Diez días Toronto y Quebec ✏️ Blogs de Canada

Dia siguiente, domingo, hemos reservado billete con Megabus para ir a Niagara Falls, dos horas y pico largas de viaje. En tren, según los horarios que conseguimos en la web, se tarda más y hay que hacer transbordo.

Cogemos el Tram para ir a la Coach Terminal en Bay St., y desayunamos por alli en un subterraneo (en la calle esta todo desierto). A las 11:30 nos ponemos en la cola del bus, pero asombrosamente se llena el bus y se larga, aun teniendo todo el mundo su reserva hecha. Al cabo de unos 20 minutos aparece otro bus, y en este ya si embarcamos. Sale pues con media hora de retraso, más unos cuantos atascos que encontramos para salir de la ciudad, por fin enfilamos la autopista… y más atascos. Llegamos a la estación de bus de Niagara al cabo de unas 3 horas y media, una hora mas tarde de lo previsto.

Bajamos del bus un tanto cabreados y preguntamos los horarios de vuelta, que no habiamos reservado por no atarnos demasiado. Los últimos buses están ya completos, tras varias averiguaciones nos dicen que hay un tren directo a Toronto a las 21:30, aleluya.

La estación de bus (y de tren) está lejos de las cataratas, así que cogemos un taxi que nos acerque. El taxista es un negro jovial y parlanchín con el que conversamos un rato. Llegados al destino, voy a echar mano de mi bolso para pagarle y oh Dios… ¿donde está mi bolso? Palidezco de golpe, porque de repente recuerdo perfectamente dónde está: en el asiento del autobús de Toronto. Con los pasaportes de toda la familia, dinero y tarjetas de crédito.

Se lo cuento al taxista, media vuelta y zumbando a la estación de buses. Llamamos por teléfono (el taxista nos lo proporciona) e intentamos preguntar por el bus de Toronto, pero no saben. Un coche de policia se mosquea por la maniobra del taxista y le para. No me lo puedo creer. Bueno, el taxista discute un poco con la chica policia y podemos continuar, yo ya imaginándome en la embajada de España renovando pasaportes y anulando tarjetas y qué se yo. Bueno, en 10 larguísimos minutos llegamos a la estación y aleluya! el bus está a aparcado en una esquina, cerrado. Dividimos nuestras fuerzas y mientras unos montan guardia junto al bus otros vamos a la terminal en busca del chófer.

BUeno, resumiendo, aparece por fin el buen hombre que habia ido a comer y recupero felizmente mi bolso.



Nuestro amigo el taxista nos lleva de nuevo junto a las cataratas y ya por fin respiramos tranquilos y podemos admirar el lugar a gusto…


Bueno, quizá habréis leído por ahí que si Niagara es un circo para turistas y tal. En fin, nada de eso. Obviamente es un lugar turístico desde hace más de un siglo, y por tanto no esperemos encontrar naturaleza virgen en estado puro, pero podéis creer que está todo perfectamente acondicionado, hay un parque y un paseo precioso a todo lo largo del rio hasta el borde mismo de la catarata, no hay chiringuitos ni nada parecido, unos cuantos cafés y restaurantes todos con bonitos jardines y el paseo que bordea el rio donde os podeis hartar de hacer fotos. Al otro lado del rio se ve el lado estadounidense, hay un puente que cruza de una frontera a la otra.
Por cierto que mientras estamos por allí un tipo al parecer se ha tirado del puente, y ya tienes el show de policias y bomberos cortando la calle mientras montan la operación de rescate. No sé cómo acabó la cosa.


Nosotros comemos en un bonito restaurante con vista y luego nos dirigimos a las taquillas de Hornblower Niagara Cruises que son los que explotan el tema del barco en el lado canadiense (en el lado USA es el famoso Maid of the Mist).

La organización es muy eficiente y en poco rato tenemos los billetes, bajamos la rampa, nos dan los chubasqueros de plástico y si apenas esperar nada embarcamos en el barco.
Estos barcos van y vienen continuamente, el viaje dura una media hora y te acercan todo lo posible a la catarata principal (la Horseshoe Fall). Te mojas un poco y haces un montón de fotos. Imprescindible, y no es caro.

