17 DIAS DE NOVIEMBRE DE 2013 POR TAILANDIA ✏️ Blogs de Tailandia

Nos levantamos a las nueve. Ese día lo íbamos a dedicar a visitar Chiang Mai. Más concretamente los templos de Chiang Mai. Así que nos lo podíamos tomar con calma.
Desayunamos en la terraza frente al río. Lo mismo que los días anteriores. Y a las diez salimos hacia la ciudad.
Empezamos el recorrido visitando el Wat U-Mong. Aparcamos en el interior del recinto. Muy cómodo. Sobre todo teniendo en cuenta que buscar aparcamiento en el centro de las ciudades tailandesas es misión casi imponible. Luego nos dimos cuenta de que lo de poder aparcar en el interior de los recintos de los templos es algo muy común y que puede hacerse en la mayoría.
Un recinto arbolado, que más parecía un parque que un templo. Unos árboles altísimos que no dejaban pasar el sol. Gracias a eso el paseo resultó muy agradable ya que nos permitió escapar durante un rato de los calores de Tailandia.


Además, no había casi nadie. Parecía desierto. Pero no lo estaba. Un monje se puso a tocar una campana. Nos quedamos para ver en que acababa aquello. Empezaron a aparecer monjes por todas partes. Todos se metían en la misma sala. También entraron unas pocas personas vestidas de calle. Los monjes se sentaron todos en el lado izquierdo de la sala. El resto de la gente enfrente, en el otro lado. Uno de los últimos monjes en entrar nos saco de dudas. Era la hora de la comida. ¿Tan pronto?.
Seguimos paseando bajo los árboles. De todos colgaban letreros con proverbios. La mayoría en tailandés. Pero también los había en inglés. No está mal leer alguno como curiosidad. Y con un poco de suerte a lo mejor hasta lo entenderéis.
La gracia de este templo estaba en unos túneles comunicados entre sí, con capillas al fondo. Resultaban muy chocantes por lo diferentes que eran del resto de templos que visitamos. Tres túneles que atravesaban un pequeño montículo. Al fondo de cada túnel había un pequeño altar. Y en los dos túneles laterales también había capillas en medio del túnel. Los tres túneles estaban comunicados por un pasillo que había frente a las capillas del fondo. Y desde este pasillo salían otros dos túneles más. Uno no tenía salida, simplemente una capilla al fondo. El otro desembocaba en la parte posterior del montículo. Que nadie se engañe, nos es nada espectacular. Simplemente es chocante, diferente.


Como los túneles hacían las veces de templo, tuvimos que entrar descalzos. Eso nos obligó a salir por la mima puerta por la que habíamos entrado. Y para llegar a la otra parte del montículo tuvimos que rodearlo. Pasamos junto a las viviendas de los monjes. Por delante de la entrada posterior a los túneles y acabamos llegando a un chedi dorado enorme. Llamativo por lo grande que era. Pero nada más, visto un chedi, vistos todos.
Justo al lado había una estatua de un Buda negro con aspecto demacrado. Era el primer Buda de esas características que veíamos. Por eso nos llamó mucho la atención. Después a lo largo del viaje vimos alguno más. Pero el primero es el primero. El resto de edificios del complejo no tenían ningún interés.
El lugar es muy agradable y merece la pena dar un paseo por la tranquilidad que emana. Por eso, y sobre todo por la curiosidad de los túneles, recomendaría su visita.
No muy lejos se encontraba el segundo templo, el Wat Jed Yod. También aparcamos en el interior del recinto, aunque aquí nos costó un poco más encontrar una plaza. Un templo con apariencia antigua, de ladrillo visto, y relieves en las paredes exteriores. La conservación no era la mejor posible. Algunos relieves estaban bastante deteriorados. Pero su encanto residía precisamente en ese aspecto decadente. No era el típico templo con tejados de colores. Todo lo contrario, era de color ladrillo, y con forma de rectángulo.


El interior del templo no era gran cosa. Era muy pequeño, tan solo un altar y un pequeño espacio para rezar. Uno de los interiores más feos que vimos. El Buda estaba encajonado entre las paredes. Parecía que ese no era su lugar. Menos mal que el exterior compensaba sobradamente ese pequeño defectillo.
Rodeando el templo había unos cuantos chedis del mismo estilo que el templo principal, pero todos diferentes entre sí. De ladrillo visto, con la apariencia de ser muy antiguos. En la torre más grande había dos capillas en los laterales. Muy arriba. Tanto que había que mirar hacia arriba para verlas. Y es que ese chedi era enorme. Sorprendentemente alto.
El conjunto se completa con varias capillas y otros edificios modernos que no tenían nada que ver con el templo y los chedis. Mejor si no hubieran estado allí, pero allí están.
El complejo era bonito. Pero al ser más pequeño que el Wat U-Mong no invitaba tanto a pasear. La zona del templo y de los chedis estaba más despejada. Pero junto a la entrada había una zona ajardinada que invita a descansar un rato sentado en un banco bajo los árboles. En esta zona había un gong y una campana en sendos pabellones de madera. Mira que les gustan a esta gente las campañas. Todo lo llenan de campanas. Grandes, pequeñas, regordetas, alargadas, con el badajo largo, con el badajo corto. De todas clases.


No puede decirse que fuera un templo espectacular, pero si que era diferente a lo que habíamos visto hasta ese momento. Y ese ya es un buen motivo para visitarlo. Como el anterior, es un templo que por su ubicación no resulta fácil visitar. En caso de disponer de poco tiempo mi recomendación es que os lo saltéis. Pero si se dispone de varios días intentad encontrarle un hueco en vuestra agenda. No será lo mejor del viaje, pero si que os dejará un grato recuerdo.
Es este templo apenas vimos turistas. Si que había gente, pero casi todo eran nacionales. Ese es otro punto a favor de estos templos más alejados del centro. La sensación que se tiene de estar visitando un templo de verdad, no una atracción turística.
Siguiente templo, el Wat Srisuphan. Como no, también aparcamos en el interior. Lo primero que vimos fue una capilla no muy grande pero muy bonita, en un estilo más clásico. Con una decoración muy recargada y llamativa.


Aquél edificio no podía ser la atracción principal de este complejo. Sino de que iban a llamarlo el Templo de Plata. Así que no nos enredamos y continuamos con la búsqueda de algo que justificara ese nombre. No tuvimos que esforzarnos mucho. Ni tampoco tuvimos que tirar de imaginación. Allí estaba, una capilla no muy grande cubierta de plata. Espectacular. Y sí, el nombre estaba plenamente justificado.
Junto a la entrada un letrero dejaba bien claros que las mujeres no podían entrar en esa capilla. Lo sentí por mi mujer, que tuvo que quedarse fuera, pero yo no pude resistirme a entrar. El interior no era muy grande, pero resultaba tan impactante como el exterior. Toda la decoración era de plata. Y no cuatro adornitos de nada. Noooooo. Plata para aburrir. Kilos de plata. Plata por todas partes sobre las paredes blancas. En cambio el buda no era de plata. Era dorado. Qué contraste.
También había un chedi enorme. Todos los templos tienen el suyo. Los chedis son todos muy parecidos. La diferencia estba en el tamaño. Y éste era de los grandes, como debía ser para estar a la altura de un templo tan bonito.
En un lateral había una escuela para niños. Cuando llegamos varios niños estaban tocando. Uno tocaba un tambor y a su alrededor otros siete u ocho niños tocaban los platillos. No lo hacían mal. Además el que tocaba el tambor daba saltos y giraba sobre sí mismo marcando los ritmos. Muy curioso.



Es un templo realmente impactante. No es que merezca la pena visitarlo, es que hay que visitarlo. Este si que es de los de visita obligada. Lo tiene todo, es precioso, y sobre todo diferente a cualquier otro templo que podáis ver. Uno de mis templos favoritos.
Tas el calentamiento ya estábamos preparados para empezar a visitar los templos más importantes. Y para empezar que mejor que el Wat Phra Singh. Para variar también aparcamos en el interior del recinto, que por cierto es enorme. El más grande de rodos los que visitamos ese día.
El templo principal era precioso, tanto por fuera como por dentro. En la entrada ponía que había que pagar 20 bth. Pero le echamos un poco de cara y como nadie nos dijo nada pasamos sin pagar. Este fue el único templo en el que vimos que se tenía que pagar. Pero a lo que íbamos, el templo es precioso, tiene bien merecida su fama.


Detrás había otra capilla más pequeña de forma alargada. Aquí es donde se encuentra el famoso Buda Phra Singh. De color verde. Pero no esperéis un budarro como en la mayoría de los templos; éste es bastante pequeño. Aunque no por eso deja de ser muy bonito. Supongo que porque es diferente a los demás. Y el interior de esta capilla no se quedaba atrás, también resultaba espectacular. Fue una de las que más me gustaron. Delante del Buda tenían expuestas varias figuras de cera de monjes de un gran realismo. A primera vista parecían de verdad.
A continuación venía un chedi muy alto de color blanco. Aparecía escoltado por otros dos chedis más pequeños del mismo color.
Por último al fondo había una última capilla más pequeña con un Buda tumbado. Era más pequeño que el Bangkok por lo que no resultaba tan espectacular, pero también era muy bonito. Además contaba con una gran ventaja; al ser más pequeño si que cabía en una foto. Lo malo es que tienen la manía de meter a este tipo de Budas en sitios donde casi no caben. Siempre están encajonados y eso hace que no se puedan ver a gusto.


