El día siguiente resultó frenético para nosotras, que fuimos completamente por nuestra cuenta para disgusto del guía local, quien casi nos calificó de “desertoras” por no hacer las excursiones opcionales con el grupo. Por supuesto, no le dimos ninguna importancia. En estos viajes, estamos acostumbradas a manejarnos de un modo u otro según nos convenga.
Entre los lugares que queríamos ver sí o sí en Estambul que requerían entrada, estaban Santa Sofía, el Palacio de Topkapi y la Cisterna de la Basílica. Como se advierte mucho en cuanto a las colas y los elevados precios (una pasada, la verdad), decidimos comprar online un pack de GetyourGuide que incluía entradas individuales para los tres monumentos por 119 euros, con la ventaja de que se podían utilizar a cualquier hora de apertura durante tres días a partir del día inicial escogido, lo cual nos vino muy bien. Los pases se llevan descargados en el teléfono y, lógicamente, no haces la cola de la taquilla, pero la del control de seguridad no se la salta nadie.
Lo primero de todo, queríamos ir al Palacio de Topkapi en cuanto abrieran, pues suele estar petado, requiere mucho tiempo y cierra antes que otros monumentos. Tras estudiar bien los planos del transporte la noche anterior, después de desayunar, tomamos el metro en la estación de Merter, donde nos topamos con las aglomeraciones que sufren los ciudadanos de los barrios periféricos de Estambul para llegar al centro. En fin, nada que nos asustase viviendo en Madrid, todo lo contrario: si hasta nos cedieron el asiento.
Sabíamos que teníamos que hacer trasbordo en la estación de Aksaray (no tuvimos ningún problema para seguir el paso por cada estación) para ir hasta la de Sultanahmet. Pero no teníamos ni idea de que por allí no pasa el metro sino el tranvía. Menos mal que está todo indicadísimo y solo tuvimos que seguir los carteles del trasbordo, que, una vez en la calle, nos llevaron hasta la parada del susodicho tranvía, la famosa línea 1 que pasa por todos los lugares turísticos de Estambul. La parada era un maremágnum de gente, pues la comparten varias líneas cuyos tranvías pasaban constantemente. Tras pasar la tarjeta por el torno, nos dimos cuenta que hay que fijarse en el luminoso que indica el destino, pues existen diferentes recorridos incluso en una misma línea. Al principio parece complicado, pero pronto lo entendimos, buscamos el letrero que pusiera Sultanahmet y… para arriba. Fuimos un tanto achuchadas, pero nada nuevo bajo el sol de las grandes ciudades en hora punta.
Para no liarnos, nos apeamos en una parada cuyo entorno reconocimos por haber pasado el día anterior por allí. Santa Sofía tenía un aspecto tranquilo, pues los viernes por la mañana (al menos aquel día) solo pueden entrar los musulmanes, que acceden por una puerta diferente de la de los turistas. La mañana estaba algo fresquita, pero nada que ver con el día anterior. No llovía y, según los pronósticos, el tiempo mejoraría paulatinamente a lo largo de la jornada.
La entrada sin colas a Topkapi que incluía nuestro bono tenía un requisito: acercarnos previamente a un lugar fijo donde reunirnos con un guía que nos llevaría hasta el interior. Luego ya cada cual iría por su cuenta. A este respecto, insisten mucho en que no se trata de una visita guiada. Nos dieron un distintivo, nos unimos a un numeroso grupo de personas en la misma situación y fuimos todos juntos a la entrada, donde nos topamos con una muchedumbre. ¡Madre mía, cuánto personal!
Desconozco si había mucha cola para comprar las entradas en la taquilla, pero creo que lo peor se monta en torno a los controles de seguridad, que son obligatorios para todo el mundo, diga lo que diga cada cual (a lo lejos vimos a nuestro grupo con nuestro guía local haciendo cola, no faltaba más).
Tras un ratito, seguimos al guía de GetyourGuide, que nos condujo a través de varias puertas y tornos, hasta el Harén, donde hay que pasar otro control de tickets de acceso, ya que esa zona tiene un precio más alto. Ojo, pues, a la hora de comprar las entradas.
