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Llegamos a nuestro último día de viaje, y como siempre nos ocurre, con ganas de continuar más días en Islandia.
Pero, todo lo bueno acaba y esa noche emprenderíamos rumbo a España.
Tras recoger las maletas y desayunar en el hostel pusimos rumbo a visitar el túnel de lava Raufarholshellir a 25 minutos en coche desde Selfoss.
Tras aparcar en el parking, entramos en el centro de recepción, donde esperamos el turno para nuestra visita.
Estos túneles se fabrican cuando cesa la corriente de lava y las paredes de la cueva se enfrían.
Es uno de los más largos de Islandia y por ello, decidimos hacer esta visita.
Para entrar nos pusieron unos cascos con luz frontal.
Nada más acceder a la cueva ya se van viendo diferentes coloraciones de la roca muy bonitas.
La visita era en inglés, y la guía iba parándonos cada pocos metros para explicarnos partes específicas del túnel.
La visita esta muy adaptada con pasarelas e iluminación lo cuál hace más fácil apreciar los rojizos de la lava.
La nena iba en la mochila contemplando todo.
Al final del recorrido la guía apagó las luces y la oscuridad era absoluta, no podías ver nada.
Tras hacernos un montón de fotos hicimos el camino de vuelta.
Os recomiendo plenamente la visita a esta cueva.
No es nada claustrofóbica, y es bastante sencilla la visita.
Eso si, hay escaleras empinadas.
Lo único que os recomiendo es que cojáis ropa de abrigo, guantes y gorro, ya que dentro de la cueva hace mucho más frío que en la superficie.
Acabada la visita, nos dirigimos a la zona geotermal de Seltún a 35 minutos en coche desde el túnel de lava.
La llegada a esta zona fue como aterrizar en otro planeta.
Lo que más nos sorprendió fue el olor a azufre y la cantidad de colores distintos que se pueden contemplar en las rocas y en el suelo: rojo, amarillo, marrón, negro…
La visita está preparada con pasarelas y puedes llegar hasta la parte de más arriba.
A nosotros además de los colores, lo que más me sorprendió fueron las fumarolas y los charcos de barro hirviendo y desprendiendo olores, que parecían ser de otro mundo.
Muy sorprendidos por lo que habíamos visto, concluimos la visita.
Desde Seltún nos dirigimos a Grindavik a unos 25 minutos en coche, donde teníamos previsto comer en uno de los restaurantes.
En la calle Hafnargata de Grindavik hay numerosos bares donde podéis comer.
Nosotros elegimos comer en “Fish house”. Muy bueno y bastante bien de precio, aunque cualquiera de ellos os hubiera servido para reponer fuerzas.
Ya con el estómago lleno, nos dirigimos a nuestra última visita del viaje, el Blue Lagoon, a unos 10 minutos en coche desde Grindavik.
Aconsejo reservar las entradas con antelación.
El Blue Lagoon es una piscina termal que destaca por su llamativo color azul celeste.
Este color se debe a las abundantes partículas de sílice beneficiosas para la piel.
A la llegada aparcamos en el parking más cercano a la entrada principal. Se accede a través de un sendero decorado con piedras volcánicas.
Ya antes de entrar se van viendo pequeños ríos de color azul muy fotogénicos.
Nuestra visita era a las 17h. Era temprano, y esperamos en la cafetería.
La nena aprovechó para dormir la siesta y nosotros tomamos un café, mientras disfrutábamos de las vistas de la laguna.
Cuando fue la hora, entramos a los vestuarios y nos cambiamos.
Una vez dentro, nadamos por toda la laguna, fuimos a una cueva de vapor, pasamos por debajo de cascadas de hidromasaje e incluso fuimos a un chiringo donde tomamos un zumo mientras nos bañábamos en la laguna. La consumición entraba en el precio de la entrada.
También nos gustó mucho el bar de mascarillas.
Nos ofrecieron una blanca que era gratis, pero también había otras hechas a base de algas y de lava.
Cuando nos cansamos salimos a comer algo a la zona de tumbonas que estaba cubierta.
Después volvimos a la laguna de nuevo.
Cuando ya estábamos bien arrugaditos, llegó el momento de ducharnos y dirigirnos al aeropuerto de Keflavik a unos 20 minutos en coche desde el Blue Lagoon.
Una vez allí, devolvimos el coche de alquiler.
En esta ocasión, revisaron muy poco el coche y rápidamente nos desbloqueron la fianza.
Ya sin coche y cargados con las maletas, esperamos el autobús lanzadera que nos llevaría a la terminal.
Tras facturar la maleta y pasar por el tax free, para que nos devolvieran el iva de la manta de lana. Cenamos en uno de los restaurantes externos del aeropuerto e hicimos algunas compras en las tiendas del aeropuerto.
Nuestro vuelo con Iberia Express, salía de madrugada, aunque al igual que a la ida tuvo un pequeño retraso.
Tras descansar en el avión lo que pudimos, aterrizamos a las 8h en Madrid.
Tomamos café en el aeropuerto, y cogimos el tren de cercanías con destino a Atocha.
Desde Atocha cogimos un AVE con destino directo a nuestro pueblo Cullera, donde llegamos muy cansados pasado el mediodía.
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