Etiopia, Tierra Virgen ✏️ Blogs de Etiopia30 días menos una semana en Etiopía.Autor: Sanlui Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.8 (106 Votos) Índice del Diario: Etiopia, Tierra Virgen
01: PREPARATIVOS
02: COMIENZA LA AVENTURA
03: RUMBO A TIERRA SURMA
04: EN TIERRA SURMA
05: LA LUCHA DE DONGA
06: DE LO QUE SUCEDIÓ DESPUÉS
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Etapas 7 a 9, total 11
16 de octubre
Después de una semana complicada, decidimos regresar y continuar viaje. Las comunicaciones con el grupo son del todo imposibles, están en la zona del Omo, así que va a ser toda una sorpresa. Conseguimos unos pasajes con Ethiopian airlines haciendo escala en Roma a bastante buen precio y contactamos con Wondo para que nos preparara un transporte desde Addis hasta Awasa, donde el resto del grupo tenía prevista la llegada al día siguiente. 17 y 18 de octubre 24h de viaje desde León y de nuevo en Addis, aun no podemos creerlo, todo ha sido muy rápido, pero me alegro de estar de vuelta. Wondo nos espera en el aeropuerto con un coche preparado y nos ponemos rumbo a Awasa. Nuestro hotel, el Shebele I, una especie de lodge muy cerca del lago, está bastante bien. Nos sabe la ducha a gloria después de tantas horas de viaje. Finalmente aparecen nuestros guías y compañero de viaje, que no puede creerse, al igual que nosotros, que estemos allí de nuevo. Mucha emoción en el reencuentro y mucho que contarnos. Awasa es una ciudad bastante grande y limpia, muy diferente de lo que hemos visto hasta ahora, situada a orillas del lago del mismo nombre, es un lugar agradable para hacer una parada en la ruta que une el sur con la capital. Lo primero que te impresiona es la cantidad de árboles que hay en sus calles y que en el momento de nuestra visita estaban cuajados de flores y las bandadas de Marabús enormes que hay por todas partes, sobre todo al lado del lago. Son unas aves enormes con un aspecto un poco siniestro, parecidas a los pelícanos. Dos recomendaciones en este lugar, primera, no perderse la puesta de sol junto al lago y la segunda salir siempre con una linterna del hotel, porque no hay luz en sus calles y están llenas de socavones del tamaño de una persona y lo más probable es que acabes cayendo de bruces en uno de ellos, esto os lo cuento por experiencia… Al día siguiente, después de desayunar maravillosamente bien en el Hotel Pinna, nos vamos a visitar el mercado de pescado a orillas del lago. Es un lugar encantador, con sus barcas de colores al lado del agua, los vendedores y los niños limpiando y cortando el pescado ayudados de una pequeña navaja y sus dientes, es increíble la destreza con que separan la piel de la carne de los peces con la boca. Los omnipresentes Marabús, poniéndose las botas con los restos de pescado y enormes “warcas”, el árbol símbolo de Etiopía. De camino a Awash paramos en unos baños termales cerca de Wondo Genet, estos son alimentados por manantiales de agua caliente con supuestos efectos medicinales. Están rodeados por unos preciosos jardines en los se suelen ver babuinos. Hacemos un alto en el camino para comer en Shashemene, cruce de caminos y capital no oficial de los rastafaris de Etiopía. No tiene ningún tipo de atractivo a excepción de sus pintorescos habitantes. La carretera pasa al lado del lago Ziway, el mayor y el situado más al norte de los siete que se encuentran en el valle del Rift. Tiene cinco pequeñas islas volcánicas, una de las cuales alberga el monasterio de Debre Zion, donde se supone fue escondida durante algún tiempo el arca de la alianza. Bordeado de enormes higueras, es uno de los mejores lugares para observar aves, como el marabú, garzas e ibis. Llegamos de noche a Awash, no hay luz en las calles, como viene siendo habitual en la mayoría de las poblaciones del país. Nos alojamos en el Hotel Bufe-Legar, de reciente construcción y por tanto con muy buenas instalaciones. El único problema es que está situado al lado de la iglesia y como en Etiopía los cristianos ortodoxos utilizan megáfonos para proclamar sus oraciones al igual que los musulmanes y era sábado, no pudimos dormir en toda la noche, porque la celebración comenzó a las dos de la mañana y a las nueve, cuando nos íbamos todavía continuaba, increíble! 19 de octubre Dedicamos parte de la mañana para visitar el Parque Nacional de Awash, que toma su nombre del río más largo de Etiopía, el Awash, el cual marca la frontera sur del parque y desemboca en el lago salado Abbe en el desierto de Danakil. En cuanto a la existencia de vida salvaje, no tiene nada que ver con cualquier otro de los parques naturales del sur u oeste de África. Con suerte podrás ver, como en nuestro caso, algún que otro orix, gacelas, zorros o babuinos y un León que por desgracia tienen encerrado en una jaula diminuta al lado de las cataratas; para mí estas fueron lo que más me gustó. Se puede llegar hasta la parte de abajo, donde rompe el agua, por un camino lleno de babuinos y bastante resbaladizo que parte por el lado izquierdo de las cataratas. Etapas 7 a 9, total 11
De camino a Harar el paisaje va cambiando radicalmente, ahora es más seco, más árido y menos montañoso. Se empiezan a ver mujeres tapadas con velo, nos acercamos a la zona musulmana del País.