Como en todo templo que se precie no podía faltar una zona arbolada. Estos pequeños jardines son un buen lugar para dar un pequeño paseo o simplemente para sentarse y descansar un rato a la sombra. Sin dobles intenciones, lo de estar a la sombra, es exactamente eso, estar debajo de un árbol; nada de dramas carcelarios.
Otro templo que nos gustó mucho. Dentro de los templos con un carácter más tradicional, fue de los que más nos gustó. Quizás no sea tan grande como los templos de Bangkok. Ni tan recargado ni pretencioso. Pero aún así, sigue resultando espectacular. Y además tiene algo a su favor, el encanto de las cosas cercanas. El encanto de un templo de verdad. Aquí ya se ve una mayor afluencia de farangs cámara en ristre. Pero los tailandeses no dejan de ser mayoría. Y éstos no acuden al templo para hacer fotos sino para rezar.
Para concluir, éste si que es un templo que no hay que perderse.
Tras esta visita cambiamos la dinámica. En lugar de seguir moviéndonos en coche, lo dejamos aparcado en el Wat Phra Singh y nos fuimos caminando por la calle Ratchadamnoen, una calle bastante comercial. Estaba llena de tiendas, agencias de viaje y restaurantes. Eso era exactamente lo que necesitábamos, un restaurante. Tras descartar los primeros que encontramos, acabamos entrando en el Ratchadamnoen Kitchen. Un restaurante muy adaptado a los gustos occidentales. Vamos, lo que viene siendo un restaurante para guiris. Pedimos un padtai con gambas, unas verduras salteadas con gambas, dos zumos de limón, un sprite y un agua. Nos cobraron 260 bth. La comida estuvo muy buena y las raciones fueron correctas.
Tras el descanso y con el buche lleno volvimos a la calle. Seguimos paseando por Ratchadamnoen. Pasamos por delante de varios templos, pero no entramos. Nos limitamos a verlos desde fuera. Hay tantos que no se puede entrar en todos. Sin exagerar, creo que el centro de la ciudad es imposible caminar quinientos metros sin pasar por delante de algún templo. Por eso es importante seleccionar los que se quieren visitar y obviar el resto. Si uno se dedica a entrar en todos los templos con los que se cruza acabará viendo una colección de templos menores y se perderá los de más interesantes.
Y aunque lo que acabó de decir parece fácil, in situ no lo es tanto. Yo pequé, lo reconozco. Paramos en un templo que no teníamos anotado en nuestro itinerario. Lo hicimos simplemente porque me pareció bonito. No me fijé ni en el nombre. Posteriormente he intentado averiguar cual es, y salvo error creo que es el Wat Phan On. Pero no estoy totalmente seguro. Era un templo típico, de los que pegas una patada a una piedra y te salen cinco en Chiang Mai. Por eso mismo no es un templo indispensable. Pero aún así me gustó.


Al final de la calle todavía se conserva un fragmento de la antigua muralla de la ciudad. Más exactamente de una de las puertas de la ciudad. Pero eso no es más que una anécdota, porque la muralla no tiene mucho interés. No era más una muralla de ladrillo, muy feucha la pobre. Pero ya que estábamos allí, y como sale en todas las guías pues le hicimos una foto. Pero vamos, que si no se ve tampoco pasa nada. De todas formas resulta casi imposible no verla. Al circular por la ciudad se acabará pasando por delante con casi toda seguridad. Es algo inevitable.
Continuamos por Moon Mueang. Y acto seguido por Ratchamankha, una calle muy parecida a Ratchadamnoen. En general la ciudad me gustó más que Bangkok. Ha conservado mucho mejor el aspecto de ciudad del sudeste asiático, aunque eso si, más modernizada, y sin el jaleo ni el caos de esas ciudades. Pero aun así tenía su encanto, algo que eché en falta en Bangkok. Pero si algo la hace diferente, es la gran cantidad de templos que aparecen por todas partes. A eso no la gana nadie.
Giramos en Phra Pokkloa con la intención de visitar el Wat Chedi Luang. Otra maravilla. Como siempre, lo primero que encontramos al traspasar la puerta de la calle fue es el templo principal. Qué como no, era una auténtica preciosidad tanto por dentro como por fuera.


La atracción principal estaba detrás. Un enorme chedi. Era inmenso, y eso que le faltaba un trozo. Impresionante por sus dimensiones. No tanto por su belleza. De ladrillo visto, para que quede claro que es una estructura antigua, muy antigua. Cuenta con capillas en tres lados, pero pasaban casi inadvertidas frente a las seis figuras de elefantes. Las figuras son solo de medio cuerpo para adelante, por lo que dan la sensación de estar atravesando la pared. Uno de los elefantes está en peor estado que los otros cinco. Es el único original, los otros cinco son reproducciones. Un chedi impresionante que por si solo justifica la visita a este templo.
Y para completar el lugar, al lado había otra capilla con un Buda yacente. Otro más. Pero en éste había algo diferente. Su ubicación. La capilla tenía un lateral abierto, por lo que el Buda no aparecía encajonado.


Otro templo muy bonito que nos encantó. Y van ya ……. Probablemente sea uno de los más espectaculares, sobre todo por el chedi gigante, realmente llamativo. Por ponerle un pero, le faltaba una zona arbolada donde sentarse a descansar. Puede parecer una chorrada, y seguro que lo es. Pero como las había en todos los templos que habíamos visitado hasta ese momento, nos sorprendió que aquí no la hubiese.
Apuntarlo entre las visitas obligadas, este templo no hay que perdérselo por nada del mundo.
Pegado había otro templo, el Wat Phan Tao. Tan solo los separaba una pared. Y en teoría se podía pasar de uno al otro por un puerta que los comunicaba. Nosotros no la vimos, por lo que tuvimos que salir a la calle y buscar la entrada unos metros más adelante.
Era pequeño, no tenía nada que ver con su vecino ni con el Wat Phra Singh. Y mucho menos con los templangos de Bangkok. Tan solo contaba con un edificio principal y un chedi no muy grande en la parte trasera. Por cierto el chedi estaba en restauración, circunstancia que no nos perjudicó mucho, ya que lo realmente importante era el templo. ¿Por qué?. Porque era todo de madera. Las columnas conservaban el mismo color de teka que las paredes, lo que le daba un toque diferente. Y si se miraban con atención se podía ver como las columnas se habían ido encorvando con el paso del tiempo. Se salía de la estética tradicional de los templos tailandeses y por eso nos llamó la atención


A mí personalmente me gustó mucho, creo que tiene mucho encanto. Además, al estar tan cerca del Wat Chedi Luang y no requerir su visita demasiado tiempo, no hay excusa para no parar a verlo.
Era hora de volver al Wat Phra Singh y recoger el coche. De nuevo motorizados nos dirigimos al Wat Chiang Man que también se encontraba en el interior del recinto amurallado. Pero a esas alturas ya estábamos un poco cansados y preferimos ir en coche. Era el último templo de nuestra lista, lo cual no quiere decir que sea el menos interesante.
Para nuestra sorpresa, no pudimos acceder al interior con el coche, y nos vimos obligados a aparcar en la calle. Dimos una vuelta por los alrededores con poco éxito, y acabamos aparcando muy cerca de la entrada, en un lugar donde no creo que se pudiese aparcar. Pero aprovechamos que había varios coches parados y los imitamos. Nada más entrar en el complejo, nos encontramos con dos bonitas capillas. Las dos eran del mismo estilo que las que habíamos ido viendo durante el día, tanto la principal que aparecía más centrada, como la más pequeña que estaba a la derecha. Como no; entramos en los dos templos. Faltaría más. Y aunque resulte repetitivo, las dos eran muy bonitas.


Detrás había un chedi dorado. Un templo sin chedi ni es templo ni es nada. Este chedi, todo nuevecito, se quedaba en nada al compararlo con el del Wat Chedi Luang. Era bonito, y hasta se podría decir que grande. Pero es que comparado con el del Wat Chedi Luang, cualquier chedi saldría perdiendo.
Este templo también contaba con varias capillas de madera. Todas muy bonitas. Capillas pequeñas, cada una con su propio Buda. En una había una de esas figuras de cera de un monje. El realismo era increíble. Parecía que en cualquier momento se iba a poner a hablar. Por separado, las capillas no habrían sido gran cosa, pero el conjunto resultaba encantador. Entramos en todas ellas. No puedo evitarlo. Sé que resulta repetitivo, y que al final del día, después de haber entrado en tropecientos templos y capillas, ya no recuerdo cual era cual. Pero me da igual, lo importante es el momento. Y cada vez que entro en un templo me siento bien, a gusto, y disfruto mucho de ese momento, como si no hubiera estado antes en mil templos. Cada visita es única y lo que importa es ese momento. Por eso no me canso de visitar templos.
Para no variar, este templo también nos gustó mucho. Con casi toda seguridad, estéticamente sea uno de los más bonitos. Sin duda se merece una visita.


Empachados de templos, tocaba cambiar de tercio. Todavía era pronto para ir al Night Market. Pero no teníamos nada mejor que hacer, así que nos acercamos al lugar donde según mis cálculos debía estar el célebre mercadillo. Dimos en el blanco. El mercado se extiende por Changklan Road, en el tramo delimitado por las calles Tha Phae Road al norte y Loi Kroh Road al sur. Todavía quedaba algo de luz, y ya habían empezado a montar el mercado. A pesar ello nos metimos con el coche por esa calle. Un pequeño y maravilloso caos. Tenderetes a medio montar, furgonetas aparcadas en doble fila, gente cruzando la calle empujando una carretilla. Un desastre. Pero al mismo tiempo una delicia. Fue divertido, el problema es que resulto imposible encontrar un sitio donde aparcar. Dimos varias vueltas, pero no hubo manera. Hasta que en una calle transversal vimos algo parecido a un aparcamiento al aire libre. No había ningún tipo de barrera, así que entramos, aparcamos el coche y le preguntamos a un hombre que estaba en una garita como funcionaba aquello. No nos entendimos. ¿Y qué esperabas?. Tras un breve dialogo a doble idioma, español – tailandés, lo único que sacamos en claro fue que aquello no era un aparcamiento público, y que no podíamos dejar el coche allí. ¡No me jod....! Por suerte un chaval joven se percató de lo que sucedía y vio la oportunidad de hacer negocio. Como que no podéis aparcar aquí, claro que si. Podéis dejar el coche tranquilos. ¿Cuánto? 100 bth. Venga ya hombre, eso es muy caro. A partir de ahí me perdí. Para zanjar el tema saqué un billete de 50 bth que él chico recogió gustoso. Antes de irnos nos dijo que cerraban a las doce. ¡No problem!. No teníamos la intención de aguantar hasta tan tarde. Conclusión, en Tailandia todo es negociable. En unas ocasiones sale bien y en otras no tanto. Pero siempre hay que intentarlo.
Resuelto el problema del aparcamiento podíamos centrarnos en el Night Maket. El mercado ya empezaba a coger forma, pero todavía no habían acabado el montaje. Nos metimos en la zona cubierta, en lo que sería el verdadero Night Market. Como el resto, tampoco estaba en plena ebullición, incluso había tiendas que todavía no habían abierto. Dimos una vuelta, pero como no había mucho ambiente, salimos al exterior, y buscamos un sitio donde darnos un masaje. En la primera planta del mercado cubierto había varios sitios donde darse masajes. Pero eso de darse un masaje en medio de la calle, por donde pasa todo el mundo, no nos pareció muy divertido. Preferíamos un poco más de intimidad.