Importante también visitar el Harén lo primero porque es lo más interesante y puede llegar a masificarse una barbaridad. Desde allí, ya cada uno fuimos a nuestro aire.
El palacio de Topkapi y su entorno tienen una extensión muy grande, por lo que lo mejor es tomárselo con calma y paciencia, aunque tampoco conviene dormirse porque hay mucho que ver y el tiempo vuela allí dentro. Está permitido hacer fotos sin flash en los interiores. No hay normas especiales de vestimenta.
Entre 1459 y 1465, poco después de la conquista de Constantinopla, Menmet II hizo construir este palacio para su residencia principal, aunque se utilizó también como sede del Gobierno hasta el siglo XVI, cuando se trasladó a la Puerta Sublime. Se componía de varios pabellones independientes unidos mediante cuatro patios vallados, más privados cuanto más interiores. Tiene una superficie de 700.000 m2 y está rodeado por una muralla bizantina. Está considerado una obra maestra de la arquitectura seglar turca. A partir de 1853, los sultanes se trasladaron al Palacio de Dolmabahce. En 1924, se abrió al público como museo.
Accedimos por la Puerta Imperial (Bab-Ι Hümayun), de 1478, que fue recubierta de mármol en el siglo XIX. Esta parte creo recordar que es de libre acceso. Atravesamos el primer patio, el Patio de los Jenízaros o de los Desfiles, dejando atrás la Ceca Imperial, varias fuentes y la Iglesia Bizantina de Santa Irene, del siglo VI, que ahora es un museo para el que se precisa una entrada adicional.
Seguimos hasta la Puerta del Saludo o de la Acogida (Bab-üs-Selâm,) de 1542, que cuenta con dos torres adosadas octogonales y conduce al segundo patio, el Patio de las Ceremonias, donde se reunía el sultán con sus cortesanos y se celebraban las audiencias. Allí se encontraban el antiguo hospital, el Harén con sus propios baños y mezquitas, la panadería, los establos, los dormitorios de los alabarderos, etc.
En esta zona hay varias exposiciones en diversos edificios, como el de las antiguas cocinas, las más grandes del Imperio Otomano, con 800 sirvientes que atendían a más de 4.000 personas. También es muy notable la colección de utensilios y porcelanas de todo el mundo, sobre todo de China, procedente de los regalos protocolarios que recibían los sultanes. Aunque es interesante, tiene muchas salas y conviene dejarlo para el final de la visita si sobra tiempo. Nosotras lo hicimos así, echando un vistazo antes de salir.
Los aposentos privados del sultán y el Harén.
Sin duda, es la parte más bonita del palacio: no hay que perdérselo. Ocupa terrenos de los patios segundo y tercero. Existe un recorrido señalizado aunque no del todo obligatorio, y a veces hay que buscarse un poco la vida porque la visita puede convertirse en un caos a causa del gentío que se acumula dentro. Lo mejor es dejar pasar a los grupos más numerosos, algo que no siempre resulta fácil. En cada una de las estancias suele haber carteles explicativos en turco e inglés.
El Harén formaba parte de los recintos privados del sultán y contaba con más de 400 estancias conectadas mediante pasillos y patios. Allí residían la madre del sultán, sus esposas, las concubinas, otros familiares, los niños y los sirvientes, que disponían de su propio grupo de habitaciones. Los eunucos vigilaban el Harén y obedecían a su propio jefe. Se accede desde la Puerta de los Carros, que conduce a la abovedada Cámara de los Armarios, concebida como vestíbulo del Harén. Creo recordar que aquí está la taquilla y los tornos para las entradas.
Esta zona del palacio fue añadida en el siglo XVI y modificada en el siglo XVIII en estilo barroco con influencia italiana. Durante el recorrido, se van viendo diversas habitaciones, algunas con decoraciones espectaculares y otras más modestas. Aparte de las del sultán, las estancias más grandes eran las de la madre del sultán, que fueron reconstruidas en 1665 tras un incendio. Solo están abiertas al público una pequeña parte.
