Desde las cataratas de Iguazú, correlativamente las provincias Argentinas que se recorren de norte a sur, son Misiones, Corrientes, y Entreríos, que queda emparedada entre el Río Paraná y el Río Uruguay, éste frontera natural primero con Brasil y luego con el país que lleva su nombre, los cuales al unir sus aguas en el sur, forman el inmenso mar que es el río de la Plata, que separa las capitales de Buenos Aires y Montevideo, regalándoles a cada cual su orilla.
Como a los Esteros de Iberá en el centro de la provincia, no hay transporte público que te baje en línea recta, tenemos que ir a la capital Corrientes siguiendo el curso del Paraná, ir luego hacia el centro rodeando los esteros por el sur, y volver a subir. Cuando acabemos nuestra estancia aquí, nos encaminaremos siguiendo el curso del rio Uruguay hacia el sur, para entrar por el paso fronterizo argentino-uruguayo de Concordia-Salto, y de allá hasta Montevideo en el Río de la Plata, tal como hemos dicho antes, unión de las aguas de los dos ríos.
Nueve horas de ruta nocturna después, el bus nos aparca en Corrientes a las 5'15 de la mañana, y continua su ruta a Resistencia. Sin perder tiempo, revisamos los mostradores de la compañías en busca de nuestro siguiente destino: Mercedes. Con una de ellas, Silvia Cía, nos cuadra un enlace perfecto a las 6 de la mañana por 68 pesos el billete, trayecto de unas 3 horas y llegada prevista sobre las 9 de la mañana. Sólo nos da tiempo de tomar un café con leche, y fumar un par de cigarrillos.
El pueblo gaucho está soleado a esa hora, y se ven bastantes tipos con la vestimenta típica, boina o sombrero pampero, vaqueros o “bombachas gauchas” (pantalones con costuras reforzadas y ajustados por los tobillos), botas o alpargatas azules, y los cinturones de cuero o carpincho (capibara), algunos anchos por la espalda casi a una faja, y otros de gran hebilla.
Lo primero que hacemos, es soltar el lastre del equipaje en la consigna, ésta oficial, de la terminal de bus, ésta de verdad. Luego tras cambiar unos euros y dar un rodeo por el pueblo, sacamos billetes a Colonia Pellegrini para las 12'30 en las oficinas de Crucero del Norte por 30 pesos, pero con un bus de la Cía Itatí II. Las otras opciones de llegar a la colonia, eran unos boletos para las 11 con una minivan (combi) de una empresa llamada Iberá, que te expenden por 40 pesos en una administración de loterías de un par de cuadras más adelante, o un 4x4 privado por el que primero nos piden 100 pesos, para una hora después decirnos que como va de vacío, si devolvemos los billetes que hemos comprado, nos lleva por 60. Pasamos del tema dejando las cosas como están, yéndonos a hacer averiguaciones sobre alojamientos en la Colonia, lo que nos permite saber que no hay problema alguno, puesto que según la información obtenida, dentro de las 8x8 cuadras que ocupa hay unos 22 establecimientos diversos.
La colonia se alcanza en 2 horas y media, tras un trayecto tan espectacular como el bus que lo realiza. La mayor parte de la ruta excepto un pequeño tramo al principio, es de tierra y piedras, y además están en obras, por lo que el traqueteo del vehículo deja en ridículo a un bailador de claqué. El coche no tiene maletero, por lo que todos los bultos, y no me refiero a maletas sino a cajas, paquetes, bolsas, herramientas, placas de porexpan, carteras, sacos, etc. forman una unión con el pasaje. El encantador chófer va acompañado de su hija, suegra y su novia o mujer, la cual además de darle conversación sentada en el estribo de la entrada, le va cebando el mate que comparte con él durante buena parte del recorrido. A mi lado hay un policía de pie, cuya pistola enfundada apunta su visible cañón directamente a mi flanco izquierdo durante buena parte del traqueteante trayecto.
