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Barco-Cruceros-Ferries Crucero Costa Magica - Opiniones sobre el barco ✈️ Foros de Viajes ✈️ p75 ✈️


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Rosacascabel
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27-08-2014

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Hola:

Hemos hecho el crucero Costa Mágica "Paisajes de Oriente" que salió el 15 de agosto de Venecia (Venecia, Bari, Katakolon, Atenas, Esmirna, Estambul, Navegación, Corfú, Navegación y Venecia).


Coincido con las opinones anteriores... Lamentablemente...
El recorrido era fabuloso y los camarotes muy cómodos (teníamos un interior premium y uno con balcón enfrentados en la última cubierta). Eran espaciosos y estábamos en una zona muy tranquila.

Para nosotros lo peor eran las comidas... Lamentable.

Durante el día, el buffet autoservicio era una competición continua: en las colas, para encontrar mesa, y, sobre todo, las vueltas que teníamos que dar para encontrar un trozo seco de pizza, o una hamburguesa quemada. Tenían una organización extraña y te iban cerrando secciones de repente, obligándote a pasearte de un lado a otro con el plato como una especie de alma hambrienta errante... Para más "inri" no tenían el detalle de modificar el horario durante ciertas escalas de medio día y no os quiero contar el caos que había esos días. Penoso...

La cena tenía dos turnos imposibles, me explico: El primero era a las 19:00 (muy europeo), pero el segundo, que era a las 21:30... El servicio era tan lento que acabábamos de cenar a las 23:30 todos los días. Con niños era interminable y se hacía muy pesado...La carne de ternera y cerdo eran de piedra (salvo cuando la estofaban que, lógicamente se deshacía), el pescado casi todo congelado y el marisco brillaba por su ausencia... Muy mal Trist

Nosotros no conocíamos la naviera y por lo que he leído en este foro y comentarios de personas con más experiencia con ellos, da la sensación de que están buscando ahorros y productividades a costa de comprometer el servicio y la calidad de la comida.

Creo que no repetiría con ellos...

Saludos
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JOSEFINO68
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18-12-2014

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Cuatro ciudadanos de nacionalidad española hicimos con Costa Cruceros (en concreto en el Costa Magica), el trayecto Venecia-Izmir, en el mes de octubre, y junto a aspectos positivos encontramos cosas que no nos gustaron ni mucho menos tanto, impropias de una empresa que presume de su renombre y veteranía. Lo primero que hay que señalar es que el precio del crucero era difícilmente mejorable. Incluso si se tiene en cuenta que no estamos hablando de las mejores fechas porque en la segunda quincena de octubre, en el mediterráneo, suelen presentarse fuertes cambios en el tiempo, pudiendo variar ampliamente de un cielo despejado y temperatura veraniega a un otoño húmedo y destemplado. Como así ocurrió. Fue el segundo caso. Hizo un clima encapotado en general, lluvioso en ocasiones y fresco siempre, a excepción de una luminosa Venecia. Pero eso es, por supuesto, responsabilidad ajena a la empresa.


Por este clima nada impropio de las fechas en el mar mediterráneo, durante bastantes días se hacía un poco desagradable subir a la cubierta superior, porque el viento era frío (de noche, lindante con lo helado), a pesar de que algunos pasajeros del centro y norte de Europa simulaban encontrarse en Benidorm en agosto. Los centro y noreuropeos, inasequibles como siempre al desaliento en cuestiones climáticas, pero más parecían estar curándose como jamones que disfrutando realmente del día en cubierta. A pesar de tanto arrojo, nadie que viéramos se aventuró nunca en ninguna piscina, que teóricamente, como dice la publicidad del barco, estaban dotadas "de una cubierta retractil que permite adaptarla a todas las ocasiones y climas" (en realidad, a muchos menos climas, porque sólo vimos cubierta la piscina principal en una especie de "noche blanca" donde todos iban empingorotados como de boda y la lluvia arreciaba en el techo). En los yakuzzi sí
se bañó gente, llenos siempre de un público abigarrado y en principio poco apetecible, porque aunque existía un cartel que prohibía bañarse allí a menores, la regla no se cumplía en absoluto ni siquiera estando presente un vigilante, que los expulsaba cada cuarto de hora. Pero los menores, educados en la modernidad relativista, volvían a la carga en buen número. Al final, claro, el yakuzzi era para ellos. Está claro
Que un barco sin piscinas interiores cubiertas y agradablemente climatizadas reduce el grado del relax de los pasajeros en los meses no calurosos, a pesar de lo proclamado en la publicidad del navío.

