Empezamos nuestro día emocionados al despertarnos en la capital del mundo, New York, y gracias al cambio horario no nos costó demasiado esfuerzo levantarnos a las 7 de la mañana (era mediodía en España).



Así que sin más dilación nos acercamos en metro al inicio del viaje.
Una vez en el exterior, de camino al inicio del puente de Brooklyn, paseamos por los parques que rodean el edificio del Ayuntamiento. Se agradecía también la sensación de frescor bajo los árboles comparado con el downtown (el centro de Manhattan).

Justo en la parte de abajo en la foto se puede ver el BigBus que cogimos algunos días para visitar Manhattan y aprovecharlo como transporte!
Grata sorpresa al encontrarnos con ardillas campando a sus anchas al lado del Ayuntamiento

Y llegamos al inicio del famoso puente de Brooklyn, donde no había demasiada gente paseando, quizás por las horas tempranas, pero prometía estar bastante concurrido al ver indicaciones como esta para controlar la dirección de la circulación de los peatones:

Cruzar el puente nos llevó una media hora, sesión de fotos incluida. Alimentar el ego de nuestro hijo adolescente ayuda a darle fuerzas para seguir caminando :lol:. Cruzar el Brooklyn Bridge es un grato paseo en un puente preparado para los peatones, ya que los coches van a otro nivel.

Ya en Brooklyn nos encontramos con una población más racial que en Manhattan, de hecho nos hicimos alguna foto con algún paisano de por allí. Seguimos caminando hacia el Tabernáculo de Brooklyn sin detenernos demasiado ya que la misa góspel comenzaba a las once y se nos habían hecho más de las diez y media.
Y lo conseguimos, a las once menos cinco estábamos en la manzana del Brooklyn Tabernacle. Sabíamos que estábamos cerca porque si bien al llegar a Brooklyn se veían muchos más afroamericanos, allí era casi exclusivo, y las señoras llevaban sus mejores galas de domingo, si señor. Todo el mundo trajeado, con sus vestidos y pamelas, nos hacian sentir bastante extraños


Pero sin darle mayor importancia nos adentramos en el Tabernáculo y rápidamente se nos olvidaron todas las vergüenzas al observar ese majestuoso espacio lleno de gente y con un escenario abarrotado de gente formando el coro. Ambiente, iluminación, colores, pantallas, todo apuntaba que iba a ser memorable. Nos sentamos en la parte trasera del anfiteatro, previendo la posibilidad de aburrirnos y salirnos, pero aguantamos una hora y media de espectáculo, que dura dos horas. La primera hora se pasó volando, los cánticos, el ambiente, todo se contagia aunque no tengas ni idea de lo que dicen, lo tienes todo subtitulado en las pantallas y te invita a cantar con ellos. Espectacular.

Ya sin prisas ni horarios, seguimos paseando por Brooklyn dirección al barrio de Dumbo, disfrutando de la originalidad de los artículos en venta en los puestos ambulantes y con la intención de comer en Grimaldi's Pizzería ya que la calidad de sus pizzas son famosas. Efectivamente al llegar allí, un local casi a pie del puente, había una cola importante para entrar a comer.
Después de disfrutar de la riquísima pizza familiar que nos habíamos comido entre los tres, nos fuimos a pasear por Dumbo, a orillas del East River que nos separaba de Manhattan y con vistas a los puentes de Brooklyn y de Manhattan como se puede observar en la panorámica de más arriba. Allí, nos esperaba el Jane's Carrousel, un tiovivo acristalado para no pasar frío en invierno, supongo

El puente de Manhattan es disfrutable desde las calles de Dumbo, donde tienes su imagen tal y como aparece en alguna famosa película. No pongo foto porque parece que no se pueden poner más de seis

Y por no repetir puente, nos dirijimos de vuelta a Manhattan caminando (como no) por el puente, pero esta vez por el Manhattan Bridge.
Hay que decir que aunque también está preparado para peatones, por allí íbamos prácticamente nosotros solos, y este no es ni tan bonito como el Brooklyn Bridge ni el paseo es tan agradable debido a que el metro pasa cada pocos minutos por ese mismo puente con un ruido ensordecedor


Y ya de vuelta en Manhattan nos adentramos en Little Italy (calle Mulberry) y la famosa Chinatown y SoHo, mucho más grande. Pudimos observar puestos callejeros con frutas exóticas que no reconocíamos, numerosos escaparates con gambas garrapiñadas o algo parecido.


Por allí pudimos disfrutar de unos originales helados y granizados hechos al momento con nitrógeno líquido




La experiencia para nuestro hijo de 16 años fue muy positiva ya que a pesar de ir a todas partes con sus padres como si fuera un niño pequeño, el pisar por primera vez Nueva york, hacerse docenas de fotos en sitios de película, disfrutar de auténticas hamburguesas y pizzas americanas, comprarse un 'Trolex' y estar el día del orgullo en NYC fue algo que se reflejaba en su semblante como si fuera un niño que saliera de un parque de atracciones.
A dormir, que mañana nos toca subirnos a algún rascacielos
