Cisterna de la Basílica (Yerebatan Sarnici).
Era tarde, pero antes de comer queríamos aprovechar y visitar la Cisterna de la Basílica, para la que también teníamos pases. Había dos colas, una para comprar las entradas y otra para los que ya las llevasen, como era nuestro caso. Así que entramos casi directamente hasta el control de seguridad. A partir de ahí, solo nos quedó maravillarnos con los que vimos.

Está permitido hacer fotos (mejor sin flash) y no hay normas especiales de vestimenta. Eso sí, cuidado con el calzado porque hay escalones, la iluminación es tenue y en algunas zonas el pavimento puede estar mojado y algo resbaladizo. En el año 2022, finalizó un largo proceso de renovación, durante el cual se instaló una nueva pasarela de madera, una moderna iluminación que resalta los detalles arquitectónicos y algunos elementos decorativos que surgen del agua.


Se trata de una enorme cisterna bizantina subterránea, construida en el año 532 por el emperador Justiniano para atender las necesidades del palacio que se hallaba al otro lado del Hipódromo. Después de la conquista de Estambul, los otomanos tardaron más de un siglo en descubrir su existencia.

Ya desde arriba, nos llamó mucho la atención, pese al gentío. Una vez a nivel del agua, se sigue un recorrido por una pasarela y es más fácil contemplarlo todo bien y hacer unas fotos de lo más resultonas gracias a una luz tenue que va cambiando de color y a los reflejos de las columnas en el agua.

El techo descansa sobre 336 columnas, cada una de 9 metros de altura, dispuestas en 12 filas, en su mayor parte de estilo corintio y bizantino.

En la última esquina hay dos columnas que descansan sobre bases con cabeza de medusa de la época romana, una boca abajo y la otra de lado, quizás con la intención de protegerse del mal.


En el bosque de columnas, se pueden distinguir algunas especiales: una tallada con lágrimas, un ojo de gallina y ramas, que se interpreta como un recuerdo a los obreros que murieron mientras la construían.

Muy bonito y original este sitio. Nos encantó. También se puede visitar la Cisterna de las 1.001 columnas, del siglo IV d.C. y algo más pequeña que la anterior. En nuestro caso, consideramos que una era suficiente.
Era la hora de comer y estábamos cerca del restaurante al que iba el grupo. Así que nos acercamos y almorzamos con ellos. Luego continuamos la ruta por nuestra cuenta.

Al salir del restaurante, nuestra idea era entrar en Santa Sofía, pero nos encontramos con una cola kilométrica que más parecía el acceso a un concierto de Taylor Swift. Preguntamos a los vigilantes y nos confirmaron que todos iban con entrada, pues dada la situación, ya no se vendían en taquilla. Las colas suelen ser largas aquí, pero no tanto. Al parecer, se debía a que al ser viernes, la mezquita había estado cerrada a los turistas por la mañana, y por la tarde, con la afluencia de gente que había en Estambul, nadie quería marcharse sin ver uno de los iconos de la ciudad. Por supuesto, no estábamos dispuestas a pasarnos allí dos o tres horas esperando y decidimos dejar la visita para el día siguiente.

Panorámicas desde el Hotel Seven Hills.
Según habíamos leído, la terraza de este hotel tiene una de las mejores vistas de la Plaza de Sultanahmet y el acceso es gratuito, sin que sea necesario realizar ninguna consumición ni en el restaurante ni en la cafetería. Fue cierto. Subimos en el ascensor sin que nadie nos pidiera nada. La terraza estaba muy concurrida de gente deseando disfrutar de unas panorámicas espléndidas. Lástima el andamio de uno de los minaretes de la Mezquita Azul que, aun así, destacaba impresionante.

Santa Sofía también está en obras y tiene andamios en una de sus fachadas, pero no lucía mal desde esta perspectiva. Igualmente, podíamos divisar las enormes colas para entrar, y cada vez más largas. ¡Qué barbaridad! También se observan buenas vistas hacia el Bósforo.


Lo que no me gustó fue lo de las gaviotas. Los camareros dejan platos con comida para que los turistas se la den a las gaviotas y hacerse fotos con ellas. Aparte de que estas aves no me caen nada simpáticas, había que ir con mucho cuidado, pues se te echan encima cual camicaces, les ofrecieses comida o no. Un poco desagradable, la verdad.


