El día amaneció soleado y muy caluroso. El itinerario previsto comprendía el Castillo de Sigmundskron, en Bolzano, la visita de la propia ciudad de Bolzano y el Lago di Carezza, todo de paso hasta nuestro alojamiento en Mazzin, pero tuvimos que modificarlo sobre la marcha tras la primera parada y la ruta definitiva fue: Castillo Sigmundskron, Lago di Carezza, Passo Pordoi, funivia Sass Pordoi y la ruta senderista de Viel dal Pan. En total, unos 157 kilómetros y el siguiente perfil según Google Maps:

Castillo Sigmundskron: museo de montaña Reinhold Messner de Firmiano.
Situado en lo alto de una colina, a cinco kilómetros de Bolzano, habíamos leído que ofrece unas vistas panorámicas fantásticas y decidimos acercarnos. Desde la carretera, lo divisamos así:

Google Maps nos jugó una mala pasada y nos llevó hasta un apartadero en la carretera, donde se advertía que desde aquel punto solo se podía alcanzar el castillo caminando. Como no localizábamos otra forma de llegar, decidimos subir a pie, pues el sendero surcaba un bosque que parecía protegernos del calor. Era una ruta corta, de una media hora, pero con bastante pendiente. Una vez arriba, como sucede a menudo en los Dolomitas, nos topamos con un aparcamiento repleto de coches, justo a la entrada, aunque seguramente de pago. No sé por dónde habrían subido. Eso sí, para contemplar las panorámicas es preciso pasar por caja. Nos pareció algo caro (15 euros la entrada normal y 13 la de seniors), pero ya que estábamos allí, nos animamos a entrar.



Este castillo está considerado uno de los emblemas del Tirol del Sur. Su origen se remonta al siglo X y constituyó una de las sedes administrativas de los príncipes-obispos de Trento, siendo uno de los mejores ejemplos de arquitectura defensiva medieval de la zona. En el siglo XV, lo adquirió el Conde del Tirol para convertirlo en fortaleza. A partir del siglo XVI, dejó de utilizarse con fines militares y entró en decadencia.



Sus murallas esconden en la actualidad uno de los cinco museos creados por el famoso alpinista Reinhold Messner para compartir su fascinación por la naturaleza y, en concreto, la relación del ser humano con la montaña. Con numeroso material que el escalador reunió a lo largo de sus expediciones por todo el mundo, la exposición se encauza a través de estructuras de hierro y acero, recorre las antiguas dependencias y ocupa los torreones de la fortaleza, parcialmente restaurados.

El museo está bastante bien, pero, lógicamente, su interés depende de la afición por la montaña de quienes lo visiten. Aparte de eso, no me atrevo a decir si las estupendas panorámicas que se contemplan tanto de Bolzano como de la amplia cuenca en que se asienta la ciudad, formada por la unión de los valles Isarco, Sarentino y Adigio, constituirían un atractivo suficiente para todos los públicos.

Tardamos un buen rato en recorrer todo el recinto. Hacía un calor asfixiante y estábamos sudando a chorros, lo cual no era extraño considerando que se anunciaba una ola de calor tórrido, que iba a elevar la temperatura en Bolzano hasta los 39 grados. De modo que, al terminar la visita del castillo, decidimos “pasar” de Bolzano e ir directamente a la zona de montaña, anticipando a esa tarde alguna de las visitas que teníamos previstas para el día siguiente.

Lago di Carezza.
En cuanto dejamos Bolzano para enfilar la carretera SS241, el panorama cambió y según nos adentrábamos en Val di Fassa, un completo surtido de puntiagudos picos empezó a surgir sobre bosques de pinos que me recordaron al cartón de las pinturas de colores “Alpino”, de nuestra infancia: ¡qué bonito!



Y la sensación fue de escándalo cuando nos llegó la primera y fugaz visión del inexplicable color (azul, verde, turquesa… no sé) del Lago di Carezza coronado por un conjunto de picos que parecían recortados a medida para encajar en el encuadre. ¡Qué ganas de llegar y contemplarlo allí mismo!.

Hay varios aparcamientos, naturalmente de pago. Creo que trasteando por los alrededores se llega a algún parking gratuito, pero con el calor que hacía y los sitios que nos quedaban por visitar, no teníamos ganas de deambular y empezamos a asumir -que no digerir-, el continuo “sableo” que íbamos a sufrir en el transcurso de aquellas vacaciones, sobre todo en los “parchiegos”. Sin embargo, nos olvidamos del vil metal en cuanto llegamos frente al lago tras cruzar un paso subterráneo bajo la carretera: la imagen era idílica con aquel agua de un color indescriptible y unas montañas de fondo que parecían haber sido esculpidas con las formas precisas para completar un cuadro perfecto. Había bastante gente, pero tampoco resultaba incómodo moverse ni hacer fotos.


Además, muchos de los curiosos se quedaban en el mirador principal, despejando bastante la ruta circular Nosotros le dimos la vuelta al lago por un sendero fácil y cómodo, que apenas nos llevó media hora de paseo, y desde el que se aprecian nuevas perspectivas y otras montañas que proporcionan al lago un aspecto un pelín diferente del que ofrecen la mayor parte de fotos que circulan por internet.


Nos habían comentado que la mejor hora para visitarlo era por la mañana muy temprano o al atardecer, tanto para ver los reflejos de las montañas en el agua como para evitar las multitudes. No pudo ser, aunque tampoco nos arrepentimos porque el brillo de aquellos tonos quizás no sería el mismo a otra hora. Y las montañas lucían maravillosas.

De regreso al aparcamiento, nos acercamos al Puente Colgante sobre el río, que tampoco es que tenga demasiada historia, pero proporciona buenas vistas y una chispita de emoción.


Desde aquí se pueden hacer varias excursiones de senderismo, utilizando telesillas en algunos casos, que se explican en varios paneles informativos.

Como esas rutas no figuraban en nuestros planes, continuamos carretera adelante, aunque solo unos pocos kilómetros, pues se estaba haciendo tarde y queríamos comer. Paramos en un restaurante con una agradable terracita a la sombra, donde tomamos birras fresquitas, tagliatelle al estilo tirolés, rissoto de frutos rojos, tiramisú de postre y café. Total, 57 euros.