Eliminada la posibilidad de disfrutar del sol o del baño, no sabíamos bien qué hacer dentro del barco salvo asistir a los espectáculos, alguna vez de calidad reseñable, y darle a la omnipresente bebida, que era de gran calidad siempre que uno se atuviese a las botellas de marca y ni mucho menos tanto a los cócteles, donde ni la fruta utilizada, de procedencia dudosa, ni los excesivos y fortísimos licores baratos, a granel o incluso sin etiqueta hacían ningún honor a lo esperado.

El gimnasio, que costó hallarlo, estaba muy escondido tras los spas y masajes pero no se puede negar que lucía amplísimo y bien surtido, salvo en la variedad de pesas libres (no existían pesos grandes por un problema de seguridad, como imaginamos, ya que, en los pisos superiores sobre todo, el barco oscilaba bastante en alta mar y a gran velocidad, algo que podría resultar peligroso manejando pesos de consideración) Encontramos que, aunque el "staff" al servicio de los pasajeros era numeroso, según nos dijeron los oficiales, los propios pasajeros resultaban mucho más numerosos, y la "ratio" servicio por pasajero era razonable en cuanto al confort de las habitaciones, muy cómodas y nada estrechas, por demás, pero se hacía insuficiente para atender a varios millares de personas sobre todo a la hora de las comidas. Por ejemplo, nos teníamos que llevar las cervezas al comedor desde algún bar, porque la espera para que nos trajeran algo de beber
podía ser
Interminable. En esas comidas se producían aglomeraciones y escenas del clásico egoísmo y mala educación de las masas, impropias de un viaje de placer.

Los pasajeros italianos de todas las edades, con un gusto deplorable en todos sus gestos, incluído por supuesto el vestimentario (por suerte, por el frío nos ahorraron sus clásicos trajes de baño "turbo" en la piscina), se llevaban la palma de la mala educación. Podríamos definir su modo de conducirse en los momentos en que se exige cortesía, y por decirlo de manera suave, amacarrado, casi exuberantemente villano. Al tomar un ascensor, al dar paso a las señoras, al escaquearse de guardar una cola, al agitar por encima de sus cabezas, ebrios o no, las servilletas llenas de sobras en medio de una cena supuestamente de gala "y con el capitán". Al lado de eso, el incívico y gritón español medio parecería de una sobriedad germánica y un saber estar aristocrático. Eso sí, los camareros y demás miembros del servicio fueron agradabilísimos en todo momento, cuando no de simpatía arrolladora, y muy efectivos, sin un solo "pero" que ponerles dado
El volumen de trabajo al que se enfrentaban.


No hubo nada que objetar a las enormes proporciones de la nave, de las que teníamos previo conocimiento y que obligaban a andar por a veces inacabables pasillos enmoquetados con estampado bastante discutible, lo que, de broma, nos recordó a la película de terror "El resplandor". Es cierto que toda la decoración del barco, en tonos pastel, parecía propia de un casino de tragaperras, con mención especial a las lámparas que simulaban miembros humanos amputados, de una estética algo más que siniestra, fruto de algún viaje de ácido lisérgico del decorador. Nos quisiéramos detener en la comida. La calidad de la comida, como ya advierten otros pasajeros de este barco concreto, era baja y poco variada, llegando con mucha facilidad a lo indignante. Llegaba a lo abominable en muchas cenas, menos las de las últimas noches, que se entonaron sorprendentemente por alguna razón desconocida. En las fotos que adjunto, puede advertirse la mala presentación
De los platos en general, el inquietante color grisáceo de las sopas, acorde con su plano sabor, y la desconocida materia con la que estaban fabricados todos los postres, dado que exactamente la misma deplorable y pálida sustancia servía para que lo llamaran en la carta "helado de turrón", "crema mascarpone", "vainilla" y lo que hubiese hecho falta. Incluso habría servido para llamarlo "filete a las finas hierbas". Total, todo sabía a lo mismo, porque nada sabía nada en absoluto, excepto cuando se trataba de marisco descongelado, que sabía justo a lo que nunca debería de saber. Típica comida de hospital (psiquátrico) para un público visiblemente alborozado que compensaba lo que no comía durante las cenas atiborrándose de hot dogs y hamburguesas bañadas de rojo y amarillo durante el día (ver a septuagenarios disponiéndose a acabar con bandejas enteras de comida ideal para obstruir arterias nos condujo a una melancolía muy importante).