En una bocacalle encontramos lo que buscábamos. Un letrero anunciaba masajes tailandeses de una hora a 200 bth. Los habíamos visto anunciados por 180 bth, pero por 0,50 céntimos no valía la pena discutir. Un callejón oscuro y al fondo un letrero luminoso. Ese letrero tan chillón, nos hizo dudar. Serían masajes, masajes; o serían masajes con final feliz. Para salir de dudas lo mejor era acercarse y comprobarlo. Al llegar a la puerta, se despejaron nuestras dudas. Grandes cristaleras, zapatos en la puerta, y sofás para masajes de pies. Todas las salas de masajes son iguales. Era lo que buscábamos.
Nos hicieron subir a la primera planta, quitarnos la ropa y ponernos una especie de pijama con esos enormes pantalones que se anudan a la cintura. Nos tumbamos y enseguida aparecieron dos mujeres dispuestas a rematar la faena. Eran pequeñas, delgadas y muy mayores. Al menos lo parecían. De lo que ya no había dudas es de que no habría final feliz. Con ese personal la lívido estaba bajo mínimos.
¿Y el masaje?. Tendría esa mujercita fuerza para darme un buen masaje. Pues vaya que si la tuvo, me dio una paliza de aupa. Vaya masaje bueno, bueno, bueno. El masaje tailandés no es de friegas, sino de presión, de contacto, de estiramientos. Te presionan por todo el cuerpo con los dedos, las manos, los codos, las rodillas, con cualquier cosa. Y lo hacen con fuerza, hasta hacerte daño. También te estiran, te flexionan, te giran. Hubo un momento en que estaba tumbado de espaldas y aquella mujer empezó a caminar por encima de mis piernas. Todo un espectáculo. Ah, y el masaje es de cuerpo entero, te lo tocan todo. Y al decir todo, es todo, salvo las partes nobles que es lo único que se salva de la paliza. La verdad es que el masaje fue una pasada. Un masaje de verdad, de los buenos. Salimos como flotando. Les dimos 20 bth de propina a cada masajista y de vuelta a la calle.
Volvimos al mercado cubierto. Se notaba que había más animación. Disfrutamos del ambiente, del bullicio de la gente. Estos mercados son muy entretenidos. Además como los vendedores no son agresivos, pasearlos resultaba muy agradable, sin sentirse acosado continuamente.


Paseando el tiempo se va volando. Y paseando se abre el apetito. Volvimos a la parte cubierta donde habíamos visto una zona para comer. En casi todos los mercados hay una zona así. En medio las mesas y a ambos lados los mini restaurantes. Una vuelta para ver la oferta. En esta ocasión no nos bastó, por lo que antes de decidirnos tuvimos que dar una segunda vuelta. La comida no se pagaba directamente sino que había que comprar unos tickets con los que se pagaba lo que se pedía. Si sobraban tickets no había problema, se podían volver a canjear en el mismo sitio donde se habían comprado.
Cenamos una ración de frutos del mar rebozados, otra de verduras rebozadas, una sopa Tam Yum de cerdo, una crepe de nutela, otra de banana y chocolate, un sprite y dos aguas. 285 bth. Toda estuvo bastante bueno, sobre todo la sopa, aunque picaba que rabiaba. Y nos quedamos llenísimos.
Para bajar la cena que mejor que un paseíto. Así que de nuevo a la calle a seguir pateando el mercado. Llegamos hasta el final del mercado, pasada la zona de Anusarn Market, y como no nos quedaba otra, volvimos también caminando, pero esta vez por la otra acera.
A las once estábamos en el hotel.

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Nos levantamos a las ocho. Un nuevo desayuno en la terracita junto al río. El último. La comida deliciosa, y el marco incomparable. Este último día vimos otra pareja desayunando. Esa noche lo habían petado, una ocupación de dos habitaciones.
A las nueve hicimos el check out y nos despedimos de Chiang Mai.
Nuestro destino para ese día era Doi Inthanion, a 66 kilómetros de distancia. Tardamos una hora y cuarto en llegar. Una eternidad si solo se miran los kilómetros, pero un suspiro si uno piensa que está en Tailandia.
Antes de entrar en el parque paramos en Mae Klang Waterfalls. Estaban unos 500 metros antes de la entrada del parque. Solo tuvimos que tomar un desvío a mano izquierda. Tranquilos, estaba bien indicado. Junto a la entrada de la cascada había una amplia zona de aparcamiento donde pudimos dejar el coche sin problemas.


Para ver la cascada había que pagar una entrada de 200 bth en una garita de madera. Pero cuando llegamos nosotros, la cobradora había abandonado su puesto y había bajado hasta el aparcamiento para hablar con unos amigos. Nos paramos junto a la taquilla y esperamos a ver si venía alguien. La encargada estaba concentrada en su conversación y parecía no tener intención de volver a la taquilla por el momento. Una cosa es que seamos respetuosos, y en lugar de colarnos esperemos a que venga alguien a cobrarnos, y otra muy distinta que estuviésemos dispuestos a perder media mañana esperando a que ella acabase de hablar. Pues si no vienes nos vamos para adentro y a la salida si quieres nos cobras. 400 bth que nos ahorramos.
Unos 300 metros más adelante estaba la cascada. El ruido del agua al precipitarse desde lo alto se oía incluso mucho antes de poder ver la cascada. El camino terminaba junto a un mirador a los pies de la cascada. Las vistas desde ese punto eran preciosas. La cascada se veía desde un lateral, pero se veía perfectamente. Un salto de entre 20 y 30 metros de altura, casi tan ancho como alto, en un marco incomparable. Totalmente rodeado de árboles y todo tipo de plantas. Solo había tres colores, el verde de las plantas, el gris de las rocas y el blanco de la espuma del agua. Precioso.
El agua caía con fuerza sobre unas rocas que se encuentran bajo la cascada produciendo en estruendo enorme. En el aire flotaba una cortina de agua pulverizada, que si bien resultaba muy refrescante, también dificultaba mucho el poder hacer alguna foto. Pero eso es parte del encanto de una cascada, el sentirla tan cercana.
Desde allí una escalera de piedra subía a otro mirador que estaba solo unos metros más arriba. Desde este segundo mirador las vistas eran todavía mejores. Pero a costa de perder cercanía con la cascada. Una cosa por la otra.
El camino seguía ascendiendo entre de la jungla. Mi mujer prefirió quedarse en el mirador, pero yo no podía irme sin ver que había allá arriba. Y es que la cabra siempre tira al monte. El camino era muy bonito, pero la vegetación era tan espesa que no me permitió ver la cascada en ningún momento. Al menos hasta que llegué a la parte superior de la catarata. Desde allí arriba no se veía gran cosa. De la caída solo se veía el arranque, y hacia el otro lado la corriente no resultaba nada espectacular. No me arrepiento de hacer subido, ya que de no haberlo hecho me habría quedado con una espinita clavada. Pero la verdad es que no merece la pena. El camino seguía adelante. Supongo que se debe poder hacer un buen trekking por él. Pero ese no era el día. Así que di media vuelta y volví a bajar al mirador donde me esperaba mi mujer.


Nos quedamos un rato sentados disfrutando de las maravillosas vistas. Pero no demasiado, Doi Inthanion nos estaba esperando. A la salida, al pasar junto a la taquilla, la cobradora volvía a estar en la garita. Esta vez si que nos hicimos los locos, y como ella no nos dijo nada nos ahorramos los 400 bth.
Recorrimos con el coche los escasos 500 metros que nos separaban de la entrada del parque y nos adentramos en el pequeño caos que había allí formado. El precio de la entrada era de 200 bth por persona más 30 bth por el coche. En total 430 bth. Aquí no nos salvamos de pagar. Al comprar la entrada preguntamos si tenían planos del parque. Nos remitieron a la oficina de información. ¿Y dónde está?. A 23 kilómetros, ni uno más ni uno menos. Bueno pues.
La idea inicial era llegar hasta la cima de un tirón y después ir haciendo paradas a medida que fuésemos bajando. Así que salimos disparados hacia arriba. A los 23 kilómetros exactos apareció la oficina de información. El bosque desapareció y fue sustituido por una amplia explanada de césped, al fondo de la cual se encontraba la oficina de información. Junto a la carretera también había un restaurante. Tomamos nota, ya que no parecía que hubiese muchos lugares donde comer. En la oficina de información nos dieron un pequeño folleto con información acerca del parque y un mapa muy sencillo, pero suficiente para situarse y saber donde estaba lo más importante.
Seguimos avanzando a un ritmo más bien lento. Y no porque la carretera fuera mala, sino por la pendiente, y sobre todo por el maldito cambio automático. El coche continuamente cambiaba de marcha. Subía la marcha, y perdía fuerza. Volvía a bajar la marcha, se aceleraba y cogía fuerza. Volvía a subir la marcha y otra vez se ahogaba. Y así kilómetros y kilómetros. Desesperante. Y lo peor es que el consumo de gasolina fue escandaloso. Entramos al parque casi con medio depósito. Y cuando llegamos arriba se lo había tragado casi por completo.
Pero volvamos al parque. No muy lejos de la oficina de información nos encontramos con un check point. Paraban coches aleatoriamente. Y a nosotros nos tocó. Nos pidieron los tickets. Los tienes tú. No, los tienes tú. Mira en la guantera, en los bolsillos, en…, no sé, mira por todo. Y las dichosas entradas que no aparecían. ¡A que nos hacen pagar otra vez!. Nos vieron tan apurados que les debimos dar pena. Nos preguntaron cuanto habíamos pagado y como la respuesta fue correcta nos dejan pasar. La cosa salió bien, pero no veas que apuro pasamos. Y como suele ocurrir en estos casos, no habíamos recorrido ni un kilómetro cuando aparecieron los tickets. Estaban en uno de los múltiples bolsillos que tienen hoy en día los coches. Más vale tarde que nunca.
Al llegar a la altura de las dos pagodas yo ya estaba cansado del traqueteo del coche. Acelerón, desaceleración, acelerón, desaceleración. Una y otra vez; una y otra vez. Y como ya estábamos casi arriba del todo, decidí parar y empezar las visitas por este lugar.


