Con lo que odio madrugar os puedo asegurar que cuando sonó el despertador a las 4:30 no me consolaba nada pensar que iba a ver amanecer en Angkor y estaba de lo más gruñona . Mientras preparaba la mochila y me ponía el relec le iba diciendo a mi marido que aquello era una tortura y que no hacía ninguna falta ver amanecer, con lo bonitos que estaban los templos a una hora prudente como las 8:00 de la mañana. Él ya sabía que me levantaría enfadada, así que no me hizo ni caso.
Vanny en cambio no parecía guardarnos rencor por hacerlo levantarse a esas horas y a las cinco en punto nos estaba esperando con una sonrisa de oreja a oreja en la puerta del hotel.
De camino a Angkor vi que éramos muchos los que nos habíamos apuntado a la “tortura”, aquello parecía una procesión nocturna de tuk tuks. Llegamos a una colina donde se quedó la mayoría de la gente y me terminé de despertar de golpe ¡¡Madre mía que cantidad de gente, aquello parecía una romería!! Por suerte no nos quedamos allí, seguimos unos cinco minutos más y entonces Vanny paró y nos señaló un camino.
Había algunos tuk tuks más allí parados, pero muchísimos menos que en el otro sitio. Con la linterna que habíamos comprado el día anterior íbamos iluminando el camino y después de quince minutos más o menos de subida por un sendero llegamos a un templo.
¡Cuando vi la escalinata que había que subir casi me da algo!! Tres tramos largos de escalones empinadísimos que tenían el ancho del pie justito. ¡Ni de coña! En lo que decidíamos que hacer empezó a clarear, y unas chicas catalanas que bajaban del dichoso templo como buenamente podían nos dijeron que había un mirador allí al lado y que la vista era muy parecida. Eso ya era otra cosa. A mí me pareció que mi marido se quedaba con ganas de subir de todas formas, así que le dije que no se preocupara y subiera él, que de verdad que no me importaba.
Me quedé en el mirador y casi al momento de que él terminara de subirse al templo empezó el espectáculo. Un sol radiante iba iluminando la selva envuelta en brumas y las torres de Angkor sin más sonido que el canto de los pájaros.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
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Uffff, ojala todo el mundo pudiera ver un amanecer allí al menos una vida. Impresionante de verdad. Me imagino que desde la colina de la romería se verían las torres de Angkor más grandes, pero sinceramente no creo que se pudiera disfrutar igual con tanta gente.
Al bajar de nuevo, le dijimos a Vanny que nos dejara en Angkor Wat para ver los bajorrelieves con tranquilidad y sin mucha gente, ya que la mayoría se va a desayunar después de ver el amanecer. Habíamos pedido en el hotel que nos prepararan una bolsa de desayuno que nos zampamos en un momento, sentados en la explanada frente al templo.
Los bajorrelieves de Angkor son espectaculares. Un par de ejemplos:
Los demonios en el Mito del Batido del Océano de Leche
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Los reos son llevados al inframundo en el juicio de los muertos.
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Aquí os pongo un collage de devatas, que son diosas sonrientes con peinados complicadísimos. Sólo en Angkor Wat hay más de 1.500, pero las que veis son un resumen de las que hemos ido viendo por todos los templos.
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Todavía alucinando con lo que habíamos visto, volvimos donde habíamos quedado con Vanny. De camino a Banteay Srei, paramos para sacar alguna fotillo de Pre Rup, uno de los templos montaña más importantes.
Cuando llegamos a Banteay Srei, Vanny nos dijo que habían llegado muchos autobuses, y que como el templo es pequeñito no lo íbamos a disfrutar mucho, así que nos propuso ir primero a Kbal Spean (el río de las mil lingas).
Pensaba que aquello estaba más cerca de Banteay Srei, pero todavía nos esperaba un rato de tuk tuk y la caminata. Desde donde te dejan hay un kilómetro y medio andando. Y digo andando por decir algo, sería mucho más sincero decir saltando de roca en roca y esquivando raíces porque el caminito se las trae.
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Mira tú por donde que aunque en Chiang Mai no lo habíamos hecho, al final tuvimos trekking sorpresa por la selva (hasta me pude columpiar en las ramas de los árboles) y nos lo pasamos muy bien.
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De todas formas creo que deberían avisar de como está el camino, porque nos cruzamos con un grupo donde había personas mayores, y había algunos que no lo estaban pasando precisamente bien.
Por fin llegamos. Aquello es bastante curioso, antiguos ermitaños esculpieron hace casi mil años imágenes divinas y símbolos en el lecho del río y en las rocas de alrededor.
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El nombre le viene de los lingam (piedras fálicas que simbolizan al Dios Shiva) que hay en el fondo del río. Es curioso, pero tampoco es para tanto, así que os merecerá la pena o no dependiendo de la pereza que os dé el caminito. En cuanto Vanny nos vio aparecer sacó el agua fresquita todavía más rápido de lo normal. Ya se imaginó que nos hacía falta.
Ahora sí tocaba por fin ver Banteay Srei. Otro de los templos imprescindibles para nosotros y el primer monumento que se reconstruyó en Angkor en 1.931. El templo no lo mandó levantar un rey, sino dos brahmanes que eran ricos terratenientes de la zona, por eso es más pequeño que otros. Banteay Srei fue terminado en el año 967 y su nombre moderno significa “ciudadela de las mujeres”. Se lo pusieron los lugareños alucinados con las curvas de las devatas que hay esculpidas.
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La decoración de los tímpanos y frontones es una maravilla, son de los más bonitos de todo el arte khmer y su buen estado de conservación nos sorprendió muchísimo.
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El acceso al templo está custodiado por guardianes arrodillados con rostros de león, mono y genio.
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Vanny nos estaba esperando en uno de los chiringuitos que había fuera del templo para comer. Le dije a mi marido que se notaba la caminata y también que habíamos desayunado prontísimo, porque estaba que me comía las piedras con tal de que no estuvieran picantes. ¡Error!, la muchacha que nos atendió me estaba oyendo y lo único que entendió de la frase fue “spicy”, porque sin darme cuenta lo había dicho en inglés. Nos trajo unos noodles que nos tuvieron un buen rato echando fuego por la boca. Pues nada, otro ataque de risa y otro litro de agua.
Después de comer vimos Banteay Samré, El Mebon Oriental y Neak Pean.
Neak Pean es original, sólo queda un prasat en medio de una laguna. No llegas al templo, te quedas al final de una pasarela de madera muy pintoresca.
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El último templo que vimos ese día fue Preah Khan. Otra maravilla inundada por la vegetación de la selva. El templo en sí es una preciosidad, pero es que además lo vimos al atardecer, con una luz muy bonita y poca gente.
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Friso de apsaras en la Sala de Danzantes
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Garuda gigante: ser mitad ave y mitad hombre, vehículo de Visnú.
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Cuando llegamos a Siem Reap, bañito en la piscina como siempre y a Pub Street. La cerveza de antes de la cena la perdonamos porque nos caíamos de sueño. Después de los noodles rabiosos de la hora de comer, teníamos claro lo que queríamos: comida italiana de la que habíamos visto la primera noche en Le Tigre de Papier.
Cuando llegaron la pizza y la pasta para compartir nos abalanzamos sobre la comida. Parecía que no hubiéramos comido en una semana, al levantar la cabeza nos dimos cuenta de que la camarera hacía lo imposible por no reírse. Pagamos los 18 $ de la cena y al hotel del tirón. Seguro que no tardamos ni tres segundos en quedarnos fritos.