![]() ![]() Rocosas de Canadá (más Seattle y Glacier National Park) 2016 ✏️ Blogs de Canada
Relato de un viaje circular por Seattle, Vancouver, parques de las Rocosas de Canadá y Glacier National Park en los meses de agosto y septiembre de 2016.Autor: Lou83 Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.9 (29 Votos) Índice del Diario: Rocosas de Canadá (más Seattle y Glacier National Park) 2016
01: Introducción
02: Día 00: de Palma a Madrid
03: Día 0: De Madrid a Seattle con escala en Chicago
04: Día 1: Seattle
05: Día 2: Cruzando a Canadá, North Vancouver y Stanley Park.
06: Día 3: Vancouver: Capilano Suspension Bridge, Lynn Canyon y Grouse Mountain
07: Día 4: Wells Gray Provincial Park y sus Moul Falls
08: Día 5: Wells Gray: Helmcken Falls, Dawson Falls y pasando por Mount Robson
09: Día 6: Jasper: Patricia, Pyramid, Maligne, Medicine... y Robson otra vez
10: Día 7: Jasper: Patricia, Pyramid, Angel Glacier, Valley of the Five Lake y SkyTr
11: Día 8: Icefields Parkway: Athabasca Falls, Tangle Creek Falls y Parker Ridge
12: Día 9: Athabasca Glacier, Waterfowl Lakes, Field y Golden
13: Día 10: Lake Louise y el Plain of Six Glaciers
14: Día 11: Lake O'Hara & Oesa, Peyto Lake y Takakkaw Falls
15: Día 12: Emerald y Moraine Lake, ¿cómo elegir?
16: Día 13: La fallida excursión de Sunshine Meadows.
17: Día 14: Johnston Canyon, Vermilion Lakes y un baño caliente
18: Día 15: Tunnel Mountain, Minnewanka Lake y rumbo a Nanton
19: Día 16: Waterton Lakes y sus Bertha Falls
20: Día 17: Osos y jorobas en Waterton Lakes
21: Día 18: Llegamos a Glacier National Park... bajo la lluvia
22: Día 19: El impresionante Grinnell Glacier Trail
23: Día 20: Hidden Lake Overlook
24: Día 21: Regreso a Washington desde Montana
25: Día 22: Día de compras
26: Día 23: Gas Works Park, descanso en Londres y a casa que ya es hora
27: Presupuesto
28: Vídeos
29: Making of
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Etapas 1 a 3, total 29
Bienvenidos al relato de nuestro viaje a lo largo de las Montañas Rocosas de Norteamérica que tuvo lugar en verano de 2016. A lo largo de 23 días, trazamos un recorrido circular con inicio y fin en la ciudad estadounidense de Seattle (Washington) desde emprender la marcha y tras cruzar la frontera con Canadá atravesar, por este orden, la ciudad de Vancouver, el Parque Provincial de Wells Gray, los Parques Nacionales de Jasper, Yoho, Banff y Waterton Lakes, y el Parque Nacional de Glacier ya de nuevo en Estados Unidos antes de regresar al punto de inicio. Tanto el relato de las etapas como las fotografías y videos que lo acompañan son de producción propia, tomando notas sobre la marcha para luego redactar el escrito final y tomando el material audiovisual con alguno de los múltiples aparatos que llevábamos con nosotros. En concreto, las imágenes se han tomado con el siguiente equipo:
- Cámara DSLR Canon EOS 6D con objetivo 24-105mm f4 L IS (+ filtro ND400) y 18-200 con un anillo extensor de x1.6 acoplado. - Cámara de acción GoPro Hero - Teléfonos móviles LG Nexus 5 y LG G4 Etapas 1 a 3, total 29
23 de agosto de 2016
![]() Mapa de la etapa 00 Permíteme que caliente los dedos y enseguida estoy contigo. Esto será largo. *sonido de huesos crujiendo* Muy bien, comencemos. Es 23 de agosto de 2016. España sigue con un gobierno en funciones, Donald Trump se acerca peligrosamente a la presidencia de los Estados Unidos y los Juegos Olímpicos acaban de terminar. El trabajo en lo que va de año, convulso pero bien, gracias. Los ánimos, algo bajos. Y es que a estas alturas del año todavía no ha ocurrido algo. No ha habido viaje. Pero aquí llega este martes de calor y bochorno en la turísticamente saturada Mallorca para ponerle remedio a nuestros males. ¿Y a dónde toca esta vez? Pues tras el viaje (¡y vaya viaje!) del año pasado a Islandia este 2016 será el del regreso a nuestra debilidad al otro lado del Atlántico. Nos volvemos a Norteamérica, y esta vez vamos a añadirle un toque de color. De color rojo y blanco pero para formar una hoja en lugar de unas barras, ya que este año vamos a visitar por primera vez Canadá. En realidad la mejor forma de encabezar este viaje es como “Rocosas 2016” ya que el objetivo real es ese, recorrer parte de la cordillera de las Montañas Rocosas. Pero los aviones que salen de España no aterrizan en lo alto del Monte Robson, así que alguna ciudad debemos añadir al itinerario. Y el plan final, ganador entre una serie de alternativas gracias a ofrecer la mejor flexibilidad de