Cuando entramos en el parque hacía sol y bastante calor. Pero al llegar a la altura de las pagodas, se había nublado y hacía un frío del carajo. Estábamos en medio de las nubes. Podíamos ver como corrían a ras del suelo empujadas por el viento. Se notaba que habíamos subido muy arriba. Aparcamos junto a la carretera y empezamos a subir andando hacia las pagodas. Pero un poco antes de llegar a la taquilla vimos que también se podía subir en coche. Nada, media vuelta y a por el coche. Tras una rampa corta pero con una pendiente infernal aparcamos en una zona habilitada a los pies de las pagodas.
Para acceder a las pagodas tuvimos que pagar una entrada a parte de 40 bth. La verdad es que no son nada del otro mundo. Dos pináculos muy altos sin gracia, uno enfrente del otro. En cambio el lugar donde están emplazadas si que era bonito. El conjunto tenía mucho encanto.
Nos dirigimos a la pagoda que nos quedaba más cerca. Para subir se veían unas escaleras interminables. ¡Qué miedo!. Menos mal que al lado también había una escalera mecánica. Sólo para subir. Pero con eso era suficiente; para bajar todos los santos ayudan.
¿Esta pagoda cual es, la del rey o la de la reina?. Ni idea. Qué más da. Para acceder al interior tuvimos que descalzarnos. Hasta ese momento no me había importado hacerlo. Pero con el frío que hacía allí y sobre un suelo de mármol me lo tuve que pensar dos veces. Pero si queríamos ver el interior de la pagoda no nos quedaba más remedio sacrificarnos y descalzarnos. ¡Qué dura es la vida del turista!.


El interior de la pagoda no tenía nada interesante. Resultó de lo más sosa. Lo realmente interesante eran las vistas que se suponía que había desde allí arriba. Pero como el día estaba totalmente cubierto no se veía nada. Bueno sí, nubes. Pero eso no resulta muy interesante. Rodeamos la pagoda, paseamos por el pequeño jardín que había a un lado, y para abajo. Sin vistas poca cosa se podía hacer allí arriba.
Cruzamos el aparcamiento para subir a la segunda pagoda. Otra vez tiramos de escalera mecánica. Y otra vez a pasar frío descalzos al visitar el interior de la pagoda, que como su vecina no ofrecía nada interesante en su interior. Y en esta ocasión tampoco en el exterior por culpa de la niebla. Unas fotos en el jardín y para abajo.
Fue muy extraño. Las pagodas por si solas no valen nada. Los jardines eran pequeñitos. Las nubes no nos permitieron disfrutar de las vistas. Pero aun así se trata de un lugar con encanto. Merece la pena hacer una parada para conocerlo.


Unos pocos kilómetros más y estaríamos arriba. Menos mal que faltaba poco, porque esos últimos kilómetros fueron terribles. Aquello no eran cuestas; eran paredes. El coche sufrió muchísimo para recorrer este último tramo. Yo sólo tenía miedo de que se acabase la gasolina. Con esas cuestas casi casi podíamos ver como bajaba la aguja. Y durante toda la subida no había visto ni una sola gasolinera.
Conseguimos llegar a la cima. Sufriendo, pero llegamos. Aparcamos el coche y enfilamos el camino que conducía al punto más alto de Tailandia. 2.565 metros según el folleto que nos habían dado en el centro de información. Un paseo corto y muy sencillo por un camino bien señalizado que discurría entre árboles y helechos. Un camino circular muy agradable que finalizaba a muy poca distancia de donde empezaba. Lástima que hiciera tanto frío y que no fuéramos bien preparados. Además nos cayeron unas gotas. No fueron suficientes para que nos mojásemos, pero si que resultaron muy molestas ya que nos obligaron a hacer el recorrido casi corriendo por si nos caía un chaparrón.


El paseo fue agradable, pero por si sólo no justificaría la paliza que supone subir hasta allí arriba. Lo que nos empuja a todos a subir hasta ese punto es el poder decir “he estado en el punto más alto de Tailandia”. Porque por no haber, no había ni vistas. Solo había un letrero indicador del punto exacto que goza del honor de ser el más alto del país. Y ya que estábamos allí, nos hicimos la foto de rigor y a otra cosa.
Al otro lado de la carretera empezaba un pequeño trekking, el Ang Ka Luang Trail. Un letrero de madera señalaba el inicio del paseo. Porque más que un trekking es un paseo. Primero una bajada corta por el camino, para a continuación realizar un recorrido de 360 metros por una pasarela de madera entre una vegetación exuberante. Es realmente precioso. Y sobre todo muy sencillo, cualquier persona puede hacerlo. Los árboles estaban cubiertos de líquenes y los helechos nacían sobre los troncos. Las lianas colgaban por todas partes.


A mitad del recorrido, un desvió conducía a un pequeño altar que estaba en medio de la jungla. El altar como tal no tenía ningún valor. Lo curioso era el lugar en el que se encontraba. Y sobre todo la cantidad de ofrendas que tenía delante. Pero a quien se le pasa por la cabeza ir hasta allí con una piña. Ya os digo, el altar no valía nada, pero fue una buena excusa para poder alargar un poco el paseo por ese lugar mágico. El camino terminaba en el mismo punto donde había empezado. Subimos la cuesta y a seguir.
¡Qué maravilla! Era como un bosque fantasma. Un lugar único que me impresionó por su belleza salvaje. Este camino si que justificaba la subida hasta allí arriba. No hay que perdérselo por nada del mundo.


Sorprendentemente durante el trekking apenas me cruce con cuatro o cinco personas. En cambio al realizar el paseo para llegar a la cima de la montaña si que había bastante gente. No acabo de entender como toda esa gente sube hasta allá arriba y se va sin ver lo más interesante. Supongo que eso es lo malo de las excursiones organizadas
Tocaba iniciar el descenso. Como casi no nos quedaba gasolina, puse el punto muerto y dejé que el coche fuera bajando por inercia. Pero eso me obligó a tirar de frenos. Un poco antes de llegar al check point empezamos a notar olor a quemado. Los frenos, seguro. ¡Jooooodeeeer!.
Esta vez no nos pararon en el check point. Y eso que llevábamos los tickets en la boca por si acaso. No queríamos que nos volvieran a pillar con los pantalones bajados.
Cuando llegamos a la altura de la oficina de información, el olor a quemado ya era más que evidente. Estaba claro que no podíamos seguir bajando de esa manera. Los frenos no iban a aguantar. Pero si metíamos la marcha, la gasolina no nos bastaría. ¡Menudo dilema!. Paramos en la oficina de información y preguntamos donde podíamos poner gasolina. Cuando me dijo que a 300 metros, en el pueblo, había una gasolinera, casi le doy un beso. Antes de preguntar no tenía muy claro que saliéramos bien parados de esa.
Con la tranquilidad que nos dio saber que teníamos una gasolinera a tres pasos, decimos comer en el restaurante que había allí mismo junto a la carretera. Pedimos champiñones, gambas, verduras salteadas, verduras rebozadas y un agua grande. Fue nuestra mejor comida hasta el momento y una de las mejores de todo el viaje. Todo estuvo buenísimo, con unas raciones correctas, y por tan solo 340 bth.
Y ahora a poner gasolina. Las indicaciones estaban claras. Había que girar a la izquierda nada más pasar el centro de información, y enseguida aparecería el poblado. Hasta ahí todo correcto, pero ¿y la gasolinera? No había gasolinera, pronto lo descubrimos. Solo había un surtidor. De color amarillo y empotrado en la pared. Más que un surtidor parecía un cajero automático. Pero bueno, la cuestión es que tuviesen gasolina. Y la tuvieron, pero no la que nosotros buscábamos. Nuestro coche usaba gasolina 91 y el surtidor solo tenía gasolina 95. ¿Funcionará?. Claro que sí, todo el mundo lo sabe. Pero en aquel momento con los nervios, no podía pensar con claridad. Metimos 300 bth como si de un cajero se tratara y aquel trasto soltó la gasolina. Al tratarse de gasolina 95 el precio fue más elevado, a 50 bth el litro. Muy cara, pero tengo que reconocer que el rendimiento fus mejor que el de la gasolina 91 y nos permitió hacer más kilómetros. Sí, la gasolina funcionó, no nos cargamos el coche. Los frenos también nos lo agradecieron.
Solventado el problema de la gasolina, nos centramos en el poblado en el que estábamos. Era un poblado Mong, si no me equivoco el Mong Khun Klang. A primera vista no tenía nada de especial. Casas sin ningún encanto junto a la carretera. Que digo casas, chabolas. Y muchos trastos y suciedad por todos los lados. Lo anunciaban como un poblado tribal, pero podría ser un pueblo cualquiera. No nos gustó nada. A su favor decir que no parecía volcado al turismo. No estaba lleno de tiendas, y todo el mundo iba a lo suyo. A pesar de eso no me pareció que mereciese la pena parar, salvo en un caso de extrema necesidad como fue el nuestro.
Atravesamos el poblado con más pena que gloria y continuamos por esa misma carretera durante unos dos kilómetros hasta la Siriphum Waterfall por un camino bien señalizado.
Aparcamos al final de la carretera, en una pequeña zona habilitada a tal efecto. No había nadie. Perdón si, una niña, con una mesita de playa y un talonario. La cobradora. 20 bth por persona. Joroba eso de tener que ir pagando en cada lugar. Ya podrían cobrarlo todo a la entrada.


Cruzamos un puentecito y nos quedamos pasmados. Vaya sitio. Impresionante. Ese lugar ere precioso. Un jardín de helechos gigantes, bajo unos árboles a juego. Los helechos eran tan grandes que podíamos pasear por debajo. Ni levantando las manos podíamos tocar la punta. Mi mujer alucinaba, decía que le recordaba a la película de Avatar.
El camino hacia la cascada estaba a la derecha. Pero antes nos entretuvimos por los caminitos que había junto al parking. Y es que el lugar lo merecía. Era como estar en un cuento, en un lugar de fantasía. Unos caminitos recorrían el jardín, pasando por puentecitos sobre el agua y por debajo de innumerables helechos gigantes. Puedo parecer un exagerado, pero no, para nada, el lugar era alucinante.


