Viernes ya!! Se nos está escurriendo el tiempo entre las manos! Tempus fugit, que dirían los antiguos pobladores de Roma.
Hoy toca madrugar un poquito más porque a las 8:58 sale de la estación Termini el tren que queremos coger para llegar a Orvieto. Hay varios más a lo largo de la mañana pero es el que más nos gusta por la combinación de horario y por precio (el billete de ida costaba 7,75 euros mientras que otros trenes con el mismo destino pueden costar 17 euros).
[align=center]Orvieto, encaramado en un risco
Hoy toca madrugar un poquito más porque a las 8:58 sale de la estación Termini el tren que queremos coger para llegar a Orvieto. Hay varios más a lo largo de la mañana pero es el que más nos gusta por la combinación de horario y por precio (el billete de ida costaba 7,75 euros mientras que otros trenes con el mismo destino pueden costar 17 euros).
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*** Imagen borrada de Tinypic ***
Sacamos billete en las máquinas y miramos en el panel informativo el número de andén del tren destino Florencia y que es el que para en Orvieto. Estamos un ratito extrañados en el andén vacío y sin tren alguno hasta que nos damos cuenta que tenemos que caminar unos 300 metros hasta el punto donde está aparcado el tren.
Orvieto
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Al subir al tren un operario nos recuerda que hemos de timbrar los billetes en las maquinitas para evitar multas. Qué cabeza la nuestra! Faltan todavía unos minutos para que salga el tren y las máquinas están allí mismo así que timbramos sin agobios.
Llegamos a Orvieto en un viaje que dura un poco más que una hora. Poco antes de llegar a la estación, se ve por el lado izquierdo del tren el cerro sobre el que aparece encaramado Orvieto. Espectacular ubicación aunque no logré una buena foto que lo atestigüe.
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Bajamos rapidito y nos dirigimos al kiosko de prensa de la pequeña estación donde sabemos que venden billetes para el funicular que nos subirá hasta el pueblo. En mi ya casi perfecto italiano le digo a la chica del kiosko “duo biglietti funiculare”. Seguro que no se dice así, pero ella me entiende. Cada billete nos cuesta 1,30 euros (compramos billetes para la vuelta también a ofrecimiento de la dependiente). Después la chica nos indica que el funicular está a punto de salir, así que nos apresuramos un poquito. Está hasta los topes, pero cabemos.
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Al bajar del funicular tomamos un bus que está ya esperándonos y para el cual nos sirve el mismo billete del funicular. Este bus nos lleva hasta la plaza del Duomo. Resulta increíble que en un pueblito tan pequeño se levante esta impresionante catedral . La cuestión se explica al saber que se erigió por orden del Papa Urbano IV para conmemorar un milagro que se dio por la zona.
La fachada es espectacular: el mármol blanco se combina con mosaicos de vivos colores, una preciosidad.
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Tras quedarnos un rato encandilados con la fachada, entramos a la oficina de turismo que está justo donde nos deja el bus (también había otra oficina a la salida del funicular). En la oficina nos dan un plano de la localidad y unas breves explicaciones. Preguntamos por la visita Orvieto Underground y nos envían al local de al lado. Preguntamos allí los horarios y nos indican que las visitas vienen a durar una hora. No sabemos si hacer la visita o no, ya que una hora de visita en inglés o italiano, idiomas que no dominamos, puede hacérsenos tediosa.
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Y es que resulta que gran parte de Orvieto está socavado por túneles y galerías. Hay distintas teorías desde la que afirma que los etruscos que habitaban la ciudad de Orvieto temían una invasión romana y en estas grutas buscaban una escapatoria o refugio hasta las que comentan que sólo comenzaron a socavar en busca de acuíferos. Después estas galerías han tenido diversos usos: como bodegas, almacenes, palomares, refugio, etc.
