Yosemite 2017 ✏️ Blogs de USAViaje por California en junio de 2017 visitando San Francisco, Yosemite y Sequoia NP.Autor: Lou83 Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.7 (13 Votos) Índice del Diario: Yosemite 2017
01: Introducción
02: Día 0: de Palma a San Francisco
03: Día 1: San Francisco: Golden Gate, Painted Ladies y Twin Peaks
04: Día 2: Compras de camino a Yosemite
05: Día 3: Yosemite: Cook Meadow's Loop, Lower Falls, Mirror Lake y Tunnel View
06: Día 4: Yosemite: Panorama Trail
07: Día 5: Sequoia: Giant Forest, General Sherman y Moro Rock
08: Día 6: Yosemite: Sentinel Dome y Taft Point
09: Día 7: Yosemite: Columbia Rock, Upper Falls, Bridalveil Fall y Artist Point
10: Día 8: Fresno y Bass Lake de Sierra National Forest
11: Día 9: Yosemite: Hetch Hetchy, Wapama Falls
12: Día 10: Vacaville Premium Outlets
13: Día 11: NASA Ames Research Center, campus de Google y vuelta a casa
14: Presupuesto
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Etapas 1 a 3, total 14
Bienvenido al relato de nuestro viaje al Parque Nacional de Yosemite en California durante junio de 2017. A lo largo de 11 días, trazamos un recorrido entre la ciudad de San Francisco y el National Park con pequeñas escapadas al Sequoia National Park y el Sierra National Forest.
Tanto el relato de las etapas como las fotografías y videos que lo acompañan son de producción propia, tomando notas sobre la marcha para luego redactar el escrito final y tomando el material audiovisual con alguno de los múltiples aparatos que llevábamos con nosotros. En concreto, las imágenes se han tomado con el siguiente equipo: Cámara DSLR Canon EOS 6D con objetivos 24-105mm f4 L IS (+ filtro ND400) y Samyang 14mm f2.8. Cámara de acción Xiaoyi Yi II 4k Teléfonos móviles Xiaomi Mi Max y LG G4 Etapas 1 a 3, total 14
9 de junio de 2017
Mapa de la etapa 0 Equipaje? Listo. ¿Batería del portátil? Cargada. ¿Batería del móvil? Cargada también. ¿Baterías de la cámara? Que sí, que todo cargado. ¿Tarjetas de embarque, pasaporte, auriculares? A ver, que no es el primer viaje que hacemos. Todo está bajo control. Vamos al lío. Junio de 2017. Nueve meses han pasado ya desde el retorno de nuestra última aventura turística, aquélla en la que visitamos parte de las Montañas Rocosas de Canadá y los Estados Unidos. 265 días han pasado en los que la vida ha transcurrido intercalando rutina y cambios, siendo el más relevante un cambio de empleo a mejor. Pero llevamos ya la mitad de un nuevo año recorrido, y con un nuevo año llegan nuevos viajes. Y decimos viajes y no viaje, ya para 2017 cambiamos nuestra estrategia y sustituimos el ya tradicional gran viaje de más de 20 días por tres viajes más cortos pero espaciados en el tiempo con el fin de evitar esas largas y agónicas esperas sin un solo día de vacaciones que echarse a la boca. ¿Y cuál es el primero de esos tres viajes? Pues uno que teníamos pendiente desde verano del 2011. Y es que por aquel entonces éramos unos inexpertos viajeros -más inexpertos que ahora, desde luego- más centrados en visitar ciudades que parajes naturales, motivo por el cual nuestro paso por el Parque Nacional de Yosemite fue de apenas un par de días durante los cuales solo tuvimos tiempo de atisbar ese amor por los National Parks estadounidenses que a partir de entonces protagonizaron la mayoría de nuestros viajes hasta la fecha. Es hora de ver Yosemite en condiciones. Es hora de volver. Así que lo que nos espera hoy es el largo camino desde Palma hasta San Francisco previo paso por la suiza Zurich. Tras día y medio revisitando la ciudad en la bahía pondremos rumbo al este hasta alcanzar uno de nuestros Parques Nacionales favoritos del que esperamos poder disfrutar en toda su plenitud... o casi toda, ya que sabemos de antemano que uno de sus accesos principales estará cerrado con casi total seguridad debido a la nieve que todavía no han podido retirar de las carretera tras un invierno de cifras récord. Como cada viaje que tiene como punto de partida una pequeña isla en el Mediterráneo, esta historia comienza con un aeropuerto. Bueno, sí, podría empezar en un puerto, pero ni L es amiga de navegar ni a ninguno de los dos nos hace gracia empezar el periplo con un transporte que tarda entre 4 y 8 horas en recorrer 300 míseros kilómetros. Así que nuestro primer destino es un Aeropuerto de Son Sant Joan al que llegamos dos horas antes de la salida de nuestro primer vuelo tras sufrir solo una pequeña parte del tráfico que cada mañana de día laborable se acumula en la Autopista de Levante. Nuestros vuelos van esta vez a cargo de Swiss, nuestra compañía favorita y que nunca nos ha defraudado. Por algo más de 600 euros por persona la compañía suiza nos colocará en Zurich tras un par de horas sobrevolando Europa y, tras una escala de una hora, nos lanzará hacia el Atlántico para finalmente atravesar Estados Unidos de este a oeste y tocar tierra en California. Para nuestro gozo y sorpresa los mostradores de facturación de la compañía están completamente desiertos a nuestra llegada con la excepción del empleado que espera tras el ordenador a que lleguen los primeros viajeros. Así que todo el proceso de presentar pasaportes y facturar equipaje -21,5 kg de mi gigantesca maleta y 17 kg de la de L- enseguida estamos enfilando la escalera mecánica hasta el control de seguridad. El proceso de facturación nos sirve para descubrir que nuestros asientos del primer vuelo se han avanzado una fila, estando originalmente en la 5 para pasar a la 4. No es ningún problema ya que los nuevos asientos siguen cumpliendo el objetivo de salir del avión con la mayor brevedad posible para tener margen suficiente para llegar a la siguiente puerta de embarque. Por haber venido con tanta antelación y no haber encontrado atascos ni aglomeraciones, nos quedan ahora dos horas de espera frente a una puerta de embarque que a nuestra llegada todavía está engullendo pasajeros del vuelo anterior de Vueling con rumbo a Barcelona. La espera no se hace tan pesada como cabría esperar gracias a disponer todavía de tarifa de datos en el móvil y una gloriosa toma de corriente con la que no malgastar un valioso