DIC 10 SAB.- RELIQUIAS DEL PASADO Y ARENAS ROJAS MUY CERCA DE RIYADH. ✏️ Diarios de Viajes de Arabia Saudi

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Amanece lloviendo (¡hay que ver lo que llueve en este país desértico!) y todo bastante negro, por lo que bajamos a desayunar sin demasiadas prisas, pero, claro, no vamos a estar todo el día aquí metidos, así que descartamos la excursión a “The Edge of The Wolrd” porque estará todo embarrado (además no hemos encontrado ninguna agencia que nos lleve por la mañana, ya que todas salen por la tarde con el fin de terminar con una demasiado turística cena-barbacoa, que no nos apetece nada) y preferimos visitar por libre (si el Yaris aguanta y este tiempo inclemente lo permite) Al Turaif en Diriyah (a ver si hoy podemos entrar), el poblado abandonado, medio fantasma, de Qusur Al Mubquil, las Red Sand Dunes y el Camel Trail 1.

Tras tomar la ruta ya conocida que nos lleva de nuevo hacia Diriyah, la lluvia no para de caer con fuerza, de tal suerte que llegando, la policía ha cortado el acceso principal (por el barrio de las embajadas), ya no sabemos si por la lluvia (aquí caen cuatro gotas y se forman unas inmensas balsas de 1 metro de profundidad) o de nuevo por el dirigente chino.

Así que intentamos llegar zigzagueando por las calles de un barrio que nos deja más que sorprendidos. Se trata de Wadi Hanifa y alrededores, donde las mansiones son palacios escondidos tras muros de varios metros de altura y manzanas de más de 200 m de lado, con cámaras y vigilancia por todas partes y de las que se pueden vislumbrar grandes cúpulas y accesos tan lujosos que ni Versalles. Aunque hay muchas calles anegadas de agua, la sensación de exclusividad es enorme y viendo que no hay manera de volver a Diriyah, optamos por seguir ruta hasta salirnos del mapa por la carretera 80 en dirección oeste, para llegar hasta el pueblo de Qusur al Muqbil, donde preguntamos a varias personas donde están las ruinas o el pueblo abandonado, sin que obtuviéramos respuesta positiva alguna.

Allí nadie parecía saber dónde estaba la única atracción del pueblo, así que desencantados (y seguía chispeando) fuimos buscando la salida sur (había calles totalmente anegadas por donde no nos atrevimos a meter al pequeño Toyota) del pueblo, camino de las “Red Sand Dunes”, hasta que de pronto, dimos con una mezquita más o menos grande y moderna, de donde estaban saliendo cientos de personas por haber terminado el rezo y, justo detrás, se veían claramente los muros derruidos de lo que otrora fuera un pueblo. ¡Habíamos dado por casualidad con Qusur al Muqbil!

Ante el asombro de los saudíes que por allí quedaban estacionamos junto a las paredes de barro y adobe y nos encaminamos a la búsqueda de una entrada al pueblo fantasma, sabedores que aquello estaba medio vallado y con carteles en árabe que seguramente prohibían el acceso por peligroso. Aunque todo estaba bastante mojado, había dejado de llover, e incluso parecía haber algo de resol, por lo que entramos en aquel conjunto de ruinas, donde, lógicamente, no había nadie.

Los restos de viviendas, mezquitas y casas se sucedían uno tras otro. Había zonas peligrosas (sobre todo ahora que estaba todo empapado) pero con mucho cuidado y sin arriesgar, pudimos disfrutar de aquel vestigio del pasado en absoluta paz durante un par de horas, tirando cientos de fotografías.
Si alguien se decide a visitarlo debe saber que está en la salida sur del pueblo, junto a la blanca mezquita del Rey Faisal.


Bastante más animados, tomamos la 505 hacia el este y luego la 5395 hacia el sur, rodeados de enormes farallones rocosos, impresionantes en mil tonos rojizos pintados por un sol que estaba desplazando a las nubes de lluvia, y que unos 20 km más allá nos permitió llegar a nuestra segunda parada de hoy: las dunas rojas.

Es fácil dar con ellas porque, aparte de un par de carteles (estos saudíes ponen carteles para anunciar centros comerciales y parques temáticos, pero no para lugares culturales o arqueológicos) se ve a cientos de saudíes subir y bajar, haciendo el burro, por estas colinas arenosas con sus quads o con motos. También hay quien se atreve a alquilar un ultraligero y sobrevolar tan llamativo paisaje.

Pues donde fueres haz lo que vieres y tras hacer una U volvimos hacia la duna más alta, donde antes de estacionar el Yaris, compramos (regateando pues nos pedía de entrada 50 SAR) unos jugosísimos higos a un campesino que los vendía desde su camioneta.


Allí nos tiramos otro par de horas, más que entretenidos, sobre todo viendo como las mujeres se arremangaban las abayas sin pudor alguno para subirse (por parejas) en aquellos quads y atreverse, sin que pareciera que tuvieran demasiada pericia en su manejo, a subir y subir hasta las crestas doradas, o mejor dicho, hasta donde la potencia de aquellos cacharros les permitiese. Eso no quita para que más de un chaval, envalentonado ante un par de guiris, quisiera demostrar sus habilidades, aunque acabara volcando el trasto y dando con sus huesos ladera abajo. En todo caso mereció la pena llegar hasta allí porque desde lo alto de la duna, el paisaje que se nos ofrecía era soberbio.


Con la segunda etapa conseguida ahora nos tocaba intentar llegar a la tercera, seguramente la más difícil para nuestro Yaris y hacia allá nos encaminamos. Había que volver a subir por la carretera 80 de vuelta a Riyadh, ya que a mitad de la enorme rampa que rasga en dos la montaña, debía haber un desvío a la derecha hacia un lugar llamado Takeshi, y desde allí una pista nos llevaría hasta la zona del Camel Trail-1.

Eso era la teoría, porque en la práctica cuando nuestro Nokia nos anunció “a 500 m, tome la salida a la derecha”, allí solo había vallas y vallas de obra, con un montón de excavadoras y camiones barranca abajo, sin forma alguna de acceder. Tuvimos que seguir avanzando y al llegar a la “puerta-control-policial” que hay una vez arriba (y donde no nos pararon), tomamos una carretera a la derecha con la intención de intentar llegar por otro camino hasta nuestro potencial destino.

Aquello era otra zona medio urbanizada donde las calles, en cuadrícula, iban llenándose de los consabidos adosados, pero cada vez que intentábamos poner rumbo al oeste, aparecía el desierto sin una triste pista que echarnos a las ruedas. Perdida una hora y siendo ya las cuatro de la tarde, nos pareció más sensato no aventurarnos en aquel desierto desconocido y embarrado y volver hacia la ciudad, no sin antes darnos el gustazo de atravesar el fabuloso puente Hanging Riyadh Bridge que salva el Wadi Laban, que si este puente colgante está ahí es porque algún día el cauce, hoy casi seco, se debe llenar de agua.


Nada más terminar el puente dimos la vuelta para regresar a la capital, pero hoy no es viernes sino sábado, y a muchos kilómetros del centro, ya nos vimos inmersos en el cotidiano atasco (¡esto no es calidad de vida, por mucho dinero que tenga esta gente!), lo que nos obligó a gastar más de 2 horas para llegar a nuestro hotel, lo que hicimos pasadas las siete y completamente de noche.

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