Mi presentación en la capital federal, es todo un reto para mí. A diferencia de la mayoría de personas, sobre todo del sexo femenino, a las que siempre he escuchado hablar con deleite sobre la entonación porteña, a mis orejas siempre le ha rechinado ese envolvente deje histriónico de los bonaerenses, imagino que debido a mi opuesto plano e insulso acento grave mesetario. Además, a causa de mi poca personalidad y complejo de inferioridad, predispuesto por los chistes sobre argentinos, al igual que me han influenciado en otras ocasiones los de chinos, españoles, catalanes, portugueses, polacos, rusos, alemanes, chipriotas, madrileños, argelinos, turcos, belgas, bosquimanos, zulues, griegos, suecos …, casi no pude pegar ojo la noche anterior, envuelto en sudores fríos por unas horribles pesadillas en las que me veía acorralado en Buenos Aires por 13 millones de psicólog@s vendiéndome motos con una verborrea martirizante con la entonación antes descrita, con los acordes de fondo de miles de bandoneones.
Casi en el momento de la expropiación a los ricachones, con bandera española, de REPSOL YPF, llego a territorio enemigo, o sea el de los expropiadores, a las 6 de la tarde del día 2 de mayo de 2012. No tiene perdón de Dios; primero planteo el viaje con una rutita por territorio brasileño, en medio de un partido de tenis sin juez de silla, entre los gobiernos del reino de España y el territorio de ultramar de Brasil. Saca España, buen restooo de Brasil con dos devueltos, drive de España, dejada de Brasil, y los funcionarios tenistas,tratando de ponerse medallas sobre quien es más retorcido interpretando los requisitos de entrada para contabilizar devoluciones y ganar el partido.
Ahora llegamos a Buenos aires en plena exaltación patriótica por el debate y posterior aprobación por el parlamento argentino de la nacionalización de YPF, cuyo accionista mayoritario es la petrolera española REPSOL, y me siento observado como si fuera un delegado del gobierno de España, me hubieran expropiado a mí un montón de acciones, o la petrolera fuera mía. Un par de días después, mientras devoro un asado en un restaurante, se emite por la tele que Evo Morales, el presidente boliviano del poncho se dispone a nacionalizar la red eléctrica de su país, metiéndole mano a otra multinacional “mía”. Al instante percibo que la clientela y el servicio del restaurante, comunicándose entre ellos telepáticamente, me miran de reojo con una sonrisa ladeada mientras se burlan con sorna en lunfardo del pringao "gallego" de la mesa, que encima no sabe como hincarle el diente a un churrasco como el Dios de los psicólogos manda.
Bueno a lo que iba. Salimos de la estación de Tres cruces en Montevideo a las 12'45 h del mediodía en bus hacia Colonia, adonde llegamos 2 horas y media después de una siesta de 2 horas y 20 minutos, entre un paisaje de pasto verde, vacas tirándose pedos, y árboles. Tras los trámites de salida, entrada, y resalida de paises, embarcamos en el rapidillo de Colonia Express, mientras vemos un poco más allá, como embarcan los pasajeros de la cía Buquebús en su sssssssuperrrrrr catamarán de coste de billete de 1300 pesos uruguayos (50 euros), el doble que el nuestro (645 pesos uruguayos/24 euros). O ellos la tienen más grande, la cartera y la nave quiero decir, o está incluido un final feliz en el billete, porque esssteeee, felizmente nosotrossss, tras cruzar también sentados el marronoso mar más que río de la plata en 1 hora de trayecto, atracamos en el Puerto Madero de Buenos Aires a las 5 y media de la tarde del como dije antes, miércoles 2 de Mayo del 2012, año del señor.
Como necesitamos proveernos de pesos argentinos para el próximo movimiento, nos encaminamos por la dársena del puerto hasta la terminal de Buque Bus, donde sabemos hay una sucursal bancaria abierta en la que cambian divisa. Aunque pesan el cansancio del traslado e incluso el liviano equipaje de 50 kilos que cargamos, el paseo es agradable caminando al lado del canal surcado por piraguistas y pateado por paseantes, y en el perfil de los rascacielos a esa hora, se refleja ñoñamente la bonita luz del atardecer, decorado facilmente reconocible en películas como “El corredor nocturno” de Gerardo Herrero o “Nueve Reinas” de Fabian Bielinski.