porcentaje de batería en un día como el de hoy. Tras varias visitas por las redes sociales y un buen puñado de partidas al Clash Royale -malditos compañeros de trabajo que me han enganchado- se inicia un rapidísimo embarque que termina con todo el pasaje a bordo en apenas 15 minutos. Las alturas nos esperan Nuestros asientos de la fila 4 son honrosamente amplios y cómodos, especialmente si los comparamos con las estrecheces de los vuelos low-cost que solemos tomar hasta la península. Tras el ritual de los anuncios por megafonía y las instrucciones de seguridad de la tripulación -en alemán e inglés-, el avión suelta el freno de mano a las 10:13 y enfila la pista de despegue. No pasan ni 10 minutos desde que estamos en el aire cuando Swiss vuelve a hacer lo que mejor saber hacer: atiborrarnos a comida. Y lo hace comenzando con un pequeño bocadillo a elegir entre queso o pollo con mostaza. De postre, una pequeña porción de chocolate suizo que sabe a gloria. Swiss ha descubierto el "berenar" mallorquín y se le da de maravilla. Chocolaaaaate... Acompañamos la chocolatina con el visionado del capítulo del El Ministerio del Tiempo emitido la noche anterior y convenientemente descargado horas antes desde casa para poder disfrutarlo sin conexión. Ser viajero y ministérico no está reñido. Alonso de Entrerríos en las alturas Dos horas después de haber despegado el cielo de Zurich nos reciben con nubes que no alcanzan a cubrir por completo el paisaje, permitiéndonos disfrutar por aquí y por allá de los idílicos prados verdes y construcciones de tejados picudos del país centroeuropeo. Nuestros compañeros de vuelo más cercanos comprueban sus tarjetas de embarque y por el rabillo del ojo descubrimos que se dirigen hacia Los Ángeles con salida a exactamente la misma hora que nosotros. La verde Suiza Ya en tierra y tras superar varios vestíbulos de lujosas tiendas y un kiosco para probar un dispositivo de realidad virtual -lástima ir con el tiempo justo- alcanzamos el primer control de pasaportes del día, el cual superamos en un abrir y cerrar de ojos tras el "Gracias" del agente de inmigración. Unos turistas asiáticos tienen que guardar turno por partida doble tras colocarse primero en las ventanillas solo habilitadas para ciudadanos de la Comunidad Europea. Debemos ahora desplazarnos hasta las puertas de embarque E, separadas de nuestra posición actual por lo que ya conocemos familiarmente como el "tren de la vaca": un servicio de transporte interno del aeropuerto que en menos de un minuto conecta las dos terminales y durante el trayecto obsequia a los visitantes con sonidos de la naturaleza incluyendo, como podéis imaginar, el mugido de una vaca. Alcanzamos la puerta de embarque E53 algo antes de las 12:10, hora que figura en nuestras tarjetas de embarque como momento en el que debería empezar la entrada de pasajeros. Sin embargo la cosa parece ir para largo, ya que tras un nuevo control de pasaportes disfrutamos de una larga media hora para navegar por Internet gracias al código de dos horas de uso que unos kioscos ofrecen tras escanear la tarjeta de embarque. Esperando al embarque (según un turista) Esperando al embarque (según un fotografo) Sin ninguna prisa por entrar en el avión -¿para qué, si cabemos todos?- nos unimos a la cola del embarque cuando ya avanza a toda velocidad y, previo paso por la zona de butacas business donde varios adinerados pasajeros están ya disfrutando de una copa de champán, alcanzamos nuestros asientos de la fila 27 a bordo del nuevo buque insignia de Swiss estrenado el año pasado, un Boeing 777-300ER con capacidad para casi 400 personas. Sentados y con el cinturón abrochado, es el momento de evaluar cómo serán las condiciones de nuestro viaje. Por la ventanilla tendremos un espectáculo parcial ya que estamos situados exactamente sobre la ala derecha, obstaculizando en gran parte las vistas hacia el suelo. El espacio para las piernas, correcto pero sin excesos. El entretenimiento a bordo parece aceptable destacando algunas películas como Lego Batman, Logan, La La Land o Figuras Ocultas. Se agradece el puerto usb situado junto a la salida para auriculares para poder mantener la batería de nuestros móviles cargada durante todo el viaje. Pero dejamos para el final lo mejor: no hay señal de bebés ni niños revoltosos hasta donde nos alcanza la vista, y en nuestra serie de tres asientos nosotros dos somos los únicos ocupantes. Ese asiento extra y su bandeja serán muy de agradecer durante las 11 horas que nos esperan cerrados en cabina. Despegamos rumbo al noroeste alrededor de las 13:30 y, ya estabilizados en el aire, vemos los últimos 20 minutos de El Ministerio del Tiempo junto a una nueva ronda de la operación "empachemos a nuestros clientes", esta vez consistente en una bolsita de galletitas con aceite de oliva y un refresco. Apenas ha pasado media hora desde ese aperitivo cuando llega el turno de la comida, obligándome a dejar a medias la redacción de los primeros párrafos de este diario y dejar espacio en la mesa para una bandeja con una ración de pasta carbonara, una ensalada, pan, queso y un bizcocho con arándanos. Algo mejor que la pasta resulta estar el plato de pollo que escoge L. Mi almuerzo Su almuerzo Coincidiendo con nuestra primera vez paseando por el pasillo para estirar las piernas y visitar los servicios, la tripulación reparte los formularios de inmigración para entrar en los Estados Unidos. Aunque la introducción incluye "relaciones domésticas" como tipo de relación familiar seguimos indicando de forma individual que viajamos sin miembros de la familia ya que al no estar casados ni formalizados de ningún modo siempre tenemos la incertidumbre de lo que pueden considerarnos en los EEUU. Entre unas cosas y otras, llevamos ya camino de 3 horas en el aire y pasan las 16:00 cuando retiran nuestras bandejas, alcanzo en la redacción del diario el presente -exactamente este párrafo- y dejo de escuchar a Muse en directo -otra perla escondida en el catálogo de entretenimiento a bordo- para dar paso a la primera película del vuelo. Sospechaba que The Lego Batman Movie iba a ser divertida, pero es mejor que