Etiopía. Tribus del sur, iglesias del norte y mucho mas ✏️ Blogs de Etiopia

La noche en el campamento mango fue bastante buena a pesar de que otra vez se escuchaban un montón de insectos nocturnos. Nos levantamos con más energía que nunca porque hoy tocaba visitar el famoso mercado de Key afer. Por el camino y sin que estuviera programado, Guecho nos paró en una casa Hamer. A pesar de que Turmi está rodeado de ellas, no habíamos visitado ninguna debido al retraso que nos originó la mochila extraviada.
En la casa vivía una familia de 12 miembros simpatiquísimos que nos trataron súper bien. Nos invitaron a entrar a su casa, y a estas alturas del viaje ya no había lugar para los remilgos, ya no importaban las pulgas, ni los mosquitos, solo había lugar para el disfrute.
Hicieron un fuego dentro y una mujer preparo una especie de caldo de café servido en una calabaza de la que todos bebimos pasándonosla de mano en mano. Espero que el médico del centro de vacunación internacional no lea esta parte, porque nos saltamos todos sus consejos jaja.


Una de las mujeres quiso vestir a Ana con sus ropas; los hombres querían que se pusiera en tetas como ellas, pero ni ellos ni yo fuimos capaces de convencerla y solo se la puso encima jeje.


En la casa había un adolescente que tenía mucho empeño en enseñarme algo que tenía dentro escondido. Retiro una manta y debajo tenía un Kalashnikov del que se veía estaba súper orgulloso de tenerlo. A estas alturas del viaje no nos sorprendido nada, porque ya habíamos visto montones en las demás tribus. Al salir fuera me enseño un arco con el que cazaba. Me dejo probarlo y la verdad que para ser totalmente artesanal, tiraba súper fuerte.
Desconozco si la agencia o Guecho les pago algo por la visita, pero a nosotros en ningún momento nos pidieron nada y fueron los mejores anfitriones que habíamos tenido hasta el momento.

Proseguimos nuestro camino y por fin llegamos al mercado.
Key afer es el mercado tribal más importante del valle del Omo; aquí se dan cita todos los jueves las diferentes tribus para vender o intercambiar sus productos o ganado.
El mercado está dividido en dos zonas: una especie de redil lleno de animales al que solo pueden entrar los hombres, y la zona general apta para todos los públicos, en la que las mujeres venden alimentos, telas y demás utensilios.


Guecho nos presentó al guía y la primera zona que visitamos fue la de los hombres. Éramos los únicos turistas, pero no parecía llamarles nada la atención nuestra presencia, nadie nos miraba y conseguían que pareciéramos invisibles.


Pudimos hacerles todas las fotos que quisimos y después de ver como manejaban los negocios, nos fuimos a la zona general, más grande y concurrida. Antes de llegar entramos en un bar que estaba lleno de hombres bebiendo. El local, oscuro, intimidaba bastante.


Aquí las mujeres son las que parten el bacalao y ya os aviso que tienen mucho peor humor que los hombres. La cámara les intimida bastante y no dejan hacerse fotos. Al final fue el guía el que cogió el móvil de Ana, y el, que si parecía invisible, hizo todas las fotos en el mercado.


Durante todo el recorrido por el sur, habíamos visto un montón de colmenas de abejas en los árboles, y yo como buen amante de la miel, estaba deseando probarla. Hasta hoy no había podido, pero aquí sí que la vendían. La guardan en recipientes hechos con calabazas huecas y alrededor de la miel esta todo lleno de abejas. Le dije al guía a ver si la podía probar; entonces cogió su dedo, lo metió en la miel y me dijo que se lo chupara jaja. ¿Como? Esto ya era demasiado jaja, así que metí mi propio dedo y la probé. La miel tenia muchísimos restos de cera, pero estaba muy rica.


Hubo un momento súper gracioso en el que puse el tele a mi cámara para hacer fotos robadas. Estaba enfocando en la lejanía a un grupo de mujeres cuando de repente una señora que estaba a mi lado sentada, se pensó que le estaba sacando a ella, se levantó y cogió lo primero que tenía a mano, que fue un gallo vivo con las patas atadas y me intento pegar con él. Imaginaros el susto que me di, cuando por el visor de mi cámara vi acercarse un gallo a 200 km/h jaja. Al final le pedí perdón a la señora y todo quedo en una simpática anécdota.

