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Nos despertamos pronto para ver los rituales de la mañana en Patsupatinath. El día anterior, Uttam Kapri, el chico de la agencia, nos recomendó ir antes de las nueve y coger un minibús en la zona de Jamal. Cuando le pedimos que nos lo mostrara en el mapa, dudo muchísimo. Es curioso, pero esto nos pasó durante todo el viaje. Todo el mundo sabe ir a los sitios pero no les hables de calles ni de situarlo en el plano… no saben ni por dónde empezar. De hecho, tuvimos que señalare nosotros en qué zona de Thamel estábamos y entre todos, dar con Jamal. Es una zona por la que pasan las furgonetas para ir a casi cualquier parte.
Fuimos andando hasta allí y tomamos un bus que nos dejó supuestamente en Patsupatinath por 25R cada uno. La verdad es que nos decepcionó un poco, había un pequeño templo, algunas ofrendas, una pila de agua, flores y gente de allá para acá… se daba un aire, pero no se correspondía con lo que había visto.
Bajamos la calle y tampoco vimos gran cosa, no nos podíamos creer que sólo fuera eso. Preguntamos a un señor con maletín bien vestido (nuestra garantía de que pudieran hablar inglés era el uniforme de colegialas y los hombres con polo y gafas de sol) y nos instó a volver a subir la calle. Pues nada, parece que eso era todo…. Un poco decepcionados, paramos a otra furgoneta con dirección a Boudhanath, luego descubriríamos que lo que habíamos visto no era el verdadero Patsupatinath.
La furgoneta a Bouda nos costó 20R por persona. Antes de entrar, buscamos algo de ropa de trekking por los callejones de alrededor y sin darnos cuenta, acabamos dentro de la plaza. La estupa es realmente impresionante, la mayor del mundo y una de las más veneradas por los budistas. De hecho, la zona es lugar de residencia de muchos refugiados tibetanos.
Comenzamos rodearla en el sentido de las agujas del reloj como el resto de los fieles y nos maravillamos con sus dimesiones y colores. El lugar desprendía una energía que hasta se podía palpar.
Desayunamos en Paradise Rooftop, pero en la parte cubeirta, ya que a ratos lloviznaba. Hay mucha oferta de restaurantes con magníficas vistas pero nos decantamos por ese y fue todo un acierto, porque en el interior estábamos solos y comimos en una tradicional mesa baja con cojines. Mi novio pidió un té de miel y limón y unas tortitas de manzana y yo un té masala con tortitas de plátano. El total fue de 650R y estuvimos muy muy a gusto.
Después subimos a verla la estupa desde el mirador del restaurante y desde su base.
Al abandonar la plaza, vimos una gran procesión y decidimos a compañar a los fieles un rato. Es muy interesante escuchar sus rezos y ver la intensidad con la que viven su religión.
Cuando nos alejamos bastante de la calle principal, volvimos y fuimos preguntando para llegar al monasterio tibetano de Kopan, situado en lo alto de una colina. Es un destino muy popular entre los budistas y los occidentales que buscan un retiro espiritual, ya que puedes dormir y convivir con los monjes por 5€ al día. Como teníamos tiempo, decidimos subir andado por callejuelas lejos de ser zonas turísticas pero muy seguras. Al principio del camino, un señor de avanzada edad que llevaba en la cabeza una pesada cesta con legumbres y frutos secos nos hizo señas para que le siguiéramos, porque íbamos en su misma dirección. No hablaba de una palabra de inglés, pero comenzamos a entendernos por gestos. Mi novio se ofreció a ayudarle con la cesta, pero declinó amablemente y le preguntamos si tenía niños por medio de gestos. Nos dijo que 4, y le hicimos parar en una tienda para que eligiera cualquier cosa para sus niños, nosotros pagaríamos. El escogió una botella de 2 litros de cocacola, una bolsa de cereales y pastilla de jabón. Cada vez señalaba un artículo, nos miraba apurado, pero le insistimos para que continuara. Continuamos con la subida y llegó el momento de separarnos. El señor nos dio las gracias muchas veces, inclinándose con su “Namasté”. Se sentía avergonzado por no podernos correspondernos con nada y de pronto, cogió una hoja de periódico , hizo un cucurucho y lo llenó de cacahuetes de los que llevaba en la bolsa. Le dijimos que no era necesario entre sonrisas, pero insistió y nos los llevamos. Estas cosas son las que aportan verdadero valor a un viaje. Nos sentimos muy felices de haber alegrado el día del señor y su familia, ojalá hubiéramos podido ver la cara de los niños disfrutar de la Coca Cola.