eso. 100 minutos frenéticos con tanto guiño y tanta referencia tanto al universo DC como a la ficción "geek" en general que por momentos puede resultar hasta excesivo, si es que eso es posible. Son las 18:00 en España, 9:00 en California y todavía nos quedan unas largas seis horas y media hasta alcanzar nuestro destino. Las opciones para entretenerse a bordo están resultando un tanto fallidas. Sí, el sistema integrado en la pantalla de los asientos tiene un catálogo interesante de películas, pero ni una sola viene acompañada de subtítulos en español o siquiera en inglés, siendo únicamente alemán y árabe las opciones a seleccionar en la mayoría de las cintas. El conector USB parece ser suficiente para cargar un teléfono móvil, pero no para hacer lo propio con la batería del pequeño portátil que llevamos con nosotros, un Asus Transformer T100 que se alimenta por micro-usb y espera recibir 2500 mAh en lugar de los habituales dos amperios. Así que tras mi visionado de Lego Batman y un capítulo de Riverdale por parte de L, apenas contamos ya con un 36% de batería que preferimos racionalizar dada la cantidad de horas que quedan por delante. Así que tiramos de recursos de emergencia: L hace de tripas corazón y ve La La Land con doblaje en español latino -afortunadamente las canciones siguen siendo las originales- y yo paso a usar el teléfono móvil como reproductor para ver la primera parte de un curso de cuatro horas sobre Adobe Photoshop y acto seguido un capítulo de la segunda temporada de The Flash. Durante esto último y cuando en San Francisco se acerca el mediodía llega una nueva tanda de comida basada en un nuevo bocadillo pequeño, esta vez de roastbeef con pepinillo. Un par de horas antes se nos había obsequiado con un helado tan, tan frío y duro que era imposible hincarle el diente hasta pasados varios minutos. Son las 21:30 en España, las 12:30 en San Francisco y todavía nos quedan tres horas sobrevolando Norteamérica hasta tomar tierra. En nuestro tercer paseo estirando las piernas hasta el baño recordamos una característica del vuelo que habíamos leído en la web de Swiss pero no recordábamos: en los espacios "comunes" los pasajeros pueden servirse de una selección de pastas, bocadillos y helados como los que la tripulación ha ido ofreciendo durante el vuelo. Aprovechamos la ocasión para coger un nuevo bocadillo pequeño cada uno, y es que a falta de entretenimiento por lo menos no pasaremos hambre. Cuando menos de una hora después la tripulación empieza a repartir calzones calientes -sí, sé cómo ha sonado- la idea de haber cogido un bocadillo por nuestra cuenta deja de parecer tan buena. Nos comemos la hermana fea de las pizzas -¡Hola, Ben Wyatt!- porque cuando pasas tantas horas encerrando en un espacio reducido no dices que no a nada que te ofrezcan para entretener la mandíbula, pero terminamos empachados. La chocolatina que reparten posteriormente la reservamos para el postre de celebración cuando hayamos tocado tierra. Y eso sucede alrededor de las 15:30 según el horario de California, unas 11 horas después de que el avión despegara de las pistas del Aeropuerto de Zurich. Y hay que reconocer que, en el global, ha sido un viaje más placentero que la media. La ausencia de pasajeros ruidosos -adultos y no tan adultos- y el contar con tres butacas para los dos con el espacio y margen de movimiento extra que eso supone han conseguido que las 11 horas, aunque largas, hayan sido relativamente plácidas. Tomamos tierra sin haber tenido la oportunidad de vislumbrar la Bahía de San Francisco por la ventanilla, en parte por la gigantesca ala que nos tapa la visibilidad y en parte porque la trayectoria, de norte a sur tras sobrevolar la ciudad canadiense de Jasper -recuerdos- y el Monte Rainier -más recuerdos-, ha pasado de largo la bahía dejándola a mano izquierda del avión, exactamente en el lado opuesto respecto a nuestros asientos. Comienza el periplo habitual de los controles de inmigración para la entrada en Estados Unidos. Con la ESTA -el formulario de preautorización para entrar al país- cumplimentada y el formulario de aduanas que reparten durante el vuelo rellenado y listo para entregar nos dirigimos hacia la zona de kioscos "APC" a los que podemos acceder gracias a que no es nuestro primer acceso al país utilizando la preautorización actual. El trámite del kiosco termina como siempre: con nuestra foto y nuestras huellas registradas pero un recibo con una inmensa X sobre la que se nos indica que debemos pasar de todos modos por las ventanillas de revisión manual. Afortunadamente la cantidad de gente esperando turno en estas ventanillas es menor que si no hubiéramos podido empezar el trámite a través de los kioscos. Llega nuestro turno cuando un oficial de color nos hace señas para que avancemos, y por primera vez decidimos acceder al mostrador juntos pese a que oficialmente no seamos familia -10 años viviendo juntos pero sin burocracia es lo mismo que nada a efectos oficiales-. Tras las preguntas de rigor -a qué venimos, cuántos días estaremos...- y un nuevo registro de huellas dactilares y fotografía el agente sella los recibos, los introduce en nuestros pasaportes, nos los devuelve... y se despide de nosotros. Esto puede parecer una tontería, pero no lo es. Mientras yo jamás he tenido problema en este trámite, tanto L como sus familiares -su hermano, por lo menos- siempre era "seleccionado" para una inspección secundaria en lo que se conoce como "el cuartelillo". La leyenda urbana dice que en la mayoría de los casos esto es consecuencia de compartir apellidos con algún delincuente buscado, pero el caso es que este 9 de junio de 2017 a L le han dejado seguir sin más contratiempos. Un día histórico. Todavía asombrados por la novedad, nos plantamos en las cintas de equipaje y no tenemos que esperar ni 10 segundos para encontrar nuestras maletas circulando cerca de nuestra posición. Nos hacemos con ellas y nos dirigimos a la cola de salida tras la cual entregamos el recibo de inmigración sellado y se nos da oficialmente la bienvenida a San Francisco. Pero no es allí hacia donde vamos todavía. Siguiendo las señales y mediante