![]() ![]() Nueva York y Washington DC ✏️ Blogs de USA
Diario del viaje realizado en mayo de 2009 a Nueva York y Washington DCAutor: Lou83 Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.8 (27 Votos) Índice del Diario: Nueva York y Washington DC
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Este es el diario de viaje que uno de los integrantes del grupo de viajeros hizo sobre nuestra aventura estadounidense.
20 de mayo de 2009. 07:00 horas. Palma de Mallorca. Empiezan aquí ocho días de ocio, de vacaciones, de vuelos, de kilómetros, de pies cansados, de fotografías, de vídeos, de asombro. Todo a la vez. Mi suegro, mi cuñado, mi pareja y un servidor iniciamos nuestro periplo de una semana al este de los Estados Unidos. El día que nos ocupa será largo, y no solo por el hecho de madrugar pese a no ir a trabajar. Cogeremos un vuelo desde Palma hasta Madrid a las 9 de la mañana, para luego tomar un Airbus con destino al aeropuerto JFK al mediodía. Horas más tarde, cuando nuestro reloj interno marque las 10 de la noche, pisaremos el suelo de Nueva York y allí serán todavía las 4 de la tarde. Cuando se trata de combatir el jet lag, hay una técnica que debe ser la primera opción mientras el cuerpo aguante: adaptarse al nuevo horario lo más pronto posible. Así que cuando dejemos nuestras maletas en el Hotel Roosevelt, pese a que nuestro cuerpo nos esté pidiendo cena y cama, nosotros le daremos paseos hasta que llegue la hora de acostarse para los más de 8 millones de personas que duermen en la Ciudad de Nueva York, excluyendo turistas. Irónicamente, se ofrece como chófer para llevarnos al aeropuerto de Son Sant Joan un familiar que trabaja como piloto de Iberia. Llegando con el siempre aconsejable margen de tiempo, pasamos por el mostrador de facturación a dejar nuestras maletas. Algunas de ellas llevan en su interior una segunda maleta de tamaño más reducido, en la que realmente están almacenadas nuestras cosas. Es la única manera de asegurar espacio a la vuelta para las compras que, a buen seguro, haremos como consecuencia de la fuerza del euro respecto al dólar, con un cambio de 1,40 dólares por euro en el momento de nuestro viaje. El vuelo a Madrid, de apenas una hora de duración, no tiene complicaciones, y nos planta bajo el techo abombado de la T4 de Barajas. Una vez allí, con los deberes de planificación hechos y las tarjetas de embarque a Nueva York ya en nuestro poder desde antes de salir de Palma, buscamos las señales hacia las puertas de embarque R, S y U, ubicadas en la terminal T4S (con S de Satélite). Tras el paso de los días, me sigue pareciendo cuanto menos extraño que una terminal necesite disponer de una instalación satélite desde el momento de su inauguración. Quizás haya otros motivos que no dejaran otra opción posible, pero me cuesta creer que con una mejor planificación no se hubiera podido conseguir levantar una sola terminal con capacidad para todo el tráfico aéreo de Iberia en la capital. El tren especial que comunica las terminales T4 y T4S nos deja a poca distancia de la puerta U68. A pocos metros de llegar, un pequeño control nos da las primeras advertencias relativas a la Gripe A. Estaba convencido de que en el momento que abandonáramos la península no veríamos apenas rastro del alarmamismo por la dichosa gripe hasta nuestro regreso. Y no andaba desencaminado. Entramos en la cabina del avión unos 30 minutos más tarde de lo previsto. Me parece un desvío aceptable, más teniendo en cuenta los precedentes. El pasado mes de Julio, en nuestro primer viaje transoceánico, el vuelo de Continental desde Barcelona hasta Newark sufrió un retraso de más de 3 horas, que se vió incrementado por una parada de emergencia en Canadá debido al temporal en la costa este. El resultado fue llegar a Manhattan más de 6 horas después de lo previsto, echando por tierra toda nuestra planificación para nuestra primera tarde norteamericana. En pleno mediodía español nuestro avión toma pista y se eleva hacia el oeste, abandonando la península cuando sobrevolaba la frontera norte de Portugal. Las comodidades de la clase turista son las mínimas, sin ninguna prestación adicional que amenice las 8 horas de duración del vuelo. Al contrario que Continental, que ofrece pantallas individuales y tomas de corriente para cada pasajero, el avión de Iberia dispone de apenas 3 o 4 pantallas repartidas por toda la cabina y la imposibilidad de mantener los aparatos electrónicos como videoconsolas o portátiles conectados a la luz. Es un viaje para leer, descansar y, para el que sea capaz, echar una cabezada. Recuperando en el aire el tiempo perdido en la terminal, comenzamos a divisar tierra por el lado derecho del avión poco antes de las 4 del mediodía, ya con los relojes ajustados a la zona horaria de la Costa Este. Se