Segunda mañana que nos despertamos en Galway, y último día de nuestro viaje por Irlanda. Hoy tenemos que estar sobre las 18:30 en el aeropuerto de Dublín, porque nuestro vuelo de Ryanair despega a las 20:50, pero antes tenemos que devolver el coche a la agencia de alquiler en su oficina del aeropuerto.
Tenemos por delante 212 kilómetros de carretera, que afortunadamente es todo autopista. Pero por el camino vamos a dar los últimos coletazos del viaje parando en un par de lugares de interés.
ABADÍA DE CLONMACNOISE
A 80 km de Galway, por la M6 y luego tomando el desvío de la R357, llegamos a la Abadía de Clonmacnoise. Se trata de las ruinas de un conjunto monástico palocristiano fundado en el S.VI, una especie de pequeña ciudad de la que quedan restos de varios templos y otras construcciones, así como montones de cruces celtas. El precio de la entrada es de 8 € e incluye una visita guiada (en inglés). Desde ya, dejo dicho que es una de las cosas más interesantes que he visto en este viaje por Irlanda y que merece mucho la pena por el precio que cuesta.
Sólo el enclave es ya una maravilla, junto al río Shannon y rodeado de inmensas praderas verdes.

Abadía de Clonmacnoise
El guía nos cuenta que Clonmacnoise fue estratégicamente fundada precisamente en este lugar por ser una encrucijada de caminos: por allí pasaba una de las rutas terrestres comerciales más importantes de la época, que cruzaba la isla de este a oeste, y por otro lado el caudaloso río Shannon era también entonces una vía de comunicación entre el norte y el sur. Por tanto, esta ubicación no podía ser más oportuna. En su época de mayor apogeo (S. VIII a XII) Clonmacnoise llegó a ser una auténtica ciudad medieval de gran importancia, no sólo en el aspecto religioso sino también en lo cultural y comercial.
En Clonmacnoise hubo una catedral, construida en el S.X, de la que hoy sólo quedan sus muros en ruinas, aunque en su portada norte aún se conservan algunos relieves góticos.

Restos de la Catedral de Clonmacnoise
Todo el conjunto está salpicado de sepulturas señalizadas con grandes cruces celtas de piedra. La mayor de ellas es espectacular. Mide más de 4 metros de altura y fue esculpida en un único bloque de piedra arenisca en torno al año 900. Se considera una de las más bellas y mejor conservadas del país.



Cientos de cruces celtas en Clonmacnoise

La gran cruz celta ante los restos la Catedral de Clonmacnoise
Realmente, la cruz que vemos aquí es una reproducción exacta de la original, que se encuentra a buen resguardo en el museo que visitaremos luego, incluido en el precio de la entrada.
En torno a la Catedral quedan restos de varios templos menores, así como de otras construcciones laicas. Algunos mejor conservados o más restaurados que otros.


Restos de edificaciones en Clonmacnoise
En la foto anterior puede verse una ofrenda de flores frescas sobre un enterramiento. Se trata de la tumba de la última persona que ha tenido el privilegio de ser enterrada en Clonmacnoise, hace apenas un año. Desde 1954 no se admitían más enterramientos, pero se hizo una excepción con esta mujer porque su esposo, fallecido en 1951, está enterrado aquí.
Otras de las construcciones que se conservan en bastante buen estado son un par de torres circulares que en su día fueron campanarios de sendos templos. Las torres circulares son elementos arquitectónicos característicos de Irlanda de los que ya quedan pocos ejemplos.



Torres circulares en Clonmacnoise
El día acompaña con una temperatura perfecta y un cielo azul cristalino. Tras la visita guiada, que dura aproximadamente media hora, nos quedamos un rato explorando libremente todo el conjunto. Después entramos en el museo, donde se conservan a resguardo montones de piezas originales rescatadas del asentamiento de Clonmacnoise, entre ellas la gran cruz celta de más de 4 metros de altura de la que antes hablaba.

