A las seis ya estábamos en pie. Otro amanecer despejado, otro desayuno de magdalenón y cafelito, y otra jornada que pintaba emocionante. Hoy abandonábamos este campamento para iniciar nuestro trekking de 4 días y 3 noches, un viaje que nos llevaría más allá de los límites del Parque Nacional.

Tras preparar a conciencia las mochilas para estos días, nos subimos al coche y salimos del campamento hasta el aparcamiento del Slough Creek Trailhead, apenas un kilómetro más adelante.
El sendero no es, en realidad, un sendero convencional: es un antiguo camino de carretas que conduce al rancho Silver Tip, justo al norte del parque. Como el acceso motorizado está prohibido y no existe otra forma de llegar al rancho, es habitual encontrarse por el camino con una carreta tirada por caballos, ya sea camino del rancho o regresando de él. Esta peculiaridad hace que el camino sea ideal para senderistas: tan solo 122 metros de desnivel a lo largo de 17 km, la mayor parte concentrados en una pequeña colina justo después de comenzar.
El sendero no es, en realidad, un sendero convencional: es un antiguo camino de carretas que conduce al rancho Silver Tip, justo al norte del parque. Como el acceso motorizado está prohibido y no existe otra forma de llegar al rancho, es habitual encontrarse por el camino con una carreta tirada por caballos, ya sea camino del rancho o regresando de él. Esta peculiaridad hace que el camino sea ideal para senderistas: tan solo 122 metros de desnivel a lo largo de 17 km, la mayor parte concentrados en una pequeña colina justo después de comenzar.

Empezamos la subida y, al poco, mi sobrino se dio cuenta de que se había dejado la gorra. Volvió al coche mientras yo continuaba lentamente, porque la mochila pesaba lo suyo. Casi en la cima nos reencontramos… y allí estaba el primer bisonte, tumbado entre la maleza. Descendimos un poco por el bosque y tuvimos nuestro primer encuentro con una carreta. Nos apartamos para que los caballos no se pusieran nerviosos.

Llegamos enseguida a la primera gran pradera, con el arroyo serpenteando entre la hierba. Slough Creek es un curso de agua lento y sinuoso que atraviesa un valle amplio y casi sin árboles. Es famoso por la abundancia de fauna: osos fáciles de ver, elks, ciervos, bisontes… y ahora también los lobos, cuya población creciente ha seguido el festín de ungulados del valle. Lo más probable es que la manada que vimos ayer sea la dominante de esta zona.
A lo lejos se levantaba una polvareda: otra carreta de caballos. También se veían pescadores desperdigados por las praderas, atraídos por la trucha degollada, que aquí tiene fama legendaria. Y, por supuesto, los bisontes: las primeras grandes manadas pastaban tranquilamente ante nosotros. Más adelante, el aire se llenó del sonido profundo y metálico de las grullas, dándonos un pequeño concierto natural.
A lo lejos se levantaba una polvareda: otra carreta de caballos. También se veían pescadores desperdigados por las praderas, atraídos por la trucha degollada, que aquí tiene fama legendaria. Y, por supuesto, los bisontes: las primeras grandes manadas pastaban tranquilamente ante nosotros. Más adelante, el aire se llenó del sonido profundo y metálico de las grullas, dándonos un pequeño concierto natural.

Seguimos avanzando junto a praderas interminables pero con muy poca sombra. Dejamos atrás los desvíos a los seis campamentos mochileros que hay en este tramo. Cada cierto tiempo encontrábamos un árbol solitario y aprovechábamos para beber y descansar. Y siempre, siempre, con un ojo puesto en las laderas por si algún oso decidía presentarse.


Llegamos al que probablemente sea el campamento mochilero más codiciado de la ruta: el 2S4, Elk Tongue. Nos desviamos para visitarlo y vaguear un rato mirando Slough Creek en busca de algún castor, y también las laderas cercanas, que tienen fama de visitas regulares de osos. Historias no faltan. Llevábamos 11,5 km, ni siquiera la mitad de lo previsto para hoy.

