Itinerario de la jornada.
Concluida la excursión del teleférico, que nos llevó casi tres horas, fuimos a buscar el coche y emprendimos viaje, vía Passo Giau, hacia Alleghe, donde teníamos reservado alojamiento para esa noche. Previamente, pretendíamos hacer una caminata por un desfiladero habilitado que se llama Serrai di Sottoguda. No pudo ser y el itinerario de la jornada quedó con 37 kilómetros y el siguiente perfil en Google Maps:

Passo Giau.
De camino hacia el sur por la carretera SP638, no tardamos en llegar al Passo Giau, que conecta Cortina d’Ampezzo con Selva di Cadore y Colle Santa Lucia. Con una altitud de 2.236 metros, se sitúa en una extensa zona de pastos de montaña, a los pies del monte Nuvolau. Es un lugar tradicional para empezar la ruta senderista de subida a las Cinque Torri, la que habíamos previsto hacer nosotros en un principio, pero que tuvimos que cambiar por el mal pronóstico del tiempo. Había mucha gente con sus correspondientes coches, pese a lo cual logramos colocar el nuestro en un hueco libre y ¡gratis


Las perspectivas que se tienen desde allí son magníficas, con la Marmolada, Tofana, Croda Rossa, Cristallo, Sorapiss, Croda da Lago, Lastoni di Formin, Cadini di Misurina… En fin, los grupos y picos que habíamos vislumbrado ya muchas veces desde diferentes ángulos, pero que nunca te cansas de contemplar.


Además, el verde de la hierba y el color de las flores parecían más intensos en este fantástico lugar y sus alrededores. Por cierto, todavía no he comentado nada sobre las flores de los Dolomitas y son todo un espectáculo moteando los prados verdes (y hasta las piedras desnudas) en esta época del año. Un plus del mes de junio al que me referiré en el resumen final.




Al cabo de un rato, continuamos nuestro camino comenzando el descenso de este Passo, lo que requiere surcar 28 cerradas y empinadísimas “tornantes”, oportunamente numeradas. Aunque el paisaje era bellísimo, se nos hizo largo el puerto, incluso los frenos del coche empezaron a quejarse al final.




Pasamos por Selva di Cadore, vimos su iglesia y tratamos de encontrar un restaurante para comer. No localizamos ninguno abierto, así que continuamos hasta Caprile, donde tras un par de intentos nos instalamos en la terraza del Hotel La Montanina. Tomamos tallarines, espaguetis, ensalada y un postre frío de limón y frutos rojos. Como de costumbre, todo muy bueno.
Selva di Cadore y entorno de Caprile.



En cuestión de dos minutos, se levantó un viento muy fuerte y el cielo se cubrió. El personal del restaurante se apresuró a cerrar sombrillas y a recoger sillas, mesas y manteles. Menos mal que ya habíamos acabado de comer.


Volvimos al coche justo antes de que empezara a llover torrencialmente. Por supuesto, suspendimos la excursión y nos dirigimos directamente hacia nuestro hotel, en Alleghe. Afortunadamente, nos hallábamos apenas a cinco kilómetros del pueblo.
Alleghe.
Esta pequeña localidad de la provincia de Belluno que cuenta con poco más de 1.300 habitantes, se halla a 1.100 metros de altitud, a los pies del imponente Monte Civeta y a orillas del lago Alleghe. Está considerado uno de los pueblos más bonitos de los Dolomitas y así nos lo pareció. Pero no me voy a anticipar... ¿o sí? Pues sí, no me puedo contener.




En medio de una lluvia intensa pero no tan fuerte como la de la noche anterior, llegamos al Hotel Alle Alpi, situado en pleno centro histórico, junto a la Iglesia parroquial de San Biaggio. Este alojamiento lo tenía reservado desde el principio, ya que su precio (102 euros con desayuno incluido) me pareció una ganga considerando lo que se estila por la zona. La recepcionista, muy amable y en perfecto castellano, me ofreció aparcamiento para el coche en un garaje anexo por 10 euros el día completo. Y, claro, le dije que sí.