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De momento no compramos las entradas, ya veríamos más adelante si entrábamos o no y nos dirigimos a visitar el Duomo por dentro. Sacamos entradas (3 euros cada uno) que nos permitieron visitar el interior y la capilla de San Brizio, con los famosos frescos de Luca Signorelli.
Al salir del Duomo luce un espléndido solazo que ya amagaba con aparecer minutos antes. Enfilamos por Corso Cavour, que posiblemente será la calle más animada de la localidad, con muchas tiendas y comercios variados. Me llaman la atención unos pequeños embutidos que veo en un escaparate. Bueno, más que los embutidos, el nombre de los mismos, “coglioni di mulo” se llaman, cuya traducción imagino y acierto (según compruebo después en internet).
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La verdad es que los embutidos bien parecen coglionis di mulo por su forma y pienso en volver más tarde y comprar un par de ellos para regalar a algún amigo y echar unas risas (qué pena que cuando volví estaba cerrado y nos fuimos de Orvieto antes de que volviesen a abrir).
Seguimos caminando por la calle comercial y pasamos junto a la Torre del Moro. Se puede subir a la torre y, al parecer, hay ascensor, pero no nos apeteció en aquel momento. En seguida llegamos a la coqueta Piazza della República, con la chiesa de Sant´Andrea y un campanario dodecagonal muy llamativo y el Palazzo Comunale.
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Para esas alturas del día ya hemos decidido que no vamos a hacer la visita Orvieto Underground (seguramente interesante, pero con el gran handicap de estar más de una hora oyendo explicaciones en un idioma que no conocemos). Pero tenemos una bala en la recámara, una alternativa que también nos llevará a hacer una visita subterránea: el pozo della cava (en Vía della Cava 28). Se trata de una fundación privada, gestionada por una familia, y que muestra unas cuevas, restos arqueológicos y galerías halladas bajo la posada que regenta la familia.
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La entrada cuesta 3 euros por cabeza, y realizamos la visita por nuestra cuenta. Hay paneles explicativos en varios idiomas, entre ellos el castellano. En las cuevas vemos hornos medievales, una bodega, una tumba etrusca, un pozo de 36 metros….
La visita no es que nos fascine precisamente, pero al menos visitamos una pequeñísima parte del subsuelo de Orvieto.
Salimos del Pozzo della Cava y nos perdemos por las callejuelas más próximas. También nos acercamos hasta la zona de la muralla desde donde contemplamos hermosas vistas de los alrededores.
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Caminamos sin prisa hacia el otro extremo de la localidad, por la animada Corso Cavour, por donde vemos alguna tentadora terraza que dejaremos para la vuelta. Finalmente llegamos al final de la calle, donde vemos la parada del funicular en la que nos hemos bajado antes (si no queréis esperar al bus desde el centro en unos10/12 minutos caminando a buen paso llegas al funicular).
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Junto a la estación está la Fortaleza La Rocca y el Pozzo di San Patrizio, un pozo excavado por orden del Papa Clemente VII, quien a principios del s. XVI escapó de Roma a Orvieto buscando refugio mientras Roma era saqueada. La estratégica situación de Orvieto sobre un risco la hacía prácticamente invulnerable a ataques enemigos, pero era necesario hacerse con un abastecimiento de agua para resistir hipotéticos asedios.
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Volvemos por el camino que nos ha traído y pronto encontramos la agradable y soleada terraza que hemos visto al bajar. Es hora de probar el afamado vino blanco de Orvieto. El amable camarero nos recomienda el Orvieto Clasico, un vino que al principio entra afrutado pero que nos deja un gusto seco al final. Está bueno. Sacamos otra rondita ya que se está de maravilla en aquella placita, dejando que el sol nos pegue con ganas y frente a una pequeña iglesia (creo recordar que es la iglesia de Sant´Angelo) y viendo el continuo ir y venir de la gente.