El panorama es espectacular, y jamás había hecho un trayecto por carretera en el que haya podido ver a poquísima distancia como si fuera un safari, tal cantidad de animales cruzando, en los terraplenes o en las charcas del humedal: ñandus, vacas y caballos de variadas razas, ovejas, capibaras, vizcachas, ciervos, aves rapaces apostadas en postes o planeando, e incluso un par de ellas devorando una cría de capibara en medio de la carretera, garzas ... Lo dicho, un espectáculo. El trayecto es un horizonte de haciendas o ranchos, aquí llamadas estancias, o sea viviendas con establos, silos, caballerizas, etc., rodeadas de hectáreas de terrenos y pastos con ganado, y cuya ubicación únicamente delata un sendero de tierra hacia el horizonte, que parte tras una valla del oeste clavada en la tierra al lado de la carretera, o a veces un núcleo arbolado divisado como un frondoso punto perdido en la lejanía. A medida que nos acercamos a Colonia Pellegrini el paisaje se vuelve más frondoso, lo cual es indicio del agua de la laguna donde está asentada.
Como no hay parada, ni estación, ni terminal, la pareja del chófer nos pregunta primero si tenemos alojamiento, y como la respuesta es negativa, nos pregunta después donde queremos que nos deje. Como optamos por el garito de información de la Colonia-Esteros, sin saber su ubicación, acabamos apeados nada mas cruzar el estrecho puente de entrada a la Colonia, al principio de la misma. Allí nos proporcionan un mapa de la cuadriculada población, con todos los puntos prácticos señalados: alojamientos, servicios, guías, tiendas, etc. Dejamos las mochilas en el centro tras la visita de Sandra a un par de posadas, y hacemos un par de visitas más, antes de una buena pateada a la búsqueda imposible de algo que comer, ya que todas las cocinas que nos van indicando están cerradas al llegar.
Finalmente en una casita de dibujo de niño en medio de un terreno de césped y árboles, en el que a la entrada hay un letrero de madera que pone comidas Santa Rita, una mujer llamada Vicenta nos dice que tiene puede ofrecernos algo. Elegimos una milanesa y una torta de verduras, coloca la única mesa de plástico que tiene en medio del césped, y nos trae la comida y una cerveza de litro Quilmes, que nos sabe a gloria. Le pagamos, dándole las gracias, y nos vamos a por los bártulos al centro, y luego con notable cansancio, directos a la posada elegida, “Ipa sapakui”, con el fin de descansar. De las opciones de alojamiento vistas, había desde un rancho con habitaciones dobles a 400 y pico pesos por persona noche, hasta una posada a 150 pesos noche la habitación. El elegido, con una habitación estupenda y espaciosa con baño, ventilador, cama doble, ventanas a un tranquilo jardín, y sin televisión, nos sale a 300 pesos la noche. Mañana creo que es miércoles. Si alguien va a los Esteros y elige el Ipa, que pregunte por Emilio, el estupendo chaval que lleva el establecimiento, os atenderá con gusto, y como es de allá, conoce el lugar como la palma de la mano. Eso sí, en cualquier lugar que os alojeis de la Colonia, contratar por separado antes que en paquete, o sea, habitación por un lado, excursiones por otro, etc., aunque las contrateis en el mismo lugar donde os alojeis. Se ahorra bastante pasta.
Miercoles
Los Esteros del Iberá (Aguas brillantes en guaraní), segundo humedal del mundo solo superado por el Pantanal brasileño, forma un macro sistema que se convierte en un paraiso de flora y fauna, favorecido por el difícil acceso, su constitución como Reserva Natural en 1983, y la práctica inexistencia de núcleos de población, excepto la que se considera base para la visita: la Colonia Pellegrini. Este municipio rural de unos 700 habitantes, fue más o menos constituido como tal a principios del siglo XX, cuando el gobernador propietario de las tierras las fue vendiendo por parcelas a los pocos colonos que la poblaban. El acceso terrestre a Colonia Pellegrini, antes se cruzaba la laguna en barcas tiradas por bueyes, se pudo hacer a partir de 1972 tras abrirse un camino construyendo un pedraplén (terraplén compactado con material rocoso).
