Día 3. Martes. Todo en Lagos. Ponta da Piedade en bote y a pie.
EXCURSIÓN EN BOTE A LAS CUEVAS DE PONTA DA PIEDADE.
Amaneció uno de los días que esperaba con más ilusión en este viaje: conocer Ponta da Piedade. Y lo haríamos tanto por mar como por tierra. Desde casa, había contratado online una excursión en bote por el litoral y las cuevas a través de Civitatis. Importe: 20 euros por persona. Duración: 75 minutos. Ellos lo subcontratan a empresas portuguesas. En realidad, es muy fácil coger esta excursión en el puerto deportivo de Lagos, ya que hay casetas por todas partes ofreciéndolas, tanto allí mismo como en el Paseo Marítimo. Pero como no sabíamos qué nos íbamos a encontrar, preferí llevarlo atado, sobre todo por el horario y porque prefería un guía que hablase español. Ademas, es importante escoger un barco pequeño para que pueda entrar en las cuevas, ya que los grandes, aunque son más baratos, se quedan fuera, brindando una perspectiva más lejana. Claro, también depende del grado de aventura que prefiera cada cual. Elegí el turno de las 12:30, pero el día anterior me llamaron diciendo que había problemas por trabajos de dragado que se estaban realizando y me ofrecieron bien el turno de las 11:00 o el de las 16:00. Ignoro si era cierto o si se trataba de agrupar gente en un bote para rentabilizar el viaje. En cualquier caso, nuestro hotel estaba a cinco minutos caminando del punto de embarque, con lo cual incluso agradecimos el cambio, pues así tendríamos más tiempo disponible después sin madrugar más. Nos pidieron que estuviésemos allí unos quince minutos antes.
Después de desayunar, cruzamos el puente basculante, llamado así porque se levanta cuando pasa un barco grande por debajo. Y, de hecho, tuvimos que esperar unos minutos a que lo hiciera un gran velero. Dimos una vuelta por la marina mientras esperábamos a que apareciese nuestro guía, que se presentó puntualmente un cuarto de hora antes de la salida. Todos los detalles aparecían bien indicados en el resguardo que me enviaron al móvil.
Éramos diez personas, nos pusieron un chaleco salvavidas a cada uno y nos dieron unas pequeñas instrucciones. Yo tuve la suerte de ir en la proa y del lado derecho (estribor), lo que me aseguraba las mejores vistas del recorrido. La mañana era espléndida, con el cielo despejado y mucho sol, lo que nos hizo pasar bastante calor antes de zarpar. Afortunadamente, en cuanto empezamos a navegar, el viento nos refrescó durante todo el recorrido, haciéndolo de lo más agradable. Por supuesto, llevábamos gorra y nos habíamos puesto protector solar. Cruzamos bajo el puente basculante y encaramos la bocana del puerto, contemplando el Fuerte de la Ponta da Bandeira y el Faro, además de las playas de la Batata y los Estudiantes, que yo había visto in situ la tarde anterior, tal como ya he contado. Desde el mar pudimos ver los hermosos acantilados, que adquirían un color maravilloso, enmarcados por el cielo azul y un mar casi en calma. Ya se veía gente en las playas.
Pronto divisamos el arco coronado con el llamado “puente romano” y la Bahía de los Segredos, con la conocida Praia do Pinhao, cerca de la cual divisamos una especie de muro contenedor que, según nos contó el guía, se construyó para favorecer el desarrollo turístico, si bien lo que consiguió fue traer cieno al puerto, con el consiguiente perjuicio. Una cosa que hay que tener clara es que desde los barcos no se puede poner pie en las playas.
Seguimos navegando hacia la Praia de Dona Ana, divisando su arenal y sus preciosos acantilados. En adelante, los peñascos se multiplicaron a nuestro paso y empezamos a pasar entre ellos, ofreciéndonos panoramas estupendos. Había bastantes barcos ese día y cada uno esperaba escrupulosamente su turno para surcar los pasajes o entrar en las cuevas. Lo tienen todo muy hablado y estudiado entre ellos. También había muchos kayaks.
Continuamos por la Praia da Boneca hasta la Praia do Camilo, considerada una de las bonitas del mundo, según nos contó el guía con inevitable orgullo. También vimos el empinadísimo tramo de escaleras que hay que afrontar para bajar a la cala.
No puedo contar a cuántas cuevas entramos, pero fueron muchas y cada una parecía más bonita que la anterior. En algunas, realmente te preguntabas, ahí no se meterá, ¿verdad? Pues sí, vaya que si se metía
Tras recorrer la Praia dos Pinheiros y la de la Balança, llegamos al entorno de Ponta da Piedade, donde penetró el barco hasta uno de los puntos más bonitos y emblemáticos de la costa del Algarve. Lamentablemente, aunque los barcos esperaban su turno pacientemente, un par de barqueros contratados por algunos bañistas permanecían allí amarrados, sin moverse, con lo cual nos estropearon un poco el panorama.
Luego, doblamos la punta donde está el faro y entramos a algunas cuevas muy bonitas, sobre todo una en la que se apreciaba claramente una figura que parecía un elefante. Todo este tramo me pareció fascinante.
En algunos interiores, el color del agua era de un verde indescriptible. Realmente habíamos acertado con la elección del día y la hora. Mucho mejor por la mañana que por la tarde para esta excursión en concreto.