Existen bastantes recovecos que conviene investigar para no perderse nada. En algunos suele haber colas para pasar, a veces merece la pena esperar y otras no tanto. Pero, evidentemente, no lo sabes hasta que lo ves. Se atraviesan puertas, dormitorios y patios.
El primer patio del Harén es el de los Eunucos, con los dormitorios de los eunucos negros, el aposento del Jefe de los Eunucos y la Escuela de los Príncipes. También se pasa por el Patio de las Esposas y Concubinas, rodeado de baños y dormitorios. Existe un pasaje por donde se movían las concubinas.
Junto con los del Sultán, las estancias más amplias eran las que ocupaban la Reina Madre y sus damas de compañía, que comprenden apartamento, baño y patio.
Los baños contaban una con una cúpula en forma de panal para dejar pasar la luz natural. Datan de finales del siglo XVI, aunque algunos fueron reformados en estilo rococó a mediados del siglo XVIII.
El baño del sultán precede al magnífico Salón Imperial, con la cúpula más grande de todo el complejo y que acoge el trono. Servía tanto como sala de recepciones como para su entretenimiento. En las galerías se situaban su madre y las consortes. Hay una puerta secreta tras un espejo.
A continuación, aparecen las estancias privadas de varios sultanes. La más antigua es la de Cámara de Murat III, que permanece intacta desde el siglo XVI y tiene una de las puertas más bellas del palacio. La Cámara de Ahmed I está revestida de azulejos de Iznik.
El sultán utilizaba un pasadizo, llamado “Vía de Oro”, para moverse entre su cámara privada, el harén, la Sala de la Fuente de las Abluciones y la Terraza Imperial.
La última sección del Harén es el Patio y los apartamentos de las Favoritas, con vistas a la Torre Galata, a una piscina y al Jardín de Bog. Cuando una de las favoritas quedaba embarazada asumía la condición de consorte oficial del sultán.
Aquí nos dimos cuenta de que habíamos pasado por alto un corredor y volvimos hacia atrás a través de un pasadizo revestido de ladrillos que nos condujo hasta las cocinas privadas del sultán. Más adelante, llegamos al Patio de la Madre del Sultán, cerca del cual hay un par de hermosas estancias: el Salón de la Chimenea y el Salón de la Fuente. Nos extrañó la poca gente que había aquí, pues estuvimos casi solas contemplando estos salones: una estupenda novedad.
Tercer Patio.
Cuando salimos del Harén, nos dirigimos hacia el Tercer Patio, al que se accedía por la Puerta de la Felicidad, con columnas de mármol sosteniendo su cúpula. Nadie podía cruzarla sin permiso del sultán. Fue redecorada en estilo barroco durante el siglo XVIII. También se le llama Patio Interior y es un jardín rodeado de edificios: la Cámara Privada, los aposentos de los Agas o pajes reales, la Cámara de Audiencias, el Tesoro, el Harén, la Mezquita de los Agas, la mayor del palacio, la Biblioteca de Ahmed III…
La Cámara de las Audiencias es un edificio del siglo XV revestido de hermosos azulejos y decorado con alfombras y cojines. En su interior está el Salón del Trono. Detrás, se encuentra el Dormitorio de la Fuerza Expedicionaria, donde se ha instalado la colección del vestuario imperial con más de 2.500 prendas. Hicimos una pequeña cola para entrar.
Más interesante y mucho más concurrido está el Pabellón del Conquistador con el Tesoro Imperial. Aquí tuvimos que estar como unos quince minutos en la cola, pero merece la pena verlo. Entre las muchas piezas que están expuestas, destacan una cota de malla de hierro bañada en oro del Sultán Mustafá III, la Daga de Topkapi, el Trono del Sultán Mahmud I y el Diamante del Cuchillero.
También me llamó mucho la atención un juego de mesa de la época, con tablero y sus pequeñas piezas colocadas en una vitrina. Muy curioso.
Cuarto Patio.