divisan pequeñas islas de apariencia frágil, casi artificial, que recuerdan a las construcciones sobre el mar levantadas a base de arena en Dubai. Se trata de la costa noreste de Estados Unidos, probablemente en el Estado de Rhode Island. ![]() ![]() Tras media hora de lento descenso, divisando en el último tramo los rascacielos de la gran manzana a lo lejos, el avión alcanza la terminal 7 del John Fitzerald Kennedy International Airport, uno de los tres aeropuertos por los que entran miles de turistas al día en el Estado de Nueva York. Los otros dos son el de Newark, situado en Nueva Jersey, y el de La Guardia, el más cercano a Manhattan y utilizado únicamente para vuelos nacionales. En la antesala a las cintas de equipaje, llega el siempre temido momento del control de inmigración. Los foros se llenan de historias, anécdotas y advertencias alrededor de este lugar. Gente que sufrió esperas injustificadas hasta finalmente conseguir entrar, recomendaciones sobre la actitud a tomar frente al personal de los mostradores, etc. Siguiendo una de esas recomendaciones, tomamos el principio básico de "novios no es familia" y nos separamos en dos bloques. Por una parte, mis tres acompañantes compartiendo apellido. Por el otro lado, yo solo. En mi caso todo va bien, contestando únicamente a las preguntas típicas de "¿Para qué has venido?" y "¿Cuánto tiempo pasarás aquí?". En el otro grupo la cosa se iba a complicar más. Tras pasar más tiempo del habitual de pie junto al primer control, el guardia hace ademán de dejarles pasar, pero con una indicación: que mi cuñado se diriga al pasillo que encontrará a mano derecha. Se trata del, en términos coloquiales, "cuarto oscuro" al que se manda a aquellos pasajeros que presenten alguna condición especial. Son muchos los motivos que te pueden llevar a dicho cuarto: compartir apellidos con algún criminal buscado, haber rellenado de forma errónea algun dato del formulario de entrada, y quién sabe qué más. Afortunadamente, la incertidumbre no dura demasiado. A los 5 minutos mi cuñado aparece por el pasillo con autorización para entrar en el país. Sospechamos que todo se debió a un error al rellenar desde casa la ESTA (el formulario de entrada que desde hace menos de un año se rellena vía Internet) por el cual tuvimos que presentar su solicitud dos veces. Mientras mi suegro y mi pareja esperaban junto al pasillo a la salida del cuarto pasajero, yo veía como nuestras maletas iban apareciendo en la cinta de equipaje. Así que para cuando estuvimos listos, ya no debíamos esperar más. En la salida de la terminal, tropezamos con los típicos oportunistas que se ofrecen a llevarte hasta tu hotel. Normalmente son empresas totalmente ajenas a los servicios públicos, y no es recomendable seguirles el juego. Abandonamos el techo del JFK y damos de bruces con, esta sí, la parada de taxis oficial. Allí nos comunican el precio (tarifa fija, 45 dólares más peajes hasta Manhattan) y nos subimos a bordo de un monovolumen Toyota Siena conducido por un hindú, con turbante incluído. Durante el trayecto damos gracias por la tarifa fija, ya que se alarga durante casi una hora debido a varios atascos en el camino. Disfrutamos mientras tanto del paisaje del distrito de Queens, con las Observation Towers como la estructura más reconocible. ![]() ![]() A las 18:00 horas el taxi nos deja frente al 45 E 45th Street, la entrada del Hotel Roosevelt. Se trata del mismo hotel en el que nos alojamos la ocasión anterior. Tiene un precio ligeramente más elevado que los típicos hoteles de turista, aunque gracias a un código promocional que encontramos meses antes por Internet la tarifa se equiparó a la del resto de hoteles que teníamos anotados como posibles. A cambio, la calidad de las instalaciones mejora algo respecto a la media, especialmente en lo que respecta a los espacios comunes, con la apariencia de un hotel de muchísima más clase. ![]() Tras un check-in sin problemas, dejamos nuestro equipaje en una habitación de la planta 14, solo 4 plantas por debajo de la altura máxima. Las vistas son hacia un edificio de oficinas. No son gran cosa, pero tampoco dan a un patio interior. ![]() ![]() ![]() ![]() Ya a pie de calle y menos cansados de lo previsto, tenemos claro nuestro primer destino. Queremos esperar al día siguiente para obtener el bono de 7 días del metro, por lo que hoy es preferible alcanzar algún punto de interés a una distancia prudencial para ir a pie. Una de las cosas que más nos gustó el año anterior del Hotel Roosevelt es su ubicación. Se encuentra en una zona relativamente tranquila, pero en cambio muy cerca de varios lugares turísticos. Nuestro preferido de todos, a tan solo tres manzanas en dirección este, es Times Square. Caminamos por la calle 45 hacia el este, empezando a respirar ese ambiente