Dejamos atrás tanto el campamento como la Patrol Cabin Elk Tongue y cruzamos la línea invisible que divide Wyoming de Montana. Al inicio del sendero habíamos coincidido con unas cuantas personas, pero cuanto más avanzábamos, más se imponía el silencio. De hecho, ya no volveríamos a ver a nadie hasta el último día, al acercarnos de nuevo al trailhead.


El camino seguía sin dificultad: ancho, casi plano, siempre con las cumbres de los Beartooths cada vez más próximas. Un ciervo de cola blanca nos regaló una demostración de saltos entre matorral y matorral. El sol no daba tregua. Al alcanzar los 17 km, llegamos también al límite del parque y entramos en Absaroka-Beartooth Wilderness y en Gallatin National Forest, donde ya se puede acampar libremente.


Nada más dejar el Parque Nacional, el camino nos llevó directamente al rancho Silvertip. Nos hicimos la foto de rigor en la entrada y empezamos a bordearlo siguiendo la valla. Era casi la una y cuarto y tocaba comer.

Entonces lo vi: un montículo marrón, peludo, a unos 15 o 20 metros.
—Hostias, hostias —le dije a mi sobrino en voz baja—.
Le pedí que sacara el spray antiosos con toda la calma posible. Nos acercamos despacio. Pensé en un grizzly, aunque parecía pequeño. Me atreví a imaginar un glotón —habría gritado de alegría—, pero cuando levantó la cabeza, aparecieron las orejas y el hocico característicos: un oso negro cimarrón. Más tranquilos, le dejamos espacio y cada uno siguió su camino.
—Hostias, hostias —le dije a mi sobrino en voz baja—.
Le pedí que sacara el spray antiosos con toda la calma posible. Nos acercamos despacio. Pensé en un grizzly, aunque parecía pequeño. Me atreví a imaginar un glotón —habría gritado de alegría—, pero cuando levantó la cabeza, aparecieron las orejas y el hocico característicos: un oso negro cimarrón. Más tranquilos, le dejamos espacio y cada uno siguió su camino.


Continuamos bordeando el rancho. Una especie de perdiz subida a una roca nos observaba con aire de superioridad. Unos quince minutos después del encuentro con el oso, paramos a comer entre la maleza, sentados en un tronco caído. Tras devorar nuestros burritos de embutido, queso y pimiento, retomamos la marcha. El camino seguía siendo ancho, aunque cada vez más boscoso, con un aire más montañero que las praderas del inicio.


Al llegar a los 20 km, alcanzamos la Patrol Cabin de Slough Creek. Aquí terminaba el sendero fácil… y aquí también mi sobrino se dejó los bastones, lo cual descubriría más tarde.

El sendero se volvía estrecho, incierto. A veces desaparecía, otras se dividía en varias ramificaciones. Avanzamos siguiendo la dirección del río. Aquí conviene un inciso: estábamos caminando por una zona dominada por willows, matorrales de la familia de los sauces. Altos, densos, de visibilidad casi nula y especialistas en darte latigazos en brazos y piernas. A los senderistas no suelen caerles bien, y ahora entendía por qué.
Mientras cruzábamos esta jungla, mi sobrino se quedó blanco. Había visto un lobo gris cruzar entre los willows a unos 30 o 40 metros. Yo no lo vi, pero solo bastaba mirar su cara para saber que no era broma. Spray en mano, seguimos avanzando por donde podíamos.
Llegamos así a un punto donde tuvimos que cruzar Slough Creek. Por suerte, el agua no estaba alta ni corría fuerte, y lo cruzamos sin problemas. Era un momento mágico: lobos, willows, senderos perdidos, cruces de ríos, una águila calva sobrevolándonos… pura aventura, como estar en los tiempos de los tramperos.
Mientras cruzábamos esta jungla, mi sobrino se quedó blanco. Había visto un lobo gris cruzar entre los willows a unos 30 o 40 metros. Yo no lo vi, pero solo bastaba mirar su cara para saber que no era broma. Spray en mano, seguimos avanzando por donde podíamos.
Llegamos así a un punto donde tuvimos que cruzar Slough Creek. Por suerte, el agua no estaba alta ni corría fuerte, y lo cruzamos sin problemas. Era un momento mágico: lobos, willows, senderos perdidos, cruces de ríos, una águila calva sobrevolándonos… pura aventura, como estar en los tiempos de los tramperos.