un ascensor subimos hasta la cuarta planta de la terminal, donde nos espera el andén de la línea azul el "Airtrain", el tren que conecta las distintas instalaciones del aeropuerto y cuenta entre sus paradas con la oficina de alquiler de vehículos. Nos espera el mostrador de Álamo junto a los de la competencia habitual de National o Avis entre otros. Nos atiende el hombre con el acento más complicado de toda California, hasta el punto que fruto de la confusión casi accedemos a pagar un seguro adicional y el extra por el que no es necesario rellenar el depósito antes de devolver el vehículo. L está más despierta a estas alturas y coge la iniciativa de la conversación a tiempo, declinando todos los ofrecimientos para que no haya necesidad de pagar ninguna otra cantidad respecto a la que ya traemos contratada mediante un portal de Internet. Recibo en mano enfilamos el camino hasta el garaje donde un hombre más agradable y fácil de entender que el anterior nos señala la fila de coches de la categoría "Midsize SUV" para que escojamos el que queramos. Son dos las principales características que estudiamos mientras paseamos frente a varios modelos de Jeep, Hyundai, Nissan o Ford entre otros. La primera y más crítica, que el maletero sea suficientemente grande como para dar cabida a nuestras grandes maletas y una vez cerrado no haya ninguna pista de lo que alberga en su interior. Lo segundo, que la radio a bordo sea capaz de conectarse por Bluetooth con nuestro teléfono, ya que gracias a Spotify Premium eso nos garantizará toda la música en carretera que queramos durante las muchas horas al volante que se nos avecinan. Tras pedir consejo a un empleado con el que terminamos hablando en español nos subimos a bordo del Nissan Rogue, el coche que ya de inicio mejor aspecto tenía por fuera y que para colmo venía identificado con una matrícula de Arizona, lo que ya debíamos haber interpretado desde el principio como una señal de que ese sería el elegido -tenemos debilidad por Arizona debido a viajes anteriores-. Tras los minutos de rigor familiarizándonos con los mandos nos ponemos en marcha sin necesidad de embrague y salimos volando hacia... bueno, hacia ninguna parte. Es un viernes y son las cinco de la tarde. Eso, en cualquier ciudad desarrollada, es sinónimo de "hora punta". Y nadie sabe organizar atascos descomunales como los estadounidenses, con sus sobredimensionados vehículos capaces de colapsar autopistas de hasta cinco carriles. Ahí queda atrapado nuestro Nissan Rogue, al que le costará una hora recorrer los apenas 50 kilómetros que nos separan de Alameda, la zona residencial en la que nos espera nuestro primer alojamiento del viaje. Cuartel general de Zynga, los creadores de Farmville 'Hey, por lo menos no es el tráfico de Los Ángeles' Son las 18:30 cuando aparcamos frente a la dirección que indica nuestra reserva mediante el portal Airbnb. Nos recibe Hilma, una mujer que debe estar entre los 50 y los 60 y derrocha amabilidad por los cuatro costados. Tanta como su marido, que apenas puede aguantar unos segundos de conversación antes de pedirnos disculpas por -según sus palabras- su lamentable President. Tal y como está el clima político en este país no tenemos intención ninguna de enfrascarnos en discusiones sobre política, pero es agradable que pongan las cartas sobre la mesa para evitar algún comentario inintencionadamente polémico. La primera agradable conversación con nativos del viaje transcurre mientras Hilma nos enseña las instalaciones a las que tenemos acceso: su cocina, en la que podemos usar todos los electrodomésticos salvo el hornillo, y el cuarto situado en el piso superior en el que nos alojaremos, con una cama de tamaño medio -pequeña para los estándares del país- y cuarto de baño propio. Es más que suficiente para nosotros dada nuestra prioridad de ahorrar costes respecto al carísimo alojamiento en el corazón de San Francisco. No podemos evitar echarnos en la cama y disfrutar de la conexión a Internet durante una larga hora, tras la cual comenzamos a revisar nuestro equipaje y decidir qué hacer para no sucumbir a la tentación de irnos a dormir pese a que en San Francisco todavía sean las ocho de la tarde. Y es que llevamos ya 23 horas en pie pero hay que aclimatarse cuanto antes al nuevo horario para no arrastrar vicios europeos más de lo necesario. Aunque no tengamos demasiada hambre decidimos salir a la búsqueda de algo para cenar con el objetivo de mantenernos entretenidos y adaptar también el estómago al nuevo horario. Tras un par de kilómetros aparcamos frente a un Walgreens, pero no encontramos demasiada oferta de comida mínimamente elaborada. Probamos suerte sin muchas esperanzas en el Starbucks colindante pero los seis dólares y medio de una bandeja con medio sándwich se nos antojan demasiado. Así que volvemos a coger el coche y tras unos tres kilómetros nos plantamos en un pequeño centro comercial exterior que cuenta con un local de la cadena de supermercados Safeway. Tenemos aquí más suerte al encontrar mucha más variedad donde elegir, resultando la opción ganadora una ensalada césar para L, un burrito de pollo para mí y una ensalada de patata para compartir. Regresamos al vehículo y a las 21:00 estamos ya de nuevo en nuestra habitación terminando nuestra improvisada cena y preparados para ir a dormir. Finaliza así un día cero en el que lo único que se puede lamentar, y era algo inevitable, es que ha sido largo, muy largo. Son las 6 de la mañana en España y se cumplen 24 horas desde que nos pudimos en pie en Mallorca, pero es el precio a pagar por estas visitas a la Costa Oeste de los Estados Unidos. Con la esperanza de recuperar las energías perdidas y despertar ya aclimatados y listos para la acción, apagamos la luz en compañía del fichero MP3 de "sonido de lluvia" que también utilizamos en casa para amortiguar posibles ruidos del exterior. Parece un barrio tranquilo, pero el viento que sopla y la bocina del tren que pasa esporádicamente por las vías cercanas podrían darnos algún problema. Etapas 1 a 3, total 14
Nota: Ésta es nuestra segunda visita a San Francisco. Puedes leer sobre la primera aquí.