La biodeversidad en los esteros es grande, muy grande. Esta es una relación de los animales que se pueden ver y disfrutar: vizcachas (una chinchilla de cuatro palmos), montones de capibaras o carpinchos como los llaman allá, monos aulladores, boas, lobitos de río (emparentados con la nutria), yacarés, chajás (una especie de pavo enorme que es símbolo de las pampas), ipacaas (gallina de los pantanos de largo pico amarillo), cardenales de cabeza roja, ciervos de los pantanos en peligro de extinción, como lo están también los lobos de crin llamados aguará guazú, osos hormigueros, ocelotes, ñandús, y cientos de aves. La laguna, está concurrida de pirañas, por lo que el baño no es recomendable. Los de allá, se dan un chapuzón rápido cuando la calor aprieta, que lo hace y mucho incluso en esta época del año, y salen pitando del agua.
Por la mañana, después de desayunar, salimos con Emilio y los otros dos huéspedes argentinos que se hospedan en la posada, a un paseo en lancha por la laguna. Salimos a las 9'30 de la mañana, y dura unas dos horas y media. El dia es espléndido y la laguna está increiblemente bonita. La excursión merece la pena, y tal como dije antes, aquí poder ver fauna no es complicado, así que hay que cargar bien la cámara, y a disfrutar de la brisa, el agua y las vistas.
Tras comer de nuevo en Santa Rita, donde Vicenta ha cocinado unos de los mejores raviolis que he comido nunca, y una tarta de choclo (maiz) deliciosa, dar una vuelta por la plaza del pueblo, y visitar la comisaría de policía y el hospital más relajado que he visto en mi vida, caemos en un sueño profundo de un par de horas.
Salimos al atardecer, con la intención de hacer un poco de senderismo desde el Centro de Interpretación. Este centro, situado a apenas un kilómetro antes del puente de entrada a la Colonia, y por el que pasan todas las lanchas de las excursiones, tanto a la ida para saber que salen como a la vuelta para dar parte de que todo ha ido bien, es el punto de partida de los dos senderos habilitados en los Esteros, uno de ellos denominado el “de los monos”, que en apenas medio kilómetro, te lleva a una colonia de carayás aulladores. Llegamos al puente a la puesta de sol, donde nos encontramos con los 3 o 4 operarios que hacen su mantenimiento, sentados frente a la caravana en la que viven, y en la que cuelga una pancarta de “Malvinas argentinas”. Uno de ellos, manifiestamente borracho y tatuado de puñales, serpientes, y calavera, intenta preguntarnos sin pausa para respirar, por nuestra procedencia, de si hemos venido a ver “bissshhooss”, y sobre quien es el mejor futbolista que juega en la liga española. Los otros atentos, controlan ante una posible reacción brusca. A la vuelta, el hombre se levanta a darme la mano, y me pregunta si todo está bien.
Al llegar a la luz de las linternas a la posada, saldamos la cuenta con Emilio, ya que decidimos no hacer la salida nocturna que habíamos apalabrado con él, porque me duele algo una pierna, y porque la salida de la combi que nos lleva mañana de vuelta a Mercedes, sale de la Colonia a las 4 de la madrugada. En su lugar, caminamos casi a oscuras bajo el abarrotado firmamento hasta “La cabaña”, el bar del pueblo, donde sin otra clientela que nosotros, tomamos un par de litronas y una hamburguesa con vistas, y charlamos escuchando la música que tiene puesta la chica del bar. Durante la velada, solo entró un chico a pedir una hamburguesa para llevar, que volvió a recoger 15 minutos despues porque la plancha estaba apagada.