fechas y los mejores precios, ha sido el siguiente: llegar a Seattle, alquilar un coche, cruzar la frontera hasta Vancouver y, a partir de ahí, enlazar a ratos en la Columbia Británica y a ratos en Alberta la trilogía que conforman las zonas de Jasper, Yoho y Banff. Reapareceremos entonces en Estados Unidos para visitar Glacier National Park, habiendo pasado antes por su hermano pequeño canadiense de Waterton. Para terminar, una jornada maratoniana al volante para regresar al estado de Washington, cumplir nuestra tradición consumista y finalmente volver a casa desde Seattle. Eso es lo que nos espera en los próximos… nada menos que 23 días, una duración récord para nuestro currículum viajero. Pero antes debemos salir de este soleado horno. Nuestros viajes suelen tener un rasgo común, y es que arrancan con una “etapa cero” en la que toda la jornada queda monopolizada por el desaplazamiento desde el origen hasta el destino, sin tiempo para visitar nada hasta la mañana siguiente. Esta vez dicha etapa cero se va a dilatar todavía más, ya que nuestro trayecto de ida –Palma de Mallorca, Madrid, Chicago, Seattle- se dividirá en dos días. ¿El motivo? La falta de coherencia entre la oferta online de Iberia y sus reglas y recomendaciones. Cuando reservamos el vuelo meses atrás sabíamos que la escala en Madrid iba a requerir cierto tiempo. Los vuelos a Estados Unidos conllevan tener que presentarse en la puerta de embarque con una antelación mayor de la habitual, ya que hay algunos controles adicionales de seguridad que requieren tiempo de los pasajeros antes de embarcar en la aeronave. Durante nuestra investigación para los vuelos Iberia daba por buena la opción de aterrizar en Madrid y apenas 50 minutos después salir volando nuevamente esta vez hacia Chicago. Sin embargo una vez reservado el vuelo comprobamos que, por otro lado, desaconsejaban rotundamente no reservar un mínimo de 55 minutos para dicha escala. Así que nos pusimos en contacto con la compañía, la cual no tuvo inconveniente en colocarnos en un vuelo anterior para alcanzar la capital de España. El nuevo vuelo nos instaba a darnos el gran madrugón de salir rumbo a Madrid a las 6:30 de la mañana. Pero ahí no terminó la cosa, ya que apenas unos minutos después de realizar el cambio… el vuelo fue cancelado. Así que otra vez nos toca contactar a Iberia para por segunda vez conseguir un vuelo que nos permita cubrir en tiempos prudentes la escala en Barajas. Y el único modo era hacernos salir por la tarde del martes 23, un día antes de lo previsto. Así que teníamos que añadir a la logística habitual encontrar un alojamiento cerca de Madrid-Barajas para la noche del 23 al 24… cosa que hicimos de nuestro bolsillo, aunque planeamos reclamar tras el viaje el coste a la compañía aérea a modo de reclamación ya que el error nació de su parte al ofrecernos una combinación inviable en el primer lugar. Volvamos al presente. Es un martes por la tarde y nos tenemos que ir. Son las 15:00 horas cuando tras haber trabajado durante la mañana –L en la oficina, yo con la fortuna de poder hacerlo remotamente desde casa- mi suegro llama al timbre para hacernos de servicio de taxi personalizado. Cargamos con nuestras pesadas maletas siguiendo la ya clásica estrategia de la muñeca rusa: una gran maleta por cabeza con un trolley de menor tamaño en su interior para la ida, con la previsión de traer el trolley como equipaje de mano a la vuelta ya que anticipamos regresar con bastante más equipaje del que llevamos tras nuestro pase por un Outlet en el que reabastecer nuestros armarios. Lo primero que nos llama la atención al entrar en la planta de salidas del Aeropuerto de Son Sant Joan es que… todo está sorprendentemente tranquilo. El aeropuerto de Mallorca es conocido por representar fielmente el infierno de Dante, especialmente en agosto. No obstante, lo que encontramos es un vestíbulo sin demasiadas aglomeraciones de gente y el asombro continúa cuando debemos colocarnos detrás de apenas otras dos parejas antes de poder facturar nuestro equipaje. La azafata de Iberia no reacciona cuando ve nuestras tarjetas de embarque previamente obtenidas para ir a Madrid, pero cuando L le informa de que nuestro destino final es Seattle choca sus manos y nos mira con una mezcla de aprobación, envidia y simpatía. L coloca su maleta y los 19kg que marca quedan lejos del límite de 23kg incluidos en el billete. Llega mi turno y el resultado no es tan halagüeño: 24kg ante los que la mujer hace