El hotel ocupa una casa tradicional tirolesa, con terrazas corridas de madera oscura, repletas de jardineras con flores. Precioso. Nuestra habitación, en el segundo piso, era muy cómoda y estaba rodeada por una balconada desde la que casi podíamos tocar el campanario de la iglesia con la punta de los dedos. Las vistas eran muy bonitas. A toro pasado, coincidimos en que nos hubiese gustado pasar alguna noche más allí. Sobre todo al día siguiente, cuando un sol espléndido realzó más aún las panorámicas. Se respiraba mucha paz en aquella terraza.


Ruta circular por el Lago Alleghe.
Al cabo de un rato, dejó de llover. Dejé a mi marido durmiendo la siesta y salí a investigar. El centro del pueblo es pequeño y cuenta con calles estrechas y empinadas entre las que destaca la plaza donde se encuentra la iglesia. Tardé poco en recorrerlo casi entero. Más dispersas están las pequeñas urbanizaciones y chalecitos que se arremolinan a orillas del lago, la máxima atracción del pueblo junto con las montañas que lo enmarcan.



El lago Alleghe tiene una historia trágica tras de sí. El embalse de agua se originó en 1771 tras un desprendimiento de tierras que obstruyó el paso del río Cordevole y produjo la destrucción de varias aldeas, la inundación de campos y pastos y la muerte de 48 personas. Los desprendimientos continuaron durante un tiempo, llegando incluso a destruir la iglesia de Alleghe. Actualmente, el lago tiene una superficie de 0,5 km2 y una profundidad máxima de 55 metros.


Comprobé que había una ruta que rodeaba el lago y comencé a seguirla, yendo hacia la derecha, por una acera que se ha construido junto al arcén de la carretera que continúa hacia el sur. Con el cielo cubierto, las aguas se veían oscuras, pero fueron aclarándose conforme subía la intensidad de la luz. Las orillas están cuidadas, con macetas de flores, pequeños parques y bancos para descansar.


Descubrí un cartel que señalaba la dirección hacia una cascada. Intenté dar con ella, pero aunque llegué a oir el sonido del agua, el sendero se adentraba en el bosque y estaba resbaladizo por la lluvia caída. Como no llevaba botas ni bastón, desistí.



Caminando tranquilamente, llegué hasta Masaré (no sé si es pueblo o urbanización), que se encuentra en una de las esquinas del lago, desde donde divisé unas cascaditas formadas por el río Cordevole.


Crucé el puente y emprendí el regreso por la orilla contraria, siguiendo un indicador que señalaba “giro del lago”. En adelante, el tiempo no hizo sino mejorar, incluso salió el sol. Las vistas eran cada vez más bonitas. Empezaba a hacer calor.


Tras un buen rato alternando sendero, calle y carretera, aparecí justo enfrente de Alleghe, donde varios balcones-miradores ofrecen las mejores vistas del lago, con el pueblo de fondo reflejándose en el agua. El panorama era realmente idílico.


No sé cuántas fotos tomé. Todo me gustaba: la iglesia con su campanario, las casitas, la montaña, los bosques… Y todo por duplicado, arriba y abajo. Y con el Monte Civeta de fondo. ¡Qué bonito!



Un poco más adelante, el sendero estaba cortado por unas obras; así que tuve que hacer un tramo por la carretera que discurre paralela al río. El lago iba quedando más lejos, a mi espalda.

Poco después, tras cruzar un puente, giré a la derecha, buscando nuevamente el lago. En esta zona, hay aparcamientos gratuitos para turismos –en el centro, son de pago-, también vi caravanas estacionadas, supongo que con un coste. Igualmente, vi carteles informativos sobre excursiones y rutas que se pueden realizar en las inmediaciones. En realidad, este es el lugar de inicio de la vuelta al lago, aunque al ser circular, da igual.

Desde allí, no tardé en completar mi recorrido. Tarde unas dos horas en hacer los cinco kilómetros, caminando con toda tranquilidad, sentándome a ver el panorama cuando me apetecía y tomando mil fotos. Si tenéis tiempo, no os perdáis esta ruta, sobre todo por la tarde. Los reflejos son mágicos. Más tarde, me reuní con mi marido y fuimos a cenar unas pizzas y unos helados en un restaurante muy agradable, junto a la iglesia. Por la noche, vimos un partido de fútbol del Mundial de Clubs. Jugaba el Real Madrid.