Después de ver todo el mercado, nos fuimos a una zona de puestos con souvenirs. Todo turista que viene al sur de etiopia, tiene cita obligada los jueves en Key Affer, pero hay que decir que en total no estaríamos más de 20 personas, por lo que vimos la zona de faranjis nosotros solos. Los productos que venden son en su mayoría artesanía hecha con madera. Casi todos los puestos tienen cosas parecidas y aquí el regateo es obligatorio.




La visita al mercado supero todas nuestras expectativas. Aquí las tribus están para vender sus productos y no para ganar dinero con las fotos. Los olores, el ruido, los colores y la gente hacen una amalgama perfecta que convierten a Key afer en un lugar mucho más auténtico que las visitas a los poblados.

En 1 hora más de coche estábamos en Jinka.
Lo primero que vimos al llegar fue el museo etnológico. Es una exposición de fotos, herramientas y ropa usada por las tribus. Las explicaciones están en ingles por lo que no me entere de mucho y acabe rápido, pero a Ana sí que le resulto más interesante, así que mientras ella leía, yo aproveche para conectarme al wifi gratuito, ya que llevábamos 2 días sin poder dar señales de vida a nuestras familias. Para mí lo mejor del museo fueron las vistas que hay desde el exterior a toda la ciudad de Jinka.

La segunda parada fue en una aldea Ari. Esta tribu está mucho más desarrollada que las del valle del Omo. Visten de manera occidental y sus casas a pesar de ser también de barro, son cuadradas y muchos menos rudimentarias. La tierra en la que viven es mucho más verde y fértil, por lo que basan su economía en la agricultura.


El guía nos enseñó todo el pueblo, pasando primero por la herrería donde elaboran las herramientas para el campo, después una chica nos enseñó como hacían injera y también vimos un señor mayor tejiendo con hojas de palma una especie de esterillo que usaban para dormir. Siguiendo montaña arriba y entre cultivos de café, llegamos a una casa donde destilaban con un rudimentario alambique la cerveza local.


La aldea es totalmente autosuficiente, no se me ocurre que pueden necesitar del exterior. Aquí también fuimos los únicos turistas y no tuvimos que pagar nada por las fotos.
La visita a la aldea, sin ser tan espectacular visualmente como las de las tierras bajas del Omo, sí que resulto súper amena y didáctica y os la recomiendo totalmente.
Esta noche dormimos en el Hotel Eco Lodge de Jinka. Es un hotel muy similar al Paradise Logde de Arba Minch en el que también se duerme en tukul, aunque este no tiene tan buenas vistas; un así lo recomiendo totalmente.

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Hoy tocaba la visita a la tribu de los Mursi.
La carretera hasta el poblado serpentea por la ladera de las montañas hasta llegar al parque nacional Mago, donde vive la tribu más famosa de etiopia, pero ya os adelanto que esta fue la gran decepción del viaje.
Está claro que han cambiado totalmente sus hábitos de vida para dedicarse por completo a ser modelos para los turistas. Su decoración corporal es la más impactante: el plato en el labio, las escarificaciones y sus pinturas hacen las delicias de cualquier amante de la fotografía. Por contra, su insistencia a la hora de posar delante de la cámara, hizo que no aguantásemos allí ni 15 minutos. Gritaban, se empujaban entre ellos y cuando el guía les ponía en fila, tenías que decidir a cuál o cuáles retratabas y a qué precio -algunas mujeres van con hijos y eso se paga doble claro- y para colmo al que no sacas, se enfada. A mí me encantaría que salieran todos, pero claro, teniendo en cuenta que cobran por las fotos, no puedes ponerte allí a disparar a diestro y siniestro.


En este caso el ser los únicos turistas viendo la tribu en ese momento, creo que jugo en nuestra contra e hizo que toda su atención recayera en nosotros. Al final fueron 3 horas de viaje entre ida y vuelta para una visita de un cuarto de hora, así que, si alguien me pidiese consejo sobre si visitar o no a los Mursi, no sabría que decirle, por lo que lo dejo a vuestra elección.

Justo antes de llegar a Jinka, vadeamos un rio y allí nos limpiaron el coche. Os lo cuento porque fue un momento muy gracioso. La gente detiene en medio del rio sus vehículos, y otros chicos te lo limpian a conciencia con jabón y todo, hasta dejarlos impolutos.