Atravesamos algo de barro y más willows, y finalmente alcanzamos Frenchies Meadows, praderas bautizadas en honor a Joseph “Frenchie” Durant, colono y trampero que vivió allí a principios del siglo XX. Murió en 1919 tras el ataque de un grizzly que él mismo había atrapado en una trampa. El oso escapó. En estas praderas aún quedan restos de maquinaria agrícola y objetos de la época.


El final de estas praderas era nuestro destino del día. El problema era que aquí debía conectarse el Slough Creek Trail con el Bull Creek Trail, que sería nuestra ruta de mañana. Pero aunque estábamos exactamente donde teníamos que estar, hacía rato que caminábamos campo a través, a veces siguiendo lo que parecía un sendero, otras improvisando sin más.
Buscamos el Bull Creek Trail con insistencia, consultando el mapa descargado… pero no había nada. Ni sendero, ni rastro, ni la más mínima pista.
Empezamos a ponernos nerviosos hasta que, por fin, encontramos un claro con un campamento usado por outfitters o quién sabe quién: un poste para colgar comida, troncos cortados para la fogata, e incluso postes de amarre para caballos. Perfecto. Llevábamos 25 km y los hombros iban al límite. Aquí nos quedábamos.
Colgamos toda la comida y cualquier cosa con olor en la rama de un árbol. Había un poste específico para hacerlo, pero nuestra tienda quedaba justo debajo y no nos convencía. Montamos la tienda y colocamos troncos alrededor, tanto para protegernos del viento —que soplaba con fuerza— como por pura prudencia faunística. Estábamos en mitad de la nada. Solo nosotros y la naturaleza.
Como aún era temprano, decidimos volver a Frenchies Meadows con los prismáticos a ver si veíamos algún animal. Curiosamente, encontramos una senda que conectaba el campamento con las praderas. Pasamos allí una hora, tonteando con la vieja maquinaria agrícola y oteando el horizonte. Pero el viento soplaba fuerte y, sin mucha ropa, el frío se nos metía en los huesos.
Buscamos el Bull Creek Trail con insistencia, consultando el mapa descargado… pero no había nada. Ni sendero, ni rastro, ni la más mínima pista.
Empezamos a ponernos nerviosos hasta que, por fin, encontramos un claro con un campamento usado por outfitters o quién sabe quién: un poste para colgar comida, troncos cortados para la fogata, e incluso postes de amarre para caballos. Perfecto. Llevábamos 25 km y los hombros iban al límite. Aquí nos quedábamos.
Colgamos toda la comida y cualquier cosa con olor en la rama de un árbol. Había un poste específico para hacerlo, pero nuestra tienda quedaba justo debajo y no nos convencía. Montamos la tienda y colocamos troncos alrededor, tanto para protegernos del viento —que soplaba con fuerza— como por pura prudencia faunística. Estábamos en mitad de la nada. Solo nosotros y la naturaleza.
Como aún era temprano, decidimos volver a Frenchies Meadows con los prismáticos a ver si veíamos algún animal. Curiosamente, encontramos una senda que conectaba el campamento con las praderas. Pasamos allí una hora, tonteando con la vieja maquinaria agrícola y oteando el horizonte. Pero el viento soplaba fuerte y, sin mucha ropa, el frío se nos metía en los huesos.



Regresamos al campamento. Pasadas las 19:30, cenamos sentados en un tronco caído: los malditos ramen, sobres de atún, carne seca… y un puñado de mosquitos, que aparecieron en cuanto el viento amainó.


Tras una mini limpieza en un hilillo de agua que corría cerca, y con la luz ya desapareciendo, decidimos meternos en la tienda. Tocaba dormir en mitad de un silencio total, rodeados de matorral, bosque y praderas que escondían historias centenarias.
Una noche más en la gran nada.
Una noche más en la gran nada.