Anoche, mientras revisábamos los mapas, estuvimos discutiendo qué ruta íbamos a hacer al final. La decisión fue intentar pasar las dos noches en Gallatin River, pero entrando desde la carretera 191, la que bordea el parque por fuera. Desde allí también se puede acceder al campamento mochilero, y la distancia es muchísimo menor: apenas 7 u 8 km. El plan era sencillo: llegar hoy a Gallatin River, mañana subir ligeros hasta el Bighorn Pass en una excursión de ida y vuelta, y el último día regresar por el Fawn Pass Trail hasta su inicio para luego caminar los 2 km de carretera que separan ambos trailheads y volver al coche. Vamos, una ruta muy light: unos 40 km en total.
Después de la rutina habitual —levantarnos con el sol saliente, despejarnos con agua helada, desayunar y recogerlo todo más preparar ya las mochilas para los tres días— pusimos rumbo a West Yellowstone para ver cómo quedaba finalmente el asunto.
En el visitor center nos atendió la misma chica que nos había escrito la nota para dejarla en el coche en nuestro primer mochileo. Le enseñamos la reserva y le explicamos las modificaciones. Miró el ordenador y nos dijo que la segunda noche en Gallatin River Backcountry Camp ya estaba reservada. Nada que hacer. Así que empezamos a mirar qué campamentos quedaban libres para esa segunda noche y vimos que Upper Gallatin River sí estaba disponible. Está a menos de 4 km del nuestro y encima dirección a nuestro objetivo del día siguiente, Bighorn Pass, así que lo cogimos sin pensarlo demasiado.
Mientras consultábamos un enorme mapa con todos los backcountry camps de Yellowstone, me fijé en que nuestro campamento de esa noche tenía una marca de color. Fui a la leyenda y leí que significaba “frecuentado por osos”. Miré el mapa entero: era el único campamento de Yellowstone con ese aviso. Me entró una risa tonta… vaya suerte la nuestra, entre comillas.
Tras ver un vídeo de unos quince minutos —bastante viejillo— sobre cómo comportarse en una ruta mochilera, salimos del visitor con nuestro papelito oficial y el itinerario cerrado.
Volvimos al parque. Como la ruta de hoy es muy corta, aprovechamos la mañana para seguir haciendo “turisteo”. Primera parada: Firehole Canyon Road, una carretera de sentido único que bordea el pequeño cañón del río Firehole y sus preciosas cascadas. Allí, además, un par de ospreys tenían un nido en lo alto de un árbol y se veían de maravilla.
De vuelta a la carretera principal, nos desviamos enseguida por Fountain Flat Drive, donde pudimos ver el río mucho más tranquilo y habitado por numerosas anátidas.
Continuamos hacia Fountain Paint Pots, donde ya empezaba a haber lío de aparcamiento. La zona siempre es llamativa, sí, pero las hay bastante más espectaculares.
Después de la rutina habitual —levantarnos con el sol saliente, despejarnos con agua helada, desayunar y recogerlo todo más preparar ya las mochilas para los tres días— pusimos rumbo a West Yellowstone para ver cómo quedaba finalmente el asunto.
En el visitor center nos atendió la misma chica que nos había escrito la nota para dejarla en el coche en nuestro primer mochileo. Le enseñamos la reserva y le explicamos las modificaciones. Miró el ordenador y nos dijo que la segunda noche en Gallatin River Backcountry Camp ya estaba reservada. Nada que hacer. Así que empezamos a mirar qué campamentos quedaban libres para esa segunda noche y vimos que Upper Gallatin River sí estaba disponible. Está a menos de 4 km del nuestro y encima dirección a nuestro objetivo del día siguiente, Bighorn Pass, así que lo cogimos sin pensarlo demasiado.
Mientras consultábamos un enorme mapa con todos los backcountry camps de Yellowstone, me fijé en que nuestro campamento de esa noche tenía una marca de color. Fui a la leyenda y leí que significaba “frecuentado por osos”. Miré el mapa entero: era el único campamento de Yellowstone con ese aviso. Me entró una risa tonta… vaya suerte la nuestra, entre comillas.
Tras ver un vídeo de unos quince minutos —bastante viejillo— sobre cómo comportarse en una ruta mochilera, salimos del visitor con nuestro papelito oficial y el itinerario cerrado.
Volvimos al parque. Como la ruta de hoy es muy corta, aprovechamos la mañana para seguir haciendo “turisteo”. Primera parada: Firehole Canyon Road, una carretera de sentido único que bordea el pequeño cañón del río Firehole y sus preciosas cascadas. Allí, además, un par de ospreys tenían un nido en lo alto de un árbol y se veían de maravilla.
De vuelta a la carretera principal, nos desviamos enseguida por Fountain Flat Drive, donde pudimos ver el río mucho más tranquilo y habitado por numerosas anátidas.
Continuamos hacia Fountain Paint Pots, donde ya empezaba a haber lío de aparcamiento. La zona siempre es llamativa, sí, pero las hay bastante más espectaculares.