la vista gorda tras recomendarnos encarecidamente que equilibremos nuestras maletas antes de coger el vuelo internacional de la mañana siguiente. A partir de aquí, las próximas horas no tienen demasiado interés. La clásica espera frente a la puerta de embarque, la clásica cola absurda antes siquiera de que aparezca nuestro avión y el clásico temor sobre qué vuelo nos espera al ver la cantidad de niños revoltosos que se pasean mientras esperamos frente a la puerta de embarque. Temor que se confirma durante la algo más de una hora que pasamos volando desde Mallorca hasta Madrid, constantemente acompañados de varios obstáculos para aprovechar el vuelo y descansar. Por un lado, un bebé que pasa el viaje de principio a fin llorando desconsoladamente. Totalmente comprensible que el bebé haga eso, ya no tanto que unos padres que saben que su criatura es capaz de eso decidan encerrarlo en un espacio reducido y en compañía de numerosos pasajeros. Por otro lado, un no tan bebé en el asiento detrás de nosotros decide que la bandeja retráctil es, esencialmente, para golpearla sin descanso ante la impasible mirada de su madre. En un vuelo más largo deberíamos haber dicho algo, pero hacemos de tripas corazón y no vamos más allá de alguna mirada de desaprobación y hartazgo que de todos modos no surge efecto. Me ratifico en que viajar rodeado de niños es el mejor método anticonceptivo. Ya esperando en la sección de recogida de equipajes de la T4 de Barajas, nuestras maletas tardan en aparecer pero finalmente asoman por la cinta. La maleta de L, que se estrenaba con este trayecto, no sobrevive entera ni su primera experiencia. Durante la carga y descarga deben haberle tirado algo muy pesado encima y una de las cremalleras del frontal ha saltado por los aires, llevándose por delante parte de las costuras. Pocas oficinas de Aena están ardiendo para el trato que dan a las posesiones de sus usuarios. ![]() Un maravilloso estreno Eran las 18:45 cuando nuestro avión tocaba tierra madrileña. Las 19:00 cuando por fin detenía los motores y el pasaje empezaba a salir de su interior. Con la espera por el equipaje y la búsqueda de la zona de recogida de traslados para hoteles, nos dan ya las 19:45 cuando la recepcionista del hotel nos informa por teléfono de que el próximo autobús lanzadera no pasará a recogernos hasta alrededor de las 20:20. El tiempo se dilata para mal cuando se trata de entrar y salir de aeropuertos. Por fin, cuando ya estamos rozando las 21:00 horas, nos plantamos frente a la recepción del Hotel Nuevo Boston que nos hará el apaño de ofrecernos cama y techo por esta noche. Como introduje párrafos atrás, el coste del hotel ha corrido por nuestra cuenta a la espera de que una futura reclamación a Iberia surja efecto. Por lo menos hemos podido abaratar el coste haciendo uso de la versión especial del portal Hotelopia para empleados del grupo turístico en el que trabajo. Apenas tenemos tiempo de refrescarnos un poco antes de que un par de amigos pasen a recogernos para aprovechar nuestra corta estancia y ponernos al día durante una cena. Nos llevan hasta el Centro Comercial Plenilunio, y nosotros a cambio les traemos de regalo un hermano de Pato, nuestra particular mascota viajera. Cenamos en un VIPS, que siempre consigue sorprenderme ya que por fuera me causa malos augurios al verlo tan aséptico. Aquí también ha llegado la moda del pulled pork y no puedo hacer más que pedirlo en forma de sándwich. De postre un batidazo de Oreo para compartir. Pasa ya medianoche cuando nos despedimos de la grata compañía y regresamos a la habitación. Al día siguiente, la lanzadera del hotel nos espera para llevarnos de nuevo a Barajas a las 9:00. Así que teniendo que ducharnos y hacer algunos ajustes sobre el equipaje, ya no llega ni a ocho horas el tiempo que nos queda para descansar antes de lo que será un largo, largo día. Etapas 1 a 3, total 29
24 de agosto de 2016