Esta zona era la más íntima del sultán y su familia. La componían pabellones, jardines, quioscos y terrazas desde las que se contemplan unas panorámicas preciosas del Cuerno de Oro, el Bósforo y el Mar de Mármara. Bueno, en Estambul no faltan las vistas hermosas. En la foto, se puede apreciar la cantidad de gente que había en el palacio.
Destacan la Sala de Circuncisión, el [b]Quiosco de Erevan, el Quiosco de Bagdad, el Quiosco de Iftar, la [b]Terraza Quiosco, la Torre del Tutor Jefe, la Mezquita de la Terraza y el Gran Pabellón, construido en 1840 como lugar de recepción y descanso imperial, ya que era donde se alojaba el sultán cuando venía a Topkapi.
Toda esta zona es muy bonita, con hermosos jardines y fuente. Merece la pena dar un paseo por ella y entrar en los pabellones, que cuentan con interiores francamente vistosos. Acompaño algunas fotos.
No me voy a entretener más porque de lo contrario no acabaría nunca. Estuvimos más de cuatro horas allí dentro y todavía nos faltaron bastantes sitios por visitar y otros lo hicimos casi a la carrera. De todas formas, acabamos cansadas pero contentas con lo visto.
Ya en la salida intenté por enésima vez hacer una foto un poco decente de la que se dice que es la más bella fuente de Estambul, la de Ahmet III, de 1728 y estilo rococó turco. Imposible de nuevo. Las fuentes otomanas no expulsan chorros de agua, sino que cuentan con una especie de grifos que vierten el agua sobre pilas de mármol.
Visitamos la Cisterna de la Basílica y, después de almorzar, subimos al Hotel Seven Hills para contemplar las vistas. Después, llegamos al Gran Bazar y más tarde fuimos hasta la Mezquita de Süleymaniye.
Era tarde, pero antes de comer queríamos aprovechar y visitar la Cisterna de la Basílica, para la que también teníamos pases. Había dos colas, una para comprar las entradas y otra para los que ya las llevasen, como era nuestro caso. Así que entramos casi directamente hasta el control de seguridad. A partir de ahí, solo nos quedó maravillarnos con los que vimos.
Está permitido hacer fotos (mejor sin flash) y no hay normas especiales de vestimenta. Eso sí, cuidado con el calzado porque hay escalones, la iluminación es tenue y en algunas zonas el pavimento puede estar mojado y algo resbaladizo. En el año 2022, finalizó un largo proceso de renovación, durante el cual se instaló una nueva pasarela de madera, una moderna iluminación que resalta los detalles arquitectónicos y algunos elementos decorativos que surgen del agua.
Se trata de una enorme cisterna bizantina subterránea, construida en el año 532 por el emperador Justiniano para atender las necesidades del palacio que se hallaba al otro lado del Hipódromo. Después de la conquista de Estambul, los otomanos tardaron más de un siglo en descubrir su existencia.
Ya desde arriba, nos llamó mucho la atención, pese al gentío. Una vez a nivel del agua, se sigue un recorrido por una pasarela y es más fácil contemplarlo todo bien y hacer unas fotos de lo más resultonas gracias a una luz tenue que va cambiando de color y a los reflejos de las columnas en el agua.
El techo descansa sobre 336 columnas, cada una de 9 metros de altura, dispuestas en 12 filas, en su mayor parte de estilo corintio y bizantino.
En la última esquina hay dos columnas que descansan sobre bases con cabeza de medusa de la época romana, una boca abajo y la otra de lado, quizás con la intención de protegerse del mal.
En el bosque de columnas, se pueden distinguir algunas especiales: una tallada con lágrimas, un ojo de gallina y ramas, que se interpreta como un recuerdo a los obreros que murieron mientras la construían.
Muy bonito y original este sitio. Nos encantó. También se puede visitar la Cisterna de las 1.001 columnas, del siglo IV d.C. y algo más pequeña que la anterior. En nuestro caso, consideramos que una era suficiente.
Era la hora de comer y estábamos cerca del restaurante al que iba el grupo. Así que nos acercamos y almorzamos con ellos. Luego continuamos la ruta por nuestra cuenta.