Llegamos a las cinco de la tarde, con el tiempo justo de dejar las maletas en el Hotel Belayne, no muy recomendable y salir a patear por la ciudad antes del anochecer. El hotel está situado al lado de la puerta Showa, una de las seis que dan acceso a la ciudad vieja amurallada, rodeado de los puestos del mercado cristiano. El primer contacto con la ciudad es un poco descorazonador, la pobreza en los países pobres es si cabe aún más abrumadora en las ciudades. Unos cuantos críos, aspirantes a guía turísticos nos persigue por toda la ciudad. No nos atrevemos a introducirnos demasiado en el laberinto de callejuelas por temor a que se vaya la luz, así que caminamos alrededor de la puerta de Harar y regresamos al hotel para ducharnos antes de que corten el agua, a las diez de la noche; la escasez de agua es uno de los mayores problemas de la zona. Puerta de Shoa, al lado del hotel Belayne 20 de octubre Por el día la ciudad es fascinante, llena de puestos y mercados, laberintos de callejuelas estrechísimas en las que nos es imposible orientarnos, incluso nuestro guía Zewge tiene alguna dificultad y finalmente decide contratar los servicios de un guía local. Visitamos el mercado musulmán, dentro de la ciudad amurallada, y el cristiano, al lado de nuestro hotel. Mercado cristiano Mendigo en el mercado musulmán Harar es un extraordinaro ejemplo de convivencia entre los dos principales grupos religiosos del país, cristianos y musulmanes, constituyendo este últimos el setenta y cinco por ciento de la población, y eso se nota en la arquitectura de sus casas tradicionales o “hararis”, con puertas y ventanas de madera tallada y muros blanqueados. Las paredes interiores están literalmente cubiertas con piezas de cerámica y cestería popular y los suelos llenos de alfombras, dispuestas en distintos niveles para diferenciar el lugar que debe ocupar cada miembro de la familia. Algunas de ellas se ofrecen como posadas a los viajeros, y son realmente recomendables. Visita obligada es la casa de Arthur Rimbaud, un edificio imponente de madera y vidrieras de colores que alberga diversos objetos personales del poeta y unas fantásticas fotografías en blanco y negro de la ciudad a mediados del siglo XIX, tomadas por él mismo. Otro de los valuartes de la ciudad es la muralla que rodea la ciudad vieja, a la que se puede acceder por cualquiera de sus seis puertas, conservadas en perfecto estado y las cuales se siguen cerrando al anochecer. En la zona sur, la de los herreros, al lado de la puerta de Buda, la pobreza es aún más patente, mucha gente vive en chabolas hechas de plásticos que apoyan contra la muralla. Durante la visita a una de sus mezquitas más sagradas, dentro de las noventa y nueve con las que cuenta la ciudad, somos testigos presenciales de la llamada a la oración de los musulmanes. La gente es maravillosa, nos sonríe y trata de tomar contacto con nosotros. Las mujeres ataviadas con sus coloridos vestidos y cubiertas con velos de llamativos colores, llevando sobre sus cabezas las típicas cestas o sacos de grano, son el aderezo perfecto de este pintoresco lugar. Camino de la plaza principal está la calle Markina Girgir, llamada así por el sonido de las máquinas de coser de los numerosos hombres costureros y tejedores que trabajan en ella. Compramos algunos objetos de artesanía en pequeños bazares perdidos en el laberinto de callejuelas, la mayoría están dentro de las propias casas de la gente sin ningún tipo de cartel o distintivo, imposible encontrarlas sin un guía. Comimos en el Fresh Touch unas pizzas locales buenísimas, y por la tarde asistimos a una auténtica ceremonia del café en casa de una prima de nuestro cocinero Zelalem, en la que no podía faltar ninguno de los elementos necesarios en toda ceremonia de café que se precie, café, chat, sisha y buen rollo. Al anochecer asistimos a uno de los espectáculos más fascinante e inusual de la ciudad, el ritual del hombre-hiena, que tiene lugar diariamente al lado de la puerta de Sanga entre las 19 y las 20 horas. Al contrario de lo que pueda parecer no es un espectáculo turístico, sino que viene realizándose desde finales del siglo XIX, para evitar que las hienas, al no encontrar comida en su hábitat natural, tuvieran la tentación de devorar a algún despistado. El protagonista del evento, un tal Mulugeta, llama a cada una de las hienas por su nombre, y las da de comer poniendo trozos de carne en un palo, al principio, y en su boca después. Es impresionante, porque las tienes realmente cerca, e incluso puedes probar a darles tú de comer… si te atreves. Cenamos en un restaurante de comida tradicional, y regresamos al hotel antes del corte de agua para darnos una duchita, después de patear durante todo el día, estamos agotados. Etapas 7 a 9, total 11