10 de junio de 2017 Mapa de la etapa 1 Seis horas. Esa es la cantidad de tiempo, redondeando al alza, que somos capaces de dormir a rachas hasta que ya no hay forma de volver a conciliar el sueño. No está mal para ser el primer día tras retrasar los relojes internos pero no evita que cuando son las 4 de la mañana estemos en la cama navegando por Internet y haciendo tiempo hasta que la luz del sol comience a irrumpir por las ventanas. Llega el momento de ponerse en marcha. Tras una reparadora ducha, repasar los planes del día y poner en orden la habitación bajamos a la planta inferior donde el marido de Hilma ya nos tiene preparado el desayuno incluido en el alojamiento. Tras darnos los buenos días y enseñarnos a usar la cafetera de cápsulas se marcha a lo que intuimos es una sala de estar o despacho privado y nos deja una mesa con leche, cereales y una nota indicando que en la nevera tenemos yogures, mermeladas y pan de molde para el desayuno. No es un desayuno completo con tortitas y otros vicios, pero ya habrá tiempo para todo. Disfrutamos especialmente de la granola con nueces y a las 7:30 estamos de nuevo en la habitación para los últimos preparativos antes de ponernos en marcha. En las estanterías vemos varios libros sobre enfermería que como más adelante sabremos pertenecen a la hija de nuestros anfitriones, de vocación técnica psiquiátrica especializada en colectivos desfavorecidos. Nos ponemos en marcha a las 08:00, arrancando el motor de nuestro Nissan Rogue al que todavía estamos cogiendo la medida para volver a pasearlo por el Bay Bridge, esta vez en dirección oeste. Y precisamente por atravesarlo en sentido de entrada a San Francisco debemos pagar los cinco dólares de peaje mediante una de las garitas que permiten el pago en efectivo. No es la única variación respecto al trayecto de ayer, ya que a diferencia de hace unas cuantas horas los hasta cinco carriles que conforman el puente en este sentido de la marcha apenas están ocupados por uno o dos coches simultáneamente. La circulación es extremadamente fluida gracias a la combinación de la temprana hora y que estamos arrancando el fin de semana. Preparados para recorrer millas El Bay Bridge nos deja de lleno en las tan características cuestas de San Francisco. Tras una sucesión de intimidantes cambios de rasante damos con nuestras ruedas en el asfalto de Columbus Avenue, la arteria principal en la que se encuentra el hotel y varios de los locales de la ciudad que visitamos en aquel septiembre de 2011. Columbus Avenue forma parte del itinerario que nuestro navegador GPS ha determinado para alcanzar Sports Basement, la tienda de deportes a los pies del Golden Gate Bridge en el que haremos un cambio de medio de transporte. Localizamos la tienda sin problemas y estacionamos el vehículo en el enorme aparcamiento gratuito frente a ella. En un gesto que se está convirtiendo en tradición -ya hicimos lo propio hace unos meses en el Stanley Park de Vancouver- durante la planificación de este viaje decidimos alquilar sendas bicicletas para recorrer los aledaños de uno de los puentes más famosos del planeta, el rojo y metálico Golden Gate que conecta las ciudades de San Francisco y Sausalito. Tenemos varias cuentas pendientes con un puente que seis años atrás atravesamos parcialmente a pie y totalmente en coche pero siempre acompañados de una testaruda y en ocasiones muy densa niebla que nos impidió disfrutar de la totalidad de su obra en un solo vistazo. Ahora el tiempo acompaña y con la intención de atravesarlo tanto a la ida como a la vuelta a los mandos de una bicicleta parece que por fin podremos saldar esa cuenta. Mucho debería torcerse la meteorología para el Golden Gate no se despliegue ante y bajo nosotros en todo su esplendor. Volvamos a la cuestión sobre dónde alquilar unas bicicletas. La zona comercial de San Francisco -la que va desde la estación de ferries hasta el último de sus muelles- está infestada de empresas de alquiler cuya clientela principal son los turistas, pero este "sótano deportivo" cuenta con un par de ventajas sobre todas ellas. La primera, que se trata de una verdadera tienda de deportes con la supuesta calidad que ello supuestamente acarrea en cuanto a calidad y cuidado de los materiales -léase, las bicis- que alquilan. El segundo y más determinante factor es que su ubicación es mucho más cercana al famoso puente, ya que se sitúa prácticamente a los pies de su extremo sur en uno de los límites del Parque del Presidio. El disponer de aparcamiento gratuito e ilimitado tal y como comentábamos es otro gran punto a favor, ya que en el caso de los locales de la zona comercial estacionar el vehículo durante varias horas hubiera sido un problema añadido. Entramos a la vasta superficie de la tienda y tras pasear durante unos breves minutos por sus estantes y expositores y alarmarnos ante el precio de las etiquetas alcanzamos el mostrador de alquiler de bicicletas. Tras comentar con el empleado cuáles son nuestras intenciones y escuchar sus consejos nos decidimos por el modelo deportivo que ofrece marchas más suaves y potentes, adecuadas para alguno de los tramos más duros que tendremos que superar. El alquiler de día completo de las dos bicicletas sube hasta los 80 dólares más tasas, incluyendo en el precio la cesión de sendos cascos y un candado con el que asegurarlas en cualquier poste. El alquiler de un máximo de tres horas hubiera resultado más económico pero nuestra previsión es que vamos a necesitarlas durante algo más que ese tiempo. El mostrador de alquiler de bicicletas No parece que se vayan a quedar sin stock, no... Nos ponemos en marcha, todavía familiarizándonos con unos vehículos que en sus primeros metros ponen a prueba nuestra estabilidad. Tampoco ayuda el hecho de que ninguno de los dos monte en bicicleta habitualmente, a excepción de la bicicleta estática que tenemos en casa