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Va siendo hora de comer algo y nos acercamos hasta la Piazza del Duomo. Justo frente a la catedral hay una terraza con una pinta estupenda, la de la Cantina Forest. El sitio tiene una ubicación privilegiada, con unas vistas estupendas de la fachada del duomo y un lateral, así que nos sentamos allí a comer algo. Para acompañar la comida nos pedimos un par de Orvieto Clásicos. Cuando acabamos con ellos le pregunto a la camarera si tiene algún vino de Orvieto más afrutado o más dulce y ella nos anima a probar el Orvieto Amabili. Una vez más, es imposible que entre mi mujer y yo se llegue a un consenso total : a ella le gusta más el vino Amabili y yo me inclino por el Clásico. Esta terraza será uno de los sitios que recuerde con más cariño del viaje: sentados frente al impresionante Duomo de Orvieto, con un sol espléndido y catando los ricos vinos de la localidad.
Pero todo lo bueno se acaba y es hora de ir pensando en volver. Antes de marcharnos entramos en la Cantina Forest y compramos un par de botellas de vino de su producción (al menos, llevan la etiqueta del local).
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Aún nos quedaban cosas por ver en Orvieto (la necrópolis etrusca, por ejemplo), pero optamos por volver de regreso a Roma. Tomamos el bus frente al Duomo y a continuación el funicular que nos dejó frente a la estación de tren. A las 15:30 apareció puntual el ferrocarril que nos llevaría a Roma de regreso.
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Nos gustó la escapada a Orvieto. Habiendo estado ya hace años en Roma, uno se puede permitir esta excursión y visitar un pueblo con mucho encanto. Además, el ambiente y la calma de Orvieto resultan un contraste absoluto con el tremendo bullicio de la las calles romanas.
El viaje en tren es rápido y aprovechamos la cercanía del hotel con respecto a la estación de tren para dejar las botellas en la habitación y también una camiseta de un equipo de futbol italiano que le hemos comprado a nuestro sobrino (como es tradición ya en nuestros viajes).
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Nos encaminamos hacia el centro de Roma y pasamos junto a la Fontana de Trevi (una vez más y no nos cansaremos nunca de verla). La zona está atestada de gente, muchísima más que en días anteriores. Se nota que ha venido mucha gente en los días festivos de Semana Santa.
La Fontana tomada por las hordas turísticas
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Seguimos paseando por las callejuelas romanas hasta llegar al Trastevere, nuestra zona favorita para cenar. Nos tomamos un par de birritas en el Café Baylon y tras un buen rato allí, nos vamos a cenar a una pizzeria que vimos la víspera y cuya pinta nos gustó. Una horita antes o así habíamos pasado por allí a reservar mesa. La pizzería se llama “Ivo a Trastevere”, en Vía San Francesco a Ripa, y os adelanto que en ella vivimos una de los tratos más surrealistas que hayamos recibido nunca en un restaurante .
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Según se entra en el local se ve un horno y la mesa donde preparan las pizzas. El comedor que nos tocó (había otro más), pintado en amarillo, con algún arco, mesas con muy poca separación entre ellas y algunas paredes que simulan piedra, no destaca ni por feo ni por bonito.
Todo el comedor era atendido por dos camareros. Uno de mediana edad y otro más joven, que rondaría los 30. Iban de un lado a otro del comedor a toda velocidad, moviendo sillas por encima de las cabezas de los comensales y hablándose entre ellos a grito pelado de una esquina a otro del comedor. Mi primera impresión fue que nos iban a atender dos Gremlims (y no iba yo muy descaminado ).
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El más joven nos tomó la comanda. Mi mujer preguntó si podía seleccionar los ingredientes de su pizza y se llevó un bufido que me recordó a los de los bisontes de las praderas. Pero el tipo consintió (mascullando alguna barbaridad en italiano que no entendimos, pero aceptó).