En Grand Prismatic ni paramos: coches aparcados a cientos de metros del parking, todo colapsado… imposible. Biscuit Basin seguía cerrado tras la explosión termal del año pasado.
En cambio, Black Sand Basin estaba sorprendentemente tranquilo, y eso que para mí es de las zonas termales más bonitas. No sé si su cercanía a Upper Geyser Basin hace que la gente pase de largo, pero aquí hay fuentes termales con unos colores impresionantes y un cruce de río precioso donde los patos se pasean como si nada.
En cambio, Black Sand Basin estaba sorprendentemente tranquilo, y eso que para mí es de las zonas termales más bonitas. No sé si su cercanía a Upper Geyser Basin hace que la gente pase de largo, pero aquí hay fuentes termales con unos colores impresionantes y un cruce de río precioso donde los patos se pasean como si nada.


Tras esta última visita decidimos volver a West Yellowstone para darnos un homenaje gastronómico. El lugar elegido fue Wild West Pizzeria and Saloon, un sitio grande, con comedor y un auténtico saloon al que mi sobrino no podía entrar por tener menos de 21 años. Pedimos una ensalada enorme y una pizza gigante con salsa ranchera. El local estaba lleno de fotos y cuadros del Lejano Oeste, cabezas de bisonte y rifles antiguos —o réplicas— colgados en las paredes.

Terminamos hasta arriba, pero nada más acabar, a mi sobrino empezó a revolvérsele el estómago. Parece que la salsa ranchera no le sentó muy allá —jajajaja—. Me hizo gracia al principio, pero mientras esperaba a que terminara su consulta con el doctor Roca, mi propio estómago decidió pedir cita también y… madre mía lo que solté. No sé qué tenía aquella pizza, pero la idea de cargar energía antes del backpacking estaba saliendo al revés. Y yo, además, solo pensaba: como esto no se resuelva hoy del todo y me toque salir por la noche en un campamento lleno de osos…
Superada esta experiencia casi religiosa, cogimos el coche y nos dirigimos al trailhead. Tras media hora de trayecto llegamos a las 15:15, aparcamos a la sombra de un árbol, con pleno solazo, y decidimos intentar echarnos una siesta dentro del coche con el aire acondicionado puesto.
Una hora después empezamos a prepararnos para nuestra nueva aventura. Como comenté antes, la etapa del día era de las fáciles: apenas 7 kilómetros hasta llegar a nuestro campamento. El sendero no tenía misterio; era cómodo, bien marcado y sin apenas desnivel. Pero lo que realmente lo hacía especial era el entorno. Tras un breve tramo inicial entre árboles, el bosque se abría de golpe y aparecían ante nosotros unas praderas enormes, de esas que parecen extenderse hasta donde alcanza la vista. A nuestra izquierda serpenteba el río Gallatin, con un agua tan clara que daban ganas de meterse en él de inmediato. Y no muchos metros más adelante tocó cruzarlo, pero esta vez había puente, lo cual nos pareció un regalo: empezar el día con los pies secos siempre ayuda.
Superada esta experiencia casi religiosa, cogimos el coche y nos dirigimos al trailhead. Tras media hora de trayecto llegamos a las 15:15, aparcamos a la sombra de un árbol, con pleno solazo, y decidimos intentar echarnos una siesta dentro del coche con el aire acondicionado puesto.
Una hora después empezamos a prepararnos para nuestra nueva aventura. Como comenté antes, la etapa del día era de las fáciles: apenas 7 kilómetros hasta llegar a nuestro campamento. El sendero no tenía misterio; era cómodo, bien marcado y sin apenas desnivel. Pero lo que realmente lo hacía especial era el entorno. Tras un breve tramo inicial entre árboles, el bosque se abría de golpe y aparecían ante nosotros unas praderas enormes, de esas que parecen extenderse hasta donde alcanza la vista. A nuestra izquierda serpenteba el río Gallatin, con un agua tan clara que daban ganas de meterse en él de inmediato. Y no muchos metros más adelante tocó cruzarlo, pero esta vez había puente, lo cual nos pareció un regalo: empezar el día con los pies secos siempre ayuda.