Después caminamos a lo largo del paseo hasta el borde superior de la catarata y allí hacemos la visita del Journey Behind the Falls, donde bajas por unos túneles excavados en la roca hasta unas ventanas situada debajo mismo de la cortina de agua.
La verdad es que las ventanas son muy pequeñas (2x2 metros o algo así), y no da ninguna impresión porque no te dejan asomarte al borde, quedas como a unos 3 o 4 metros del borde del túnel y solo ves agua cayendo. No me gustó especialmente, aunque hay una terraza situada en el lateral de la cascada que sí está bastante bien.



La visita es rápida, no hay mucha cola y en una hora o así ya estábamos fuera. Como eran las 7 de la tarde o asi cogemos taxi a la estación y le pedimos al taxista nos deje en algún restaurante cerca, nos deja en el típico sports bar con mesas de billar y música country donde se reúnen los paisanos de por allí, ya que el barrio de la estación no es nada turístico.

Cenamos unas estupendas fajitas y pizzas y finalmente cogemos el tren de vuelta a Toronto. Luego pensé que podíamos haber apurado un poco más para ver la iluminación nocturna de las cataratas, pero en fin, no todo puede salir bien.

Llegamos a Union Station a las 12 de la noche, cogemos metro hasta la plaza del City Hall, hacemos algunas fotos nocturnas al cartel iluminado de Toronto y a dormir que ya toca.

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Nos levantamos tarde, cansados del dia anterior. Desayunamos en otro chiringuito de Queen St. que hace pasteles caseros. Hacemos las maletas y las dejamos preparadas para luego, el propietario de la casa nos permite dejarlas hasta la tarde. Damos un paseo por Queen St. mirando las tiendas de moda.
A las 13h cogemos un taxi, cargamos las maletas y salimos hacia el aeropuerto. Este taxista es más hablador y me explica algunas señales de tráfico diferentes a Europa, como la que impide girar a la derecha cuando el semáforo está rojo, cosa que por defecto está permitida.

Llegamos al aeropuerto sin novedad, hacemos el check-in en una máquina automática (apenas hay mostradores clásicos, pero hay personal que te ayuda con la maquinita) y dejamos el equipaje en el drop-off. Pasamos controles y comemos un bocata en la terminal. Embarcamos puntuales en un pequeño turbo hélice Bombardier de WestJet, muy cómodo. Tras un agradable vuelo de hora y media y 800 km más al nordeste aterrizamos en el aeropuerto de Quebec, pequeño pero funcional.

Localizamos el mostrador de Hertz y sin demora ninguna nos dan las llaves de un amplio y novísimo monovolumen Toyota Verso, de 7 plazas con espacio de sobras para nosotros 4 y el equipaje. Yo había reservado un sedán familiar tipo Toyota Camry, pero es habitual que te asignen coches de igual o superior categoria, asi que salimos muy satisfechos, tras atender las repetidas advertencias del empleado de no poner gasóleo sino gasolina. La gasolina, por cierto, va a dolar el litro, es decir a unos 70 centimos de euro.

Por cierto que en Hertz únicamente me pidieron el permiso de conducir español, no el internacional, aunque he leido en algún blog que la policía estadounidense sí lo pide.

Enfilamos la carretera siguiendo las indicaciones de Google Maps. Teníamos cobertura 3G gracias a que uno de nosotros reside en Francia y tiene tarifa de móvil francesa. En los paises civilizados de Europa, una tarifa de móvil de veinte euros al mes incluye llamadas ilimitadas, 20 GB de datos, llamadas a telefonos fijos extranjeros gratuitas y 35 días al año de cobertura voz y datos en paises extranjeros (35 días en cada país). Igualito igualito que las tarifas de los ladrones que operan en nuestro país.

Así que gracias a ello teniamos voz y datos en el móvil sin problemas. Si no tenéis la suerte de residir en un pais civilizado, podéis usar el Maps.me que permite descargar los mapas y navegar off-line, y creo que Google tiene tb alguna opción similar, no estoy seguro.