Al salir del restaurante, nuestra idea era entrar en Santa Sofía, pero nos encontramos con una cola kilométrica que más parecía el acceso a un concierto de Taylor Swift. Preguntamos a los vigilantes y nos confirmaron que todos iban con entrada, pues dada la situación, ya no se vendían en taquilla. Las colas suelen ser largas aquí, pero no tanto. Al parecer, se debía a que al ser viernes, la mezquita había estado cerrada a los turistas por la mañana, y por la tarde, con la afluencia de gente que había en Estambul, nadie quería marcharse sin ver uno de los iconos de la ciudad. Por supuesto, no estábamos dispuestas a pasarnos allí dos o tres horas esperando y decidimos dejar la visita para el día siguiente.
Panorámicas desde el Hotel Seven Hills.
Según habíamos leído, la terraza de este hotel tiene una de las mejores vistas de la Plaza de Sultanahmet y el acceso es gratuito, sin que sea necesario realizar ninguna consumición ni en el restaurante ni en la cafetería. Fue cierto. Subimos en el ascensor sin que nadie nos pidiera nada. La terraza estaba muy concurrida de gente deseando disfrutar de unas panorámicas espléndidas. Lástima el andamio de uno de los minaretes de la Mezquita Azul que, aun así, destacaba impresionante.
Santa Sofía también está en obras y tiene andamios en una de sus fachadas, pero no lucía mal desde esta perspectiva. Igualmente, podíamos divisar las enormes colas para entrar, y cada vez más largas. ¡Qué barbaridad! También se observan buenas vistas hacia el Bósforo.
Lo que no me gustó fue lo de las gaviotas. Los camareros dejan platos con comida para que los turistas se la den a las gaviotas y hacerse fotos con ellas. Aparte de que estas aves no me caen nada simpáticas, había que ir con mucho cuidado, pues se te echan encima cual camicaces, les ofrecieses comida o no. Un poco desagradable, la verdad.
Hacia el Gran Bazar.
De camino al Gran Bazar, pasamos primero por un pequeño cementerio con interesantes lápidas de los siglos XIII y XIV, junto a las que también se encuentra un mausoleo del siglo XIX que comparten varios sultanes. Unos metros después, llegamos a una plaza grande y muy concurrida, donde vimos la Columna de Constantino, de 35 metros de altura, edificada en el año 330 para celebrar la nueva capital bizantina. En tiempos, presidía el Foro de Constantino y estaba coronada por un capitel corintio con la estatua ecuestre del emperador vestido de Apolo, la cual cayó durante una tormenta en el siglo XII. Se conserva en buen estado pese a resultar quemada en el incendio que destruyó el Gran Bazar en 1779. En los alrededores, hay varias mezquitas, tiendas y unos aseos públicos.
Enseguida estuvimos frente al Gran Bazar, una de las atracciones de Estambul que hay que visitar sí o sí. Pero como tampoco nos quitaba el sueño, decidimos mantener una dirección más o menos fija para, en lo posible, no perdernos en el interior, pues no nos apetecía perder demasiado tiempo dentro. Además, estos lugares han perdido autenticidad al volverse demasiado turísticos. Así que se trataba de ver, no de comprar, al menos en nuestro caso. Igual que en el Bazar de las Especias, también aquí hay que pasar por un detector de metales para entrar.
El Gran Bazar fue fundado en 1453, poco después de la conquista de la ciudad, por Mehmet II. Está formado por un enorme laberinto de calles cubiertas por bóvedas (algunas muy antiguas y con motivos pintados a mano), flanqueadas por multitud de tiendas que ofrecen todo tipo de mercancías.
Cuenta con 22 puertas de acceso, 60 calles y 4.000 tiendas. Total nada. En resumen, que cada cual decida cuánto tiempo quiere estar y qué quiere comprar, si lo desea. Nosotras no compramos nada y con media hora tuvimos suficiente, lo que no tiene por qué servir para todo el mundo, claro está.
Mezquita de Süleymaniye.