que tanto nos gustó la ocasión anterior. Todos estamos pendientes de mi suegro, el único que no había estado anteriormente en este lado del Atlántico, y que parece un niño pequeño que no sabe hacia dónde mirar frente a tanta novedad. A medio camino topamos por accidente con la fachada del Applecore Hotel At Times Square, la que fue durante varias semanas nuestra primera opción para estos primeros días en Nueva York. Por lo menos desde el exterior, la apariencia es de un hotel sencillo, moderno y limpio, y en parte lamento no haberlo mantenido como opción preferente, por aquello de probar lugares nuevos. Junto al Applecore, el hueco que deja un edificio demolido nos da unas vistas inesperadas al GE Building del Rockefeller Center, situado varias calles al norte. Toma su nombre, así como las letras que lo presiden, de la empresa General Electric, aunque su nombre original fue RCA Building. En la cima se encuentra el Top Of The Rock, un mirador no tan popular como el de la planta 86 del Empire State Building, pero mucho más recomendable a nuestro parecer. En próximos días volveríamos a subirnos a él por segunda vez en menos de un año. ![]() Son las 7 de la tarde en Nueva York cuando nos ciegan por primera vez en nuestro viaje los carteles luminosos de Times Square. Con el paso del tiempo, fue el lugar del que mejor recuerdo conservamos en nuestro primer viaje, y no le faltan razones. El bullicio, los taxis, los enormes letreros, el ambiente a medio camino entre estresante y festivo. Todo ello hace de este lugar un punto de encuentro mundial. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Vemos en uno de sus extremos una estructura nueva para nosotros. Se trata de la escalera de TKTS, el local de venta de entradas para los teatros de Broadway. Concurrida por cientos de turistas, es un lugar perfecto para disfrutar del cruce entre Broadway y la Séptima Avenida. Pasamos allí una larga media hora, mirando a todas partes por temor a perdernos algún detalle. ![]() ![]() Pasadas las 20:00 horas el sol empieza a dejar espacio a la noche, y tomamos el camino de vuelta hacia el hotel. Como nos parece pronto para cenar, pasamos antes por la Grand Central Station, la popular estación de trenes y metro con enormes vestíbulos retratados en varias películas. Pasamos los minutos disfrutando de la ida y venida de pasajeros, de la pequeña isla central de venta de billetes, de los enormes ventanales que iluminan de forma natural la estación durante el día. A la salida por el lateral este de la estación, nos encontramos con la típica estampa de la estación, el Edificio Metlife y el Edificio Chrysler en una misma fotografía. Ahora si, llega la hora de cenar. ![]() ![]() ![]() En nuestra primera cena, no somos demasiado originales y recalamos en el McDonalds más cercano al hotel. Al salir, hacemos nuestra primera e inevitable visita a un Duane Reade, una franquicia de "Drug and convenience stores" (algo así como "tiendas de farmacia y artículos de emergencia" que vende todo tipo de artículos para el hogar, así como de higiene, alimentación, farmacia e incluso juguetes. Cuenta con cientos (si no miles) de locales, de forma similar a los cajeros de La Caixa en Barcelona. Muchos de ellos abren las 24 horas, y son un recurso perfecto para abastecerse de botellas de agua y demás artículos para llevar a nuestra habitación. Cuando nos acercamos de nuevo al Hotel Roosevelt, llega la primera mala noticia del viaje. Precisamente en el cruce más cercano a la ventana de nuestra habitación, unos operarios están haciendo obras sobre el pavimento, haciendo uso de un martillo neumático. Cuando llegamos a nuestra habitación, verificamos que el ruido llega con claridad hasta ella, y nos preguntamos hasta qué hora considerará oportuno el Ayuntamiento realizar obras en una zona plagada de turistas. Aún con el presagio de que las obras solo durarían esta noche, solicitamos en recepción un cambio de habitación a partir de mañana. El personal del hotel toma nota de ello con total normalidad, y volvemos a la planta 14 para descansar como buenamente podamos durante esta noche. Mañana será el día con la planificación más apretada de toda nuestra agenda. Etapas 1 a 3, total 8
El despertador de nuestros móviles sonaba a las 9 de la mañana, pero no era necesario. El deseado descanso de nuestra primera noche de viaje no fue tal por dos razones. La primera, las obras en la esquina contigua al hotel que se extendieron hasta alrededor de las 12 de la noche. La segunda, que nuestros intentos en forma de productos milagrosos para evitar los ronquidos de uno de los viajeros fueron en vano. El primer problema era transitorio, ya que las obras no parecía que fuesen a repetirse la siguiente noche, pero los ronquidos amenazaban con desvelarnos durante toda la semana.