![]() Mapa de la etapa 0 El teléfono sonando gracias al servicio de despertador del hotel. Nuestras pulseras de actividad vibrando. Todas las medidas que tomamos para asegurar que nos despertaríamos a las 7:45 han funcionado, así que contamos con alrededor de una hora antes de tener que bajar a la recepción. L ha pasado mala noche por los nervios del viaje pero con un poco de suerte solo nos queda pasar el mal trago del eterno viaje hasta Seattle y a partir de ahí todo irá sobre ruedas. Para empezar, duchémonos y dejemos a punto el equipaje para arrancar la eterna jornada que nos espera en las mejores condiciones. El hotel ha cumplido su función, ni más ni menos. Estaba cerca de Barajas, nos ha traído y nos llevará hasta la terminal, las camas eran cómodas y he podido aprovechar la conexión a Internet gratuita para descargar en el último momento los dos primeros capítulos de la tercera temporada de Halt and Catch Fire. Toda precaución es poca cuando se trata de disponer de entretenimiento con el que compensar un viaje de un buen puñado de horas. Son las 9:05 cuando la furgoneta del hotel ya pone rumbo a Barajas, donde llevará primero a unos cuantos huéspedes hasta la antigua T1 y finalmente nos dejará a nosotros y otros tantos compañeros de viaje en la nueva T4. Allí nos espera una cola de facturación mayor que la de ayer, en la que paso 15 minutos inquieto ante la incertidumbre de si habré conseguido que mi equipaje pierda peso hasta quedar por debajo del límite de 23kg permitido. No recuerdo la última vez que solté tanto aire en señal de alivio como cuando la deposito sobre la báscula y veo que la pantalla marca 21.7kg. Todos los presagios de tener que improvisar qué cambiar de una maleta a otra a la vista de todo el mundo desaparecen de un plumazo, durante el cual nos informan de que nuestro vuelo saldrá por la puerta de embarque U67. Dado que tenemos primero que ir vía tren lanzadera hasta la T4S y que la puerta es una de las últimas de sus largos pasillos, la empleada de Iberia nos recomienda que no tardemos mucho en emprender la marcha. Y así lo hacemos, pasando primero sin problemas el control de seguridad y alcanzando en unos minutos el tren lanzadera que nos lleva a la terminal satélite, esa en la que se concentran los vuelos de larga distancia. Solo hacemos un pequeño alto en el camino en el Starbucks de nuestra terminal de destino, y es que pasan ya las 11:00 y todavía no hemos desayunado. Cafés en mano, pasamos junto a una ventana en la que nos observa aparcado el avión "Agustina de Aragón", ese que hace ya 3 años nos llevó volando hasta la ciudad de Boston. Alcanzamos nuestra puerta tras invertir un momento en el control de pasaportes adicional para todos los vuelos a Estados Unidos. En el primer control que tuvimos que pasar esta mañana el agente de seguridad no se dignó ni a mirarnos a la cara -estaba más concentrada en su teléfono móvil-, y en este último chequeo apenas perdemos unos segundos. Parece que los controles de seguridad se han relajado bastante en comparación a casos anteriores en los que nos hacían preguntas adicionales sobre el motivo y las circunstancias de nuestro viaje. ![]() Volvemos a encontrarnos, Agustina ![]() La enésima visita a la reluciente T4 El embarque para el vuelo IB6275 se abre sin retraso y experimentamos la crueldad de pasar junto a la zona business antes de alcanzar nuestras butacas de clase turista. Somos testigos de los comodísimos sofás y pantallas de más de 15 pulgadas que disfrutarán aquellos a los que no les ha importado gastar dos o hasta tres veces más dinero para realizar el mismo desplazamiento que nosotros. ![]() Me quedo con Chicago, gracias Tampoco es que nos podamos quejar. Nuestros asientos en la fila 17 no son los de business pero tampoco escatiman en recursos. Respecto al espacio para estirar los pies no hay nada que hacer -eso solo se arregla pagando un extra por sentarse en salidas de emergencia- pero por lo menos dispondremos de un enchufe, una toma de USB y un sistema de entretenimiento que no pinta nada mal en una pantalla de unas siete u ocho pulgadas. Entre la oferta digital encontramos cine -Batman contra Superman, Fast and Furious 7... ¡y Civil War, que todavía no ha salido en formato doméstico!-, series -desde Community o The Americans hasta Vis a Vis o El Ministerio de Tiempo- y algunos videojuegos para partidas ocasionales a los bolos, el tetris, el solitario o el póker. ![]() ¡Hola! El vuelo queda cerrado sobre el horario previsto de las 11:50 y no es hasta las 12:20 cuando, mientras estoy enfrascado en una larga partida de Texas Hold'Em, el avión coge aire poniendo rumbo hacia la ciudad de Chicago. Doy gracias a haber traído mis propios auriculares que me permitan aislarme mejor del ruido, ya que justo en el asiento de delante tenemos una niña que por ahora parece ir sobrada de energías. Afortunadamente la madre pone todo lo posible por su parte buscando el modo de entretenerla y Bob Esponja vuelve a salvar el día manteniéndola calmada por unas horas. La partida de póker me