Uno de los entrantes que pedimos fue una ensalada que vino sin aliñar. Pedimos a los dos camareros alternativamente aceite, sal y vinagre y ni puñetero caso. Pasaban a nuestro lado repetidamente, les llamábamos y nos ignoraban absolutamente, como si no estuviésemos. Seguían chillándose de esquina a esquina del comedor y corriendo entre las mesas con platos y vasos. Mientras allí seguíamos los dos contemplando la ensalada sin aliñar, daba pena la pobre tan desamparada.
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Apareció otro espontáneo camarero con cara de no muy espabilado y con la visera para atrás y ante nuestra petición de aliño nos trajo un enorme recipiente de pimienta negra. Casi le doy con él en toda la cabeza. Finalmente me levanto a por el aceite, sal y vinagre y un cuarto camarero me dice que no puedo cogerlo yo, que ya me lo llevan a la mesa. No sabía yo ya si reir o llorar. Le digo que estoy aburrido ya de esperar y me llevo todo a la mesa.
Seguían viniendo y marchando los dos camareros-gremlims por todo el comedor sin hacer caso a nadie salvo para apuntar la comanda. Bueno…. el más joven se entretenía bastante en una mesa pegada a la nuestra, ocupada por 3 chicas. Con ellas sí que charlaba y las miraba a la cara . El resto de clientes éramos como comensales en un pesebre (nos “echan” de comer y ya no nos hacen ni caso hasta que acabemos).
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Llegan nuestras pizzas y en la que ha pedido mi mujer (con los ingredientes a su gusto) no aciertan en más de la mitad de las cosas que debía llevar.
Yo cada vez más molesto con los aires casi despóticos con los que tratan a la clientela y ellos para atrás y para adelante por los pasillos del comedor, chillándose, ignorando a los clientes, enfadándose entre ellos, con muy malos modos con todo el mundo…. Y poniendo ojitos a las chavalas…. En una de éstas le tiran por encima una cerveza a un chico de una mesa cercana a la nuestra. Al chico, que también estaba “disfrutando” del trato de los dos fenómenos, creo que le faltó muy poco para empezar a soltar barbaridades.
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Al de 8 o 9 veces de pedirle la cuenta al camarero más joven conseguí que me hiciese caso (ventajas de estar sentado al lado de la mesa de las chicas, pasaba mucho tiempo allí). Me la trajo, con sus bruscos modales y sin mirarnos ni a la cara. Todo el rato enfadado y murmurando cosas que no entendíamos. Qué personaje más desagradable! Confieso que el tipo me puso a 100 y que cuando salí del comedor le comenté un par de cositas (que prefiero no recordar aquí).
Después, al salir, le comenté a la maitre en mi “perfecto italiano”: “mangiare buono, servizio una vergogna” (quería decirle: “Comida buena. El servicio, una vergüenza). Ella arguyó que es que había mucha gente y le comenté (ya en castellano) que mirar a las ojos y ofrecer una mínima atención no es problema de que haya mucha o poca gente.
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La conversación causó un leve revuelo entre algunos de quienes esperaban junto a la zona del horno para pasar al comedor y también entre los señores que hacían las pizzas que me miraron como indicándome que si no me callaba podía acabar dentro del horno con las pizzas
La verdad que la cena no fue para criticarla (casi me gusto más que la del Carlo Menta) pero el trato ha sido el más nefasto que hemos sufrido nunca jamás en ningún restaurante. Vaya dos personajes!
Decidimos ir a ver qué tal ambiente hay por la Piazza Navona. Hay bastante ambientillo en alguna de las calles perpendiculares a la plaza, especialmente en Via Tor Millina.
Ambiente nocturno en Via Tor Millina
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Entramos en La Botticella que por fuera parece un antiguo bar romano con mucha solera y por dentro resulta estar decorado con multitud de banderas, camisetas y pancartas de equipos universitarios estadounidenses. En todo caso, resulta un sitio agradable para tomar un par de cañas. Y alguna más cayó aquella noche y en aquella calle antes de marchar a descansar al hotel.
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