Amaneció a eso de las siete, y tirando del wifi del balneario buscamos donde demonios podía estar la jefatura de la policía de tráfico, encaminándonos hacia allá una vez que dieron las 8. Llegamos a una especie de cuartel donde había agentes en la puerta, pero éstos nos dijeron que aquel no era nuestro destino, orientándonos hacia la dirección correcta, donde llegamos pocos minutos después.
Ya con el sol fuera, y estacionados en un jardincillo frente a la jefatura de tráfico, aprovechamos para tomar algo a modo de desayuno, de modo que a las 08:45 un agente salió del cuartelillo y, dirigiéndose a nosotros, nos dijo que entrásemos. Yo le enseñé el papelito que su compañero me había entregado la noche anterior y nos pasaron a una sala, donde nos atendió uno que parecía jefe (por las divisas creo que un teniente). Al poco apareció otro policía de paisano, que no era otro que el que os atendió in situ, y entre todos hicimos una especie de declaración-reproducción de los hechos (muy poco ortodoxa), donde el jefecillo se empeñaba en transmitirnos que nosotros teníamos entre un 25 y un 75% de culpa (que yo sepa, en un accidente hay un culpable y una víctima, y no se les reparte porcentaje alguno de culpa), negándonos nosotros rotundamente.
Este buen hombre llegó a dibujar (con poco acierto, pero con gran esfuerzo por su parte, ya que siempre sacaba la punta de la lengua como los niños) hasta una docena de rotondas, donde intentaba reproducir los hechos. Por su parte el agente “nocturno” no hacía más que contradecir a su jefe, insistiendo en que el único culpable era el todo terreno.
Así llevábamos más de hora y media cuando el jefe decide que vayamos todos a la rotonda, a lo que yo, cansado de tanta inoperancia, me niego. Se van ellos y nos quedamos esperando otra hora, hasta que el coche patrulla volvió con un jefe con muy mala cara y un policía que, a sus espaldas, nos hizo el gesto de la victoria.
Aun tuvimos que esperar casi otra hora para que nuestro atestado (solo en árabe y con suficiente fotos del lugar y de los vehículos) estuviera disponible, pero ni siquiera al final la burocracia saudí demostró un mínimo de agilidad, pues el informe solo nos lo podían hacer llegar a nuestro “número de teléfono saudí”, algo que no teníamos. Afortunadamente un chico (que hablaba inglés) que estaba allí por otro accidente, se prestó a recibir nuestro atestado y reenviárnoslo vía whatsapp, lo que a su vez me permitió imprimirlo más tarde en una copistería. Toda una aventura que, como veremos en su momento, tendría un buen final.
Superado el tema del accidente y la lentitud policial, todavía nos quedaba resolver nuestro alojamiento para esta noche, así que volvimos nuestros pasos hacia el hotel que nos había reservado el chico marroquí del balneario, llegando a las últimas casas del pueblo (más allá, solo desierto) y encontrándonos un pequeño edificio con tres plantas y ascensor donde un muchacho joven nos atendió y entendió que éramos los “recomendados” de su amigo marroquí.
Le explicamos porque no habíamos podido llegar la noche anterior y nos asignó una habitación totalmente nueva en el último piso (de hecho, había partes del hotel que estaban sin terminar), muy espaciosa, con cama King, buenas sábanas y toallas, muebles nuevos, balcón soleado, frigo y TV y un baño nuevo y amplio (aunque sin mampara en la ducha) que, tras nuestra accidentada noche reciente, nos pareció el paraíso y por el que pagamos 300 SAR (por noche y sin desayuno). Tras dejar las cosas y asearnos, retomamos nuestros pasos y nos dirigimos al centro de Al Ula para visitar todo lo que pudiéramos, ya que mañana teníamos visita reservada (desde España) para Hegra.
El cielo amenazaba lluvia pero pudimos recorrer parte de los caminos que serpentean entre las singulares montañas de Al Ula y se adentran en pequeños oasis y frondosos palmerales, donde, debido a la lluvia, encontramos cascadas muy fotogénicas, unas pequeñas de unos pocos metros y otras que caían más de cien metros desde lo alto de los montes, y que en todo caso tendrían una vida de solo unas horas.

Aparcamos en el centro del pueblo moderno, donde están las ruinas de la antigua estación de tren (aunque están valladas, se pueden ver perfectamente) junto a un parque con jardines y con una gran pantalla donde poder ver los partidos del mundial de fútbol (delante de la pantalla había asientos e incluso pufs en el suelo donde los televidentes podían recostarse).
Después, aprovechamos para visitar el pueblo antiguo, dejando el Yaris en un aparcamiento cercano y gratuito, desde donde nos llevaron en una especie de carritos de golf hasta la entrada al pueblo, sitio muy turístico, donde hay edificios muy antiguos mezclados con tiendas y restaurantes “camuflados” con el entorno. El lugar merece ser visitado pues está encajonado entre montes donde el paisaje resulta muy atractivo. Además, en algunos puntos, hay personajes vestidos de época representando leyendas antiguas y que dejan a los más pequeños con la boca abierta. Esto nos llevó, sin prisas, casi 3 horas, volviendo al final a nuestro Toyota con el mismo sistema de cochecito eléctrico.

Estando próximos al atardecer y pintando el sol de rojo intenso los farallones de Al Ula, nos acercamos a Winter Park, una enorme zona ajardinada desde donde salen los autobuses que nos llevarían al día siguiente hasta el yacimiento de Hegra. Aprovechamos para cenar unas muy buenas pizzas en las mesas exteriores de un local autóctono en el centro de la ciudad, regresando a nuestro deseado hotel bajo unas negrísimas nubes que terminaron abriéndose y descargando algo más que un aguacero, circunstancia posible pero poco usual en estos parajes.
