ESTONIA.
El más pequeño (45.227 km2), el menos poblado (1.350.000 habitantes) y el más septentrional de los tres Países Bálticos cuenta con, aproximadamente, 1.150 lagos (Peipus, el mayor) y 1.500 islas (las mayores, Saaremaa y Hiiumaa), casi todas muy pequeñas y deshabitadas, pero bastante valiosas por su naturaleza y, en particular, por la gran cantidad de aves que albergan. Su idioma oficial es el estonio, que pertenece a la familia de lenguas finougrias, si bien, por motivos obvios, también está muy extendida la utilización de la lengua rusa.
Parnu.
Fue nuestra primera parada en territorio estonio después de salir de Letonia. Esta población (no confundir con Tartu, que es la segunda ciudad más importante de Estonia) está situada al suroeste del país, en la costa del Golfo de Riga y a orillas del río del que recibe su nombre. Fue fundada en 1251 y comenzó a ganar fama entre las clases adineradas en la segunda mitad del siglo XIX por sus balnearios, después de que el alcalde recibiese una petición para abrir unos baños en 1837. Tanto fue así que a principios del siglo XX, Parnu se había convertido en uno de los principales centros turísticos para élites de todo el Imperio Ruso.
Actualmente, ha vuelto a recuperar el estatus de destacado centro vacacional, con sus playas y piscinas, así como instalaciones termales, villas, hoteles y restaurantes. También celebra exposiciones y conciertos. Además, conserva unos cuantos edificios interesantes de diversas épocas, como la Torre Roja, cuyo nombre se debe a que antiguamente estaba revestida de ladrillos rojos y que es la única construcción de origen medieval que ha subsistido después de que los suecos, que conquistaron Parnu en 1617, demolieran las murallas con sus torres para sustituirlas por bastiones. Se salvó porque a aprovecharon primero como cárcel y luego para archivo. Hoy en día se usa para taller de artesanía o galería de exposiciones.
También estuvimos dando un paseo por el centro, recorriendo sus calles flanqueadas por casas de colores, varias iglesias, el Ayuntamiento, la Sala de Conciertos, etc. Vimos numerosos cafés y terrazas con bastantes turistas. En fin, una pequeña ciudad agradable para dar un paseo o tomar algo, aunque tampoco me pareció un imprescindible en Estonia, salvo que se desee ir a la playa o a los balnearios.
Hasta que, de pronto, el cielo se puso totalmente negro, amenazando con precipitar el diluvio universal sobre nuestras cabezas, con lo cual no pudimos sino correr a refugiarnos en el autobús, que salió carretera adelante a toda mecha, huyendo de lo que se nos venía encima.
Lo curioso fue que la tormenta empezó a descargar con fuerza a nuestra espalda, convirtiendo las fotos que iba captando al cruzar el puente sobre el río casi en cuadros impresionistas. Con el paso de los kilómetros, siguieron acompañándonos unas nubes de lo más lúgubres, pero sin que nos alcanzaran los aguaceros. Y sí continuó durante casi todo el trayecto hacia Tallin, que se presentía incluso soleado en la distancia.