mantiene ocupado durante alrededor de una hora, tras la cual ya hemos dejado atrás una décima parte del vuelo. Es en este preciso instante cuando la tripulación inicia el servicio de almuerzo en el que nos dan a elegir entre pollo -la elección de L- y tortellini -la mía-. En común, una modesta ensalada y una pequeña porción de brownie de chocolate. Debo confesar que la comida de Iberia no ha estado mal en nuestras últimas experiencias, y esta vez no es una excepción... incluido el café que sirven a continuación. ![]() Como siempre, lo complicado es no tirar nada al suelo Son ya las 14:00 cuando nos retiran las bandejas y, tras haber rellenado los formularios de aduanas que deberemos presentar al llegar a Chicago, vuelve a ser turno de encontrar algo con lo que mantener la cabeza ocupada. Y, ¿qué mejor manera que empezar a escribir este diario? Las alrededor de cinco páginas de procesador de texto que me lleva narrar lo vivido hasta ahora me entretienen durante poco menos de una hora, así que son las 15:00 cuando me dispongo a ver por segunda vez la Guerra Civil de Marvel. Como la película dura 150 minutos, cuando termine estaremos ya a “solo” cuatro horas de alcanzar el destino. … cortinilla de Marvel… … sonido de golpes… …risas en la sala… … títulos de crédito… … escenas post-créditos… De acuerdo, ya han pasado dos horas y media. Civil War aguanta muy bien un segundo visionado, diría que incluso mejora el primero. Durante los minutos siguientes a terminar la película la niña árabe que tenemos enfrente y un niño norteamericano que anda paseándose por el pasillo se hacen amigos. Lo cual es en sí una escena preciosa, pero cuando lo celebran correteando y saltando a medio metro de tu asiento la emoción se entorpece un poco. Lo de la niña es caso aparte: en el cómputo global del vuelo se pasa cinco o seis horas vagando libremente por el pasillo y recibiendo más atención de una joven –corrijo: una santa- que se sienta a nuestra altura que de su propia madre, que prefiere la compañía de Sandra Bullock en la pantalla a la de su propia hija. Incluso la tripulación le llama la atención cuando la cría sigue campando libremente pese a la señal de cinturones abrochados debido a turbulencias. ![]() Un momento del silencioso vuelo... Un poco más de sudokus, partidas al solitario y paseos para estirar piernas y brazos y ya solo quedan dos horas para llegar a Chicago. No es hasta una hora más tarde cuando la tripulación empieza a servir las meriendas, y a tenor de las miradas que llevaban minutos echándoles varios pasajeros creo que todos lo estábamos esperando. Nos han tenido unas cinco horas sin nada que echarse a la boca entre el almuerzo y la merienda, y eso en un espacio reducido en el que no tienes mucho más que hacer es una cantidad de tiempo importante. Alcanzamos las 20:30 hora de España peninsular, 13:30 hora de Chicago y 11:30 hora de Seattle. Si todo va según lo previsto, en 60 minutos más estaremos tomando al fin tierra y listos para pasar los tediosos controles de inmigración. Abrimos de vez en cuando la cortinilla de la ventana esperando poder disfrutar de las vistas, pero hasta que el avión no comience a descender los más de diez kilómetros de altura respecto al nivel del mar provocan que el resplandor del sol sea tal que sea imposible mantener la ventanilla abierta más que unos segundos. Llega el momento de aterrizar... y tampoco es que podamos ver gran cosa, ya que la aproximación al aeropuerto de O’Hare es mayoritariamente sobre las aguas del Lago Michigan y, cuando podemos al fin ver tierra, no hay tiempo para mucho más que una zona industrial y, eso sí, una amplia zona verde colindante con el aeropuerto. Por supuesto todavía nos queda un largo paseo sobre las pistas pasando junto a cientos de aviones de United y American Airlines hasta que alcanzamos nuestra pasarela de desembarque. El interior de la terminal nos da la bienvenida con el primero de los aires acondicionados exageradamente altos tan característicos de los Estados Unidos. Tras varios pasillos llegamos a la zona del control de inmigración, donde nos desviamos por la señal para ciudadanos estadounidenses y extranjeros que no hayan rellenado la ESTA por primera vez. En nuestro caso es ya… no recuerdo si el tercer o cuarto formulario de visado que rellenamos antes de venir. Lo que sí tenemos claro es que estamos pisando territorio de barras y estrellas por sexta vez. Nuestra condición de no novatos nos permite recortar bastante los tiempos