A continuación, queríamos visitar esta mezquita, una de las más importantes de Estambul, construida entre 1550 y 1557 para honrar la memoria de su fundador, Solimán el Magnífico. Salimos del Gran Bazar por una puerta que no sé ni dónde está, a un lugar que no supimos identificar, entre pequeñas callejuelas con multitud de pequeñas tiendas y un maremágnum de coches, motos y personas, aquí sí, la mayor parte locales dedicados a sus cosas.
Tras dar varias vueltas en círculo, conseguimos que Google Maps se aclarase al fin para sacarnos de aquel laberinto y conducirnos a nuestro destino, por unas calles en continuo ascenso. Y es que esta Mezquita se halla en la parte alta de la ciudad, mirando hacia el Cuerno de Oro, razón por la cual goza de unas estupendas vistas panorámicas.
Más que una simple mezquita para el culto, se trataba de un complejo de asistencia a los necesitados, con hospital, comedor de beneficencia, escuelas, caravasares, baños públicos… En su mejor época, atendía a más de mil pobres de la ciudad en un día, ya fueran musulmanes, cristianos o judíos.
El recinto es enorme. Accedimos a la Mezquita a través del patio, rodeado de columnas que según cuenta la leyenda eran las del palco real bizantino del Hipódromo. El interior proyecta una gran sensación de amplitud teniendo en cuenta que la distancia entre el suelo y el punto más alto de la cúpula es el doble que el diámetro de esta, que mide 26 metros. En el interior, se encuentran los mausoleos de Solimán y su esposa Roxelana.
En el exterior, hay jardines y una amplia avenida con terrazas, desde las que se contemplan unas vistas muy bonitas del Cuerno de Oro y las dos orillas de Estambul, teniendo como base la multitud de cúpulas de varios tamaños que cubren las salas del antiguo hospital y de la madraza, que alberga una biblioteca de más de 100.000 manuscritos.
Después de descansar allí un buen rato, seguimos caminando por las callejuelas comerciales, llenas de tiendas, de tráfico y de cuestas increíbles, que, afortunadamente, ahora nos tocaba bajar.
Al atardecer, estábamos casi agotadas. Así que tomamos el tranvía número 1 que, según pudimos comprobar, iba directo a Merter, sin necesidad de hacer trasbordo para subir al metro. Fueron bastantes paradas, pero eso nos permitió ver zonas populares de Estambul que en otro caso hubiera resultado imposible. La multitud local volvía a su casa desde el trabajo, los atascos eran tremendos en las carreteras y las colas inmensas para subir a los transportes públicos.
Al bajarnos del tranvía, aprovechamos para ir a un popular supermercado local y mirar algunas cosillas. Salvo algunos artículos, la cesta de la compra no nos pareció mucho más barata que en España. Luego fuimos al hotel para cenar. La sopa de tomate estaba muy rica, pero la enorme ensalada seguía con ese condimento que tanto me desagradaba y que no he conseguido identificar.
La mañana de nuestro último día en Estambul amaneció con nubes, pero sabíamos que el cielo se despejaría en cuestión de un par de horas. Al fin, iba a hacer sol y calor.
Comenzamos la jornada con unas visitas incluidas en el tour general del grupo. La primera parada nos llevó al teleférico que sube a lo alto de la colina donde se halla el Café Pierre Loti, muy famoso por sus vistas panorámicas sobre el Cuerno de Oro. También se puede llegar caminando por un sendero que recorre una ruta muy interesante, a la que luego me referiré; pero, claro, lo más cómodo es subir en el teleférico y bajar andando.
Junto a la estación superior del teleférico hay un mirador impresionante sobre la parte alta del Cuerno de Oro y la zona moderna de Estambul, si bien las fotos quedaron bastante más oscuras que lo que veíamos en directo, pues todavía era muy temprano y estaba algo nublado. Si se dispone de tiempo, está bien llegar hasta aquí porque son unos panoramas diferentes de los que se contemplan más cerca del Bósforo. A lo lejos, se distinguen los altos rascacielos que están proliferando en los barrios periféricos de Estambul.