Sé que soy muy exagerada con las fotos y pongo demasiadas, pero en esta ocasión me está costando un mundo escogerlas.
Después de casi una hora, el bote dio la vuelta, alejándose de la costa, para volver más rápido al puerto, ya sin detenerse. En total, fueron unos 80 minutos de travesía que nos encantó, a lo que colaboró el maravilloso tiempo que nos hizo. Sin el sol, el cielo azul y el mar tranquilo no hubiese sido lo mismo (y bien que lo comprobamos posteriormente). Desde luego, me explayé con las fotos: no sé cuantos cientos hice .
ALMUERZO EN LAGOS.
Después de tan grata excursión, dimos una vuelta y, a lo tonto a lo tonto, era la una, con lo cual se imponía buscar un restaurante para almorzar, ya que casi todo el mundo estaba ya sentado a la mesa. Qué pronto se come en el Algarve, incluso más que en Francia. Además, como hacía bastante calor, queríamos un sitio a resguardo del sol y de comida portuguesa. Imposible encontrar una terraza a la sombra, así que terminamos en el interior de un comedor. Era curioso, en la terraza todo el mundo apiñado y dentro estuvimos nosotros dos y otra pareja. Bien, por tanto, respecto a las precauciones por la Covid. Por cierto que durante toda nuestra estancia en el Algarve en ningún sitio nos pidieron el certificado de vacunación. Prácticamente nadie llevaba mascarilla, excepto algunos camareros y, eso sí, debía ser obligatorio en los transportes públicos, ya que en los autobuses sí la llevaba todo el mundo.
El sol era implacable.
Pedimos un típico arroz de polvo (pulpo). Lo sirven en cazuela, ya que se prepara caldoso. Estaba muy bueno. También pedimos ensalada y un pastel típico, del que no me acuerdo su nombre. Allí descubrimos la sidra Sommersby, servida con hielo, canela y hierbabuena. Muy refrescante. Nos trajimos varias botellas a la vuelta.
CAMINANDO POR PONTA DA PIEDADE.
Por la tarde, esperamos a que aflojara un poco la fuerza del sol para ver nuevamente el entorno de la Ponta da Piedade, pero esta vez a pie, por lo alto del acantilado, buscando las mejores vistas. ¿Algo así?
Salí un poco antes para dar un garbeo por Lagos y esperé a mi marido junto a la escultura de Sao Gonçalo de Lagos, que se encuentra pasado el Fuerte da Ponta da Bandeira, junto al Miradouro da Praia da Batata. El motivo, muy simple: la única sombra existente era la que ofrecía la estatua, así que pude sentarme en el poyete sin que me achicharrase el sol.
Ya juntos, empezamos a caminar por la Avenida dos Descubrimientos hasta que llegamos al cruce que, a la izquierda, indicaba la dirección para ir a la Praia Dona Ana, bordeando un complejo hotelero. Las vistas desde los miradores eran fantásticas: qué sitio más bonito. Hablo de los picachos que sobresalían en el mar azul turquesa. De la calidad de la playa, con hamacas y sombrillas, no opino.
Seguimos caminando por una calle hasta que encontramos una indicación hacia la Praia do Camilo, que sin darnos cuenta pasamos por alto. Allí empezamos a ver unas pasarelas de madera, que pensamos eran parte de un recorrido senderista. Sin embargo, si se andaba por las pasarelas no se veía prácticamente nada interesante, por lo que en varias ocasiones tuvimos que saltar de la pasarela (están cerradas) para caminar por los senderos y asomarnos a los acantilados para contemplar las panorámicas.
Supongo que las pasarelas se habrán construido para proteger el entorno, lo cual está muy bien, pero es que no ofrecen ninguna perspectiva interesante, ni siquiera en los supuestos miradores. De todas formas, en ningún sitio pone que sea obligatorio caminar por ellas o que esté prohibido andar por los senderos. El asomarse más o menos a los abismos es, naturalmente, cuestión de sentido común.
Al fin, llegamos al Faro de Ponta da Piedade, donde al principio no veíamos nada interesante, hasta que al doblar un chiringuito nos topamos con los miradores y con el llamado “Paseo a las Cuevas”, unas escaleras que bajan hasta la pequeña cala a la que habíamos llegado por la mañana con el bote, donde estaban los barqueros que nos estorbaron la visión.
Por supuesto que bajé, no faltaría más. Aunque había bastante gente, el lugar era fantástico, con lo cual no me importó demasiado tener que afrontar los escalones de subida después.
Después de pasar el Faro, se puede seguir un tramo de la llamada Ruta Vicentina, que va por unas pasarelas que llegan hasta la Praia do Canavial. Mi marido llegó hasta allí, pero yo preferí demorarme por la zona en torno al faro, que me gustaba más, pues me cansé de seguir las pasarelas sin ver prácticamente nada.
Para regresar, llevamos el mismo camino de ida, si bien nos acercamos hasta la Praia do Camilo, de la que saqué algunas fotos. Iba a bajar, pero al final me quedé a medio camino porque vi una cosilla que no me gustó demasiado y preferí no arriesgar.
Volvimos a Lagos y cenamos en un restaurante italiano pizza, espaguetis con marisco y unas cervezas. Luego regresamos al hotel, pues al día siguiente daríamos por concluida nuestra estancia en Lagos, de la que me iba a llevar muy buenos recuerdos.