del trámite de inmigración. Primero, porque empezamos el proceso a través de las máquinas de APC, el nuevo sistema telemático para conseguir acceder al país. No es el paso final ya que la máquina nos insta a proceder a un control manual, pero los mostradores asignados para ello tienen mucha menos cola que las de los que reciben a los extranjeros de primer acceso. Nos llega el turno, decidiendo como siempre presentarnos ante el agente por separado ya que oficialmente no somos una unidad familiar. Primero es el turno de L y… por segunda vez, le ocurre lo que coloquialmente llamamos “llevarte palante”. Este control de acceso puede ser algo problemático según cómo te llames, siendo una creencia popular que, si tu nombre y apellidos coinciden con los de algún sospechoso, delincuente o demás personal fichado, procederán a llevarte a una sala separada en la que hacerte esperar mientras realizan una verificación de antecedentes más minuciosa. L tiene un nombre, primer y segundo apellidos que bien podrían pertenecer a una narcotráficante latina, así que no es de extrañar que por segunda vez decidan aplicarle esta variante. Cuando te “retienen” una primera vez consigues acceso un código que, al rellenarlo junto a la reserva del vuelo, debería indicarles que “sí, ya lo sé, mi nombre es sospechoso, pero ya me dijisteis que estoy limpia la primera vez”. Parece que no ha surgido efecto. Cuando ella ya ha desaparecido de mi vista, llega mi turno y el proceso no me lleva más de 30 segundos, incluyendo las explicaciones un poco rebuscadas para justificar que estaré en Estados Unidos solo un par de días, luego visitaré Canadá y en última instancia volveré al país para otros tres días antes de abandonarlo. Así que ahí me encuentro, frente a las cintas de equipaje esperando a que L aparezca por algún lugar. Afortunadamente esta vez solo le lleva unos minutos volver a mi lado, a diferencia de aquella primera retención en el Aeropuerto de Boston en la que pasé más de media hora preguntándome qué había sido de ella. Cuando nos reencontramos nuestras maletas ya están en la cinta esperando a que las rescatemos. Con ellas a cuestas localizamos cual de las múltiples salidas es apta para pasajeros con escala y, tras echarle un simple vistazo al resguardo de las máquinas APC y dejarnos pasar sin mayor problema en el control de salida, nos topamos prácticamente enseguida con la zona en la que volver a despedirnos de nuestro equipaje para que sigan su camino hasta el destino final. El personal del aeropuerto procede religiosamente a cogerlas y lanzarlas contra la cinta, porque ya total, qué es un golpe más en una maleta que ha pasado penurias dignas de Guantánamo. Nuevamente equipados solo con nuestras mochilas nos plantamos en el vestíbulo de la terminal. Apenas unos 100 metros y una rampa mecánica después llegamos al andén del tren que conecta las distintas terminales del O’Hare Airport, y tras unos minutos estamos ya en la Terminal 3 desde la que saldrá nuestro último salto del trayecto. Nos esperan más controles de seguridad y alcanzamos la puerta de embarque H17 dos horas antes de la salida prevista del vuelo de American Airlines, previo paso por dos locales de McDonalds, otros dos de Starbucks y el clásico olor a fritingo, calorías y obesidad en los apenas 300 o 400 metros de pasillo que debemos recorrer hasta los asientos. Es momento aquí de disfrutar de los 30 minutos de conexión a Internet gratuita que podemos utilizar por dispositivo, el tiempo justo para quitarse el mono, ponerse al día y anunciar de nuestros progresos y ausencia de imprevistos a la familia. No será hasta las 17:20 cuando se inicie el embarque del vuelo AA1085 con destino Seattle-Tacoma, nuestra meta del día. ![]() Pasillos del O'Hare Aprovechamos la espera para dar paseos por las proximidades de la puerta de embarque. Tras nueve horas encerrados en un avión y ante la previsión de pasar otras cuatro atrapados en otro, hay que aprovechar cada minuto en el que podamos caminar cómodamente. A base de paseos alcanzamos las 17:00 de la tarde de Chicago, momento en el que el avión empieza a acoger pasajeros. Al igual que en el vuelo transoceánico, nuestros asientos se encuentran en la fila 17. Y pese a las mucho más reducidas dimensiones del avión en esta ocasión, las vistas desde nuestra ventanilla vuelven a estar monopolizadas por el ala izquierda de la aeronave. Definitivamente no va a ser el mejor viaje para disfrutar de paisajes a vista de pájaro. El