En unos kilos de pasos, o en tiempo una hora después, unas manzano-cuadras más alla de otro inevitable, tristón y aburrido puente del ínclito y omnipresente valenciano Calatrava, Santi para los amigos, llegamos a la terminal. Change de unos euros a 5'40 pesos unidad, y agarramos un taxi, que por 25 pesos (5 euros) nos deja en la calle Piedras del barrio de San Telmo, cerca del microcentro de Buenos Aires, a las puertas del hostel Art Factory, tras una carrera por calles atascadas en las que lo que más llama la atención fue el aire mediterráneo de la ciudad, y los “hurgadores” que buscándose la vida, permanecían sentados en los bordillos al lado de todos los contenedores de basura que atravesamos, revolviendo las bolsas de basura en busca de material susceptible de ser vendido o reciclado.Una vez realizado el check in, y dejados los bártulos en una habitación doble diferente que ha quedado libre, con cama grande y baño privado por 275 pesos, salimos a la recerca de algún sitio donde hacer la comida del día, ya que, aunque los chavales de recepción, nos ofrecen asado libre y concierto de jazz en la terraza del edificio a 65 pesos (13 eu) por cabeza, preferimos dar una vuelta bajo la agradable temperatura de la noche porteña.
En la avenida 9 de Julio, la autoproclamada calle más grande del mundo por los argentinos, con 16 carriles de circulación en ambos sentidos intercalados por un par de ramblitas peatonales, encontramos en una esquina en la confluencia con la calle Moreno, bajo la figura de la mítica Evita (creo), una sucursal de Ugis, cadena de pizzerias al volo, al taglio, al paso, al corte, a porciones, para llevar, o como sea, donde pedimos una de las tres variantes que hornean: la Muzzarella, -las otras son la de cebolla y la común-, y dos cervezas, que nos llevamos a uno de los bancos de la avenida para consumirlas mientras charlamos viendo el poco ambiente que circula a esa hora por la avenida. La llegada a la capital argentina no da para más, puesto que decidimos prescindir de subir a la azotea del hotel a tomar algo, y quedarnos escuchando los ecos del jazz en la habitación, para aprovechar el inmejorable somnífero.
Como nos levantamos pronto, y hasta las 8 no sirven desayunos los relajadísimos modernillos del hotel, bajamos al bar de barrio de enfrente, identificable por sus cristales empapelados con los platos de la casa, a tomarnos el desayuno de 13 pesos (2 euros) consistente en un café con leche y dos facturas, así le llaman acá a la bollería o pastas dulces. Dejamos al hombre seguir traginando por el bar con su delantal, sirviendo los cafés a los pocos habituales de cada mañana que leen el diario o ven por la tele las primeras noticias del día, y agarramos el metro en Belgrano, en dirección a la estación de Retiro. Se ha de hacer cambio de línea, y debemos memorizar, porque es prácticamente imposible conseguir planos del metro de Buenos Aires en las taquillas. El billete son 2'5 pesos o sea unos 50 cs al cambio, y el trayecto se hace ameno, admirando los muchos y entrañables convoyes de época que circulan, con vagones de madera, floripas con iluminación amarillenta, y ventanas de aquellas de tren borreguero de antaño con cristales de apertura vertical.
Al salir, dejamos atrás la estación de Retiro, cruzando en diagonal al otro lado por la zona verde de la plaza, y descendemos hacia la Plaza de la madres de Mayo, por la peatonal y populosa calle Florida, que cruza la famosa calle Corrientes desde la que se divisa al norte, el obelisco de 9 de julio. La calle, es una sucesión de galerías comerciales, tiendas y garitos de tango, en las que se puede adquirir tanto ropa de marca, como souvenirs o buenos complementos de cuero, materia en la que los artesanos argentinos tienen bien ganada fama.