Durante nuestra estancia en la Colonia Pellegrini de los Esteros del Iberá, apenas hemos contabilizado aparte de nosotros, unos 6 o 7 turistas más, y aunque nos quedaríamos, tomamos la decisión de marchar mañana hacia Mercedes en la furgo que nos ha arreglado Emilio por 40 pesos, para enlazar hacia un paso fronterizo para regresar a Uruguay.
Como a los Esteros de Iberá en el centro de la provincia, no hay transporte público que te baje en línea recta, tenemos que ir a la capital Corrientes siguiendo el curso del Paraná, ir luego hacia el centro rodeando los esteros por el sur, y volver a subir. Cuando acabemos nuestra estancia aquí, nos encaminaremos siguiendo el curso del rio Uruguay hacia el sur, para entrar por el paso fronterizo argentino-uruguayo de Concordia-Salto, y de allá hasta Montevideo en el Río de la Plata, tal como hemos dicho antes, unión de las aguas de los dos ríos.
Nueve horas de ruta nocturna después, el bus nos aparca en Corrientes a las 5'15 de la mañana, y continua su ruta a Resistencia. Sin perder tiempo, revisamos los mostradores de la compañías en busca de nuestro siguiente destino: Mercedes. Con una de ellas, Silvia Cía, nos cuadra un enlace perfecto a las 6 de la mañana por 68 pesos el billete, trayecto de unas 3 horas y llegada prevista sobre las 9 de la mañana. Sólo nos da tiempo de tomar un café con leche, y fumar un par de cigarrillos.
El pueblo gaucho está soleado a esa hora, y se ven bastantes tipos con la vestimenta típica, boina o sombrero pampero, vaqueros o “bombachas gauchas” (pantalones con costuras reforzadas y ajustados por los tobillos), botas o alpargatas azules, y los cinturones de cuero o carpincho (capibara), algunos anchos por la espalda casi a una faja, y otros de gran hebilla.
Lo primero que hacemos, es soltar el lastre del equipaje en la consigna, ésta oficial, de la terminal de bus, ésta de verdad. Luego tras cambiar unos euros y dar un rodeo por el pueblo, sacamos billetes a Colonia Pellegrini para las 12'30 en las oficinas de Crucero del Norte por 30 pesos, pero con un bus de la Cía Itatí II. Las otras opciones de llegar a la colonia, eran unos boletos para las 11 con una minivan (combi) de una empresa llamada Iberá, que te expenden por 40 pesos en una administración de loterías de un par de cuadras más adelante, o un 4x4 privado por el que primero nos piden 100 pesos, para una hora después decirnos que como va de vacío, si devolvemos los billetes que hemos comprado, nos lleva por 60. Pasamos del tema dejando las cosas como están, yéndonos a hacer averiguaciones sobre alojamientos en la Colonia, lo que nos permite saber que no hay problema alguno, puesto que según la información obtenida, dentro de las 8x8 cuadras que ocupa hay unos 22 establecimientos diversos.
La colonia se alcanza en 2 horas y media, tras un trayecto tan espectacular como el bus que lo realiza. La mayor parte de la ruta excepto un pequeño tramo al principio, es de tierra y piedras, y además están en obras, por lo que el traqueteo del vehículo deja en ridículo a un bailador de claqué. El coche no tiene maletero, por lo que todos los bultos, y no me refiero a maletas sino a cajas, paquetes, bolsas, herramientas, placas de porexpan, carteras, sacos, etc. forman una unión con el pasaje. El encantador chófer va acompañado de su hija, suegra y su novia o mujer, la cual además de darle conversación sentada en el estribo de la entrada, le va cebando el mate que comparte con él durante buena parte del recorrido. A mi lado hay un policía de pie, cuya pistola enfundada apunta su visible cañón directamente a mi flanco izquierdo durante buena parte del traqueteante trayecto.