Piezas originales en el museo de Clonmacnoise
Me ha encantado esta visita. Ha sido una de las cosas que más me han gustado de todo lo que hemos visto en Irlanda.
ATHLONE
Es la hora de buscar un lugar donde comer, así que conducimos hasta la localidad de Athlone, la más grande de los alrededores, donde esperamos encontrar más oferta. Se nos hace muy larga la media hora que tardamos en recorrer los 22 km que nos separan de ella, pero por fin llegamos y dejamos el coche en uno de los muchos parkings de pago que hay diseminados por la ciudad, concretamente uno llamado Fair Green Car Park.
Esta pequeña ciudad presume de albergar el pub más antiguo de Irlanda. ¿Pero esto qué es? ¿No habíamos quedado en que el más antiguo era The Brazen Head, de Dublín?




Supongo que todo son simples estrategias para atraer turismo. En fin... Éste se llama Sean’s Bar y está registrado en el libro Guinness de los Récords como el más antiguo, así que creeremos que éste el auténtico y verdadero.

Vamos a ver si podemos comer en el Sean’s Bar. Para llegar allí tenemos que cruzar el río Shannon por el puente de Athlone Town, desde cuyo extremo tenemos esta bonita imagen de la iglesia de San Pedro y San Pablo y del Castillo del S.XII.

Athlone
Realmente me sorprende la ubicación del castillo de Athlone, en terrenos bajos en vez de en un promontorio. Supongo que se construyó junto al río buscando un seguro abastecimiento de agua, como residencia en tiempo de paz, más que como fortaleza defensiva para tiempos de guerra. Pero sólo es mi teoría; realmente no tengo ni idea. Según he leído, la visita del castillo es bastante interesante, pero no tenemos tiempo. Queremos llegar cuanto antes al aeropuerto de Dublín esta tarde por si tenemos algún contratiempo con la devolución del coche a causa del problema que tuvimos con el pinchazo de la rueda.
Llegamos al Sean’s Bar y ya antes de entrar vemos que ahí no vamos a poder comer porque no es restaurante. En cualquier caso, entramos unos segundos a echar un vistazo. El interior es muy oscuro y a los ojos les cuesta acomodarse, pero a través de la penumbra podemos constatar que está abarrotado de gente (¿bebiendo ya a estas horas?) y que parece una chamarilería, de tanto cachivache que hay colgado por las paredes. Entiendo que existir desde el año 900 conlleva como consecuencia toda esta acumulación de objetos.

Sean’s Bar, en Athlone
Así pues, buscamos cualquier otro sitio en los alrededores donde no nos cobren en oro por comer, y acabamos en un local de al lado llamado River View Bistro, donde comemos los tres por 37 €. Correcto, sin grandes alardes, pero bien y barato.
Es una pena no poder entretenernos más en Athlone, porque esta pequeña ciudad tal vez merezca un poco más de atención. Al menos me hubiera gustado dar una vuelta por el centro y ver el castillo, pero aún tenemos 135 km hasta el aeropuerto de Dublín.
Poco más queda por contar de este viaje. Llegamos sin novedad a la oficina de Thrifty en el aeropuerto, no sin antes repostar en una gasolinera cercana para devolver el coche con el depósito lleno. Comentamos con el empleado el tema del pinchazo, pensando que esto desencadenaría un problema al haber cambiado el neumático afectado por un modelo diferente al de la otra rueda de atrás, o por cualquier otra circunstancia que se les ocurriera. Pero no; simplemente nos dice “vale” y así queda zanjado el tema.

Como habíamos venido pronto al aeropuerto por si había algún problema en Thrifty con lo de la rueda, y no lo ha habido, ahora nos sobra un montón de tiempo aquí. Para colmo de males, en las pantallas de la terminal anuncian un retraso de dos horas en la salida de nuestro vuelo. Ryanair nos indemniza con un código de 4€ de descuento por persona, a canjear en algunos restaurantes y cafeterías del aeropuerto; importe que no alcanza ni para una magdalena, dados los precios de los aeropuertos.

Por fin, sobre las 23:00 embarcamos a pie de pista en el vuelo que nos traerá de vuelta a Madrid. Vamos a llegar tardísimo a casa… y mañana hay que madrugar para trabajar.
Sólo queda soñar con el siguiente viaje... ¡dentro de un año!

¡Adiós, Irlanda!