Al poco tiempo, llegamos al punto en el que paraban todos los autobuses y taxis que te acercaban a Kopan por ese lado de la montaña. Hacía bastante calor y el último tramo se hizo duro, pero conseguimos llegar y fuimos recibidos por los cánticos de los monjes que nos llegaban del interior.
Desde luego, es un enclave privilegiado y merece la pena pasear un rato por los jardines. Aunque no sean espectaculares, la tranquilidad que allí se encuentra se agradece para descansar del ajetreo de la ciudad.
Creíamos que las visitas nos llevarían más tiempo, sobre todo la de Patsupatinath, así que no teníamos más visitas programadas para ese día hasta la noche, cuando queríamos volver de nuevo a Boudhanath para ver su otra cara. Al haber salido del hotel muy pronto, habíamos terminado antes de la hora de comer, así que decidimos volver a Thamel en taxi (que nos costó 400R en la misma puerta del monasterio) y realizamos la compra de souvenirs: Un pantalón de trekking, un cuenco tibetano y unas pulseras, camisetas, imanes, postales….
Nos pasamos por el hotel a dejar las compras y ducharnos. El calor no era asfixiante, pero sí que se notaba. Comimos tarde en un local bastante pequeño en las cercanías de la plaza Durbar un chow mein que picaba que daba gusto y un par de sándwiches vegetales. No elegimos demasiado bien ese día, la verdad, pero sólo nos costó 260 rupias con las bebidas.
Fuimos andando de nuevo a Jamal para coger otra furgoneta a Boudhanath, que nos costó 50R cada uno. En el trayecto conocimos a unos hermanos de 14 y 16 años de Lumbini que estaban de viaje conociendo la capital y se mostraron muy interesados en conversar con nosotros. Hablamos de viajes, de Nepal, del sistema de educación y de la vida… Les dijimos que en España era una locura que un chico y una chica de 14 y 16 viajaran solos, ya no por peligroso, sino porque legalmente cantaría y se asombraron muchísimo. Nos hicieron el trayecto muy agradable.
La zona de Bouda estaba mucho más concurrida que en la mañana. Volvimos a callejear para entrar a la plaza y decidimos merendar en una de las azoteas mientras veíamos la caída del sol. Esta vez elegimos la zona opuesta de la mañana y disfrutamos de un crepe de plátano para compartir, un té de jengibre y limón y un sprite.
Boudhanath me seguía hipnotizando. La noche cayó y aunque esperaba que la plaza se iluminara más, el ambiente continuaba siendo fascinante. Estábamos tan a gusto que decidimos cenar allí mismo y nos decidimos por unos momos de búfalo y un chow mein de pollo, que no picaba. En un par de días aprendimos que todo lo que era “veggie” era además picante. Con bebidas, sumando merienda y cena acabamos pagando 1300R, así que estuvo muy bien teniendo en cuenta el lugar en el que estábamos.
Caminamos por la plaza de noche antes de volver a la calle principal con intención de coger un autobús a Jamal.
Eran poco más de las 9 y la zona empezaba a estar desierta y lamentablemente ninguno de los buses iban hacia el centro, todos en sentido contrario. Caminamos hasta la altura donde estaba Patsupatinath y allí terminamos cogiendo un taxi hasta Thamel por 300R, con regateo previo.
La música del hotel del al lado no paraba de sonar, pero nosotros no tardamos demasiado en quedarnos dormidos… alguno con sorpresa.
GASTOS DEL DÍA PARA 2 PERSONAS
- Desayuno: 650 R
- Comida: 260 R
- Autobuses: 190R
- Taxis: 700R
- Cena y merienda: 1300 R
Total: 3.100 R (Souvenirs aparte)
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