Al lado, está el Café Pierre Loti, cuyo nombre se debe al novelista francés Julien Viaud, conocido como Pierre Loti, que fue cliente habitual de este café durante su estancia en Estambul en 1876. En su novela Aziyade plasmó el idilio que tuvo con una mujer turca casada. El café está decorado con mobiliario del siglo XIX y algunos camareros llevan ropas de la época. Es posible pasear por las terrazas del café sin tomar consumición pero sin sentarse en las mesas, lógicamente. Las vistas resultan espléndidas.
Cementerio de Eyüp.
La bajada la hicimos andando por un sendero que recorre este cementerio que ocupa prácticamente toda la colina. Aparte de que el camino es muy agradable por las sombras que dan las ramas de los árboles, resulta bastante interesante ir contemplando las lápidas de las tumbas, de épocas muy diferentes, algunas medievales.
Los grabados en las lápidas (inscripciones, flores, árboles…) tienen un significado que nos estuvo explicando nuestro guía local. A estas alturas, he olvidado a lo que se refieren, pero alguno son tan bonitos como curiosos. Merece la pena pararse un ratito frente a verlos, aunque reconozco que la gracia está sobre todo en que te vayan contando lo que representan la caligrafía o los dibujos.
Mezquita de Eyüp.
Al final del camino, llegamos a esta mezquita, construida por Selim III en 1800 en sustitución de la original, erigida por Mehmet el Conquistador en 1458 y que quedó en ruinas. Alrededor del recinto, hay un cementerio con tumbas muy antiguas.
La mezquita tiene una gran importancia religiosa para los otomanos por albergar la tumba de Eyüp Ensari, amigo del profeta Mahoma y que contribuyó significativamente a la expansión del Islam. Se cree que murió en el año 674, durante el primer asedio árabe de Constantinopla. Su gran valor simbólico la convierte en el cuarto lugar sagrado para los islámicos sunís tras La Meca, Medina y la Cúpula de la Roca en Jerusalén. Aquí se conservan también varios objetos que, según la tradición, pertenecieron a Mahoma.
La importancia de esta mezquita fue tal que en ella se celebraba la Investidura con la Espada de Osmán durante la coronación de los sultanes en el siglo XV. Actualmente, dos árboles situados sobre una plataforma recuerdan el lugar donde se llevaba a cabo la ceremonia. La tumba de Eyüp se halla en el patio, frente a la mezquita, en un edificio separado, cuyos muros están decorados con una preciosa colección de azulejos. Había muchos fieles orando y presentando sus respetos.
El interior de la mezquita presenta una arquitectura clásica otomana y tiene muchas ventanas que le proporcionan bastante luz. Aunque no resulta tan vistosa como otras mezquitas de Estambul y está algo alejada del centro, nos pareció interesante conocerla por su significado histórico.
Por el camino, todavía continuamos viendo más tumbas, algunas con lápidas de arquitectura muy llamativa, coronadas por turbantes de piedra que señalaban la categoría del difunto.
Luego visitamos un mercado donde los lugareños van a comprar los corderos para sus celebraciones. Los animales se venden vivos y no nos parecieron “lechales” precisamente. En fin, ya sabemos que comer cordero pequeño no es tan habitual en el extranjero como en España.
Barrios de Balat y Ferner.
Después de pasar junto a las antiguas murallas de Constantino, nos acercamos a esta zona, que se ha puesto de moda últimamente entre los turistas por el reclamo de sus casas de colores y su oferta cultural alternativa. Aunque se trata de barrios independientes, en la actualidad han pasado a integrarse en el de Balat. La tarde anterior habíamos contemplado una preciosa perspectiva de esta zona desde el barco. A partir de aquí nos separamos del grupo y nos movimos el resto del día por nuestra cuenta.
Antiguamente, en Balat residían judíos y armenios, mientras que Ferner era de mayoría griega. En la segunda mitad del siglo XX, con la salida de los judíos hacia Israel y de los griegos a causa del conflicto de Chipre, estos barrios cayeron en el olvido y se convirtieron en zonas de gran pobreza. A principios del siglo XXI, comenzó un proceso de recuperación y rehabilitación que propició su inscripción en el catálogo de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, a lo que se unió la llagada de emigrantes sirios que huían de la guerra en su país. Ahora, una multitud de turistas invaden sus empinadas y coloristas calles, repletas de cafés, terrazas y tiendas de recuerdos.