El camino hacia la cascada era igual de bonito. Un paseo corto y muy sencillo pero lleno de encanto que acababa a los pies de la cascada Dos saltos continuados, más alto el de arriba y más pequeño el inferior. ¡Qué bonito! ¡Pero qué bonito! Me enamoré de ese sitio. Me resistía a irme, no podía darme la vuelta e irme sin más. Así que para apurar la visita le dije a mi mujer que teníamos que subir por un lateral de la cascada. No era ni un camino. Sólo era un sendero sin señalizar. Resbaladizo por el fango. Y por fortuna no muy largo, ya que resultó bastante duro. No había escalones, sino que había que ir subiendo un poco por donde se podía, a veces sobre la tierra mojada, a veces sobre las rocas. Incluso a veces resulta difícil saber por donde seguía el camino. A nuestra izquierda oíamos el estruendo del agua. Pero no la veíamos. Los árboles no nos dejaban ver la cascada. A media subida mi mujer se renegó y dijo que no subía más, que me esperaba allí. Yo salí disparado hacia arriba hasta que llegué a lo que parecía ser la base de la cascada superior, y por ende la parte superior de la cascada inferior. Desde el camino se veía un lateral de la caída. Muy poca cosa. Yo quería más. Me deslice por unas rocas. Después un salto por el otro lado y allí estaba la cascada superior en todo su esplendor. Guaaaaaauuuuuuu. El agua caía con mucha fuerza salpicándolo todo. Por culpa de la cortina de agua vaporizaba me vi imitando a los pistoleros del lejano oeste. Parecía que intentaba ser el más rápido en desenfundar. Pero en lugar de con una pistola con la cámara de fotos. No saque ni una sola foto en condiciones. El objetivo se llenaba de gotas mucho antes de que pudiese apretar el disparador.


Estar allí solo, rodeado de agua por todas partes, bajo la cascada y con un estruendo que ahogaba cualquier otro sonido, fue una experiencia única. Un momento irrepetible, de esos de los que siempre me acordaré y que quedará inevitablemente ligado al viaje. Cuando recuerdo viajes pasados, siempre me vienen unas pocas imágenes a la cabeza. Sin duda ésta será una de las que me vendrán cuando piense en Tailandia. Sin ningún tipo de duda, ésta fue la cascada más bonita de todas las que vimos. No solo en el Doi Inthanon, sino en todo el país.
Me reuní con mi mujer que ya se había recuperado del esfuerzo, y volvimos hacia el aparcamiento. Pero lo hicimos por un camino diferente. Dando un pequeño rodeo. El camino ocupaba una posición elevada en relación al río, lo que nos permitió disfrutar de una perspectiva fantástica. Los helecho gigantes, los árboles más altos todavía, el río. ¡Qué bonito recuerdo!


Volvimos a la carretera principal del parque y a seguir bajando.
La siguiente parada fue Sirathan Waterfall. Se encuentra muy cerca de la carretera de hecho el aparcamiento estaba pegado a la misma, a mano derecha. Aparcamos en soledad. Por no haber no había ni cobrador, así que no pagamos. Lo que no sé es si no pagamos, porque ya era tarde y el cobrador se había ido, o si simplemente porque en esta cascada no se paga. Es igual, la cuestión es que no pagamos.
Bajamos unos 100 metros por una escalera que desembocaba en un mirador. Una bajada suave y sencilla. El mirador se encontraba enfrente de la cascada, por lo que la perspectiva era inmejorable. La cascada no era muy alta, pero si que era bastante ancha. Y el ruido era ensordecedor. Y por si eso no bastara, la catarata se encontraba enmarcada entre dos paredes totalmente cubiertas por la vegetación. Desde el mirador disfrutamos de una perspectiva fantástica del conjunto. Un lugar muy fotogénico, de postal. Pero le faltaba el encanto que da sentirse cerca de la cascada. Por desgracia el mirador se encontraba un poco alejado de la catarata. Lo que ganamos en vistas lo perdimos en encanto.


Una cascada muy bonita. No tanto como la anterior, pero un así sigue mereciendo la pena. Y como está tan cerca de la carretera no os llevará mucho tiempo. Así que apuntarla en la lista de visitas obligatorias.
Un poco más adelante encontramos nuestro siguiente objetivo, la Wachirathan Waterfall también estaba junto a la carretera, y como el resto de atracciones del parque contaba con una zona habilitada como aparcamiento. Nada más bajar del coche ya vimos la cascada. A diferencia de las cascadas anteriores en las que estuvimos a solas, aquí había bastante gente.
Una pequeña escalera subía hasta el mirador desde donde se veía toda la cascada. Pero en este caso el mirador, si bien estaba un poco ladeado, si que estaba bastante cerca de la caída de agua. Lo suficiente para acabar empapado con el vapor que se levantaba al golpear el agua contra el suelo. Había tanta agua flotando en el ambiente que era imposible sacar fotos.


Esta cascada también resultaba espectacular. No era muy alta, pero si bastante ancha. En realidad se trata de varias caídas que por la cercanía forman un conjunto y parecen una sola cascada.
A mano derecha salía un camino que descendía hacia la base de la cascada. El camino estaba totalmente embarrado. Resbalaba una barbaridad. Para matarse. Pero con paciencia y algo de cuidado conseguimos bajar. Las vistas eran mejores desde el mirador. Desde abajo quedaban un poco escondidas por las plantas. En cambio el agua no molestaba. No sé porque motivo el agua se iba hacia arriba, hacia el mirador. Misterios de la vida. Aproveché para sacar las fotos que no pude sacar desde el mirador.
Y ya que estábamos allí, podíamos seguir un poco por el camino. Seguía bordeando el río. Pero el camino estaba muy embarrado y además se nos había echado el tiempo encima. No teníamos tiempo para caminatas. Mala suerte. No tardamos mucho en dar media vuelta y volver al parking.


Para no perder la costumbre, esta cascada también nos gustó mucho. Como las anteriores resultó muy espectacular. Otro punto de interés que no hay que perderse.
Ya solo nos quedaba un sitio por visitar, la Borichinda Cave. El desvío estaba cien metros antes de llegar a la entrada, pero según el hombre al que preguntamos estaba cerrada. Era un camino de tierra y la cueva estaba a 5 kilómetros de distancia. Iniciamos el rally, pero a ese ritmo nos iban a dar las uvas. Y todo eso para que después la cueva estuviese cerrada. Mejor dejarlo para otra ocasión.
Volvimos a la salida, pero esta vez no paramos. Todavía quedaba más de una hora de luz, y quería aprovecharla. La solución estaba fuera del parque, la Mae Ya Waterfall. Nos encomendamos al GPS que nos metió por un camino de tierra. El aparato marcaba ni más ni menos que 13 kilómetros. Más otros 13 de vuelta, en total 26 kilómetros por un camino de tierra. Aquello no pintaba muy bien. Mejor lo dejamos, hoy no es el día.
Doi Inthanon ofrece muchas más cosas. Sólo vimos una pequeña parte del parque nacional. Un día no da para más. Pero lo que vimos nos gustó mucho. Si volviera a Tailandia lo volvería a incluir en mi itinerario. Creo que se merece al menos una visita de un día.
Son 42 kilómetros desde la entrada hasta la cima. 42 kilómetros que después hay que deshacer para salir por el mismo lugar por donde se ha entrado. Pero la carretera es tan bonita que no se hace pesada. Con una vegetación salvaje y tan espesa que lo llena todo. Se nota que es un parque natural, Y las paradas en las cascadas son la guinda del pastel.
Me quedaron un par de cosas en el tintero, como el trekking de dos horas en Mae Pan, o la visita a la Borichinda Cave. Pero aún así me fui más que satisfecho. Fue un día muy completo en un lugar precioso.
Pasaban unos minutos de las cinco y nos quedaban 125 kilómetros para llegar al hotel donde dormiríamos esa noche. Tampoco pasaba nada si aprovechábamos lo que quedaba de día para no tener que hacer todo el recorrido a oscuras. Con lo incómodo que eso resulta. Nuestro destino, Lampang, donde dormiríamos esa noche.
Tardamos unas dos horas en recorrer los 125 kilómetros que nos separaban del hotel. Los primeros 65 kilómetros los hicimos por carreteras secundarias. A un ritmo de tortuga. Coches por todos lados, cruces, semáforos, pueblos. A ese ritmo no cunde nada. Menos mal que los últimos 60 kilómetros fueron por autovía.
La gasolina que habíamos puesto en Doi Inthanon ya estaba en las últimas. Necesitábamos repostar con urgencia. El coche estaba seco. No sé porque, pero durante el día nos habíamos cansado de ver gasolineras, pero en ese momento, cuando las necesitábamos, habían desaparecido como por arte de birli birloque. Nos costó encontrar una gasolinera que tuviese gasolina 91. En la primera no tenían, la siguiente estaba cerrada, la otra era de GLP. Pero al final apareció y pudimos llenar el depósito. 1.260 bth a 36,71 bth el litro. Pero no todo podía ser perfecto, no aceptaban visa por lo que tuvimos que pagar en efectivo. Un mal menor.
Esta vez el GPS se portó y nos llevó a la puerta del hotel a la primera. El hotel era el Lampangs River Lodge Hotel. Pagamos 1.740 bth por una noche. Un hotel muy recomendable, con habitaciones amplias y una piscina preciosa. Pero sin duda lo mejor del hotel era el jardín. Muy grande con plantas por todas partes, y numerosos caminitos que lo recorrían. Por la noche resultaba un poco complejo orientarse.
Se nos había hecho un poco tarde para ir a buscar un restaurante por la ciudad, y como el hotel era muy agradable decidimos cenar allí mismo. Pedimos pollo con anacardos, pollo con cebolla y pimiento, agua y una pepsi. 400 bth. La comida estuvo muy buena. Se notaba que la habían adaptado al gusto occidental.

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Nos levantamos a las ocho. El desayuno, variado y bueno. Sobre todo unos bocaditos con crema de coco. Me comí media bandeja. Nos quedaba una tirada para llegar a Sukhotai, así que no nos enredamos mucho. A las nueve dejábamos el hotel.
Pero antes de lanzarnos a la carretera una parada rápida en el cercano Wat Phra That Lampang Lueng que estaba en las afueras de la ciudad, a tan sólo seis kilómetros del hotel.
Aparcamos en un lateral, en una plaza, donde estaban preparando algún tipo de fiesta. Había chiringuitos a medio montar y un escenario. Esa noche tocaba fiesta grande. Pero nosotros no la veríamos, no estaríamos allí por la noche.
En cuanto al templo, pues eso, un templo muy grande con la peculiaridad de que todo era de madera. Todo salvo el muro exterior que delimitaba el recinto. El hecho de que los templos fuesen de madera le daba un mayor encanto, ya que todo parecía más antiguo, más auténtico. No digo que realmente lo sea, pero si que lo parecía.