Así que nuestra primera tarea del día fue buscar una solución. Empezamos llamando por vía interna al servicio de reservas del Hotel Roosevelt. Dado que en momentos de necesidad el dinero son solo números en comparación con el riesgo de no descansar, finalmente reservamos una segunda habitación para todas nuestras noches en Manhattan. El presupuesto se nos iba de las manos ya en el primer día, pero tampoco suponía la bancarrota y en momentos críticos hay que establecer prioridades. Superado el obstáculo de las futuras noches, iniciamos de verdad nuestro primer día íntegro en Estados Unidos, cuya agenda era la más apretada de cuánto habíamos planificado para el viaje. Empezamos recargando tanto los estómagos como la nostalgia, ya que nuestro primer desayuno tiene como protagonista el Central Café. Se trata del local en el que mi pareja y yo desayunamos la mayor parte de nuestro viaje anterior, y dispone de cafés, zumos, bollería, comidas caliente, y casi cualquier cosa que te apetezca desayunar. Se encuentra en Vanderbilt Avenue, justo enfrente de una de las entradas a la Grand Central Station. Saciada el hambre, entramos a la estación hasta los pasillos que conectan con el metro. Compramos sin problemas las cuatro metrocard que nos dan derecho a 7 días de uso ilimitado de todas las líneas de metro, a 22 dólares cada una. Nuestro primer paso por el andén nos lleva en dirección sur, hacia el distrito financiero en el Downtown. ![]() ![]() Volvemos a la superfície por la Wall Street Station, y a apenas 100 metros tenemos nuestro primer hito de la mañana. La Bolsa de Nueva York en Wall Street, observada desde la fachada de enfrente por George Washington (en un edificio llamado Federal Hall National Memorial). Volviendo la vista atrás, donde nace Wall Street se observa la estirada fachada de la Trinity Church. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Callejeando hacia el noroeste llegamos a la esquina donde se encuentra la Reserva Federal. Un edificio discreto, pero cuyo interés aumenta según lo que se supone esconde bajo sus cimientos. Oficialmente bajo este suelo hay suficientes lingotes de oro para costear todos los dólares en circulación existentes. ![]() ![]() Siguiendo nuestro rumbo, a apenas dos manzanas, el Red Cube nos da la bienvenida al World Trade Center. El enorme solar, ya en construcción, delimitado por vallas nos sigue recordando aquel 11 de septiembre de 2001. Las obras empiezan a mostrar un aspecto mucho más avanzado, mostrando incluso los primeros pisos de una de las torres que incluyen el nuevo proyecto de Calatrava. ![]() ![]() ![]() ![]() Frente a la zona cero se encuentra una fachada acristalada terminada en círculo. Se trata de Winter Gardens, un edificio de oficinas y locales de restauración que ofrece unas vistas inmejorables al lugar de la tragedia, gracias a sus enormes ventanales en primera línea. Su vestíbulo no es menos atractivo, con mucha vegetación, brillantes escaleras y abundante luz natural. Aprovechando la cobertura inhalámbrica gratuita de la Downtown Alliance, nos conectamos a la red por primera vez para enviar los inevitables mails de tranquilidad a la familia y comprobar los primeros cargos en nuestras tarjetas de crédito. ![]() ![]() Saliendo de Winter Gardens por el lado opuesto, topamos con el lateral este del Hudson River. Fue en este río, un poco más al norte, donde meses atrás un amerizaje de un vuelo comercial proveniente de La Guardia convirtió a Chesley Sullenberger, el piloto de US Airways, en un héroe de la noche al día. Desde este lateral, convenientemente aclimatado de grandes espacios que los oficinistas aprovechan en su hora de comer, se puede divisar Nueva Jersey y la desembocadura del río, donde le espera Ellis Island y La Estatua de la Libertad. ![]() ![]() Bordeamos el río en dirección sur, con un tiempo inmejorable (incluso demasiado caluroso) y un ambiente agradable. Nueva York sigue siendo una ciudad mucho más límpia de lo la gente se imagina, especialmente en los lugares más frecuentados por turistas. El paseo nos lleva hasta Battery Park, en el extremo más al sur de la isla de Manhattan. Pasamos frente a Castle Clinton, una fortaleza levantada a principios del siglo XIX para defenderse de una posible llegada de los ingleses a la bahía. Ahora es conocido por ser el punto de partida de los ferrys a La Estatua de la Libertad y Ellis Island, antiguo control de entrada al país para los que buscaban el sueño americano transformado ahora en un Museo de la Inmigración. ![]() ![]() ![]() Nuestro paseo por Battery Park nos lleva a The Sphere, una esfera que estaba instalada entre las Torres Gemelas el día de los atentados. Ahora se expone aquí, en el mismo estado que los derrumbes le provocaron, a modo de homenaje a las víctimas y para que el recuerdo no se olvide. Nuestro siguiente punto ya es el que veníamos a buscar, la South Ferry Station. ![]() ![]() La South Ferry Station es el punto de salida de los ferries que comunican Manhattan con el distrito más "apartado" de la Ciudad de Nueva York, Staten Island. El trayecto que atraviesa el Narrows (nombre que recibe el estrecho que separa las bahías superior e inferior de Nueva York) es gratuito, gracias a que resultaba más viable no cobrar nada a costear el mantenimiento de taquillas para el billete que osciló entre los 5 y 50 centavos por viaje. Tomamos uno de los ferry, lamentablemente de los modelos más antiguos, sin demasiadas terrazas exteriores para disfrutar del paseo al aire libre. Abandonamos el distrito financiero disfrutando de la vista según nos adentramos en el estrecho, con la posibilidad de disfrutar al mismo