En un tramo del paseo, un chaval que pasa a mi lado, me aconseja que proteja la cámara que llevo en la mano, “por si acaso”. Llegando ya al final de la calle, que se anima todavía más si cabe al anochecer con la aparición de parejas bailando tango y músicos callejeros, las últimas cuadras se encuentran habitadas por artesanos con su mercancía en mantas en el suelo. Girando a la izquierda ya en la plaza, está el bonito edificio del cabildo, y dando una vuelta por el centro de ella, vemos las pancartas y el notorio campamento militar montado por los excombatientes argentinos de las Malvinas, que reclaman no quedar olvidados en la memoria.
Agarramos el metro en la misma plaza, y nos bajamos en la estación de Caseros, en el barrio de Parque Patricios, donde quiero visitar a un artesano cuchillero llamado Ruben Calo, al que había visto bonitos trabajos en su página web. Tras picar el timbre y presentarme, nos abre la puerta de su casa, y tras una breve charla me informa que lamentablemente trabaja casi siempre por encargo, y que tiene solo un par de piezas disponibles, que me muestra abriendo un cajón. Una es una navaja de mariposa que no me interesa, y la otra es una estupenda navaja con cachas de titanio con aguas, y precioso acero, pero con una etiquetita de 450, que no son pesos sino dólares. Como es una aberración por excelente trabajo que sea, que lo es, me despido quedando en echarle un vistazo a sus trabajos por internet.
El clima es veraniego, y la calle está calurosa por el sol que pica, así que como es la hora de la nutrición, entramos en un bar de “barras” (seguidores) del CF Huracán en la Avda. Caseros, y pedimos un par de milanesas y las consabidas litronas de Quilmes. Las milanesas, carne rebozada, vienen con acompañamiento a elegir, o con cebolla y queso, y la cantidad es muy abundante como es habitual en estas tierras. Tardan un buen rato, así que antes de que traigan los platos, cae una litrona de Quilmes.
Volvemos al subte (metro), y regresamos a la animada zona de la mañana, para ir al hotel paseando por la calle Corrientes, y luego introduciéndonos en San Telmo por las pequeñas calles paralelas a la Avenida 9 de Julio, en las que nos entretenemos con los pequeños comercios de la zona, y donde observo como la gente se santigua al pasar delante de las iglesias del barrio. La calle Belgrano con su denso tráfico, nos marca la frontera donde la calle cambia de nombre, y se convierte en la calle Piedras donde está ubicado el hostel. Una vez entramos, no volvemos a salir hasta la mañana siguiente.
Casi en el momento de la expropiación a los ricachones, con bandera española, de REPSOL YPF, llego a territorio enemigo, o sea el de los expropiadores, a las 6 de la tarde del día 2 de mayo de 2012. No tiene perdón de Dios; primero planteo el viaje con una rutita por territorio brasileño, en medio de un partido de tenis sin juez de silla, entre los gobiernos del reino de España y el territorio de ultramar de Brasil. Saca España, buen restooo de Brasil con dos devueltos, drive de España, dejada de Brasil, y los funcionarios tenistas,tratando de ponerse medallas sobre quien es más retorcido interpretando los requisitos de entrada para contabilizar devoluciones y ganar el partido.
Ahora llegamos a Buenos aires en plena exaltación patriótica por el debate y posterior aprobación por el parlamento argentino de la nacionalización de YPF, cuyo accionista mayoritario es la petrolera española REPSOL, y me siento observado como si fuera un delegado del gobierno de España, me hubieran expropiado a mí un montón de acciones, o la petrolera fuera mía. Un par de días después, mientras devoro un asado en un restaurante, se emite por la tele que Evo Morales, el presidente boliviano del poncho se dispone a nacionalizar la red eléctrica de su país, metiéndole mano a otra multinacional “mía”. Al instante percibo que la clientela y el servicio del restaurante, comunicándose entre ellos telepáticamente, me miran de reojo con una sonrisa ladeada mientras se burlan con sorna en lunfardo del pringao "gallego" de la mesa, que encima no sabe como hincarle el diente a un churrasco como el Dios de los psicólogos manda.
