La capital de Estonia es la ciudad más poblada del país con casi medio millón de habitantes y cuenta también con su puerto más importante, situado en el Golfo de Finlandia, 80 kilómetros al sur de Helsinki. Se cree que hace un par de milenios estaba habitada por tribus ugrofinesas, si bien la primera mención de su existencia data de 1154, en forma de una fortaleza llamada Kaluria. Su máxima prosperidad la alcanzó como ciudad hanseática en la Edad Media.



Su estratégica situación geográfica la convirtió en botín deseado por las órdenes militares germánicas y el Reino de Dinamarca en el siglo XIII. Posteriormente, sufrió la dominación de daneses, alemanes, polacos, suecos y rusos en diversas épocas, lo que deparó a la ciudad la impronta de diferentes culturas y estilos arquitectónicos. Así, coexisten construcciones góticas y barrocas, castillos, iglesias luteranas, ortodoxas y católicas, conventos y casas medievales entre tortuosas callejuelas y recoletas plazas. Tallin sufrió menos que otras ciudades la destrucción provocada por las guerras, por lo que han sobrevivido muchas casas de los siglos XV y XVI, su época de máximo esplendor. Por ello, el centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1991.

Llegamos a Tallin desde el sur y nos encontramos con bosques entre los que podíamos contemplar casas de madera pintadas de colores, si bien no nos dio tiempo a ver mucho más, pues fuimos directamente a nuestro hotel, Hestia Susi, bastante peor situado que los de Vilnius y Riga, ya que está junto a la autovía que va a Narva y a unos cuatro kilómetros del casco viejo, aunque, eso sí, con una parada de autobús al centro en la misma puerta. Las habitaciones eran amplias, pero los colchones nos parecieron bastante malos y los desayunos tampoco destacaban. Fue el hotel que menos nos gustó de todo el viaje sin lugar a dudas. Después de cenar, no nos apetecía meternos en el bus y nos limitamos a dar una vuelta por los alrededores del hotel, donde, naturalmente, no había nada interesante que ver. Por la noche, estuvo lloviendo a cántaros y, según nos contaron, en Riga hubo incluso inundaciones. Aquellas nubles tan negras... De la que nos habíamos librado
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Recorriendo Tallin.
Después de desayunar, el cielo seguía muy oscuro, pero ya apenas llovía, así que la guía local creyó oportuno iniciar nuestro ya tradicional recorrido guiado en la zona menos interesante y dejar el centro para más tarde, cuando mejorase el tiempo, lo que sucedería en un par de horas según las previsiones meteorológicas.
En Tallin también hay barrios con edificios monótonos y grises, de la época soviética.


El Barrio de Pirita.
En este distrito, situado al noreste de la ciudad, se encuentran las playas más extensas y concurridas de Tallin, frente a las que se pueden contemplar villas modernas y caras junto a antiguos edificios de estilo soviético mucho menos sofisticados. En su puerto deportivo se celebraron las competiciones de vela de los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980 y en su entorno está la torre de la televisión, un velódromo, un campo de fútbol, un Auditorio y el Jardín Botánico. Como lugar histórico, cabe citar el Convento de Santa Brígida, de 1436, del que solo se conservan las ruinas del tímpano gótico, los muros perimetrales y las lápidas de algunas tumbas.

Hay una especie de paseo marítimo desde donde se tienen buenas panorámicas del puerto y del casco antiguo de la ciudad, entre cuyos edificios se reconocen bien los campanarios de las iglesias y la mole de la Catedral de Alejandro Nevski, coronando el alto de la colina. También se vislumbran los modernos rascacielos que están ampliando Tallin. Lástima que a esa hora tan temprana el cielo estuviese muy nublado, incluso con una ligera bruma, lo que no permitía que las fotos saliesen del todo nítidas. Por supuesto, ni un alma en las playas...





De camino al centro, vimos varios edificios interesantes o al menos llamativos cerca del puerto, a los que, sin embargo, no era fácil acceder porque se están haciendo unas obras muy importantes que tienen varias avenidas patas arriba.

El casco viejo de Tallin.
La visita guiada que hicimos por el Casco Viejo nos llevó casi cuatro horas con interiores, todo a pie, naturalmente. En este caso, la guía local cumplió con un aprobado raso; echamos mucho de menos a Alexander, quizás ocurrió que el letón había dejado el listón demasiado alto. De allí en adelante, fuimos ya cada uno por nuestra cuenta. Lo mismo que en el resto del diario, haré un resumen de cada sitio que visitamos sin diferenciar lo guiado de lo libre, ni en qué orden, pues me cuesta recordarlo y tampoco tiene demasiada utilidad para quien lo lea. Sin embargo, dado el laberíntico trazado de las calles, callejuelas y callejones del casco viejo, conviene conseguir un buen plano, como el que nos facilitaron en la Oficina de Turismo, incluyendo el nombre de los monumentos en español, que nos fue sumamente útil para movernos a nuestro aire sin saltarnos nada importante.