Las casas para las fotos, que tanto difunde Instagram, son fáciles de localizar por cualquier parte, lo mismo que todo tipo de detalles decorativos: paraguas a modo de toldos, flores de papel, murales, maniquís, escaleras con peldaños pintados de brillantes colores, trampantojos…
En Balat, también hay algunos monumentos, como la gigantesca mole de ladrillo rojo del Instituto Griego de Ferner, que se encuentra en una colina, a la que no subimos porque ya lo habíamos divisado perfectamente el edificio desde el barco.
Sí que estuvimos en la Iglesia de San Esteban de los Búlgaros, de rito ortodoxo y una de las pocas que hay en el mundo construida principalmente con hierro. Su origen se remonta a 1871, cuando la comunidad ortodoxa recibió permiso para erigir un templo de madera, que se quemó al cabo de un tiempo, por lo que se decidió levantar otro más sólido. Desde el barco, obtuve también una mejor perspectiva.
En total, se utilizaron 500 toneladas de hierro para la construcción de la iglesia, que se terminó en 1891. Su estilo aúna el neobarroco y el neogótico. Tiene planta basilical, con tres ábsides y una torre campanario con seis campanas traídas de Rusia. En el interior, hay relieves, ricos iconos y bonitas vidrieras. Se sometió a un proceso de restauración que concluyó en 2018. Se puede visitar gratuitamente.
@spainsun Como siempre, muchas gracias por tu comentario y tus puntitos. Para mí es un placer escribir en el foro. Ya tengo en el horno el próximo diario.
Excelente diario. De Turquía sólo conozco Estambul. Tus fotos de Capadocia me han recordado Khndzoresk (en Armenia, donde sí he estado), a la que llaman "la pequeña Capadocia Armenia"
Me han llamado la atención las piezas del Museo de Heliopolis.
Las fotos son espléndidas. Muchas gracias por compartir. 5* y un saludo
@gadiemp Muchas gracias por tu comentario y tus estrellas. No conozco Armenia, pero Capadocia tiene unos paisajes preciosos. El Museo de Heliopolis a mí también me sorprendió. Las caras de las esculturas parece que tienen vida propia. Saludos!
Otro magnífico diario. Un viaje que llevo tiempo queriendo hacer. Aunque ya estuve en Estambul hace unos años recorriendo lo que nos relatas con tanto primor.
Gracias.
@alejandria Muchas gracias por tu comentario y tus puntitos. Creo que Capadocia te gustaría. De Estambul, me encantó su mezcla multicultural, aunque pillamos unos días de bastante masificación. En fin, es lo que hay.
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Hola Respira 7,
No sé si llego tarde aunque creo que te vas en agosto.
Sobre tu duda en Pamukkale, la verdad es que el sitio de las cascadas blancas de las fotos, ya no existen como tal. Solo una parte muy turística y masificada que no sé si merece la pena. Nosotros fuimos el julio de 2024 y el resto está seco.
Lo que sí merece la pena es la zona arqueológica de Heliópolis que se visitan junto a las piscinas. Eso sí que merece la pena aunque vete preparando para el calor porque no hay ni una sombra y el sol te achicharra más que en España.
Si solo tienes 2 días, yo dejaría tiempo para... Leer más ...
Buenas a todos, estamos comenzando a organizar un viaje a Turquia, a la zona sur de las playas, me da igual si es al aeropuerto de Dalaman o al aeropuerto de Antalya, para el mes de Junio y queremos viajar desde algún aeropuerto de Andalucía, alguien sabe alguna conexión o la mejor manera de viajar? por paginas como skyscanner te salen combinaciones, pero seguro que hay algún sibarita que encuentra mejores maneras. Un saludo
Hola! Nosotros hemos estado en agosto en Antalya,y la única combinación que había era pasando por Estambul.
Salimos de Madrid ,pero estuvimos mirando y desde España a Antalya no había vuelos directos