Bueno a lo que iba. Salimos de la estación de Tres cruces en Montevideo a las 12'45 h del mediodía en bus hacia Colonia, adonde llegamos 2 horas y media después de una siesta de 2 horas y 20 minutos, entre un paisaje de pasto verde, vacas tirándose pedos, y árboles. Tras los trámites de salida, entrada, y resalida de paises, embarcamos en el rapidillo de Colonia Express, mientras vemos un poco más allá, como embarcan los pasajeros de la cía Buquebús en su sssssssuperrrrrr catamarán de coste de billete de 1300 pesos uruguayos (50 euros), el doble que el nuestro (645 pesos uruguayos/24 euros). O ellos la tienen más grande, la cartera y la nave quiero decir, o está incluido un final feliz en el billete, porque esssteeee, felizmente nosotrossss, tras cruzar también sentados el marronoso mar más que río de la plata en 1 hora de trayecto, atracamos en el Puerto Madero de Buenos Aires a las 5 y media de la tarde del como dije antes, miércoles 2 de Mayo del 2012, año del señor.
Como necesitamos proveernos de pesos argentinos para el próximo movimiento, nos encaminamos por la dársena del puerto hasta la terminal de Buque Bus, donde sabemos hay una sucursal bancaria abierta en la que cambian divisa. Aunque pesan el cansancio del traslado e incluso el liviano equipaje de 50 kilos que cargamos, el paseo es agradable caminando al lado del canal surcado por piraguistas y pateado por paseantes, y en el perfil de los rascacielos a esa hora, se refleja ñoñamente la bonita luz del atardecer, decorado facilmente reconocible en películas como “El corredor nocturno” de Gerardo Herrero o “Nueve Reinas” de Fabian Bielinski.
En unos kilos de pasos, o en tiempo una hora después, unas manzano-cuadras más alla de otro inevitable, tristón y aburrido puente del ínclito y omnipresente valenciano Calatrava, Santi para los amigos, llegamos a la terminal. Change de unos euros a 5'40 pesos unidad, y agarramos un taxi, que por 25 pesos (5 euros) nos deja en la calle Piedras del barrio de San Telmo, cerca del microcentro de Buenos Aires, a las puertas del hostel Art Factory, tras una carrera por calles atascadas en las que lo que más llama la atención fue el aire mediterráneo de la ciudad, y los “hurgadores” que buscándose la vida, permanecían sentados en los bordillos al lado de todos los contenedores de basura que atravesamos, revolviendo las bolsas de basura en busca de material susceptible de ser vendido o reciclado.Una vez realizado el check in, y dejados los bártulos en una habitación doble diferente que ha quedado libre, con cama grande y baño privado por 275 pesos, salimos a la recerca de algún sitio donde hacer la comida del día, ya que, aunque los chavales de recepción, nos ofrecen asado libre y concierto de jazz en la terraza del edificio a 65 pesos (13 eu) por cabeza, preferimos dar una vuelta bajo la agradable temperatura de la noche porteña.
En la avenida 9 de Julio, la autoproclamada calle más grande del mundo por los argentinos, con 16 carriles de circulación en ambos sentidos intercalados por un par de ramblitas peatonales, encontramos en una esquina en la confluencia con la calle Moreno, bajo la figura de la mítica Evita (creo), una sucursal de Ugis, cadena de pizzerias al volo, al taglio, al paso, al corte, a porciones, para llevar, o como sea, donde pedimos una de las tres variantes que hornean: la Muzzarella, -las otras son la de cebolla y la común-, y dos cervezas, que nos llevamos a uno de los bancos de la avenida para consumirlas mientras charlamos viendo el poco ambiente que circula a esa hora por la avenida. La llegada a la capital argentina no da para más, puesto que decidimos prescindir de subir a la azotea del hotel a tomar algo, y quedarnos escuchando los ecos del jazz en la habitación, para aprovechar el inmejorable somnífero.