tiempo de Nueva Jersey, Manhattan, Brooklyn, los East y Hudson River y los puentes de Brooklyn y Manhattan. ![]() ![]() ![]() ![]() Y según se aleja Manhattan, se acerca hacia nosotros uno de los símbolos, si no El Símbolo, de Nueva York en concreto y Estados Unidos en general. La Estatua de la Libertad, de un tamaño minúscula tras un día acostumbrado a pasear entre enormes rascacielos, y acompañada a su izquierda por Ellis Island. ![]() En menos de 30 minutos el ferry alcanza la estación de Saint George en Staten Island. La población autóctona bromea con el hecho de que Staten Island resulta para los turistas un lugar de paso, ya que solo embarcan en ferry para ver La Estatua y su estancia en Staten se limita al tiempo que pasa entre el barco de ida y el de vuelta. Nosotros caímos en ese tópico en nuestro viaje anterior, y en esta ocasión decidimos darle una oportunidad al distrito olvidado y buscar un lugar para comer a este lado de la bahía. Nos decidimos finalmente por un local sencillo de apariencia italiana, situado en una de las primeras calles según te alejas de la estación. La dueña nos atiende como es de esperar en un local donde la concurrencia no es ni de lejos la de lugares más frecuentados, y disfrutamos de hamburguesas, ensaladas, burritos y otras carnes por 90 dólares, incluyendo bebidas, postre y propina. ![]() Tras descansar debidamente durante la comida, deshacemos nuestros paso en el regreso a la estación de ferry. El aparcamiento de la estación está hasta los topes, probablemente por los vehículos de gente que trabaja en Manhattan pero reside en Staten Island. Vuelve a tocarnos en gracia el modelo antiguo de los barcos, y antes de las 5 de la tarde volvemos a encontrarnos en Manhattan. ![]() ![]() Recorremos ahora un par de paradas de metro desde Battery Park hasta Bowling Green, el que es el parque público más antiguo de la ciudad. A las puertas de dicho parque, escondido por la congregación de turistas que siempre lo rodean, está el Charging Bull, conocido como "El Toro de la Bolsa". Se trata de una enorme figura de bronce de un toro que simboliza una economía fuerte, emergente, cuya gráfica va de abajo hacia arriba, como un toro embistiendo. Su contrario es el oso, que simboliza una economía a la baja que ataca de arriba hacia abajo. Una de esas absurdas tradiciones llevan a los turistas a tocar sus testículos buscando buena suerte en lo relativo a la economía. ![]() ![]() Cumplido el trámite del tocamiento de testículos, bajamos de nuevo a los pasillos subterráneos del metro, esta vez con dirección al este. Emergemos en City Hall Park, el parque que acompaña a las instalaciones del Ayuntamiento de Nueva York. Pero no es el alcalde lo que nos ha traído aquí, si no J&R Electronics, una de las más populares tiendas de electrónica de consumo de la ciudad. J&R Electronics posee varios locales separados por temática en la calle de Park Row, provocando así que prácticamente toda la fachada de dicha calle sea propiedad de la franquicia. Existen locales de música y cine, de electrónica para el hogar, de fotografía, de instrumentos musicales, de videojuegos y, por supuesto, de informática. Accedemos a éste último con motivo del ultraportátil cuya compra lleva en mente mi cuñado. Tocamos de cerca el MSI Wind U123 así como otros modelos y paseamos por las plantas de software donde compro una edición recopilatoria de Sim City por 18 dólares. De vuelta al exterior, desde Park Row divisamos el enorme arco de piedra caliza, granito y cemento del Puente de Brooklyn. Lo cruzamos pero bajo tierra, hasta la estación de metro de York Street. Son aproximadamente las 7 de la tarde. Pisando ya la superfície de Brooklyn, caminamos en dirección oeste esperando topar con el East River. De camino, y por accidente, topamos con una de esas fotografías que todo turista en Nueva York debería tomar. El imponente arco metálico del Puente de Manhattan asoma entre edificios, con vehículos cruzando el nivel superior y vagones de metro pasando por el hueco inferior. Y bajo el arco, como si éste lo protegiera, la silueta del Empire State Building. Es una imagen que, de forma inconsciente, suena familiar a quien la divisa, ya que protagoniza el cartel de la película "Érase una vez en América" (Once Upon A Time In America, 1984). La imagen se ve a la distancia perfecta desde el cruce entre las calles Washington y Front. ![]() ![]() ![]() ![]() Antes de seguir avanzando, prácticamente en el mismo cruce paramos en un deli para aprovisionarnos de agua y algo de comer, ya que planeábamos pasar largo rato en nuestro destino final. En todos los viajes aparece un momento, una frase, o una situación, que será la que quede para la posteridad cuando recordemos esos días. En nuestra ocasión ese momento estaba a punto de sucederse. Mi suegro, un hombre que ha repartido toda su vida entre un pueblo de Salamanca, Burdeos y la isla de Mallorca, estaba pasando todo el viaje como un niño que no termina de asombrarse de algo cuando aparece otra cosa que llama todavía más su atención. En concreto, y por una cuestión de mera curiosidad, le resultaba imposible no prestar atención a cada judío que se cruzaba con nosotros con el atuendo clásico: una suerte de gabardina hasta los pies, un sombrero negro, barba larga y bucles de cabello en los laterales. Hay que reconocer que para alguien que espere encontrarse alguien con esa apariencia las primeras veces no deja de resultar impactante. Pues bien, ese hombre, tras dos días cruzándose eventualmente con ese tipo de indumentaria, reflexiona en voz alta con una frase que pasará a la historia de los García: "Para mí que esa