apuntando convenientemente al televisor con servicio de Netflix. Para colmo, es en estos primeros metros cuando hay que enfrentarse a la fuerte subida que nos eleve hasta el nivel del Golden Gate... y esa subida ya te condiciona para el resto de la aventura. Llegamos penosamente al primer mirador hacia la bahía, con las piernas temblando y en el caso de L apeándose de la bicicleta para ganar los últimos metros llevándola de la mano. Nos vemos obligados a descansar unos minutos en un estratégicamente colocado banco y, a tenor de muchos ciclistas esporádicos que se unen a nosotros, no somos un caso aislado. Solo aquellos con aspecto de usar la bicicleta para cosas más serias -el maillot les delata- nos pasan de largo a toda velocidad y continúan su camino hacia el puente. Pero centrémonos en el lado positivo: tras unos pocos metros mucho más asequibles alcanzamos el primer mirador hacia el puente... y está entero. No porque no se haya caído un trozo -eso sería... alarmante- si no porque la visibilidad es prácticamente perfecta y con la ayuda de unos binoculares podríamos contar los tornillos y tuercas que unen sus partes. Por muy mal que se dé el resto de la jornada, esta misión ya está cumplida. Sufro de algo habitual el primer día de cada viaje: el agobio por intentar no perder la ocasión de tomar buenas fotografías, a la vez que evitar por todos los medios que la obsesión por retratar y registrarlo todo evite que pueda disfrutarlo en directo. Es algo que a las pocas horas se atenúa hasta desaparecer, pero los primeros minutos son una indeseada fuente de ansiedad. ¡Está entero! Misión cumplida Con lo que ha costado verlo entero, hay que aprovechar... Proseguimos la marcha y llegamos, ahora sí, al lateral oeste del puente por el que circulan ciclistas en ambos sentidos de la marcha. La otra acera, la que ofrece las mejores vistas hacia la ciudad y la antigua prisión de Alcatraz, está reservada al uso de peatones. Intentamos vivir al máximo la experiencia de ir superando cables del puente colgante con cada pedalada, pero en ocasiones resulta más complicado de lo deseable ya que la convivencia entre ciclistas "de paseo" que circulan a 5 kilómetros por hora y ciclistas "profesionales" que creen estar compitiendo por su vida y superan los 30 por hora provoca un estado de tensión que te obliga a estar alerta, pendiente todo el rato de quién llevas detrás y quién se acerca por delante. Algunos utilizan el puente para batir un récord A mano izquierda, la playa de Kirby Cove que esperamos alcanzar ¿Creíais que no había venido esta vez? Llegamos al otro extremo del puente en el que un aparcamiento hace las funciones de campamento base en el que la gente se acumula y decide qué hacer a continuación. Vemos al fondo la continuación del carril para ciclistas que nos llevará hasta Kirby Cove y se nos mete el susto en el cuerpo. Sabiendo de nuestra escasa pericia al manillar y nuestro estado de forma es absolutamente imposible que subamos ese desnivel sentados en el sillín. Así que tardamos apenas unos segundos en tomar la decisión de dejar aquí encadenadas las bicicletas y continuar a pie. Ya habrá tiempo de amortizar el alquiler durante el regreso por el puente y el paseo que, si el tiempo lo permite, nos llevará junto a las aguas hasta la zona comercial de la ciudad. Ahora es momento de dejar atrás las ruedas y seguir con la única ayuda de nuestro calzado hasta la siguiente parada. Un alto en el camino El inicio de la subida que queda por delante Y la siguiente parada es Battery Spencer, probablemente el mirador más popular por su cercanía y accesibilidad de entre todos los disponibles a este lado de una autopista que sigue su marcha tras abandonar el puente. En cualquier caso presenta una concentración de gente muy lejos de las aglomeraciones que ya empezamos a vislumbrar en el Vista Point al que llegan decenas de autocares en el extremo noreste del puente. Battery Spencer exige recorrer primero una pequeña subida escalonada que se supera en pocos minutos ofreciendo como recompensa una vista elevada y despejada hacia las dos grandes columnas que sostienen el puente sobre la bahía. Battery Spencer, mucho por poco Ya no conseguimos despistarle... Invertimos aquí el tiempo que el mirador merece, fijándonos en los detalles tanto en primer como segundo y tercer plano. Los coches circulando sin cesar sobre un puente que no se inmute por las toneladas y toneladas que pasan sobre él a cada minuto. El agua fluyendo con relativa tranquilidad bajo su asfalto, solo interrumpida por el paso de pequeños veleros y, ojo, un helicóptero que debe estar en pleno proceso de desbloquear logros del Grand Theft Auto IV ya que pasa por el reducido espacio disponible entre los bajos del puente y la superficie del agua. Y la ciudad de San Francisco ahora tímida en la distancia pero dejando entrever sus largas calles paralelas que desde cerca presentan las tan características cuestas perfectas para una persecución. Las vistas hacia más allá del puente La concurrencia del mirador aumenta a cada minuto que pasa y vuelvo a experimentar la consecuencia de llevar una cámara que empieza a parecer profesional. En el corto paseo cuando decidimos abandonar el mirador unas 5 o 6 parejas me piden que les haga una fotografía de recuerdo con sus dispositivos, en su mayoría cámaras nada desdeñables de un teléfono iPhone. No podían faltar a la cita tampoco los clásicos turistas asiáticos chillones, los únicos que son capaces de cargarse la tranquilidad que el resto de visitantes intenta disfrutar. Vista Point, mucho más concurrido Seguimos nuestro periplo a pie por el arcén y enseguida vemos el cartel indicando el desvío de 800 metros hasta el campamento de Kirby Cove, y sin pensarlo mucho por miedo a echarnos atrás comenzamos a recorrerlo. Se hace mucho más largo de lo que presagiaban esos 800 metros, quizás agravado por el hecho de no ofrecer vistas ya que transcurre por el interior con la única compañía de los bosques a lado y lado del sendero de tierra que pierde altura a una velocidad notable... y preocupante pensando en el camino de regreso. Pero llegamos a la meta y las dudas se disipan. La playa de Kirby Cove, que se encuentra mucho más cerca del campamento homónimo de lo que creíamos, es una considerable extensión de arena desde la cual se puede ver, ahora al nivel del mar, toda la extensión del Golden Gate. Compartimos la visita con apenas un puñado de personas con aspecto de ser visitantes locales, tanto por indumentaria como por aparatos que los acompañan -cañas de pescar en lugar de cámaras de fotos...