avión está lleno de pegatinas anunciando que dispone de conexión a Internet a bordo, pero no tardamos en descubrir que vuelve a ser de pago y con tarifas absurdas. Lo único mínimamente interesante es el servicio de streaming de algunas películas sin sobrecoste, pero el título más atractivo es Batman vs. Superman. Además de haberla visto ya… que sea lo más atractivo dice mucho acerca del catálogo. Mientras el avión enfila la pista de despegue nos conformamos con leer en la revista de la compañía una de esas historias que te hacen replantear si estás exprimiendo la vida al máximo. Trata sobre los motivos y vivencias del autor de 59in59.com, un hombre que decidió dejar atrás un buen trabajo con tal de recorrer los 59 Parque Nacionales de los Estados Unidos en 59 semanas. ¿Quién no se moriría de envidia? Comienza el vuelo y aunque sabíamos que iba a ser duro nada podía anticiparme cuán largo iba a resultar. ¿Sabéis ese momento en el que en una película, normalmente comedia, comparan a un pasajero de primera clase con uno de clase turista? El primero aparecería relajado, tumbado en la comodidad de su butaca y con música clásica de fondo. El segundo sin embargo, aparecería sin apenas espacio para él ya que su obeso compañero de fila estaría invadiendo buena parte de su asiento, roncando sobre su hombro. Pues tal cual. Durante cuatro horas. Solo el viaje de vuelta desde Islandia, que pasé íntegramente junto a los baños y permanentemente mareado, supera a este en cuanto a incomodidad. Cumplimos ya tres horas de este tortuoso viaje cuando L me da la vida decidiendo despertar al bello durmiente para que le deje salir y poder ir al servicio. Aprovecho el momento cual ninja para no solo estirar los músculos atrofiados si no también para rescatar mi mochila del portaequipajes, abrazarla con fuerza y llevármela conmigo al asiento para no separarnos jamás. Ya con un poco de entretenimiento al alcance puedo ver, haciendo algo de cortonsionismo en mi asiento, el primero de los dos capítulos de Halt and Catch Fire a través de mi tablet. La serie sigue en buena forma y cuando termina ya estamos 43 minutos más cerca de poner fin a esta agotadora jornada. ![]() Volando con American Airlines Nuestro peculiar compañero de fila no ha vuelto a dormir desde que pusimos fin abruptamente a sus ronquidos, e incluso parece estar intentando no invadir tanto mi espacio con sus enormes brazos. Quizás ahora se sienta culpable sabiendo el recital que nos ha brindado durante más de medio vuelo, y pasa el resto del trayecto entretenido con un videojuego de coches en su teléfono móvil. Según vamos descontando minutos, empezamos a sobrevolar el estado de Washington. Y se presenta con muy buen aspecto: kilómetros y kilómetros de paisajes verdes copados por lagos de todos los tamaños y formas. Y en el horizonte, más allá de montañas de menor altura, aparece el majestuoso Monte Rainier, ese volcán que desde Seattle se puede ver cuando las condiciones meteorológicas lo permiten y rara vez como algo más que un pico emergiendo de entre las nubes. Ahora sin embargo lo dejamos a mano izquierda y desde una distancia bastante corta, por lo que probablemente jamás volveremos a ver sus más de 4.000 metros de altura en tan buenas condiciones como desde la ventanilla. ![]() Mount Rainier, la mejor bienvenida Son las 19:26 hora local cuando tocamos tierra por última y definitiva vez en lo que va de día. El aeropuerto de Seattle-Tacoma parece estar tranquilo, lógico al no tratarse de un punto de conexión tan socorrido como puede ser Chicago. Si vemos no obstante bastantes aviones de la aerolínea Alaska, que quizás por proximidad utiliza la estratégica ubicación de la ciudad de Seattle como puerta de acceso al resto del país. Alcanzamos la zona de recogida de equipajes, en la que han programado la salida de maletas de varios vuelos en la misma cinta 16 por lo que a nuestra llegada ya hay bastante gente esperando recuperar sus preciadas posesiones. Las nuestras no tardan en aparecer y ya cargados con ellas emprendemos una marcha zombi hasta el andén del Link Light Rail. Como en cualquier aeropuerto que se precie, salir de él con rumbo al centro de la ciudad presenta varias alternativas. La más obvia y de mayor desembolso pero también la más cómoda sería coger un taxi, pero el tráfico congestionado que vemos en las autopistas cercanas nos confirman que no es la opción más sabia. Por otro lado, la compañía de transportes de Seattle, SoundTransit, cuenta