De nuevo, comenzamos el día muy temprano, tanto que, sin querer, nos colamos en el primer castillo al que entramos. Y es que llegamos al Château du Plessis-Macé, vimos la puerta entreabierta y pasamos. Buscamos la taquilla, pero no había nadie, estaban como de labores de limpieza, pero no había nadie. Así que visitamos los jardines solos y gratis. En nuestra ingenuidad, pensamos que los jardines serían de acceso libre y sólo habría que pagar para entrar a los edificios. El caso es que nos ahorramos 7€ por persona.
No encantó la mezcla de estilos en los edificios, según sus épocas constructivas. Por fuera es bonito, pero por dentro lo es más y encima, diferente.


Seguimos con el Château du Plessis-Bourré, que sólo vimos desde fuera porque entrar a todos es muy caro y para castillos sobre el agua ya entraríamos a Chenonceau. Eso sí, la paradita merece la pena y enfrente había unos campos de girasoles que no podían hacer el sitio más bucólico.

Haríamos muchas de estas paraditas durante la Ruta, para estirar las piernas, dar una vuelta por los alrededores y sacar unas fotitos. De hecho, a veces eran paradas programadas para ir haciendo altos en el camino a lo largo de la Ruta y que no se hiciera pesado tanto coche tan seguido, y otras veces nos encontrábamos con ellos al pasar con el coche y parábamos. Así nos pasó, por ejemplo en Feneu.
En el Château de Montgeoffroy fue una paradita programada y, aprovechamos para verlo por fuera y comer de picnic (todos los días comeríamos así, que es lo que acostumbramos a hacer para no perder demasiado tiempo en restaurantes y, con ello, horas de luz y de apertura de los sitios).

En cambio, el Château de Salvert fue un poquito decepción, pues, para empezar, nos costó dar con él y, para continuar, aunque las verjas estaban abiertas, nos pareció tan privado que sólo nos atrevimos a verlo desde lejos.
Siguiendo el Loira, llegamos a Cunault, aparcamos frente al río y vimos su château, eso sí desde fuera y tras su muro. Pero aquí lo bonito era seguir el paseo del río, porque había sido una sucesión de casitas, edificios relevantes, bodegas, etc. Todo dispuesto a lo largo del río, de tal forma que el municipio lo conforman varios pueblitos: Cunault-Trèves-Chênehutte.
Así, encontramos la Prieurale Notre Dame de Cunault, ya en Trèves, la iglesia de Saint-Aubin y los restos de una torre y, en Chênehutte, la iglesia de Notre Dame de la prée des Tuffeaux.

Y ya por fin, nos dirigimos a Saumur, donde haríamos noche. La verdad es que Saumur es bonito y tiene varias cosas para ver, pero es que, encima, celebraban una fiesta del vino y estaba todo el centro y el paseo del río lleno de ambiente.
Eso sí, antes de que se fuera la luz decidimos ir a visitar la ciudad: atravesamos el puente sobre el Loira, subimos hasta el castillo y contemplamos las vistas panorámicas, volvimos a bajar hacia el centro de la ciudad y pasamos por la iglesia de Saint-Pierre y el Hôtel de Ville. Dimos un par de vueltas por el centro a rebosar y nos animamos a acercarnos a la fiesta, con las indicaciones que nos había dado el anfitrión de nuestro alojamiento. Bebimos un par de copas de vino, bailamos con la música en directo. Y terminamos el día encantados de la vida y las sorpresas que siempre surgen en los viajes.
