurante es inmenso con muchas mesas enormes de madera y bancos para sentarse.
Una cuestión que no hemos comentado. En todos los restaurantes y bares que hemos estado siempre nos han pedido el código QR conforme estamos al día de las vacunas contra la COVID-19, pero cuando desembarcamos del avión de llegada y al entrar en la terminal, todo y que vimos bastantes policías, nadie nos pidió ningún documento de ninguna clase para entrar en el país, ni siquiera los códigos QR mencionados. Dicho está.
El restaurante BEER HOUSE es también una fábrica de cerveza donde solo sirven la que ellos elaboran y que están muy buenas.
Para comer tenían un GOULASH servido de una forma muy peculiar, puesto que lo sirven dentro un pan redondo vaciado de la miga, dejándolo como una pequeña olla y con una boina del mismo pan que recortan a modo de tapa. La presentación es muy curiosa y el GOULASH está riquísimo y como la corteza se acaba ablandando te la acabas comiendo. Con este único plato quedamos mas que servidos y con fuerzas para continuar el recorrido por diferentes calles del casco antiguo, donde íbamos descubriendo rincones con encanto.
Ya comentamos que una de las pocas cosas que se hicieron bien en Estonia (y en la mayoría de países que formaban parte de la antigua URSS) fue conservar (y creemos que respetar) los cascos históricos de sus ciudades más emblemáticas (casos de Tallin, Praga, Budapest, Sofía, etc.), aunque hay que decir que también se hicieron verdaderas aberraciones urbanísticas y de otras índoles.
No nos acabamos de acostumbrar a que se haga de noche tan pronto y eso trastorna nuestros relojes biológicos y despista nuestros biorritmos. De momento es la única pega (por así decirlo) con que nos hemos encontrado.
Nos encanta "perdernos" en las ciudades que visitamos porqué consideramos que es una forma de conocerlas bien, descubrir rincones que no salen en ninguna guía. Sin rumbo y sin prisas siempre hemos ido a parar a lugares que nos han dejado muy buenos recuerdos y sensaciones.
Mientras paseamos va pasando el tiempo y nos van pesando las piernas y llegada la hora de cenar, nuestro instinto (y las opiniones de los clientes, por supuesto) nunca nos ha fallado y paramos a cenar en el restaurante KOMPRESSOR, otro de los que tienen más fama en Tallin y una vez cenados vamos de regreso al hotel a descansar, pero al pasar por delante del pub CHICAGO 1933 vemos que hay una actuación de jazz en directo y entramos a tomar unas copas y disfrutar un buen rato de buena música. Mañana, último día en Tallin, ya nos levantaremos más tarde.

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