entre su catálogo con el Link Light Rail, una línea ferroviaria hecha prácticamente a medida para comunicar el Aeropuerto y las zonas principales de la ciudad. Por solo tres dólares por persona y trayecto -pagados en efectivo porque la máquina de venta automática no acepta nuestras tarjetas de crédito- nos podemos presentar en University Street Station, el punto de parada más cercano a nuestro alojamiento. La frecuencia de los trenes es alta, y no tardamos en ponernos en marcha rumbo al norte. Desgraciadamente la noche ya ha caído lo suficiente como para no poder disfrutar mucho de las vistas, pese a que el recorrido tenga lugar íntegramente por encima de la superficie. Con la mirada perdida y alguna cabezada, llegamos 35 minutos después a nuestra estación. ![]() El Link Light Rail al límite de nuestras fuerzas Salimos a la superficie con un objetivo claro: encontrar un taxi para recorrer los menos de diez minutos en coche que nos separan del destino final. Pero a estas horas, pasadas ya las 21:00, ni las avenidas ni las calles que las cruzan presentan demasiado tráfico ni presencia de taxis. Así que decidimos ir ganando camino a pie, con la esperanza de que durante el proceso topemos con algún coche libre. Sobre un mapa no sería descabellado intentar cubrir toda la distancia sin la ayuda de un medio de transporte, pero en la práctica es impensable. La mayoría de las 20 manzanas que nos separan de la casa transcurren remontando una colina, y recordemos que vamos arrastrando sendos bultos de alrededor de más de 20 kg. Llevamos unas tres manzanas recorridas y la lengua fuera cuando aparece acompañado de música celestial un taxi con el cartel de “libre” que paramos inmediatamente. El buen hombre, tras cargar las maletas y confirmar la dirección no sin esfuerzo en el GPS, emprende la marcha y casi se busca un problema al incorporarse a la vía sin mirar y cortando el paso a un conductor local cuyos gritos apuntan a que ha debido tener un mal día en el trabajo. Apenas seis o siete minutos después y cuando el taxímetro marca menos de ocho dólares, el coche se detiene frente a la fachada que ya habíamos podido investigar en los meses previos a través de Google Street View. Damos al conductor diez dólares en efectivo y le decimos que se quede con el cambio. Ahora mismo solo queremos llegar y terminar nuestra odisea. Los alojamientos para este viaje no siguen un único patrón. La oferta hotelera no siempre abunda, y en el caso particular de Seattle la zona que se nos recomendó y parecía más idónea para establecer como campamento base no tenía nada económico que ofrecer. Así que tomamos la decisión de probar por primera vez Airbnb, el portal de alquiler de alojamientos vacacionales en el que poder conseguir habitaciones compartidas, individuales o incluso casas enteras contratadas directamente a particulares. Es un nuevo modelo de alojamiento turístico al que el mundo todavía se está adaptando –unos países más rápidamente que otros- pero que parece haber llegado para quedarse y que, al igual que cualquier portal de reserva de hoteles, puede derivar en buenas o malas experiencias según lo precavido que sea el huésped en sus pesquisas antes de decidir reservar un hogar. Resumiendo: estamos frente al bloque de apartamentos en los que nos espera Susan, una señora de avanzada edad que alquila a turistas una de sus habitaciones para obtener unos ingresos adicionales. Nos recibe cordialmente y tras un breve recorrido por las instalaciones comunes –la cocina y el baño- nos enseña el camino a nuestra habitación. Es amplia, parece limpia, el suelo es de parquet y un ventilador compensa la falta de aire acondicionado. Tras una pequeña conversación en la que le introducimos a grandes rasgos nuestro viaje, destacamos lo cansados y necesitados de una cama que estamos. Mañana nos disculparemos por nuestra poca predisposición a entablar más conversación, pero es que el cuerpo no da para más. Apenas invertimos tres minutos en dejar nuestras cosas, conectarnos al wifi de Susan para avisar a la familia de que hemos llegado y apagar las luces. Pasan ya las 22:00 de la noche y el ventilador amortigua el escaso ruido de los coches que pasan en la calle, que no parece excesivamente transitada. Es hora de poner punto y final al desplazamiento más duro y largo que recordamos y renovar unas energías que nos harán falta para mañana. Porque mañana empieza lo bueno. Etapas 1 a 3, total 29
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