No lo había comentado antes, pero Guecho cada día antes de venir a recogernos limpiaba el coche por dentro y por fuera.

Nuestra aventura por las tribus del sur se iba acabando, pero aún quedaba la última.
La distancia que separa Jinka de Konso es de 300 km. Al llegar no quisimos pasar por el hotel y fuimos directamente a comer a un bar que está en la estación de autobuses. No tenía nombre, pero es el único que hay y os lo recomiendo totalmente. Pagamos algo menos de 10 euros por 6 cervezas y la comida para los 3 que estaba riquísima. Guecho no bebía nunca si tenía que conducir después, pero hoy ya no tenía que coger más el coche y aprovecho.

La aldea Konso está dentro de la ciudad y se llega andando. Al igual que los Ari, llevan ropas occidentales, pero arquitectónicamente no se parecen en nada a las tribus anteriores. El pueblo está divido en estratos a diferentes alturas, separados por calles estrechas custodiadas por muros de piedra a los lados.


Es mucho más grande de lo que parece a simple vista y tras media hora de paseo, llegamos a una especie de la plaza o centro de reunión. Desde aquí hay unas vistas preciosas a todo el valle; en una esquina hay unos palos altos puestos boca arriba, que según parece es una especie de calendario en el que cada 18 años ponen un palo más alto que el anterior, y en el centro, había una piedra redonda muy grande que me suscito mucha curiosidad. El guía nos explicó que se hace una ceremonia en la que el hombre intenta subirla por encima de los hombros, y si lo consigue pasa a tener consideración de adulto y ya puede casarse.
Su explicación fue en inglés y yo no debí de enterarme muy bien Me desafío a que probara y yo con todo lo de Bilbao que soy, no se me ocurrió otra cosa que coger la pedazo de piedra y tirarla hacia delante con todas mis fuerzas. Al caer choco contra un muro y un poco más y les tiro abajo el chiringuito. Yo estaba convencido de que ese era el reto y no me di cuenta de mi grave error hasta ver la cara que puso el guía por haber violado la piedra sagrada. ¡Madre mía qué vergüenza! les tuve que pedir perdón mil veces a él y al resto de espectadores que me miraban.

La visita a la aldea Konso fue toda una sorpresa y resulto ser una de las mejores. El pueblo es el más bonito con diferencia y la gente fue súper simpática con nosotros. Todo el mundo se acercaba a conocernos y nadie nos pidió nada a cambio de las fotos.
Sobre las 5 de la tarde llegamos al Hotel, pero estábamos tan encantados con la gente que teníamos ganas de más.
Al entrar en Konso con el coche, habíamos visto que había una plaza con un mercado, estaba un poco lejos pero Guecho ya había terminado con nosotros por hoy y después de tantos km en el coche se merecía un descanso. Le preguntamos a ver si podíamos ir nosotros solos hacia allí y nos dijo que era totalmente seguro y que no habría ningún problema, así que dejamos las cosas en la habitación del hotel y nos fuimos carretera arriba.
El paseo hasta el mercado fue como rememorar el del primer día por la carretera y volver a sentirnos como el flautista de Hamelin. A cada paso que dábamos un nuevo niño se nos unía y ya no teníamos más dedos de la mano para que se enganchasen.
Para cuando llegamos al mercado ya era casi de noche y lo estaban recogiendo, pero no importo nada porque vimos un montón de gente que sin saber porque, dejaban en medio un pasillo. Resultaron ser unos niños que cogían carrerilla y bajaban ladera abajo dando saltos y piruetas. Increíble el arte que tienen.



Éramos los únicos turistas y por allí no tenía pinta de que hubieran pasado muchas personas blancas, así que todo el mundo nos miraba. Estaba claro que allí la atracción no eran los niños saltando si no nosotros.
De vuelta al hotel, paramos en unos talleres en los que hacían sandalias con neumáticos usados. Nos pareció tan interesante como las hacían, que nos compramos un par cada uno por 75 birr.

Las sandalias de caucho parecían indestructibles y le dije a Ana que le durarían toda la vida. Está claro que me equivoque, porque en los 50 metros de la habitación del hotel al restaurante se le rompieron, jaja.

Respecto a la visita a los Mursi no me voy a mojar y no os diré nada, pero la visita a la aldea Konso sí que me parece obligada, y me tomare la licencia de recomendaros también la visita a la parte alta de la ciudad donde vimos saltar a los niños. Pasamos un rato buenísimo.