Hacia el Gran Bazar.
De camino al Gran Bazar, pasamos primero por un pequeño cementerio con interesantes lápidas de los siglos XIII y XIV, junto a las que también se encuentra un mausoleo del siglo XIX que comparten varios sultanes. Unos metros después, llegamos a una plaza grande y muy concurrida, donde vimos la Columna de Constantino, de 35 metros de altura, edificada en el año 330 para celebrar la nueva capital bizantina. En tiempos, presidía el Foro de Constantino y estaba coronada por un capitel corintio con la estatua ecuestre del emperador vestido de Apolo, la cual cayó durante una tormenta en el siglo XII. Se conserva en buen estado pese a resultar quemada en el incendio que destruyó el Gran Bazar en 1779. En los alrededores, hay varias mezquitas, tiendas y unos aseos públicos.

Enseguida estuvimos frente al Gran Bazar, una de las atracciones de Estambul que hay que visitar sí o sí. Pero como tampoco nos quitaba el sueño, decidimos mantener una dirección más o menos fija para, en lo posible, no perdernos en el interior, pues no nos apetecía perder demasiado tiempo dentro. Además, estos lugares han perdido autenticidad al volverse demasiado turísticos. Así que se trataba de ver, no de comprar, al menos en nuestro caso. Igual que en el Bazar de las Especias, también aquí hay que pasar por un detector de metales para entrar.


El Gran Bazar fue fundado en 1453, poco después de la conquista de la ciudad, por Mehmet II. Está formado por un enorme laberinto de calles cubiertas por bóvedas (algunas muy antiguas y con motivos pintados a mano), flanqueadas por multitud de tiendas que ofrecen todo tipo de mercancías.



Cuenta con 22 puertas de acceso, 60 calles y 4.000 tiendas. Total nada. En resumen, que cada cual decida cuánto tiempo quiere estar y qué quiere comprar, si lo desea. Nosotras no compramos nada y con media hora tuvimos suficiente, lo que no tiene por qué servir para todo el mundo, claro está.


Mezquita de Süleymaniye.
A continuación, queríamos visitar esta mezquita, una de las más importantes de Estambul, construida entre 1550 y 1557 para honrar la memoria de su fundador, Solimán el Magnífico. Salimos del Gran Bazar por una puerta que no sé ni dónde está, a un lugar que no supimos identificar, entre pequeñas callejuelas con multitud de pequeñas tiendas y un maremágnum de coches, motos y personas, aquí sí, la mayor parte locales dedicados a sus cosas.

Tras dar varias vueltas en círculo, conseguimos que Google Maps se aclarase al fin para sacarnos de aquel laberinto y conducirnos a nuestro destino, por unas calles en continuo ascenso. Y es que esta Mezquita se halla en la parte alta de la ciudad, mirando hacia el Cuerno de Oro, razón por la cual goza de unas estupendas vistas panorámicas.



Más que una simple mezquita para el culto, se trataba de un complejo de asistencia a los necesitados, con hospital, comedor de beneficencia, escuelas, caravasares, baños públicos… En su mejor época, atendía a más de mil pobres de la ciudad en un día, ya fueran musulmanes, cristianos o judíos.



El recinto es enorme. Accedimos a la Mezquita a través del patio, rodeado de columnas que según cuenta la leyenda eran las del palco real bizantino del Hipódromo. El interior proyecta una gran sensación de amplitud teniendo en cuenta que la distancia entre el suelo y el punto más alto de la cúpula es el doble que el diámetro de esta, que mide 26 metros. En el interior, se encuentran los mausoleos de Solimán y su esposa Roxelana.



En el exterior, hay jardines y una amplia avenida con terrazas, desde las que se contemplan unas vistas muy bonitas del Cuerno de Oro y las dos orillas de Estambul, teniendo como base la multitud de cúpulas de varios tamaños que cubren las salas del antiguo hospital y de la madraza, que alberga una biblioteca de más de 100.000 manuscritos.


Después de descansar allí un buen rato, seguimos caminando por las callejuelas comerciales, llenas de tiendas, de tráfico y de cuestas increíbles, que, afortunadamente, ahora nos tocaba bajar.



Al atardecer, estábamos casi agotadas. Así que tomamos el tranvía número 1 que, según pudimos comprobar, iba directo a Merter, sin necesidad de hacer trasbordo para subir al metro. Fueron bastantes paradas, pero eso nos permitió ver zonas populares de Estambul que en otro caso hubiera resultado imposible. La multitud local volvía a su casa desde el trabajo, los atascos eran tremendos en las carreteras y las colas inmensas para subir a los transportes públicos.


Al bajarnos del tranvía, aprovechamos para ir a un popular supermercado local y mirar algunas cosillas. Salvo algunos artículos, la cesta de la compra no nos pareció mucho más barata que en España. Luego fuimos al hotel para cenar. La sopa de tomate estaba muy rica, pero la enorme ensalada seguía con ese condimento que tanto me desagradaba y que no he conseguido identificar.