Otra cosa que me llamó la atención, fue que las paredes laterales de la mayoría de los templos estuviesen abiertos. Y en los pasillos exteriores no tuviesen expuestas figuras de Budas, algo muy habitual en los templos que habíamos visitado hasta ese momento. Eso hacia que las galerías adosadas a la pared exterior quedasen un poco desangeladas y que todo el interés se centrara en los templos de madera.
Por una puerta lateral, que casi pasaba inadvertida, se podía acceder a un jardín con mucha sombra. No podía faltar el jardín. Pero estaba como a parte, separado por una pared del resto del complejo.
Manteniendo la estructura clásica de los templos budistas tailandeses, resultaba diferente a los templos de Chiang Mai. Igual de bonito, pero diferente. Pero lo mejor de todo era la animación que había por todo el recinto. Estaba lleno de gente por todas partes. Rezando, haciendo ofrendas, charlando con los amigos o simplemente sentados a la sombra. Había mucha gente, pero sin agobios. No era un templo lleno de turistas peleándose por hacer una buena foto, cruzándose continuamente por delante y ocupándolo todo. No; era gente de allí. Gente que había acudido al templo en un día de fiesta. Y aunque no dejaba de ser gente, se notaba la diferencia. El ambiente resultaba muy, pero que muy diferente. Mucho más agradable.


Lo de visitar este templo fue una decisión de última hora. Se puede decir que nos paramos para justificar la estancia en Lampang. Ya que habíamos dormido en esa ciudad, lo suyo era aprovechar y visitar algo. Así podríamos decir, hemos estado aquí.
Tras visitar el templo no solo pudimos decir hemos estado aquí, sino que incluso podemos decir, nos ha gustado. Estaba claro que ir hasta Lampang solo para ver ese templo no compensa. Son muchos kilómetros, y el templo, siendo bonito, tampoco es la octava maravilla del mundo. Pero si se pasa por allí y se dispone de un poco de tiempo, no está de más una parada.
A las once menos cuarto dejábamos Lampang en dirección Sukhottai. 192 kilómetros de nada. Los primeros 75 los hicimos por autovía. Rapidito, que teníamos prisa por llegar. Pero a partir de ahí la cosa se complicó y pasamos a circular por carreteras principales con un solo carril por dirección. La carretera estaba en buen estado, pero no dejaba de ser un carril por dirección, lo que nos ralentizó bastante. Además, llegando a Sukhottai nos encontramos con un tramo de unos veinte kilómetros que estaba en obras. Entre los kilómetros que ya llevábamos encima, las maquinas, y el bacheado se no hizo un poco pesado.
Tras salir de la autovía pudimos disfrutar de un bonito paisaje que fue cambiando a medida que íbamos avanzando. Primero atravesamos una zona muy verde, casi selvática, con una vegetación muy densa, similar a los paisajes que habíamos disfrutado en el norte. No tardamos en salir de esa zona, y entrar en otra donde la vegetación no era tan tupida. Para compensar atravesamos varias aldeas de casas de madera. Aparecían de repente, casi por sorpresa. Hasta que no estábamos encima no las veíamos. Y desaparecían tan rápido como habían aparecido. No eran más que unas pocas casas guarecidas bajo los árboles. Circular por estas zonas resultó muy agradable, ya que pudimos disfrutar de una Tailandia diferente, ajena al turismo y a todo lo que lo rodea.
A medida que nos acercábamos a Sukhottai la vegetación fue perdiendo presencia y fue paulatinamente sustituida por campos de arroz. No se trataba de grandes extensiones, sino de parcelas de un tamaño medio. Pero al estar juntas cubrían una zona bastante amplia. Tampoco se trataba de las vistosas terrazas, sino de extensiones llanas. Pero aun así el paisaje era muy bonito. En la zona de los arrozales también atravesamos varias aldeas muy bonitas. Me encanto esta carretera, tanto la zona más virgen como la de los arrozales. Sobre todo ésta última, ya que todavía no habíamos visto nada parecido desde que aterrizamos en el país.


Para llegar a Sukhottai desde Lampang teníamos dos alternativas. La de ir por Phitsonaluk, opción que contaba con la ventaja de que todo el recorrido era por autovía. O la de ir directos por el camino más corto, que es por la que optamos, pero que suponía hacer la mayor parte del recorrido por carreteras nacionales. Creo que la elección fue todo un acierto, ya que nos permitió disfrutar de unos parajes preciosos que en ningún caso pueden verse circulando por las autovías. Por la autovía hubiéramos tardado menos, pero no hubiéramos disfrutado tanto del paisaje.
En total fueron un poco más de dos horas y media de camino, con una sola parada de cinco minutos. Es lo que tienen las carreteras en Tailandia, en cuanto te sales de la autovía las medias bajan muchísimo.
Unos veinte kilómetros antes de llegar a Sukhottai se puso a llover. Con fuerza. Lo único que nos faltaba. Menos mal que solo fue un susto y la lluvia no duró mucho. Un poco antes de llegar a Sukhottai dejó de llover.
Las nubes no se conformaron con descargar sin más. Se quedaron con nosotros, lo que nos dejó unas graves secuelas. Un calor horroroso. No hacía sol, pero el bochorno era tremendo. ¡Qué agobio!. Menos mal que íbamos en coche. En esos momentos me pareció la mejor forma de visitar el parque histórico. Más cómodo que la bicicleta; y sobre todo, mucho menos sudoroso. Es la magia del aire acondicionado.
Nada más llegar a Sukhotai aparecieron las primeras ruinas junto a la carretera. Estaban esperándonos junto a la calzada. Y no quisimos hacerles un feo. Aparcamos en el arcén. Cada vez estábamos más adaptados a las costumbres tailandesas.
Lo primero que visitamos fueron dos templos en ruinas sin mucho interés. Eran precisamente eso, ruinas y poco más. Unas pocas piedras en el suelo, un chedi, la base de lo que fue el templo con forma de rectángulo y poco más. Apenas se intuía lo que pudo haber en ese lugar. Del segundo templo todavía quedaba menos. Uno era el Wat Traphang, pero no recuerdo cual de los dos. Al fin y al cabo no eran más que dos templos intrascendentes.


Pero si paramos no fue por esos templos. Ni porque hubiésemos visto unas pocas piedras en el suelo. Si paramos fue porque vimos un precioso Buda sedente de piedra a nuestra derecha. No sabíamos que templo era. Pero nos pareció una buena manera de empezar a conocer las ruinas de Sukhottai. Con algo sencillo que nos abriera el apetito, para después ir pasando a templos de mayor peso.
El templo elegido para empezar la visita era el Wat Mae Chon. Bueno en realidad no fuimos nosotros los que elegimos al templo, más bien diría que nos lo encontramos. Pero para el caso es lo mismo.


El templo estaba muy cerca de la entrada norte de las murallas, aunque en ese momento tampoco éramos consientes de ello. Se trataba de un elegante Buda sentado de piedra de color gris. El Buda parecía estar meditando, como si estuviera en trance. Sentado sobre un pedestal, que a su vez se encontraba sobre la base de lo que en su tiempo debió ser un templo. Por desgracia, del templo sólo se conservaba la base, ni resto de las paredes ni de las columnas. Aunque tal vez fuera mejor de esta manera, así el protagonismo era todo para el Buda. Y todo en un marco incomparable, en una explanada cubierta de césped con unos pocos árboles.
Noto una alarmante falta de interés por vuestra parte. ¿Nadie se pregunta como supimos de que templo se trataba?. Pues muy sencillo, un letrero delante del templo ponía el nombre. Si, así de sencillo. Bueno, vale, ya sé que esto es una chorrada, pero es la mejor manera que se me ha ocurrido para decir que delante de todos los templos había un letrero con el nombre del templo en cuestión.


No nos enredamos mucho. El sitio era bonito, pero tampoco era como para volverse loco. Además en el interior del recinto amurallado nos esperaban emociones más fuertes. Nos dirigimos hacia la entrada principal, pero al llegar, sorpreeeeeeeesa. El acceso estaba cerrado. Tuvimos que dar media vuelta y buscar otra entrada.
Pero antes tocaba comer. Era lo más práctico, ya que así después podríamos hacer la visita de un tirón. Aparcamos donde pudimos, y nos metimos en el primer sitio que encontramos. Comimos unos aros de cebolla, unos champiñones rebozados, una sopa con verduras, un pan de ajo, un sprite, un agua y dos zumos de limón. Comimos bastante bien por 395 bth.
De nuevo al coche. La entrada principal seguía cerrada, así que seguimos bordeando el recinto hasta que encontramos una entrada abierta. Por fin estábamos en todo el mogollón. Habíamos llegado al Parque Histórico de Sukhottai. Incluir este lugar en nuestra ruta casi hizo que me volviera loco. Le di mil vueltas. Que si en avión desde Bangkok y subimos en coche hasta Chiang Mai. O mejor en avión desde Chiang Mai y bajamos en coche. O tal nos iría mejor llegar y salir en avión. Pero lo mirase como lo mirase la ruta siempre me cojeaba por algún lado. Así que al final me decidí por hacer todo el recorrido en coche. Y es que conduciendo siempre se ven cosas diferentes. Siempre se descubren lugares nuevos. Meter Sukhottai en la ruta me supuso un par de tundas al volante. Probablemente también supuso la pérdida de horas en traslados que tal vez podríamos haber invertido en alguna visita. Pero en conjunto creo que resultó un acierto, ya que aunque fuese por casualidad, nos permitió disfrutar de uno de los días más emotivos no solo de este viaje sino de todos los viajes que hemos hecho.
Pero volvamos a Sukhottai. Entramos en la zona A, la zona con los templos más importantes. Nuestra intención era la de aparcar lo más cerca posible de los templos que teníamos pensado visitar. Pero nos encontramos con muchos caminos cortados, vallas cerrando el paso, gente por todas partes y coches aparcados. Vamos, un jaleo de mil demonios. Había coches por todos los lados. Gente que iba y venia sin parar. Se veían los templos al fondo. Intentamos acercarnos lo más posible, pero en cuanto creíamos que por fin lo íbamos a conseguir, una valla o un policía nos decía que no podíamos seguir y nos desviaba hacia otro lado. Así no íbamos a ningún lado. Lo mejor era aparcar y continuar a pie. Tampoco estábamos tan lejos. No entendíamos que estaba pasando. Pero aquello no podía ser normal.
Con tanto camino cortado, y tanto desvió nos desorientamos. Lo único que tenía claro es que estábamos dentro del recinto amurallado, ¿pero dónde exactamente?. Para salir de dudas nos dirigimos caminando al templo más cercano, que resultó ser el Wat Traphang Ngoen.
Lo positivo de todo ese jaleo es que nadie nos pidió las entradas. Ni en este ni en otro templo. Jornada de puertas abiertas. Normal, con toda esa gente pululando por ahí resultaba imposible controlar las entradas. Lo malo es que nos podíamos olvidar de una visita tranquila. Con tanta gente por todas partes era impensable pensar en disfrutar de un templo para nosotros solos.