Colina de Toompea. Parte Alta de la Ciudad.
Empezamos por la parte alta, subiendo por una acera lateral en medio de un parque hasta lo alto de la colina donde se encuentran, entre otros edificios, el antiguo castillo, el Parlamento y las dos Catedrales, en medio de las cuales, dominando el paisaje, se vislumbra claramente la Torre de Herman el Largo.


Castillo de Toompea y Torre de Hermann el Largo.
Históricamente y hasta el siglo XX, el nombre de la actual Tallin fue Reval. Separada de la ciudad baja, gobernada por el Consejo Municipal de Mercaderes, en el cerro de Toompea se establecieron los conquistadores extranjeros que, a lo largo de los siglos, erigieron sus castillos y residencias de acuerdo con sus gustos y necesidades. En el siglo XIII, los cruzados daneses levantaron el suyo en sustitución de una fortaleza de madera anterior. Luego llegaron los Hermanos Livonios de la Espada, que otorgaron a su castillo un aspecto de monasterio y añadieron una torre de 45 metros de altura, llamada Hermann el Largo, concebida como almacén, pero que en realidad se utilizó de prisión. Después, aparecieron los polacos y los suecos… Hasta que en 1710, Pedro I integró a Estonia en el Imperio Ruso, época en la que el castillo se amplió y se convirtió en palacio con un ala barroca y otra neoclásica. Durante la revolución de 1922, el castillo ardió, pero se reconstruyó y actualmente alberga el Parlamento de Estonia.


Catedral de Alejandro Nevski.
De rito ortodoxo, está situada frente al edificio del Parlamento y fue construida en el año 1900 siguiendo muestras de diversas iglesias de Moscú del siglo XVII. Es enorme, tiene cinco cúpulas, tres altares y una capacidad para 1.500 fieles. Sus once campanas fueron fundidas en San Petersburgo y la más grande pesa 16 toneladas. El interior está muy decorado con paneles e iconos. No se permite hacer fotos dentro.

Catedral de Santa María.
La torre del campanario y gran parte de la fachada estaban cubiertas con lonas por obras de restauración. Su primera mención escrita data de 1233, cuando era una iglesia de madera, antes de que los monjes dominicos la reconstruyeran en piedra caliza, con gran sencillez y sobriedad. Sufrió incendios y los estragos de las guerras. El Altar Mayor fue erigido en el siglo XVII en estilo barroco. Lo más destacado son las lápidas de los siglos XIII al XVIII y los escudos nobiliarios de los siglos XVII a XX, de los que se pueden contemplar más de un centenar colgados en los muros interiores del templo, lo que le da un toque bastante especial.



Cada escudo tiene su leyenda y se refiere a una familia noble, de la que se puede conocer su linaje y su fortuna. Está bien si alguien te lo explica, si no es así, pues simplemente verlos ya resulta curioso.

Además de las catedrales y el Parlamento, en la parte alta se encuentran otros edificios administrativos bastante bien rehabilitados. Además, es imprescindible asomarse a dos miradores que ofrecen unas vistas fantásticas de la ciudad baja. Están a unos escasos dos minutos uno del otro caminando, pero hay que ir con cuidado para no dejarlos a un lado, pues se hallan un pelín escondidos y merece la pena asomarse a los dos debido a que ofrecen perspectivas diferentes.

Mirador Kohtuotsa.
Mejor dejarlo para por la tarde, cuando el sol ilumina los edificios por ese lado. Ofrece una vista fantástica de la ciudad baja y del puerto, y a la derecha del todo, la Iglesia de San Nicolás.


Es cierto que las siluetas de algunos rascacielos con el puerto al fondo truncan un poco la fascinación medieval, pero la maraña de tejados rojos y la procesión de torres sobre la muralla ofrecen un panorama fantástico; además, da bastante juego según la perspectiva. Me gustó mucho. No hay que perdérselo.


Mirador Patkuli.
Dicen que es el mejor de todos, aunque personalmente me costaría decantarme. Eso sí, depara una vista maravillosa, y digo "vista" en singular porque en realidad solo tiene esta perspectiva óptima, ya que hacia la izquierda solo se ven los árboles de un enorme parque. A ser posible, hay que ir por la mañana. El día seguía algo nublado, pero de pronto apareció el sol y… ¡Oh, qué bonito! La muralla y sus torres (conté siete) coronadas por sus caperuzas rojas enmarcando ristras de casas de colores y las agujas de varias iglesias, con la de altísima de la de San Olav en el mismo centro… Un ensueño medieval. Bueno, ciertamente sobran los coches que aparecen debajo, pero los quitamos del enfoque y solucionado. Imprescindible. El sitio más buscado para tomar la típica foto de recuerdo, así que suele estar muy concurrido.

Por un lateral, se ve también una de las fachadas del Palacio del Parlamento, así como los restos que se conservan del antiguo castillo. En este punto, unas escaleras comunican la ciudad alta con la baja, al final de las cuales se puede contemplar la escultura de un cervatillo frente a la muralla y junto a una fuente. Alude a una antigua leyenda que asegura que el rey danés que conquistó la ciudad quiso cazar un ciervo, pero el animal escapó y, en su huida, murió al despeñarse por un precipicio de la colina. La moraleja está clara, ¿verdad?