21, 22 y 23 de octubre
Empleamos los siguientes tres días en llegar a Mekele. El 21 de octubre fue una paliza de coche impresionante, quinientos kilómetros hasta llegar a Mile suponen más de doce horas de camino en Etiopía. El calor se vuelve sofocante y el paisaje es desolador, a nuestro alrededor sólo hay rocas, polvo y algún que otro arbusto. La gente aquí vive en la más absoluta pobreza, en cabañas hechas de esteras y palos mimetizados con el ambiente. La mayoría son nómadas, y se dedican a la extracción y venta de carbón vegetal y al pastoreo. Por esta zona no hay muchas alternativas en cuanto a alojamiento, así que no esperábamos gran cosa, pero el Park Hotel superó nuestras espectativas más pesimistas. La noche fue interminable y el calor cayó sobre nosotros como una losa en cuanto el generador dejó de funcionar a las doce de la noche, y con él, el ventilador que movía tenuamente el aire de la habitación. Se recomienda no olvidar el saco-sábana. La idea en un principio, era continuar hacia el norte atravesando el desierto hasta el lago Afrera, y de aquí al Dallol, pero por motivos de seguridad finalmente decidimos entrar desde Mekele, dato que nos corroboró un alemán, miembro de Médicos sin Fronteras, que trabajaba en un proyecto de desnutrición infantil al norte de Mile, y que al parecer tardaba un día completo en recorrer tan sólo cien kilómetros, debido al estado de las pistas. Salimos muy temprano por la mañana con dirección a Woldya. Cerca de Kombolcha, donde hacemos un alto para desayunar, el paisaje vuelve a ser verde de nuevo. Probamos la “fetira”, una especie de torta crujiente cortada en trocitos con fruta y miel, estaba buenísima. Lago Hayk, llegando a Konbolcha. La carretera hasta Woldya pasa por una zona montañosa, y estaba en obras, así que tragamos polvo como locos. Al parecer no se puede poner el aire acondicionado porque hay mucho desnivel y el coche pierde potencia, éste fue uno de los motivos de desacuerdo con Wondo. Nos alojamos en el Lal Hotel, no está mal, aunque a nosotros nos parece el Hilton después del de Mile. Woldya es una pequeña población a 120 kilómetros de Lalibela, que no tiene ningún interés, además, como la carretera, estaba totalmente levantada por obras, así que apenas había sitio por donde pasar. Aprovechamos para irnos pronto a descansar. Taxi en Woldya Saliendo de Woldya El paisaje hacia Mekele es absolutamente increíble, el verde y amarillo de la vegetación y el azul del cielo son espectaculares. La carretera sube y baja por las montañas, cortadas en forma de terrazas para el cultivo del trigo. Hacemos un alto en el camino en Alamata, coincidiendo con el día de mercado. En un principio la gente, curiosa, sólo nos mira, pero una vez fueron cojiendo confianza una nube de niños se arremolina a nuestro alrededor. Todos quieren ser protagonistas de nuestras fotos, les llama la atención nuestra ropa, el pelo, las gafas, lo tocan todo. Llegamos a Mekele y después de instalarnos en el Axum Hotel, salimos zumbando para intentar llegar a tiempo de visitar el palacio, construído en 1882, y que actualmente es sede del museo de la ciudad, pero no lo conseguimos porque cierran a las cinco de la tarde. La ciudad es tambien conocida por el colorido mercado de los lunes, cuando llegan las caravanas de camellos de los Afar cargadas con la sal, que extraen en el Danakil. Cenamos en el “Geza Gerlase” un restaurante en el que sólo sirven carne de cordero, ternera o cabra, que cortan y pesan ante tí antes de cocinarla. La comida muy buena y el espectáculo en directo de músicos y bailes tradicionales muy entretenido. Las mesas están dispuestas todas seguidas y los camareros las separan según el número de comensales. A los etíopes les encanta bailar, salen en grupos al escenario y mueven los hombros y el pecho increíblemente rápido, al ritmo de la música, todo muy tribal. Etapas 7 a 9, total 11
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