-. Pasamos otra larga media hora sentados en la arena observando como los veleros pasan sin ningún miedo bajo un puente que queda varias decenas de metros por encima de su mástil. Kirby Cove en todo su esplendor El puente, ahora por encima de nuestras cabezas Ni un rincón sin retratar... El regreso, quizás por ir ya mentalizados de que iba a ser duro, no lo resulta tanto. Entretenidos charlando entre nosotros y sin apenas gente con la que cruzarse ni que nos adelante, alcanzamos el inicio del desvío y deshacemos el resto de nuestros pasos hasta el parking de la torre norte en la que siguen estando nuestras bicicletas aseguradas con el candado. Y es ahora cuando disfrutamos de verdad de la experiencia de recorrer el puente sobre ruedas. Con mucha más confianza que durante el trayecto de ida y con la cámara deportiva en precario equilibrio sobre la mochila cargada en el pecho, conseguimos grabar íntegramente los 12 minutos que nos lleva atravesar de nuevo el puente de extremo a extremo, en una sorprendente tranquilidad solo interrumpida por un chico al que debo gritar "Watch out!" para que no siga caminando marcha atrás y se lleve una dolorosa sorpresa. Ya de vuelta en los dominios de San Francisco nos ratificamos en nuestra decisión de aprovechar nuestro ligero vehículo para llegar hasta la zona comercial de los muelles, a aproximadamente cinco kilómetros de aquí. Y lo hacemos superando un par de descensos fuertes que dan paso a un recorrido llano, dejando a mano izquierda un ambiente muy festivo de gente practicando deporte, disfrutando del sábado o, cosa que descubriríamos ahora, entrenando para la triatlón que se celebrará mañana con el subtítulo de "Fugarse de Alcatraz". Atravesando parques Alcanzamos tras aproximadamente 30 minutos el Muelle 45 y las dos del mediodía nos avisan de que va siendo hora de llevarse algo a la boca. La opción fácil sería visitar por primera vez el local que en Fisherman's Wharf dispone la franquicia de comida americana Applebee's, nuestra favorita cuando visitamos los Estados Unidos. Pero L tiene otra preferencia. Además de que Applebee's es una visita asegurada para días posteriores aprovechando sus locales menos céntricos, L considera que el primer almuerzo en San Francisco debe ser sinónimo de Clam Chowder, la crema de almejas en ocasiones servida en un pan redondo hueco. Tras más minutos de los deseados escudriñando dónde poder satisfacer ese deseo nos decidimos por el Chowder Hut, un local circular situado prácticamente frente a la señal de Fisherman's Wharf. L cumple su amenaza de pedir la crema de almejas y yo pido su versión a base de cangrejos -Crab Chowder-, completando el pedido con una generosa ración de patatas. Generosa es también nuestra cartera cuando a cambio se deshace de 27 dólares más la oficiosa propina entre el 15% y el 20%. Seis años después, de nuevo en Fisherman's Wharf Clam Chowder time! La abrumadora cantidad de gente que vemos pasear entre los muelles nos hacen desistir de nuestra intención inicial de alcanzar el Pier 39, el más popular de los muelles y que visitamos numerosas veces en nuestra visita anterior a la ciudad. En su lugar reemprendemos el camino de regreso, nuevamente acompañados del ambiente festivo que ahora se ha convertido en algunos tramos más en ambiente de borrachera a juzgar por los gritos de los asistentes. Parte de este camino de regreso resulta más duro de lo esperado, en parte por el fuerte viento frontal que opone resistencia a nuestro avance pero por encima de todo debido a que nuestras posaderas empiezan a acusar los efectos de pasar varias horas sentados sobre el no demasiado cómodo sillín. Aún con todo alcanzamos la meta final de Sports Basement cuando son las 16:00. Un cálculo aproximado nos dice que hemos recorrido 20 kilómetros desde que salimos de aquí hace ya algo más de 6 horas. Un barco carguero saludando a Alcatraz Como contamos con tiempo de sobra decidimos buscar el supermercado más cercano de la franquicia Trader Joe's, una marca que nunca nos hemos atrevido a probar pero de la que hemos visto que procedían varios de los productos de nuestro desayuno en casa de Hilma. Lo encontramos, pero la extensa cola de vehículos esperando acceder a su aparcamiento nos hacen replantear nuestras intenciones. En su lugar aprovechamos el fortuito encuentro con un pequeño centro comercial a escasos metros del supermercado, en el encontramos una superfície de la cadena Target -venta de alimentación pero también ropa y electrónica, algo así como un Carrefour- y Best Buy, la cadena de tiendas de electrónica más extendida del país. Me planteo salir de ella con un trípode Gorilla Pod que me alivie del kilo y medio que llevo cargado a la espalda, pero no. Me planteo salir de ella con unos auriculares Bluetooth Sony, pero tampoco. Me planteo salir de ella con un asistente doméstico Google Home por encargo de un amigo, pero su excesivo peso y dimensiones de la caja hacen que no sea una opción. En resumen, que pese a no arrepentirme de la visita termino saliendo por la puerta con las manos tan vacías como cuando entré. Marcamos en el GPS la que esperamos vaya a ser nuestra última cita del día