Como nos levantamos pronto, y hasta las 8 no sirven desayunos los relajadísimos modernillos del hotel, bajamos al bar de barrio de enfrente, identificable por sus cristales empapelados con los platos de la casa, a tomarnos el desayuno de 13 pesos (2 euros) consistente en un café con leche y dos facturas, así le llaman acá a la bollería o pastas dulces. Dejamos al hombre seguir traginando por el bar con su delantal, sirviendo los cafés a los pocos habituales de cada mañana que leen el diario o ven por la tele las primeras noticias del día, y agarramos el metro en Belgrano, en dirección a la estación de Retiro. Se ha de hacer cambio de línea, y debemos memorizar, porque es prácticamente imposible conseguir planos del metro de Buenos Aires en las taquillas. El billete son 2'5 pesos o sea unos 50 cs al cambio, y el trayecto se hace ameno, admirando los muchos y entrañables convoyes de época que circulan, con vagones de madera, floripas con iluminación amarillenta, y ventanas de aquellas de tren borreguero de antaño con cristales de apertura vertical.
Al salir, dejamos atrás la estación de Retiro, cruzando en diagonal al otro lado por la zona verde de la plaza, y descendemos hacia la Plaza de la madres de Mayo, por la peatonal y populosa calle Florida, que cruza la famosa calle Corrientes desde la que se divisa al norte, el obelisco de 9 de julio. La calle, es una sucesión de galerías comerciales, tiendas y garitos de tango, en las que se puede adquirir tanto ropa de marca, como souvenirs o buenos complementos de cuero, materia en la que los artesanos argentinos tienen bien ganada fama.
En un tramo del paseo, un chaval que pasa a mi lado, me aconseja que proteja la cámara que llevo en la mano, “por si acaso”. Llegando ya al final de la calle, que se anima todavía más si cabe al anochecer con la aparición de parejas bailando tango y músicos callejeros, las últimas cuadras se encuentran habitadas por artesanos con su mercancía en mantas en el suelo. Girando a la izquierda ya en la plaza, está el bonito edificio del cabildo, y dando una vuelta por el centro de ella, vemos las pancartas y el notorio campamento militar montado por los excombatientes argentinos de las Malvinas, que reclaman no quedar olvidados en la memoria.
Agarramos el metro en la misma plaza, y nos bajamos en la estación de Caseros, en el barrio de Parque Patricios, donde quiero visitar a un artesano cuchillero llamado Ruben Calo, al que había visto bonitos trabajos en su página web. Tras picar el timbre y presentarme, nos abre la puerta de su casa, y tras una breve charla me informa que lamentablemente trabaja casi siempre por encargo, y que tiene solo un par de piezas disponibles, que me muestra abriendo un cajón. Una es una navaja de mariposa que no me interesa, y la otra es una estupenda navaja con cachas de titanio con aguas, y precioso acero, pero con una etiquetita de 450, que no son pesos sino dólares. Como es una aberración por excelente trabajo que sea, que lo es, me despido quedando en echarle un vistazo a sus trabajos por internet.
El clima es veraniego, y la calle está calurosa por el sol que pica, así que como es la hora de la nutrición, entramos en un bar de “barras” (seguidores) del CF Huracán en la Avda. Caseros, y pedimos un par de milanesas y las consabidas litronas de Quilmes. Las milanesas, carne rebozada, vienen con acompañamiento a elegir, o con cebolla y queso, y la cantidad es muy abundante como es habitual en estas tierras. Tardan un buen rato, así que antes de que traigan los platos, cae una litrona de Quilmes.
Volvemos al subte (metro), y regresamos a la animada zona de la mañana, para ir al hotel paseando por la calle Corrientes, y luego introduciéndonos en San Telmo por las pequeñas calles paralelas a la Avenida 9 de Julio, en las que nos entretenemos con los pequeños comercios de la zona, y donde observo como la gente se santigua al pasar delante de las iglesias del barrio. La calle Belgrano con su denso tráfico, nos marca la frontera donde la calle cambia de nombre, y se convierte en la calle Piedras donde está ubicado el hostel. Una vez entramos, no volvemos a salir hasta la mañana siguiente.