En media hora entramos en Quebec City, bonita y afrancesada ciudad situada a orillas del rio San Lorenzo. Nuestro hotel, el Jardin du Governeur, está situado dentro de las murallas de la ciudad vieja, al ladito del enorme Chateaux de Frontenac. Nos atiende Constantin, un simpático recepcionista y en breve aparcamos el coche y tomamos posesión de dos
acogedoras habitaciones con vistas al rio.


Detalle de recepción, fue el único hotel donde nos pidieron los pasaportes, y en realidad creo que lo hizo sólo por cotillear, porque no hizo ninguna anotación o fotocopia como es ya costumbre en España. En el resto de hoteles nadie me pidió ninguna identificación.

A continuación dimos un paseo por la animada y turística Ciudad Vieja y sus bonitas vistas sobre el río. Se trata de una ciudadela tipo europea, con sus murallas y callejuelas estrechas, de rabioso estilo francés (todo está rotulado en ese idioma únicamente). Pintores y artistas callejeros, tiendas de souvenirs y restaurantes más o menos coquetos. Por recomendación de Constantin fuimos a cenar a La Buche, cocina québécoise, una taberna simpática con diseño y buena cocina autóctona
restolabuche.com

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Por la mañana desayuno en el hotel, correcto sin grandes alegrías. Maletas al coche y paseo por la ciudad. Nos agobiamos un poco con el turisteo, así que hacemos algunas compras y ya cogemos coche hacia el norte.

La ciudad de Quebec es bonita, pero no creo que valga la pena estar más de una noche, a los americanos les encanta porque para ellos es diferente, pero los europeos ya estamos acostumbrados a este tipo de ciudades antiguas. En cuanto a monumentos y museos no os puedo aconsejar porque no nos interesan demasiado.

En media hora de coche por autovía llegamos al Canyon de Sainte Anne. Se trata de un paraje natural con una cascada espectacular en medio de un cañón rodeado de bosques. El paraje es una concesión privada que ha instalado un par de puentes colgantes y un paseo sencillo de una hora de recorrido. La entrada vale unos 12 dólares por persona y os lo recomiendo vivamente. Yo creo que la cascada es mucho más bonita que la Montmorecy, pero no lo aseguro porque ésta sólo la vimos desde la autopista y no sé cómo es el entorno.

Para los aventureros además ofrecen un recorrido espectacular por via ferrata por la pared de la cascada, además de algún otro más sencillo. El completo dura unas tres horas y al parecer no se necesita experiencia previa, eso sí calzado adecuado y ganas de aventura. También hay una tirolina cruzando el barranco. Todo ello previo pago y supongo que es preferible reservar.
Nosotros hicimos el recorrido normal a pie y ya valió la pena.



La comida allí no es buena, sólo habia bocatas prefabricados, comimos en un bar de carretera en el pueblo que tampoco estuvo nada bien, hamburguesas congeladas y pollo.

A media tarde continuamos viaje hacia Sainte Catherine por la bonita carretera que bordea el San Lorenzo.


Sainte Catherine es una aldea situada al lado del ferry que cruza el rio Saguenay. Al otro lado se encuentra Tadoussac, pequeño pueblo famoso por los avistamientos de ballenas que entran por la bahia del San Lorenzo a alimentarse en la desembocadura del fiordo de Saguenay.

Llegamos sin novedad a nuestro motel de destino, Motel de la Pointe Aux Boulaux. Se trata de un simple motel de carretera de habitaciones amplias y vistas al rio, pero sin ningún servicio adicional. Es preferible alojarse en el Bed&Brekfast anexo, la maison Rochefort.
Cenamos opíparamente en el restaurante del Motel du Vacancier, con bonitas vistas a la bahía.
Recordad que más tarde de las 21h no dan de cenar en ningún sitio, es más, pasadas las 20:30h muchos también deniegan la entrada.

El pueblo en sí son cuatro casas al borde la bahía, supongo viven básicamente del tema de las ballenas.

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