pero el itinerario nos lleva literalmente junto a Alamo Square, hogar de las Painted Ladies que planeábamos visitar mañana. Dado que el tiempo y las horas de sol lo permiten parece absurdo no aprovechar el momento para detenerse, y por un momento parece que va a ser imposible debido a la falta de aparcamiento. Pero cuando ya nos dábamos por vencidos encontramos una plaza libre, plaza en la que podemos detenernos con toda tranquilidad y sin límite de duración debido a que es fin de semana. El ambiente en Alamo Square es muy festivo, tal y como lo atestiguan los cientos de personas esparcidas por su césped, sus alegres risas... y también sus olores, que en muchos casos parecen proceder de esos cigarrillos que no se venden en estancos. Muchos se han sentado mirando en la misma dirección, y no es casualidad. Porque todos miran hacia las Painted Ladies, la sucesión de casas con fachada de aspecto victoriano y colores vivos en tonos pastel. Además de su intrínseca belleza son conocidas por ser la imagen que acompañaba a los títulos de inicio de la serie de televisión Padres Forzosos, así como su reciente secuela para Netflix de dudoso gusto pero incontestable éxito. No hay más que eso: unas fachadas bonitas que la gente observa mientras socializa entre risas. Ah, y perros, muchos perros. Tal y como recordábamos, Alamo Square se caracteriza por ser un parque especialmente concurrido por mascotas. Con ustedes, las Painted Ladies Unos minutos para disfrutar de la postal Regresamos a nuestro vehículo tras algo menos de una hora para, ahora sí, enfilar nuestro último destino antes de dar por zanjada la jornada turística. Sin una sola señal que indique el camino pero perfectamente guiados por el navegador GPS nuestro coche termina aparcado en el arcén del tramo final que lleva al a estas horas completo aparcamiento de Twin Peaks, las dos colinas gemelas que nada tienen que ver con la serie de David Lynch y ofrecen vistas a la ciudad de San Francisco. De entre todas las opciones posibles comenzamos por ascender a una de las citadas colinas, y las vistas están figurada y literalmente a la altura. Con un Golden Gate que pasa a un segundo plano por la dificultad de distinguirlo en la lejanía, el protagonismo se lo llevan ahora los incontables tejados y azoteas de los miles y miles de casas que se extienden a nuestros pies hasta topar en el horizonte con los rascacielos del distrito financiero, en el que destaca especialmente la avenida principal que avanza y avanza en perpendicular a nosotros. Si giramos la vista hacia la derecha podemos ver desde una altura privilegiada la colina hermana a la que estamos pisando. Es un lugar digno de visitar pero con dos grandes inconvenientes: el primero, que sus reducidas dimensiones se ven fácilmente desbordadas por la gran afluencia de público. El segundo y más crítico, que el al parecer habitual vendaval que acompaña a la cima de las dos colinas hace muy poco placentera la experiencia de permanecer aquí arriba más de diez minutos. Y eso es lo que duramos antes de descender y dirigirnos hacia otro mirador, artificial pero mucho más protegido del, desde el que ver con mayor detalle las fachadas de los rascacielos de San Francisco. San Francisco desde Twin Peaks Un Peak desde el otro El distrito financiero desde la distancia Ahora sí, hemos terminado por hoy. Marcamos en el navegador nuestro regreso a Alameda y empieza aquí el deja vú respecto a la tarde anterior. Y es que se repite la escena de ayer en la que nuestro vehículo queda atrapado alrededor de cientos y cientos y coches que saturan los cinco carriles en su avance para abandonar San Francisco atravesando el Bay Bridge. Y nuevamente, nos lleva prácticamente tres cuartos de hora superar los escasos 35 minutos que separan las ciudades de San Francisco y Alameda. Pero antes de volver a casa, cubrimos ahora sí nuestra intención de visitar un supermercado de la franquicia Trader's Joe. Y lo que encontramos en él nos gusta. Una superficie pequeña en comparación con otras cadenas que se especializa en productos de origen éticamente aceptable y con una variedad en ciertos productos que nos hace la boca agua. Para rematarlo los precios de cosas como las ensaladas, la fruta o los platos preparados resultan muy atractivos en comparación con el resto de supermercados del país que conocemos, aunque todavía caros si tenemos en mente los precios de un supermercado español. Nos llevamos un pequeño banquete que solo necesita acompañarse del Safeway colindante para comprar refrescos y, en un cross-over viajero, un yogur islandés Skyr de fresa. Son las 20:00 cuando hacemos girar nuestra llave de la casa de Hilma. Charlamos brevemente con ella y su marido y enseguida estamos renaciendo a través de una ducha y con el merecido banquete que acabamos de adquirir: wraps de atún para ella, una considerable bandeja de sushi para mí, sendas fiambreras de melón naranja y mango troceado y los restos de la ensalada de patata de ayer. El yogur islandés ya no cabe, así que lo devolvemos a la nevera con la segura intención de aprovecharlo en el próximo desayuno. El festín del día Se acercan las 22:00 cuando, con la cara visiblemente tostada por el sol, totalmente destrozados y metidos en la cama, no queda nada más por hacer que hoy salvo planificar el día de mañana. Hemos aprovechado el tiempo de tal manera que ya hemos cubierto las cosas que queríamos hacer en San Francisco antes de abandonar la zona el próximo mediodía, así que podemos aprovechar la mañana siguiente para algunas actividades que teníamos previstas en nuestro último día de regreso hacia el aeropuerto. Pero eso ya será otra historia: ahora solo queda hacer un acopio de voluntad para escribir durante una hora estas... exactas... líneas... y a dormir. Punto y aparte, mañana más. Etapas 1 a 3, total 14
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