A partir de ahí, el camino fue un constante avanzar entre praderas amplias, interrumpidas solo por algunos grupos de árboles o pequeños humedales. El valle del Gallatin no tiene nada que ver con los típicos valles de montaña estrechos y boscosos. Aquí todo es abierto, suave, casi horizontal, un paisaje que da sensación de espacio y tranquilidad, como si la naturaleza te dejara respirar más hondo de lo habitual. Personalmente, me encantó esa mezcla de hierbas altas, meandros del río y un horizonte despejado que parecía no acabarse nunca.
Sin darnos cuenta llegamos al cruce con el sendero que conecta con el Fawn Pass Trail, el mismo que tomaríamos el último día para volver a la carretera. Saber que ya estábamos tan cerca del campamento nos animó aún más, y en pocos minutos apareció la señal que confirmaba que habíamos llegado.
Sin darnos cuenta llegamos al cruce con el sendero que conecta con el Fawn Pass Trail, el mismo que tomaríamos el último día para volver a la carretera. Saber que ya estábamos tan cerca del campamento nos animó aún más, y en pocos minutos apareció la señal que confirmaba que habíamos llegado.




Nos dirigimos a la zona de acampada y enseguida nos llamó la atención algo: en el poste para colgar las comidas había ya un par de bolsas colgadas. Nos extrañó bastante porque los campamentos mochileros de Yellowstone se reservan completos para un único grupo, seas uno o diez personas, nada de compartir parcelas como en Glacier o Banff. No tardamos en entenderlo. En el río había tres chavales disfrutando del sol, y uno de ellos se acercó a explicarnos la situación. Llevaban ya cinco días de ruta y tenían reservado el campamento que nosotros teníamos para la noche siguiente, pero al pasar hoy por aquí no vieron a nadie, estaban reventados y decidieron quedarse para recuperar fuerzas. Les venía mejor para la etapa del día siguiente. Nos preguntaron si nos importaba compartir y, sinceramente, con el espacio que había, nos dio absolutamente igual. De hecho, pensé que tener más gente cerca quizá serviría para disuadir a algún oso curioso.
Colgamos nuestras cosas en el poste y buscamos un lugar un poco apartado de la zona de comida para montar la tienda. Luego pillamos la toalla y fuimos directos al río para quitarnos el sudor y refrescarnos un poco. Qué maravilla de sitio: silencioso, amplio, con el río corriendo tranquilo y todas esas praderas iluminadas por el sol de la tarde.
Colgamos nuestras cosas en el poste y buscamos un lugar un poco apartado de la zona de comida para montar la tienda. Luego pillamos la toalla y fuimos directos al río para quitarnos el sudor y refrescarnos un poco. Qué maravilla de sitio: silencioso, amplio, con el río corriendo tranquilo y todas esas praderas iluminadas por el sol de la tarde.

