Temprano salimos hacia el muy conocido pueblo de Rijal Alma y aquí cabe desvelar un misterio que nos parece casi un “engaño” turístico. El pueblo-pueblo de Rijal Alma no tiene absolutamente ni un “rascacielos del desierto”, siendo un pueblo feo-feo y sin absolutamente nada de interés.
¿Entonces dónde están los archiconocidos edificios de puertas y ventanas de colores? Pues viniendo por la 211 desde el norte (Muhayil) llegaremos a una gran rotonda que nos llevará, al este, por la 2442 hasta Abha. En esta rotonda deberemos girar a la derecha y seguir hacia el sur por la misma 211, y a unos 4 km, tendremos que girar a la izquierda para tomar un desvío que pasa por debajo de la 211 que en este lugar es un viaducto bastante alto. Todavía nos faltarían unos 25 km para el pueblo verdadero de Rijal Alma (al que no tenemos que llegar para nada).
Pasando por debajo de la 211, entraremos en el Rijal Almaa Park Heritage Village, que es un espacio medio artificial donde están restaurando los famosos “rascacielos del desierto”. Una explanada nos dejará delante de la entrada al circuito principal (de pago, pero barato), donde podremos hacer varios recorridos por senderos y callejuelas llegando hasta las mismísimas puertas de estas afamados edificios (aunque no se puede entrar a casi ninguno, pues están ruinosos).
Las fotos de mil y un detalles se sucederán sin límite y si tenemos suerte, podremos ver el pequeño museo que allí hay, comprar un recuerdo o tomar un café o un refresco. Este “barrio” se alza sobre la mezquita y nos permitirá ver muchos kilómetros a la redonda, donde podremos vislumbrar algunos otros edificios (la mayoría en ruinas) similares a los que tenemos al lado. Es otro de los puntos emblemáticos de Arabia que no debemos dejar de visitar.

Cuidado con los numerosos (y peligrosos) babuinos que nos iremos encontrando a partir de ahora. Aunque la mayoría son asustadizos, otros han perdido el miedo y se nos lanzarán con rapidez a quitarnos cualquier cosa que llevemos a la vista, especialmente comida.

Dejamos atrás este curioso lugar para retomar una carretera bien asfaltada y cómoda, pero que comenzará a subir y subir, con decenas de herraduras y sartenes que parecen no tener fin, hasta que lleguemos a Al Soudah, el vértice geodésico de estas montañas desde donde podremos sorprendernos con unos paisajes fantásticos (ojo de nuevo a los monos).
Seguimos camino otros cien kilómetros y atentos, porque a la derecha, hay un desvío a un museo de historia (que está cerrado) pero que nos permitirá llegar al Palacio Aziz y a las torres defensivas que lo circundan, donde podremos parar un rato. Retomando la nacional 214 entraremos en la ciudad de Abha, que no es pequeña precisamente y que tiene alguna visita que, a priori, merece la pena.

Aquí no fue fácil encontrar un alojamiento para dos noches y ajustado a nuestras pretensiones, y así llegamos al Hotel Al Bouvardia, un 3 estrellas bastante flojito y alejado del centro. Garaje subterráneo, ascensor y una zona de estar muy amplia y con buenos sofás en el hall, con una gran TV. Teníamos una suite (dormitorio grande, baño y salón) pero con un mobiliario muy castigado y una limpieza menos que mediocre. Cama grande (hubo que cambiar las sábanas), armario y aire. Saloncito con dos sofás bastante viejos y manchados, con una TV que ¡qué sorpresa en Arabia! no funcionaba (¿es que los anteriores clientes no la encendieron nunca?).
Después de más de una hora trajinándola un trabajador del hotel y viendo que no había forma (que si el mando, que si el router, que si la antena…) al final optaron por lo más fácil: cambiarnos de suite ¡y todo por una tele que no conseguían poner en marcha!
La nueva suite (esta tenía dos dormitorios, salón, cocina y dos baños) era mucho más grande pero gozaba de parecida mugre y suciedad. Al revisar las sábanas de la nueva cama, vimos que no cumplían con el mínimo de limpieza, así que, literalmente, nos liamos la manta a la cabeza y nos llevamos, para sorpresa de los paquistaníes que nos atendían, el “lío” de sábanas y colcha de la primera cama (a las que habíamos dado el visto bueno) para esta segunda, así como las toallas más que revisadas y cambiadas.
El baño de nuestro dormitorio tenía ducha de cabina (al menos no lo inundaríamos todo), inodoro, lavabo de doble seno y una zona de almacenamiento. La pega es que de las 3 luces del techo solo funcionaba una, pero bueno, se veía lo suficiente. La cocina estaba aceptable y la TV, encendía pero no tenía canales. Afortunadamente esta vez el “técnico” dio con la tecla rápidamente y a los 10 minutos teníamos hasta la BBC en pantalla.
La guinda negativa (ejemplo de cómo limpia esta gente) es que en el segundo dormitorio (que no pensábamos usar) había un perchero de esos de pie, que nos vendría muy bien para colgar nuestras ropas. Pero cuando intentamos llevarlo a nuestro dormitorio, descubrimos que, colgando de uno de sus cuernos, había… ¡unos calzoncillos requeteusados! Se lo llevamos al paquistaní que estaba todavía por el pasillo para que lo hiciera desaparecer de nuestra vista. Creo que todavía se estará preguntando donde veían estos guiris el problema…
En los alrededores, una de las muchas urbanizaciones nuevas (adosados y chalets de cierto nivel) que proliferan por la mayoría de las grandes ciudades saudíes, con restaurantes, tiendas y otros servicios.
Como al final se nos habían hecho las tantas, decidimos comer por las cercanías y ubicarnos frente al televisor del hall (en la suite no teníamos acceso a las retransmisiones del mundial) para ver el partido España-Marruecos del mundial de Qatar, que se jugaba precisamente esa tarde.
Todos conocemos que la selección española perdió su partido contra los magrebíes en los penaltis, y, dejaba el mundial para volverse a casa (lógicamente, los árabes que coincidieron con nosotros en el hall, acabaron más que contentos porque Marruecos eliminara a España).