gente está metida en algún rollo religioso". Los cuatro no podemos parar de reír y repetir la frase durante más de media hora. Seguimos caminando y, justo cuando parece que el río aparecerá tras el siguiente paso, entramos en un pequeño parque ubicado entre los edificios y el agua. Y es allí donde la encontramos: una pequeña orilla de piedras en el East River, con una vista perfecta a los rascacielos de Manhattan al otro lado del río, y delimitada por los Puentes de Brooklyn y Manhattan a izquierda y derecha respectivamente. ![]() ![]() Aún con la presencia de unas 40 o 50 personas, el lugar no resulta conocido por cualquiera. Nosotros sabemos de su existencia gracias a nuestra necesidad compulsiva de documentarnos antes de un viaje, entrando casi a diario en foros dedicados exclusivamente a turistas en Nueva York. Aquí no se encuentra el típico turista de paquete vacacional y todo incluído. Aquí llegan los turistas que se preparan a voluntad la visita a la ciudad, y los afortunados ciudadanos de Nueva York, especialmente de Brooklyn. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Pasamos alrededor de dos horas disfrutando de todo el paisaje desde los oportunos escalones de piedra frente a la orilla. El sonido del río, casi inaudible salvo tras el paso de alguno de los cruceros que navegan por él. El sonido del tráfico procedente de los puentes. El estruendo de los vagones de metro golpeando los raíles bajo el Puente de Manhattan. Se nos hace de noche durante nuestra estancia, permitiéndonos disfrutar de un sol desapareciendo tras los arcos del Puente de Brooklyn. Manhattan se empieza a iluminar frente a nosotros, y desde ese momento sabemos que nos encontramos en quizás el lugar más recomendable que hemos visitado jamás en esta ciudad. Cuando ya hemos pasado largo rato a la luz de los rascacielos de Manhattan, emprendemos el camino de vuelta, con solo dos cosas más en mente para el resto del día: cena y cama. Para lo primero, volvemos a entrar en el local donde nos habíamos surtido de provisiones anteriormente. Un Deli es una opción muy recomendable para no caer en la trampa de comer siempre lo mismo durante todos los días de nuestro viaje. Podría resumirse como una combinación de supermercado, bar cafetería y restaurante self service. La mayor parte del local la ocupan pasillos de estanterias con productos de alimentación e higiene. En alguno de los fondos, se instala una barra para pedir comidas calientes, como sandwiches o platos precocinados. En alguna sala entre pasillos, encuentras mesas de estilo buffet donde te sirves la comida en recipientes desechables, para posteriormente pagarla por peso. Y para finalizar, se dispone de mesas para que disfrutes de la comida "in situ". ![]() Los deli supondrán durante parte de nuestro viaje una salida de emergencia, ya que en varias ocasiones apetecerá más una ensalada al gusto o una sopa caliente que otra hamburguesa más u otro plato de patatas fritas. Con el trámite de la cena cumplido y tras un transbordo de metro, volvemos a la calle 45. Esta noche ya no hay obras en la calle, y los ronquidos quedarán aislados en la segunda habitación. Vamos a descansar. Etapas 1 a 3, total 8
La mañana del 22 de mayo el despertador de nuestros móviles si que fue necesario. Aunque personalmente ya llevaba un rato despierto en la cama impulsado por la emoción del viaje, dos días muy largos sin un descanso en condiciones habían dejado bajo mínimos a los demás. Así que hasta que a las 9 de la mañana no empezó a sonar la música, nadie se movía en ninguna de nuestras habitaciones.
![]() Ya recuperados, planteamos nuestra agenda del día echando un ojo a la planificación que traíamos de casa. Hoy la mayor parte del interés se centre en la región al norte del hotel, entre la calle 45 y Central Park. En cambio, y aunque fuera solo fugazmente, creíamos que valía la pena que mi suegro visitara algunos lugares míticos de la ciudad pese a que nosotros ya hubiéramos estado en ellos. Así las cosas, y con mi cuñado deseoso de pasar largo rato en la Biblioteca Municipal (uno de sus lugares favoritos), decidimos dividir esfuerzos. Mientras mi pareja y yo acompañamos a mi suegro a una excursión fugaz hacia el sur de Manhattan, mi cuñado pasará la mañana en la biblioteca esperando turno para poder navegar por la red, hasta que nos reencontremos al mediodía en la entrada principal. ![]() Nuestro primer descenso del día a los túneles del metro nos sorprende con un grupo ambulante actuando en el andén del Times Square Shuttle, el tren lanzadera que conecta Times Square con la Grand Central Station. Mediante transbordo en Times Square, volvemos a la superfície en la calle 34. A nuestras espaldas emerge Macy's, unos grandes almacenes de estilo muy similar a El Corte Inglés. Ya pasamos en el largo rato la anterior ocasión y no nos pareció merecedor de una segunda visita. Pero lo que venimos a ver nace frente a nosotros, hasta elevarse un total de 381 metros (443 si tenemos en cuenta la antena). El Empire State Building, uno de los principales iconos de la ciudad, recuperó tras el derrumbe de las Torres Gemelas el honor de ser el edificio más alto de Nueva York y el segundo en todos los Estados Unidos. ![]() Cubierto el trámite de ver de cerca el ESB, seguimos descendiendo por la isla en metro. En esta ocasión no consideramos necesario volver a subir hasta el mirador de la planta 86: ya disfrutaremos de jugosas vistas de la ciudad esa misma noche desde nuestro mirador favorito, que no es el Empire. El metro cruza once calles hasta detenerse en la calla 23. Allí nos espera el Edificio Flatiron. Rellenando el cruce de la