Hoy toca hacer un primer intento de pasar de la mitad de la isla. Las 2 veces que hemos estado en Mauricio he querido recorrer la capital y el norte, pero al final siempre me termina tirando más el sur, su naturaleza y sus playas salvajes.
Pero en esta ocasión, las nubes y la lluvia iban a reinar durante toda la jornada en nuestra zona, y parecía que la capital tenía mejor previsión.
Una hora de carretera nos separa de PORT LOUIS, y ponemos como destino su mercado central. Aparcar en la zona supone todo un reto, nosotros conseguimos hacerlo bastante lejos y fuimos dando un paseo, así de paso, recorríamos la ciudad.
Port Louis huele a India, a África, a Europa, a China, y por supuesto, a Oriente Medio, y aunque no tiene grandes atractivos, siempre merece una visita, aunque sea corta.
El horario del mercado central de lunes a sábado durante nuestro verano es de 5:30 a 17:30. Domingos de 5:30 a 11:30. Es el centro de la economía local de Mauricio desde la época victoriana, y el lugar ideal para tomarle el pulso a la vida local.

Después fuimos caminando a Le Caudan Waterfront, una especie de centro comercial, con su famosa avenida de los paraguas. Allí hicimos algunas compras a modo de recuerdos, alguna foto y deshicimos el camino de nuevo.
Visitamos los Jardins de la Compagnie, y con ellos dimos por finalizado el recorrido por la capital. Los jardines tienes largos paseos de higueras de Bengala, muchos bancos donde sentarse a descansar y admirarlos y esculturas de un artista local. Es un sitio muy tranquilo y recomendable
Cuando nos disponíamos a poner en el navegador el jardín botánico, empezó a llover de manera torrencial. Inviable por completo el plan original, así que nos vamos a recorrer un centro comercial: Bagatell Mall. Pues eso, un centro comercial sin más. Dimos un paseo, estuvimos resguardados, en un Intermarché compramos algunas cosas, y por suerte, despejó.
Ahora sí, nos espera el JARDÍN BOTÁNICO DE PAMPLEMOUSSES. Aunque oficialmente se llama Jardín Botánico Sir Seewoosagur Ramgoolam.
El verano pasado me había quedado con las ganas, y este año era una de mis prioridades. Estaba harta de ver en instagram sus famosos nenúfares gigantes, que llegan a tener 2 metros de diámetro, y deseaba visitarlos.
Se trata de un relajante edén repleto de plantas endémicas y también foráneas. Debe su nombre, Pamplemousses, a unos cítricos parecidos al pomelo que se introdujeron desde Java.
La entrada fue súper barata, unos 5 o 6 euros y está abierto solo hasta las 17:30h. Y en la entrada te ofrecen realizar la visita con un guía en cualquier idioma por un suplemento.
Vaya por delante que agosto es su invierno, por lo que no pudimos disfrutar de la floración de muchas de sus plantas, y por supuesto sus nenúfares no fueron una excepción.
Las palmeras ocupan gran parte del jardín, con todas sus clases y generalidades, incluidas las de Ceilán, que florecen una única vez a los 40 años y después mueren.
Y como no, la joya de la corona, la parte central la ocupa un gran estanque con los ya nombrados nenúfares gigantes, originarios de Sudamérica, aunque como decía, estaban un poco marchitos, aún así disfruté de la visita; hubiese pasado allí horas.
También hay una zona de tortugas gigantes (ya las habíamos visto el año anterior en el Valle de los 7 colores) y pequeños ciervos.
En varias ocasiones tuvimos que resguardarnos de la lluvia intermitente que nos acompañó durante el resto de la jornada en cenadores que tienen colocados por todo el jardín. Y claro, las fotos no lucieron como si fuese un día soleado.

Confiar en el pronóstico del tiempo en Mauricio es todo un desafío, y ese día destrocé mis queridas sandalias. Pisar sobre mojado durante todo el día y un par de aguaceros que nos cayeron por el camino (incluido uno del parking a la habitación), consiguieron destrozar mis sandalias favoritas.

El punto romántico del día lo puso una cenita que nos esperaba a pie de playa, y aunque no paraba de llover, y empañó un poco la escena, la disfrutamos igualmente. Desde aquí mis más sinceros agradecimientos a mi contacto, que lo hizo posible

Y mientras tanto, y como en el paraíso todo está pensado y nada ocurre al azar, nos prepararon la habitación y así nos la encontramos, digna de cualquier luna de miel:


Este último detalle, obra de nuestro mayordomo Melvin, que nos cuidó durante todo el viaje como si de mi padre se tratase