El panorama es espectacular, y jamás había hecho un trayecto por carretera en el que haya podido ver a poquísima distancia como si fuera un safari, tal cantidad de animales cruzando, en los terraplenes o en las charcas del humedal: ñandus, vacas y caballos de variadas razas, ovejas, capibaras, vizcachas, ciervos, aves rapaces apostadas en postes o planeando, e incluso un par de ellas devorando una cría de capibara en medio de la carretera, garzas ... Lo dicho, un espectáculo. El trayecto es un horizonte de haciendas o ranchos, aquí llamadas estancias, o sea viviendas con establos, silos, caballerizas, etc., rodeadas de hectáreas de terrenos y pastos con ganado, y cuya ubicación únicamente delata un sendero de tierra hacia el horizonte, que parte tras una valla del oeste clavada en la tierra al lado de la carretera, o a veces un núcleo arbolado divisado como un frondoso punto perdido en la lejanía. A medida que nos acercamos a Colonia Pellegrini el paisaje se vuelve más frondoso, lo cual es indicio del agua de la laguna donde está asentada.
Como no hay parada, ni estación, ni terminal, la pareja del chófer nos pregunta primero si tenemos alojamiento, y como la respuesta es negativa, nos pregunta después donde queremos que nos deje. Como optamos por el garito de información de la Colonia-Esteros, sin saber su ubicación, acabamos apeados nada mas cruzar el estrecho puente de entrada a la Colonia, al principio de la misma. Allí nos proporcionan un mapa de la cuadriculada población, con todos los puntos prácticos señalados: alojamientos, servicios, guías, tiendas, etc. Dejamos las mochilas en el centro tras la visita de Sandra a un par de posadas, y hacemos un par de visitas más, antes de una buena pateada a la búsqueda imposible de algo que comer, ya que todas las cocinas que nos van indicando están cerradas al llegar.
Finalmente en una casita de dibujo de niño en medio de un terreno de césped y árboles, en el que a la entrada hay un letrero de madera que pone comidas Santa Rita, una mujer llamada Vicenta nos dice que tiene puede ofrecernos algo. Elegimos una milanesa y una torta de verduras, coloca la única mesa de plástico que tiene en medio del césped, y nos trae la comida y una cerveza de litro Quilmes, que nos sabe a gloria. Le pagamos, dándole las gracias, y nos vamos a por los bártulos al centro, y luego con notable cansancio, directos a la posada elegida, “Ipa sapakui”, con el fin de descansar. De las opciones de alojamiento vistas, había desde un rancho con habitaciones dobles a 400 y pico pesos por persona noche, hasta una posada a 150 pesos noche la habitación. El elegido, con una habitación estupenda y espaciosa con baño, ventilador, cama doble, ventanas a un tranquilo jardín, y sin televisión, nos sale a 300 pesos la noche. Mañana creo que es miércoles. Si alguien va a los Esteros y elige el Ipa, que pregunte por Emilio, el estupendo chaval que lleva el establecimiento, os atenderá con gusto, y como es de allá, conoce el lugar como la palma de la mano. Eso sí, en cualquier lugar que os alojeis de la Colonia, contratar por separado antes que en paquete, o sea, habitación por un lado, excursiones por otro, etc., aunque las contrateis en el mismo lugar donde os alojeis. Se ahorra bastante pasta.
Miercoles
Los Esteros del Iberá (Aguas brillantes en guaraní), segundo humedal del mundo solo superado por el Pantanal brasileño, forma un macro sistema que se convierte en un paraiso de flora y fauna, favorecido por el difícil acceso, su constitución como Reserva Natural en 1983, y la práctica inexistencia de núcleos de población, excepto la que se considera base para la visita: la Colonia Pellegrini. Este municipio rural de unos 700 habitantes, fue más o menos constituido como tal a principios del siglo XX, cuando el gobernador propietario de las tierras las fue vendiendo por parcelas a los pocos colonos que la poblaban. El acceso terrestre a Colonia Pellegrini, antes se cruzaba la laguna en barcas tiradas por bueyes, se pudo hacer a partir de 1972 tras abrirse un camino construyendo un pedraplén (terraplén compactado con material rocoso).