Quinta Avenida con Broadway, el edificio se estrecha hasta finalizar en punta dándole un aspecto similar al de una plancha, lo cual da lugar a su nombre. Pese a su altura (87 metros escasos en comparación con la arquitectura que lo rodea), el Flatiron fue en su día el edificio más alto de Nueva York, gracias a que su estructura de acero fue levantada en 1902, casi 30 años antes de la inauguración del Empire State. ![]() Frente al Flatiron, lo que hace un año era una isla peatonal de tierra rodeada de conos para disuadir al tráfico, es ahora una terraza con sombrillas, asientos y vegetación. Aprovechamos nuestro margen de tiempo para sentarnos en una mesa libre. De frente al Flatiron, asoma entre los edificios del norte un Empire State del que ahora nos separan 11 manzanas. ![]() Vistos dos de los edificios más reconocibles de la ciudad, nos espera una última parada todavía más al sur. En este caso, se trata de un lugar nuevo para los tres, no solo para mi suegro. En la calle 4, muy cerca ya del distrito financiero del Downtown, un arco preside el nacimiento de la Quinta Avenida. Tras de si, el ambiente festivo se adueña de Washington Square Park. El arco en cuestión es el Memorial Arch, un arco de mármol que evoca a una versión reducida del Arco de Triunfo de París. Fue levantado en 1889 para conmemorar el centenario de la presidencia de George Washington, y su estructura original de madera y escayola se sustituyó por la actual de mármol tres años después. En él inician las 142 manzanas de la Quinta Avenida, que no muere hasta llegar al río Harlem. ![]() ![]() Al otro lado del arco, Washington Square Park mantiene un ambiente de ocio, como si todos los días fueran domingo. Su emplazamiento, junto al campus de la Universidad de Nueva York, permite que a todas horas haya gente descansando en él, tomando el sol, un refreso, o incluso metiéndose de lleno en la fuente de su parte central. Parece un buen para dejar pasar las horas, permitiendo incluso retar a algún neoyorkino a una partida de ajedrez en las mesas habilitadas en una de sus esquinas. ![]() Finalizado nuestro periplo al sur de la isla, retomamos la marcha en busca de una estación de metro que nos lleve hasta la biblioteca. En el camino, todavía recorriendo la calle 4, encontramos unas canchas de baloncesto callejero como las que uno espera encontrar en zonas más marginales. ![]() Pasan las 2 del mediodía cuando llegamos a la estación de Bryant Park, el parque que acompaña en uno de sus laterales a la New York Public Library, la Biblioteca Municipal. Allí nos espera mi cuñado, y aprovechamos para revisitar alguna de sus salas principales. A modo de souvenir, invierto cinco minutos en inscribirme como socio de la biblioteca. Además de un carnet con el que presumir de vuelta a casa, como socio puedes reservar un ordenador con acceso a la red. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Aprovechamos una de las antesalas con teléfonos públicos para llamar a casa, ahora que en España eran las 8 de la noche. Tras mucho pelear con las cabinas, unos con el servicio de llamada a cobro revertido de telefónica y otros con una tarjeta prepago de las que se encuentran en cualquier kiosko, conseguimos hablar con Mallorca y Barcelona respectivamente. Salimos de nuevo a la calle, buscando ahora un lugar para comer antes de iniciar nuestra agenda de tarde. Nos decantamos por el Central Café, en el que tras protagonizar algunos desayunos sentíamos curiosidad por saber qué tal se comía al mediodía. La variedad es bastante similar a la de un deli, con barra de buffet y comidas calentadas en el momento. Tras saciar el apetito, entramos en la Grand Central Station para dirigirnos ahora hacia el norte. Llegamos a la altura de la calle 59, donde debemos dirigirnos al este. En el cruce con la segunda avenida nos espera otra estación, pero en este caso no es de metro. Desde aquí arranca el Roosevelt Island Tramway, un teleférico integrado en el sistema de transporte metropolitano que atraviesa el East River conectando Manhattan con Roosevelt Island. Tras una espera más larga de lo deseado en el interior de la cabina, con un microclima tropical en su interior por la ausencia de aire acondicionado y el impacto directo del sol, el teleférico comienza a sobrevolar las avenidas más al este de Manhattan para acto seguido cruzar el río y descender al pequeño islote entre Manhattan y Queens. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Roosevelt Island es una isla alargada, de aproximadamente 3 kilómetros de norte a sur. Se considera territorio de la zona de Manhattan, y está conectada mediante el citado teleférico y una estación de metro. En su interior alberga algún edificio social como hospitales, gimnasios o colegios, y varios bloques residenciales, aunque la mayoría de ellos se hayan convertido en locales de alquiler. El mayor atractivo turístico de Roosevelt Island es, además del trayecto en teleférico que te permite acompañar desde el aire al Queensboro Bridge, las vistas hacia el lateral este de la zona media de Manhattan más allá del río. Especial mención al Edificio de las Naciones Unidas, cuya fachada acristalada se divisa mucho mejor desde aquí que desde el acceso principal por tierra. ![]() ![]() ![]() Ya de vuelta en Manhattan y tras una parada de metro, alcanzamos la esquina sureste de Central Park. Pasamos frente al Hotel Plaza, uno de los más lujosos y tradicionales de Nueva York y escenario de varias películas, entre ellas la segunda parte de Home Alone (Solo en casa). Frente a él, un cubo acristalado con una escalera de caracol descendente y el logo universal de la manzana