En cuanto nos situamos, empezamos el recorrido por los templos. Estábamos junto al Wat Traphang Ngoen. Pero lo dejamos para más adelante y empezamos por el Wat Mahathat. El templo más grande del complejo, y por ende el más importe y conocido. Estaba rodeado por un lago cubierto de preciosos nenúfares. La zona central estaba muy bien conservada. Así como las columnas de la parte delantera, la mayor parte de las cuales se encuentran todavía en pie. También había numerosos Budas repartidos por todo el recinto del templo. Grandes y pequeños, sentados y de pie. Todos de piedra. Los más llamativos eran los Budas sentados que había en cada uno de los laterales. Y sobre todo un Buda que se encontraba encajonado entre unas paredes tan altas como él, con una sola apertura en uno de los lados. Y si había muchos Budas, los chedis no se quedaban atrás. Según lei, 198. Muchos chedis son esos para contarlos.
Pudimos visitar el templo libremente, a nuestro aire. Caminando por los senderos que lo recorrían. Saltando por encima de las paredes medio derruidas, o caminando por encima de los muros. Cada uno lo visita como mejor le parece. Pero en lo que todo el mundo estará de acuerdo es en que, sin duda, se trata uno de los mejores templos del parque.


La idea inicial era la de trasladarnos de un templo a otro con el coche. Pero la que tenían montada ese día nos impidió hacerlo. Por eso tuvimos que movernos a patita. Lo cual no supuso ningún problema. La zona A no era muy grande y trasladarse andando de un templo a otro resultó sencillo y bastante rápido. No supuso ninguna pérdida de tiempo. Casi me atrevería a decir que es la mejor manera de hacerlo, casi incluso mejor que usar el coche, ya que los paseos resultaron muy agradables al estar el recinto muy bien cuidado. A pesar del calor, como se paseábamos entre los árboles no llegó a resultar agobiante. Además la combinación de árboles y ruinas resultó muy interesante y fotogénica. Otra cosa diferente es si en la visita se quieren incluir los templos que están fuera de la zona amurallada. Llegar hasta ellos caminando puede resultar agotador, por lo que si resulta necesario un vehículo. En mi caso si que me decanto por el coche, ya que algunos están bastante lejos. Pero para los más sanotes una bicicleta puede sacaros del apuro. Eso si, la sudada no os la quita nadie.


A muy poca distancia se encuentraba el Wat Si Sawai. Llegamos al mismo por la parte trasera, por lo que lo primero que vimos fueron las tres torres de estilo khmer. Al estar rodeado por un foso tuvimos que rodearlo para poder acceder al interior.
El templo es bastante más pequeño que el Wat Mahathat. Pero a diferencia de aquél apenas había gente. Me pareció increíble que con toda la gente que había dentro del Parque Histórico, en ese templo apenas hubiera cuatro personas. Estaba claro, la gente no estaba allí por los templos sino por la fiesta que tenían montada.


Este templo me pareció encantador. En la parte delantera estaba lo que debía ser el templo propiamente dicho. Primero una columnata bastante bien conservada. Y a continuación el recinto del templo del que solo se mantenían en pie las cuatro paredes. En su interior se conservaba un Buda de piedra. Detrás estaban las tres torres, que son lo más interesante de este conjunto. Su profusa decoración, su altura, y lo bien conservadas que estaban las hacían muy llamativas. Los relieves y grabados que las recubrían hacían de este templo uno de los más interesantes del recinto. Y por si esto fuera poco, junto al templo había varios árboles preciosos, con las raíces al descubierto entrelazadas entre sí.


Por proximidad el siguiente templo era el Wat Traphang Ngoen. Por desgracia quedaba poca cosa en pie. Tan solo dos hileras de medias columnas sobre una plataforma con un Buda sedente de piedra. Y detrás un chedi . Por los alrededores había varios restos más poco llamativos que pasaban inadvertidos.
El templo estaba enclavado en medio de una isla artificial, frente a un lago. Y eso probablemente sea lo mejor, el emplazamiento, que resultaba francamente agradable. Además al tratarse de un templo poco atractivo, no había nadie alrededor, lo que le dio un mayor encanto. No es uno de los indispensables, pero como viene de pasada, una parada rápida no hace daño.


De vuelta al camino llegamos al Wat Sa Si. No es que hubiese mucho, pero lo que había estaba en muy buen estado. Se trata de un chedi y de un Buda en una isla en medio de un lago, a la que se accede a través de un bonito puente de madera. La panorámica desde el puente era preciosa, casi mejor que desde la misma isla. Justo al lado había otra isla más pequeña a la que también se podía pasar por un puente de madera. Pero en esa isla no había nada y además no tenía otra salida, por lo que tuvimos que volver a la primera isla para salir del recinto del templo.


En concepto era lo mismo que n el Wat Traphang Ngoen. Pero la ubicación era mucho mejor y el conjunto resultaba mucho más bonito. Este si que merece la pena. Es otro de los templos importantes que hay que visitar si ó si.
La lluvia y el cielo encapotado hacían que la humedad fuese muy elevada ese día. Y eso hacia que la sensación de calor fuera agobiante. Para compensarlo nos sentamos en un bar en el interior del Parque Histórico. Nos tomamos unos refrescos y recuperamos la vitalidad. Bueno, yo la recuperé. Por eso cuando mi mujer vio que empezaba a moverse mucho en la silla, me dijo “vete tú a ver un par de templos más que yo te espero aquí”. No me lo tuvo que repetir. No había acabado la frase y ya estaba saliendo del bar. Eso si, con la promesa de darme prisa y volver rapidito a por ella.
Aproveché para ir a ver los templos de fuera del recinto amurallado. Primero fui a por el Wat Si Chum. Me costó un poco localizarlo, ya que estaba un poco alejado, y la señalización no era muy buena. Pero con un poco de paciencia todo llega y al final pude encontrarlo.


Delante había una explanada donde dejar el coche. Estaba llena de furgonetas de excursiones organizadas. Y se veía un montón de gente. Éste fue el único templo donde vi una taquilla abierta. Aquí si que había que pagar. Pero había cola y yo tenía prisa. Le había prometido a mi mujer que no tardaría mucho. Así que pasé por delante sin detenerme. Nadie me dijo nada. Por si alguien no lo ha pillado, me colé por toda la cara.
El desplazamiento mereció la pena. Éste es el templo mejor conservado y el más espectacular de todos con diferencia. Primero pasé por un pequeño recinto del que solo se conservan las paredes. Por si solo no sería gran cosa, pero detrás tiene una estructura mucho más grande, y el conjunto resultaba espectacular. Esa estructura contenía lo realmente importante de este templo. Un Buda gigante encajonado entre cuatro paredes. Solo verlo de frente antes de llegar a la entrada ya resultaba impresionante. Buuuuuffff. A medida que me acercaba, el Buda se iba mostrando a través de la rendija. Poco a poco iba tomando forma.
Las paredes que lo albergaban eran tremendas, de más de un metro de grueso. ¡Y el Buda! Menudo armatoste. Hay que ponerse debajo para apreciar lo enorme que es. Su mano era más grande que una persona. Impresionaba. Y yo me pregunto ¿cómo lo meterían ahí adentro?, Porque por la puerta no cabía.


Rodee el templo por fuera. Un lugar así se merecía una visita a fondo. Pero el exterior desmerecía un poco. Unas paredes, muy altas como requería un Buda de esas dimensiones. Pero lisas, sin ningún tipo de decoración, por lo que resultaban un poco sosas. Y los chedis se me quedaron pequeños después de ver el Buda.
Un último vistazo rápido al Buda y de vuelta al coche. Al llegar a la altura de la taquilla apreté el paso, no fuera a ser que alguien se fijara en mí y me dijera que no había pagado. Nadie me dijo nada. Pero cada uno tiene sus paranoias.
A por otro templo, el Wat Saphan Hin. También estaba un poco alejado, por lo que como en el anterior resultaba indispensable disponer de medio de transporte. Para mi gusto mejor un coche que una bicicleta. Pero para gustos los colores. Se trataba de un templo en lo alto de una colina. La colina está cubierta de árboles salvo en la parte frontal del templo, donde habían despejado una franja de terreno para poder acceder cómodamente a la parte superior. Bueno, lo de cómodamente es un decir, ya que tuve que subir por encima de una pared irregular formada por piedras no muy bien colocadas. Que por qué no subí en coche. Porque no se podía. Había que aparcar abajo, en un pequeño espacio habilitado para ello. Además con una pendiente tan pronunciada que prometía una subida agotadora, ¿creéis que si hubiera podido subir en coche no lo hubiera hecho?.


Se notaba que allí iba menos gente, ya que la zona de aparcamiento era muy pequeño. Pero sobre todo lo noté porque no había nadie. Desde abajo ya se podía ver lo que había arriba, dos Budas. Del templo no quedaba nada. Dos Budas de tamaño medio; uno de pie y otro más pequeño sentado. Las estatuas no eran gran cosa. En teoría la visita a este templo se justifica por las vistas que se tienen del Parque Histórico. Y vistas si que las había. Sobre una extensión arbolada. ¿Bonitas?. Si, pero decepcionantes. Al menos para mí. Esperaba que las vistas incluyesen un par de templos destacando por encima de las copas de los árboles. Pero no. No se veía ni un solo templo. Solo árboles. Por eso me quedé un poco chof. No compensa ir tan lejos para eso, Y mucho menos hacer la subida.
De vuelta al recinto amurallado pasé por delante de otro templo. Inicialmente no había previsto parar allí, pero ya que me lo ponían a huevo, tenía que aprovecharlo. El templo era el Wat Phra Pai Luang. También contaba con una amplia zona de aparcamiento. No quedaba demasiada cosa en pie, tan solo unas columnas, un chedi en bastante mal estado, y la joya de la corona, una torre estilo khmer. Piedras por aquí y por allá, algún pequeño Buda, pero si algo destacaba por encima del resto era la torre. En muy buen estado y con numerosos grabados por toda su superficie. Con numerosos árboles por los alrededores. Y sobre todo con mucha gente visitándolo. Todo junto hacía que resultase un lugar con encanto. Estaba claro que había templos mucho mejores, más grandes y mejor conservados. Pero éste no estaba mal. No es una prioridad pero si que lo incluiría en el grupo de los recomendables, como segunda opción. Además cuenta con otra ventaja, está tan cerca del Wat Si Chum, no es necesario desviarse para ir a visitarlo.


