La noche anterior había sido perfecta. Sin ruidos extraños, sin visitas inesperadas y, sobre todo, sin crujidos sospechosos en mi estómago. Amanecimos con un cielo azul intenso, de esos que parecen estrenarse cada mañana, y que animan a empezar el día con ganas. Tras despejarnos con el agua helada del río —el café de montaña definitivo—, desayunamos mientras nuestros compañeros de Nebraska comenzaban a desperezarse.

Con la tienda ya recogida y la mochila preparada, nos pusimos en marcha rumbo a nuestro siguiente campamento: Upper Gallatin River Camp. Lo alcanzamos en poco más de una hora, por un sendero que mantenía la esencia del día anterior pero con ligeros cambios. El valle se iba estrechando poco a poco y, aunque el desnivel era suave, se notaba que ganábamos altura constantemente. Lo más llamativo del trayecto fueron los numerosos riachuelos y pequeñas zonas pantanosas que tuvimos que atravesar, y la sorprendente cantidad de excrementos de lobo que aparecían cada pocos metros. Íbamos mentalizados para ver señales de oso… pero aquel tramo parecía territorio claramente lobero.




El campamento estaba vacío, como era de esperar, ya que los únicos que lo tenían reservado eran nuestros compañeros. Colgamos la comida en el poste y nos pusimos a buscar un lugar para la tienda. No había mucho donde elegir: al final tuvimos que plantarla bajo una buena conífera, en un terreno que, aunque bonito, estaba a menos de treinta metros de la zona de comidas. No era lo ideal, pero la falta de superficies planas no dejaba alternativa. Eso sí, las vistas hacia las praderas por las que habíamos venido eran preciosas. Aun así, comparado con el campamento anterior, este tenía menos encanto.
Con la tienda lista, salimos ligeros hacia nuestro objetivo del día: Bighorn Pass. No habíamos caminado ni medio kilómetro cuando entramos de lleno en el Bear Management Area del Gallatin. Estas zonas, como bien indica su nombre, son áreas con una densidad alta de osos, donde está prohibido abandonar el sendero para minimizar encuentros inesperados. Caminar allí imponía un poco, pero también hacía el recorrido más emocionante.
Tras cruzar el límite del BMA, nos adentramos en un bosque de pinos que se mantuvo durante un par de kilómetros, sin apenas desnivel, lo que nos anticipaba que la subida seria llegaría más adelante. Y así fue: al salir del bosque, el paisaje volvió a abrirse, pero el sendero empezó a picar hacia arriba de manera constante. Hicimos algunas paradas estratégicas a la sombra para descansar, hidratar y echar un vistazo a las laderas de enfrente, por si al fin veíamos un grizzly. Todavía se nos resistían.
Con la tienda lista, salimos ligeros hacia nuestro objetivo del día: Bighorn Pass. No habíamos caminado ni medio kilómetro cuando entramos de lleno en el Bear Management Area del Gallatin. Estas zonas, como bien indica su nombre, son áreas con una densidad alta de osos, donde está prohibido abandonar el sendero para minimizar encuentros inesperados. Caminar allí imponía un poco, pero también hacía el recorrido más emocionante.
Tras cruzar el límite del BMA, nos adentramos en un bosque de pinos que se mantuvo durante un par de kilómetros, sin apenas desnivel, lo que nos anticipaba que la subida seria llegaría más adelante. Y así fue: al salir del bosque, el paisaje volvió a abrirse, pero el sendero empezó a picar hacia arriba de manera constante. Hicimos algunas paradas estratégicas a la sombra para descansar, hidratar y echar un vistazo a las laderas de enfrente, por si al fin veíamos un grizzly. Todavía se nos resistían.



La subida final fue la parte más exigente: los dos últimos kilómetros se empinaban con ganas, ganando unos 300 metros de desnivel. Pero llegamos al pase, y la recompensa lo valía. Desde allí se veía, a lo lejos, Bunsen Peak, ese pico tan popular entre senderistas por las vistas. Saber que entre nosotros y ese pico estaba la carretera interior del parque nos recordaba el plan original que habíamos abandonado en favor de la ruta más corta desde la 191.



Nos tumbamos en la hierba, protegidos del viento por unos arbustos, para descansar mientras devorábamos unas chocolatinas. Teníamos a la vista la abrupta silueta de Bannock Peak, que con sus más de 3.100 metros parecía el típico lugar donde ver algo de fauna de altura. Y efectivamente, aparecieron: una madre e hija de mountain goats, avanzando con esa soltura imposible por unas paredes que a nosotros nos hubieran dado vértigo solo de mirarlas.

Tras disfrutar del momento, emprendimos el regreso. No tardamos en ver más cabras en la montaña de enfrente. Y aunque el descenso era rápido, el ritmo se aceleró aún más cuando vimos cómo se formaban nubes oscuras justo en la dirección hacia la que volvíamos. No habíamos dejado puesta la cubierta de la tienda, así que bajamos con paso casi militar.



Al final llegamos justo a tiempo. No había caído nada aún, así que aprovechamos para comer. La tarde se presentaba tranquila, ya que la caminata del día estaba hecha. Echamos una siesta reparadora y nos despertamos con el repiqueteo de una breve tormenta sobre la tienda. Cuando dejó de llover, salimos a buscar leña, encendimos una fogata y nos sentamos junto al calor del fuego, jugando al póker, cenando y charlando hasta que la noche nos invitó a retirarnos a dormir.
Un día tranquilo, completo y, sobre todo, muy disfrutado.
Hoy 18 kms.
Un día tranquilo, completo y, sobre todo, muy disfrutado.
Hoy 18 kms.

