Colina y Café de Pierre Loti.
La mañana de nuestro último día en Estambul amaneció con nubes, pero sabíamos que el cielo se despejaría en cuestión de un par de horas. Al fin, iba a hacer sol y calor.
Comenzamos la jornada con unas visitas incluidas en el tour general del grupo. La primera parada nos llevó al teleférico que sube a lo alto de la colina donde se halla el Café Pierre Loti, muy famoso por sus vistas panorámicas sobre el Cuerno de Oro. También se puede llegar caminando por un sendero que recorre una ruta muy interesante, a la que luego me referiré; pero, claro, lo más cómodo es subir en el teleférico y bajar andando.

Junto a la estación superior del teleférico hay un mirador impresionante sobre la parte alta del Cuerno de Oro y la zona moderna de Estambul, si bien las fotos quedaron bastante más oscuras que lo que veíamos en directo, pues todavía era muy temprano y estaba algo nublado. Si se dispone de tiempo, está bien llegar hasta aquí porque son unos panoramas diferentes de los que se contemplan más cerca del Bósforo. A lo lejos, se distinguen los altos rascacielos que están proliferando en los barrios periféricos de Estambul.



Al lado, está el Café Pierre Loti, cuyo nombre se debe al novelista francés Julien Viaud, conocido como Pierre Loti, que fue cliente habitual de este café durante su estancia en Estambul en 1876. En su novela Aziyade plasmó el idilio que tuvo con una mujer turca casada. El café está decorado con mobiliario del siglo XIX y algunos camareros llevan ropas de la época. Es posible pasear por las terrazas del café sin tomar consumición pero sin sentarse en las mesas, lógicamente. Las vistas resultan espléndidas.


Cementerio de Eyüp.
La bajada la hicimos andando por un sendero que recorre este cementerio que ocupa prácticamente toda la colina. Aparte de que el camino es muy agradable por las sombras que dan las ramas de los árboles, resulta bastante interesante ir contemplando las lápidas de las tumbas, de épocas muy diferentes, algunas medievales.




Los grabados en las lápidas (inscripciones, flores, árboles…) tienen un significado que nos estuvo explicando nuestro guía local. A estas alturas, he olvidado a lo que se refieren, pero alguno son tan bonitos como curiosos. Merece la pena pararse un ratito frente a verlos, aunque reconozco que la gracia está sobre todo en que te vayan contando lo que representan la caligrafía o los dibujos.




Mezquita de Eyüp.
Al final del camino, llegamos a esta mezquita, construida por Selim III en 1800 en sustitución de la original, erigida por Mehmet el Conquistador en 1458 y que quedó en ruinas. Alrededor del recinto, hay un cementerio con tumbas muy antiguas.


La mezquita tiene una gran importancia religiosa para los otomanos por albergar la tumba de Eyüp Ensari, amigo del profeta Mahoma y que contribuyó significativamente a la expansión del Islam. Se cree que murió en el año 674, durante el primer asedio árabe de Constantinopla. Su gran valor simbólico la convierte en el cuarto lugar sagrado para los islámicos sunís tras La Meca, Medina y la Cúpula de la Roca en Jerusalén. Aquí se conservan también varios objetos que, según la tradición, pertenecieron a Mahoma.


La importancia de esta mezquita fue tal que en ella se celebraba la Investidura con la Espada de Osmán durante la coronación de los sultanes en el siglo XV. Actualmente, dos árboles situados sobre una plataforma recuerdan el lugar donde se llevaba a cabo la ceremonia. La tumba de Eyüp se halla en el patio, frente a la mezquita, en un edificio separado, cuyos muros están decorados con una preciosa colección de azulejos. Había muchos fieles orando y presentando sus respetos.


El interior de la mezquita presenta una arquitectura clásica otomana y tiene muchas ventanas que le proporcionan bastante luz. Aunque no resulta tan vistosa como otras mezquitas de Estambul y está algo alejada del centro, nos pareció interesante conocerla por su significado histórico.


Por el camino, todavía continuamos viendo más tumbas, algunas con lápidas de arquitectura muy llamativa, coronadas por turbantes de piedra que señalaban la categoría del difunto.

Luego visitamos un mercado donde los lugareños van a comprar los corderos para sus celebraciones. Los animales se venden vivos y no nos parecieron “lechales” precisamente. En fin, ya sabemos que comer cordero pequeño no es tan habitual en el extranjero como en España.

Barrios de Balat y Ferner.
Después de pasar junto a las antiguas murallas de Constantino, nos acercamos a esta zona, que se ha puesto de moda últimamente entre los turistas por el reclamo de sus casas de colores y su oferta cultural alternativa. Aunque se trata de barrios independientes, en la actualidad han pasado a integrarse en el de Balat. La tarde anterior habíamos contemplado una preciosa perspectiva de esta zona desde el barco. A partir de aquí nos separamos del grupo y nos movimos el resto del día por nuestra cuenta.

Antiguamente, en Balat residían judíos y armenios, mientras que Ferner era de mayoría griega. En la segunda mitad del siglo XX, con la salida de los judíos hacia Israel y de los griegos a causa del conflicto de Chipre, estos barrios cayeron en el olvido y se convirtieron en zonas de gran pobreza. A principios del siglo XXI, comenzó un proceso de recuperación y rehabilitación que propició su inscripción en el catálogo de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, a lo que se unió la llagada de emigrantes sirios que huían de la guerra en su país. Ahora, una multitud de turistas invaden sus empinadas y coloristas calles, repletas de cafés, terrazas y tiendas de recuerdos.




Las casas para las fotos, que tanto difunde Instagram, son fáciles de localizar por cualquier parte, lo mismo que todo tipo de detalles decorativos: paraguas a modo de toldos, flores de papel, murales, maniquís, escaleras con peldaños pintados de brillantes colores, trampantojos…


En Balat, también hay algunos monumentos, como la gigantesca mole de ladrillo rojo del Instituto Griego de Ferner, que se encuentra en una colina, a la que no subimos porque ya lo habíamos divisado perfectamente el edificio desde el barco.

Sí que estuvimos en la Iglesia de San Esteban de los Búlgaros, de rito ortodoxo y una de las pocas que hay en el mundo construida principalmente con hierro. Su origen se remonta a 1871, cuando la comunidad ortodoxa recibió permiso para erigir un templo de madera, que se quemó al cabo de un tiempo, por lo que se decidió levantar otro más sólido. Desde el barco, obtuve también una mejor perspectiva.

En total, se utilizaron 500 toneladas de hierro para la construcción de la iglesia, que se terminó en 1891. Su estilo aúna el neobarroco y el neogótico. Tiene planta basilical, con tres ábsides y una torre campanario con seis campanas traídas de Rusia. En el interior, hay relieves, ricos iconos y bonitas vidrieras. Se sometió a un proceso de restauración que concluyó en 2018. Se puede visitar gratuitamente.