Contra lo que se pudiera pensar de un barco de esas proporciones, no había posibilidad de comer cualquier cosa durante veinticuatro horas. En absoluto. El horario de las bebidas era infinitamente más generoso. Los horarios para poder comer lo que fuese nos parecieron -perdón, no nos parecieron, eran- muy cortos y las localizaciones escasísimas, y a veces solitarias (es decir, que todos íbamos al mismo sitio por obligación). Si uno quería salirse un poco, pero no demasiado, de esos estrictos horarios que contribuían a producir las aglomeraciones que más arriba he mencionado, debía pagar por la comida, aunque ésta no fuese mucho más espectacular que unas pizzas, las mismas que se servían en el buffet. A pesar de ser un barco de una empresa situada en Génova, Italia, y contra la merecida fama de exigencia que tienen los italianos con el punto exacto de su gastronomía, las pizzas servidas en el barco día a día resultaban sosas y más bien
Mediocres, casi de comedor de preescolar. Por contra, los platos de pasta, que durante las cenas habían empezado de forma muy desalentadora, mejoraron visiblemente a lo largo del viaje (o cambiaron de partida de víveres o cambiaron de cocinero), acabando de una forma me atrevo a decir que impecable, todo gustoso y al dente. Las cosas como sean. Junto a la carne de vacuno de la última cena, que por fin sabía a lo que tenía que saber, fue lo único comestible.


Algunos espectáculos y artistas eran realmente buenos. Gente con ilusión que está empezando o bien grupos ya consagrados que embarcaban para una noche. Otras cosas escenificadas no pasaban de lo simpático. Las celebraciones colectivas a bordo, que no desaprovechaban la oportunidad de manifestarse incluso en medio de las cenas, siempre tenían ese regusto hortera propio de estas cosas, pero al fin y al cabo es lo que buena parte del público demanda.


Otro asunto a destacar, muy negativamente, es el del necesario descanso a bordo. Durante absolutamente todo el día, sin respetar las horas de la siesta o simplemente las horas de la paz, para los que no la duerman) el servicio de megafonía a bordo es exactamente el de un campo de concentración. Pase por que se avise al pasaje de las normas de seguridad para que no ocurra lo del Costa Concordia. Incluso de que se avise todos los días por si a alguno se le olvida. Siendo muy generosos, hasta se puede pasar que vuelvan con la cháchara cada vez que se sube un pasajero nuevo en algún puerto (en vez de avisar sólo al pasajero, avisan de nuevo a todos los demás). Existe un altavoz a todo volumen justo sobre la cabecera de las camas desde donde una vez y otra y otra se emiten los mensajes más peregrinos y repetitivos, no sólo los necesarios, y además en todos los idiomas del mundo excepto, tal vez (y no estoy demasiado seguro, el swahili). No es ya que resulte molesto. Es que, si uno está tumbado y trata de relajarse durante las horas diurnas, y por diurnas me refiero después del amanecer, es como para ir a buscar al capitán y quitarle la gorra de un pescozón. Un crucero debe de ser un descanso, no una factoría de pollos ni un régimen estúpidamente militarizado que, francamente, hasta resultaría cómico si consideramos que se dirige a muchos jubilados si no fuera porque dan ganas de tirarse por la borda.

En conjunto, bastante decepcionante, a pesar de la buenísima voluntad del servicio a bordo. Lo que no puede ser, no puede ser. Deberían vigilar el asunto de la comida, insistir, dada su italianidad, en un servicio de pasta como Dios manda (que ya han demostrado que pueden alcanzar), revisar todo lo demás en cuestiones gastronómicas, dejar de dar la brasa non stop por los altavoces (¡y con ese tonillo festivo, además!) solucionar el tema del primer acceso a bordo, también caótico, repensar lo de las piscinas y los yakuzzi y no masificar los barcos, porque independientemente de la calidad del servicio es inevitable que se produzcan escenas, como he dicho antes, más propias de una estampida o de un "rancho" de caridad en tiempos de hambre que de un viaje de placer.
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