No llevar reloj y parar en más sitios de los previstos es lo que tiene, que uno tarda más de lo que debería. Y por si eso no fuera suficiente, al llegar a los alrededores del parque histórico me encontré con un atasco monumental. Un cacao de coches buscando aparcamiento. Policías desviando el tráfico. Gente cruzando la carretera entre los coches. Un caos absoluto. Era imposible entrar en el recinto amurallado. Por eso al ver un aparcamiento me metí dentro, busqué un hueco donde dejar el coche y a pagar. 50 bth. Realmente no era un aparcamiento, sino una finca donde habían empezado a aparcar coches, previo pago eso sí, ante la avalancha de gente que estaba llegando en esos momentos. Se notaba que se estaba preparando algo grande.
Me reuní con mi mujer, que por cierto tenía un cabreo monumental. Los cuarenta y cinco minutos prometidos se habían convertido en más de hora y media. Probrecilla. ¡Qué paciencia!
Ya habíamos despachado todo lo que teníamos intención a ver a Sukhottai. En circunstancias normales nos habríamos ido en ese momento. Pero ya que había fiesta grande podíamos quedarnos un poco más y disfrutar del ambiente. Sería como un extra. Nos dirigimos hacia unos tenderetes. Había muchísimos. Por todas partes. De comida., de ropa, de artesanía, y de mil cosas más. Pero lo más curioso eran unos barcos hechos con cuerdas trenzadas muy chulos. Los había por todas partes.


Lo que vendían allí no estaba enfocado a los guiris sino a que era como una feria local, eran productos para tailandeses. De hecho todo eran tailandeses. Extranjeros había poquísimos. Aquello era chulísimo y muy auténtico.
Al anochecer empezaron a encender los farolillos que colgaban por todas partes,. Y también las antorchas que habían clavado en los lagos. Las iban encendiendo con una barca y el efecto era alucinante. Pequeñas luces que brillaban por todas partes iluminando tímidamente la superficie del agua. Y al fondo la silueta de algún templo iluminado suavente. Si no hubiera sido por la multitud de gente paseando por todos los rincones hubiera creído que estábamos en un sueño.
A medida que avanzaba la noche empezamos a ver porque tenían tantos barquitos a la venta. La gente los compraba, encendía la vela que tenía en medio y los soltaba en uno de los lagos. Al acercarnos a la orilla vimos que había muchos. Casi todos con las velas apagadas y es que apenas duraban unos minutos. Los barcos no se alejaban mucho de la orilla. Tradiciones que se modernizan. Mucha gente traía sus propios barcos. Se notaba porque eran más grandes y más elaborados. Lastima que la gente no se pusiera de acuerdo para soltarlos todos al mismo tiempo. La imagen hubiera resultado espectacular. Por cierto, nosotros nos unimos a la celebración. Compramos un barquito por 20 bth, encendimos la vela y lo soltamos en uno de los lagos. Nos quedamos de pie en la orilla viendo como se consumía la vela. Fue un momento muy emotivo.
Dimos un paseo por todos los sitios donde vimos chiringuitos, exposiciones o cualquier cosa que sonase a feria. Eso nos permitió ver la mayoría de los templos iluminados. Pero solo por fuera, no se podía visitar el interior. Mereció mucho la pena. Estábamos encantados con lo que estábamos viviendo. Fue algo totalmente inesperado y quizás por eso nos tenía tan alucinados.


Aquello era como una feria de pueblo pero a lo bestia y con toques orientales. Y ya que habíamos ido de feria había que hacer los honores. No podíamos irnos sin comprar algo, así que mi mujer se compró unos pantalones por 200 bth. Nada de regateo. Todos los artículos marcaban el precio. Mejor así.
Pasamos frente a un grupo de chicos y chicas jóvenes ataviados con trajes tradicionales que posaban para que les hicieran fotos. No muy lejos en una explanada habían montado un escenario donde diferentes grupos iban bailando danzas típicas. Nos sentamos sobre el césped y vimos dos actuaciones. Se trataba de un grupo que bailaba (por decir algo) al ritmo de unos tambores. La verdad es que fue un coñazo. Lo de las actuaciones iba para largo, pero nosotros queríamos verlo todo, así nos fuimos al terminar esa actuación. Aunque mientras nos íbamos vigilábamos por el rabillo del ojo la actuación que empezaba en ese momento.
Cerca de allí estaba el Wat Mahathat. La iluminación iba cambiando de color, amarillo, rojo, azul, naranja. Era el que más resaltaba por la noche. Y justo en una esquina vimos que vendían entradas para un espectáculo de luces que se iba a representar dentro del templo. Llegamos tarde, ya se habían agotado. Se nos quedó cara de tontos. Mala suerte. Seguimos a la marabunta de gente hasta la entrada, pero sin entradas no había manera de pasar. Pero algo sacamos de aquello. Vimos que todos los que no entraban se sentaban fuera del recinto a esperar que empezase el espectáculo. Los imitamos nos sentamos sobre el césped y a esperar. Mientras tanto nos entretuvimos viendo los cambios de color de la iluminación del Wat Mahathat.


Y como no teníamos nada mejor que hacer, decidimos aprovechar el tiempo y cenar. Yo salí disparado hacia unos chiringuitos que estaban por allí cerca, y mi mujer se quedó guardando el sitio. Compramos 4 alitas de pollo, 4 pinchos de pollo, un agua y una bebida rara que estaba asquerosa. Pagamos 130 bth. Estaba bueno, pero me supo a poco, me quedé con algo de hambre.
En cuanto al espectáculo era algo así como la representación de la historia de Sukhothai. Por desgracia desde afuera no se veía casi nada. De vez en cuando veíamos a un montón de actores que corrían entre las ruinas. Explosiones. Juegos de luces. Pero desde donde estábamos y al hacerlo en tailandés no nos enteremos de nada. Y como espectáculo de luz tampoco era gran cosa. Se limitaban a ir cambiando la iluminación del templo. Lo mismo que ya habíamos visto mientras esperábamos. Tal vez visto desde dentro el espectáculo valiese la pena, pero desde allí no resultaba gran cosa, así que a medio espectáculo nos levantamos y nos fuimos a seguir paseando.
Unas explosiones llamaron nuestra atención. Fuegos artificiales. ¡Como no!. Seguidamente soltaron un centenar de farolillos que salieron volando por el aire creando un camino iluminado que se iba alejando poco a poco. No los soltaron todos de golpe, sino uno detrás de otro. Todos se elevaron poco a poco alejándose tomando la misma dirección. Que más podíamos pedir. Precioso. Momentos mágicos que hay que vivirlos.
Paseando vimos un par de espectáculos más, pero solo un rato, ya teníamos las piernas reventadas de ir para arriba y para abajo. Uno eran unos niños simulando peleas de artes marciales. Un poco cutre la verdad. Pero siempre que hay niños por en medio hay padres, abuelos y montón de amigos y familiares aplaudiendo. Otro espectáculo era de más danzadas tradicionales. Este tenía incluso más encanto que el anterior. No por las danzas tradicionales, que me parecieron las mismas, sino por el lugar donde las representaban. A los pies de un templo iluminado. Ni me fijé en los bailarines, lo que me llamaba la atención era el templo.


Y en ese momento volvieron a tirar fuegos artificiales y a soltar más farolillos. Incluso más que la vez anterior. Nos volvimos a quedar embobados viendo volar los farolillos. Es una pasada ver como los puntos de luz se van alejando por el cielo. Un espectáculo precioso. Al menos para nosotros que no estamos acostumbrados.
Se había hecho bastante tarde, por lo que decidimos que ya era hora de irnos. En ese momento me di cuenta de que teníamos un problema. Con las prisas no me había fijado por donde teníamos que volver a la puerta por la que había entrado. Estaba cerca del Wat Mahathat, ¿pero dónde?. Me costó mucho orientarme, y tuve que equivocarme varias veces antes de encontrar la salida. De hecho, no tardé mucho en aceptar que no tenía ni idea de por donde teníamos que salir. Empecé a seguir a la gente que se dirigía hacia la salida. Y tras varios fracasos encontré la salida correcta. Y todavía faltaba encontrar el coche. Recurrí a la ayuda del GPS que me vino de perlas para ubicarme. A partir de ahí todo fue más fácil. Un corto paseo y ya estábamos en el coche.
Todo ese festorrio nos había pillado de sorpresa. No teníamos ni idea que nos lo íbamos a encontrar. Y no lo negaré, no es lo mismo visitar unas ruinas sin apenas gente que con todo el jaleo que tenían montado. En un día normal seguro que podríamos haber visitado algún templo más, y que la visita habría sido más relajada. Pero una fiesta como esa no se ve todos los días, y sinceramente compensa sobradamente de todos los inconvenientes que ocasiona. Si me dieran a elegir mil veces. Las mil veces me quedaría con la fiesta. Fue increíble, una de las cosas más alucinantes que nos ha pasado en todos los viajes que hemos hecho.
En aquel momento me alegre como nunca de haber optado por alquilar un coche. De habernos movido en transporte público, no habríamos podido quedarnos hasta tan tarde y nos habríamos perdido esa celebración. Nos habríamos perdido uno de los mejores momentos del viaje. Esa libertad de movimientos que te da un coche no la consigues de ninguna otra manera. Por eso el coche de alquiler siempre será mi elección, incluso en Tailandia. O mejor dicho, sobre todo en Tailandia.
Todavía nos quedaba un trecho para llegar al hotel. Exactamente 88 kilómetros. Menos mal que el trayecto fue todo por autovía, por lo que sólo tardamos una hora en llegar a Phitsonalok. Tuvimos que atravesar toda la ciudad, ya que el hotel estaba al otro lado. Un incordio, pero al menos nos sirvió para disfrutar de otro gran momento. Al pasar junto a un río vimos que tenían montada una buena. Pero eso no fue lo bueno. Lo bueno fue volvimos a asistir a una nueva suelta de farolillos. No me cansaba de ver los farolillos flotando por el aire. Reducimos la marcha y los vimos alejarse por el aire. Pero no bajamos del coche, estábamos cansados y era tarde. De lo que realmente teníamos ganas era de llegar al hotel.
El hotel era el Taman Spa & Resort. Un hotel moderno con unas habitaciones enormes a un precio razonable, 1.480 bth. Y una buena piscina, aunque sin demasiado encanto.

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