mordida dan la bienvenida a la Apple Store de la Quinta Avenida. ![]() ![]() ![]() En el interior de la tienda, el ajetreo habitual de un local que abre las 24 horas de los 365 días del año. Cientos de personas utilizando los modelos de exposición para navegar por la red, charlas técnicas en alguna de las mesas redondas. La Apple Store tiene una apariencia más cercana a una sala de exposiciones que a un comercio, y solo los mostradores situados en uno de los fondos te recuerdan que tambien puedes comprar algo. No es nuestro caso, unos ateos de la religión del Señor Jobs por varias razones. ![]() ![]() Todavía en los entresijos de la Apple Store, mi cuñado pone la nota cómica del día. En un pequeño mostrador en una de las paredes, una serie de portátiles Macbook están conectados a un monitor de grandes dimensiones y un teclado y ratón. Todos ellos ocupados. Sin embargo, mi cuñado se dirige hacia uno de los portátiles (no a la pantalla y el teclado) y empieza a interactuar con él. A un metro a su izquierda, un chico observa como el cursor de su ordenador empieza a moverse solo. Se gira a su derecha, y mientras sus labios dicen "Perdone...", su mirada dice "¿Pero qué demonios...?". A pocos metros del acceso a la Apple Store, una entrada más discreta de lo que esperábamos da acceso a FAO Scharwz, una famosa juguetería tambien protagonista de algunas películas. Eso si, no puede faltar el empleado disfrazado de soldadito dando la bienvenida a todos los clientes. En el interior, dos plantas de juguetería cuyas dimensiones engañan, ya que la tienda se extiende a lo largo disimulando así su amplia superfície. Maquetes, peluches pequeños, peluches grandes, peluches enormes, personajes de película construídos a base de piezas de Lego, marionetas, muchas, muchas estanterías de juguetes... y el piano gigante. Aquel que un niño metido en el cuerpo de Tom Hanks tocaba con los pies en una escena de la película Big. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Ya en la calle, y con un peluche más en el ya bien curtido inventario de mi pareja, bajamos por la Quinta Avenida hasta llegar a nuestro destino final del día. En la Rockefeller Plaza, el edificio con las letras GE de su fachada apuntando al sur nos espera. La entrada al mirador del Rockefeller Center, conocido como Top Of The Rock (traducido literalmente como "La cima de la roca", haciendo un juego de palabras con la abreviatura de Rock-efeller) cuesta 20 dólares. Sin embargo, basta un poco de planificación y acceso a Internet para conseguir unos tickets de descuento de 3 dólares por entrada. No son gran cosa, pero la ocasión está ahí. ![]() Entramos ansiosos en la recepción del Top Of The Rock, tanto o más ansiosos que la primera vez a sabiendas del espectáculo que nos espera 86 plantas más arriba. 86 plantas que se suben en un curioso ascensor que, durante el ascenso, proyecta en el techo un breve video con la historia del edificio, conocido por albergar los estudios de la cadena NBC. En menos de un minuto ascendemos 250 metros, y accedemos a las numerosas terrazas de la azotea. Es aquí donde nacen los motivos por los que consideramos el Top of the Rock un mirador muchísimo más recomendable que el Empire State Building. Es indiscutiblemente más espacioso, ya que mientras el Empire se limita a un perímetro de unos dos metros de ancho alrededor del edificio, el TOTR incluye varias y espaciosas terrazas, en las que uno puede incluso sentarse en bancos. Las terrazas del nivel inferior están delimitadas por unas placas de metacrilato que evitan tanto al viento como a los suicidas. Las del nivel superior, sin embargo, aprovechan que no están en primera línea de calle para prescindir de las placas, ofreciendo así una vista completamente natural en todas las direcciones. Desde lo más alto del Top Of The Rock, mirando al norte encontramos los 4 kilómetros de largo de Central Park, muriendo donde nace Harlem y con el Bronx al fondo del paisaje. Al oeste, el Hudson River separa a Manhattan y Nueva Jersey. Al este, el East River y el Queensboro Bridge separan Manhattan de Queens. Y al sur, una vista espectacular a todo el complejo de rascacielos de Manhattan, presidido por un Empire State habitualmente iluminado de blanco. En esta ocasión, sin embargo, la iluminación es roja, blanca y azul, emulando los colores de la bandera con motivo del próximo Memorial Day en el que se homenajea a los caídos en las guerras con participación estadounidense. ![]() ![]() ![]() ![]() Nunca sabes cual es el momento de marcharse del Top of the Rock. Pero en algún momento habrá que bajar, así que cuando ya ha pasado más de una hora desde el anochecer enfilamos el ascensor de salida. Nos plantamos en Rockefeller Plaza, con la ausencia de la tradicional pista de hielo en verano ocupada por terrazas de restaurantes. ![]() ![]() ![]() ![]() Como mi pareja y yo no tenemos demasiada hambre, vamos directos hacia el hotel. Mi cuñado y mi suegro, sin embargo, deciden a última hora pasar por el McDonalds, y de entre todos los McDonalds de Manhattan escogen justo uno que no abre las 24 horas, por lo que se llevan sus menús al hotel. Luchando contra las ganas de caer redondo en la cama, comenzamos a dejar el equipaje listo para salir. Al día siguiente debemos abandonar el hotel cargados con nuestras maletas alrededor de las 9 de la mañana, pero nuestra aventura no ha terminado. Llega el punto en el que nuestro viaje toma un camino distinto al del año pasado, usando un coche de alquiler para recorrer los 400 km que separan New York City de Washington DC. Etapas 1 a 3, total 8
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