La biodeversidad en los esteros es grande, muy grande. Esta es una relación de los animales que se pueden ver y disfrutar: vizcachas (una chinchilla de cuatro palmos), montones de capibaras o carpinchos como los llaman allá, monos aulladores, boas, lobitos de río (emparentados con la nutria), yacarés, chajás (una especie de pavo enorme que es símbolo de las pampas), ipacaas (gallina de los pantanos de largo pico amarillo), cardenales de cabeza roja, ciervos de los pantanos en peligro de extinción, como lo están también los lobos de crin llamados aguará guazú, osos hormigueros, ocelotes, ñandús, y cientos de aves. La laguna, está concurrida de pirañas, por lo que el baño no es recomendable. Los de allá, se dan un chapuzón rápido cuando la calor aprieta, que lo hace y mucho incluso en esta época del año, y salen pitando del agua.
Por la mañana, después de desayunar, salimos con Emilio y los otros dos huéspedes argentinos que se hospedan en la posada, a un paseo en lancha por la laguna. Salimos a las 9'30 de la mañana, y dura unas dos horas y media. El dia es espléndido y la laguna está increiblemente bonita. La excursión merece la pena, y tal como dije antes, aquí poder ver fauna no es complicado, así que hay que cargar bien la cámara, y a disfrutar de la brisa, el agua y las vistas.
Tras comer de nuevo en Santa Rita, donde Vicenta ha cocinado unos de los mejores raviolis que he comido nunca, y una tarta de choclo (maiz) deliciosa, dar una vuelta por la plaza del pueblo, y visitar la comisaría de policía y el hospital más relajado que he visto en mi vida, caemos en un sueño profundo de un par de horas.
Salimos al atardecer, con la intención de hacer un poco de senderismo desde el Centro de Interpretación. Este centro, situado a apenas un kilómetro antes del puente de entrada a la Colonia, y por el que pasan todas las lanchas de las excursiones, tanto a la ida para saber que salen como a la vuelta para dar parte de que todo ha ido bien, es el punto de partida de los dos senderos habilitados en los Esteros, uno de ellos denominado el “de los monos”, que en apenas medio kilómetro, te lleva a una colonia de carayás aulladores. Llegamos al puente a la puesta de sol, donde nos encontramos con los 3 o 4 operarios que hacen su mantenimiento, sentados frente a la caravana en la que viven, y en la que cuelga una pancarta de “Malvinas argentinas”. Uno de ellos, manifiestamente borracho y tatuado de puñales, serpientes, y calavera, intenta preguntarnos sin pausa para respirar, por nuestra procedencia, de si hemos venido a ver “bissshhooss”, y sobre quien es el mejor futbolista que juega en la liga española. Los otros atentos, controlan ante una posible reacción brusca. A la vuelta, el hombre se levanta a darme la mano, y me pregunta si todo está bien.
Al llegar a la luz de las linternas a la posada, saldamos la cuenta con Emilio, ya que decidimos no hacer la salida nocturna que habíamos apalabrado con él, porque me duele algo una pierna, y porque la salida de la combi que nos lleva mañana de vuelta a Mercedes, sale de la Colonia a las 4 de la madrugada. En su lugar, caminamos casi a oscuras bajo el abarrotado firmamento hasta “La cabaña”, el bar del pueblo, donde sin otra clientela que nosotros, tomamos un par de litronas y una hamburguesa con vistas, y charlamos escuchando la música que tiene puesta la chica del bar. Durante la velada, solo entró un chico a pedir una hamburguesa para llevar, que volvió a recoger 15 minutos despues porque la plancha estaba apagada.
Durante nuestra estancia en la Colonia Pellegrini de los Esteros del Iberá, apenas hemos contabilizado aparte de nosotros, unos 6 o 7 turistas más, y aunque nos quedaríamos, tomamos la decisión de marchar mañana hacia Mercedes en la furgo que nos ha arreglado Emilio por 40 pesos, para enlazar hacia un paso fronterizo para regresar a Uruguay.