La paz duró lo que tardó mi estómago en recordarme la existencia de la pizza del mediodía. Pasé un buen rato entrando y saliendo a toda prisa con la palita en la mano, fertilizando la zona más de lo que me habría gustado. Solo esperaba que todo aquello quedara solucionado antes de que anocheciera, porque la idea de tener que salir de la tienda con osos rondando… mejor ni pensarlo.
Mientras tanto, los chicos –eran de Nebraska– encendieron una fogata y nos pusimos a cenar con ellos. Yo con cierta cautela, por si mi estómago decidía rebelarse otra vez. Después de comer nos acercamos al río para ver la puesta de sol. La luz caía sobre las praderas y las dejaba con un tono dorado precioso. Fue en ese momento cuando vimos movimiento entre los willows del río. Primero una sombra, luego una figura más clara… y de repente un oso negro, enorme, avanzando con toda tranquilidad.
Lo vimos cruzar el río con naturalidad, como si fuera un simple arroyo, desaparecer un instante entre la vegetación y luego salir de nuevo a campo abierto, trote ligero, rumbo a las praderas. Estaba como a unos cuarenta metros, lo suficiente para sentir respeto, pero también para observarlo con calma. Y ahí nos quedamos, completamente en silencio, viendo cómo continuaba su camino sin inmutarse por nuestra presencia. Fue un instante impresionante, no de esos que te ponen a gritar ni a temblar, sino de los que te dejan con la boca medio abierta y una sensación extraña entre admiración y humildad. Pensar que una hora antes estábamos bañándonos en ese mismo tramo del río… pues sí, quedaba claro que el aviso de “frecuentado por osos” no era una mera decoración en el mapa.
Mientras tanto, los chicos –eran de Nebraska– encendieron una fogata y nos pusimos a cenar con ellos. Yo con cierta cautela, por si mi estómago decidía rebelarse otra vez. Después de comer nos acercamos al río para ver la puesta de sol. La luz caía sobre las praderas y las dejaba con un tono dorado precioso. Fue en ese momento cuando vimos movimiento entre los willows del río. Primero una sombra, luego una figura más clara… y de repente un oso negro, enorme, avanzando con toda tranquilidad.
Lo vimos cruzar el río con naturalidad, como si fuera un simple arroyo, desaparecer un instante entre la vegetación y luego salir de nuevo a campo abierto, trote ligero, rumbo a las praderas. Estaba como a unos cuarenta metros, lo suficiente para sentir respeto, pero también para observarlo con calma. Y ahí nos quedamos, completamente en silencio, viendo cómo continuaba su camino sin inmutarse por nuestra presencia. Fue un instante impresionante, no de esos que te ponen a gritar ni a temblar, sino de los que te dejan con la boca medio abierta y una sensación extraña entre admiración y humildad. Pensar que una hora antes estábamos bañándonos en ese mismo tramo del río… pues sí, quedaba claro que el aviso de “frecuentado por osos” no era una mera decoración en el mapa.



Después volvimos al fuego y acabamos pasando una noche estupenda con los chicos, contando historias y compartiendo anécdotas de rutas y viajes. Eran amigos de la infancia, aunque ahora cada uno vivía en un estado distinto, salvo uno que seguía en Nebraska. Me pareció precioso que, pese a la distancia, se juntaran cada verano para hacer una semana de mochileo juntos.
Con nuevas ideas en mente –Redwood National Park, Lake Superior National Park…– dimos por terminado el día. Un día corto en kilómetros, pero largo en experiencias.
Con nuevas ideas en mente –Redwood National Park, Lake Superior National Park…– dimos por terminado el día. Un día corto en kilómetros, pero largo en experiencias.