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El Kanta lodge de Konso es una pasada de hotel. Estaba lleno de flores por todos los lados, la decoración es preciosa y los tukules en los que dormíamos eran comodísimos. La única pega que le ponemos es el desayuno, que a pesar de tomarlo en una terraza preciosa con vistas al valle, fue el peor hasta ahora con diferencia y no tenían ni un triste zumo.

Antes de salir de la ciudad, pasamos por el sitio donde habíamos comprado las sandalias la tarde anterior para que arreglaran la de Ana. Los chicos del puesto no estaban, pero otro chico nos hizo el apaño en 1 minuto. Guecho fue el que gestiono todo y de pronto se pusieron a discutir. El tío quería cobrarnos 20 birr por el arreglo de las sandalias defectuosas que nos habían vendido, que dicho sea de paso, pagamos 150 birr y Guecho nos dijo que su precio real es de 30 cada una. Al final le dimos 5 birr al tío para que dejasen de discutir, tampoco nos íbamos a poner de mal humor porque nos intentasen timar 80 céntimos.

Konso fue nuestra última parada en el sur de etiopia y ahora tocaba poner rumbo norte y deshacer todo el camino andado hasta llegar de nuevo a Addis.

Paramos a comer en Sodo, la ciudad en la que comimos el segundo día de viaje. A estas alturas, ya nos habíamos graduado en comer en sitios locales, así que Guecho en vez de llevarnos al hotel elegante de la vez anterior, nos llevó a un restaurante local.
Hoy era sábado y para cuando nos sentamos en la mesa, la gente ya estaba a tope con las cervezas y la música. A pesar de que Sodo es una ciudad muy grande, todo el mundo flipaba al vernos allí comiendo, se ve que no pasan muchos turistas por ese restaurante. El lugar era extraño, había una especie de reservados súper oscuros que daban un poco de yuyu y también tenían habitaciones en las que no se si estaría preparado para dormir en ellas jeje. Sea como fuere la comida estaba riquísima y estuvimos súper a gusto.

A las 5 de la tarde llegamos a Awasa, la ciudad más moderna del sur de Etiopia. Calles asfaltadas, jardines y muchos coches, esta ciudad no se parecía en nada a lo visto hasta ahora.
A pesar de la paliza de coche - 8 horas- llegamos al hotel con ganas de marcha y le preguntamos a Guecho a ver si podíamos salir de fiesta.
Estaba muy dubitativo y notamos que no le hacía mucha gracia la idea, por lo que decidimos quedarnos sin salir.
El Lake view hotel es una maravilla. Está en primera línea frente al lago Awasa y todas las habitaciones tienen terraza que mira hacia él.
Awasa es una ciudad de turismo local, a la que viene la gente adinerada de Addis a pasar el fin de semana.
La atracción turística más famosa es ver el atardecer desde el lago, así que dejamos las mochilas y nos fuimos a todo correr antes de que se hiciera de noche.
Increíble el ambiente a orillas del lago. Hay un paseo largo lleno de bares con terrazas y un montón de puestitos de comida en los que sirven sobre todo tilapia, el pescado estrella del lago.
Había muchísima gente pescándolas. Ponen en el anzuelo una especie de masa hecha por ellos y picaban súper rápido. No tenían cubos para mantenerlas vivas y lo que hacían era pasarles una rama acuática por la boca y las dejaban ensartadas una a una en el agua mientras nadaban.


Éramos los únicos turistas extranjeros, pero a pesar de eso aquí nadie nos miraba.
Después del paseo nos sentamos en una de las terrazas a disfrutar del ocaso con un par de Habeshas bien fresquitas.


La puesta de sol fue preciosa, pero ahora tocaba pagar la cuenta. Pensábamos que nos iban a meter una buena clavada por ser un sitio turístico y tener esas vistas, pero resultaron ser igual de baratas que en todos los sitios y nos cobraron solo 30 birr por cada una.
Cuando se hizo de noche ya de camino al hotel, vimos en la hierba de los jardines un montón de lucecitas que parpadeaban constantemente. ¡Estaba todo plagado de luciérnagas!!!!! Cogimos una para verla y no se parecían nada a las de España.
Menuda orquesta nocturna había allí montada. Los bichos cantaban tan alto que llegaba a molestar el ruido; menos mal que el hotel tenía buenas ventanas.

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