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Diario de un viaje a Cuba entre el 16y el 30 de mayo de 2.009Autor: Diegozmartinez Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.6 (14 Votos) Índice del Diario: Experiencias en Cuba
01: Sábado 16 de Mayo. Santander - La Habana
02: Domingo 17 de mayo. La Habana.
03: Lunes 18 de mayo. La Habana, Miramar y Playas del Este.
04: Martes 19 de mayo. La Habana.
05: Miércoles 20 de Mayo. Varadero.
06: Jueves, 21 de Mayo. La Habana, Las Terrazas, Soroa, Candelaria y Viñales.
07: Miércoles 22 de mayo. Valle de Viñales y Cayo Jutías.
08: Sábado 23 de Mayo. Cayo Levisa.
09: Domingo, 24 de mayo. Viñales – Cienfuegos.
10: Lunes, 25 de Mayo. Cienfuegos y Trinidad.
11: Martes, 26 de Mayo. Trinidad.
12: Miércoles, 27 de Mayo. Trinidad, Cayo Sta. María, Remedios y Santa Clara.
13: Jueves, 28 de Mayo. Santa Clara, La Habana.
14: Viernes, 29 de Mayo. La Habana y vuelo de vuelta a España.
Etapas 10 a 12, total 14
Amanece otro día en la isla. Desayunamos tranquilamente en el coqueto comedor del Palacio Azul. La gerente, directora, camarera, recepcionista y arquitecto nos sirve el desayuno con cuidado esmero para que lo disfrutemos al máximo. La comentamos nuestras intenciones para ese día, entre las que estaban subir a “El Nicho”. Nos dice la mujer que ella estuvo trabajando unos años allí y que la carretera está bastante mal, pero que con nuestro coche (Peugeot 307 break) se puede llegar perfectamente. Charlamos con ella un rato sobre varios temas, la mujer muestra una ternura especial por la figura de Hugo Chávez (parece ser que la visita del 2.007 la impactó sobre manera). No para de hacer alabanzas hacia su persona. Intento desviar la conversación hacia otro tema porque éste ya me hartaba un poco.
Tras desayunar y recoger las maletas salimos a coger nuestro coche y oh sorpresa!, nos encontramos con que está bastante más limpio que el día anterior, y veo que hay un señorín por allí lavando los cinco coches que había en el aparcamiento. Me digo a mí mismo, “vaya por Dios, aquí no hay día que te salves de dar alguna propina”, y eso que eran las 9 de la mañana. Para esa hora el calor era ya insoportable. Parque José Martí, Cienfuegos Nos dirigimos en primer lugar hacia el extremo de Punta Gorda, a unos 500 m. de dónde nos habíamos alojados, donde se encuentran los hoteles más bonitos de la ciudad. Cienfuegos Desde ahí vamos hacia el centro de la ciudad de Cienfuegos, aparcamos el coche en una calle adyacente al Parque José Martí y a pie nos dirigimos hacia la Plaza Mayor, con su catedral y demás edificios restaurados y pintados. Camino ya de “El Nicho”, a la salida de Cienfuegos, hacemos una última parada en el cementerio. A pocos kilómetros de Cienfuegos paramos a repostar en el coupet Rancho Luna. ¡Craso error!. Se veía bastante movimiento de coches de alquiler en la gasolinera cuando llegamos, incluso tuvimos que esperar. Cuando me apeo para abrir el depósito el amable dependiente ya tiene la manguera preparada para enchufar la gasolina y me empieza a preguntar por el coche, que si es automático o manual?, que si tiene tracción?, y más chorradas que no venían mucho a cuento, cosa que me chocó un poco, pero no le di mayor importancia. Cuando lo pensaba después todo encajaba. Toda la intención del hombre era distraer mi mirada del surtidor, entreteniéndome con cualquier payasada de conversación. Cuando salimos de la gasolinera ya noté que la aguja del depósito no había subido casi nada, porque teníamos la sana costumbre de repostar siempre la misma cantidad, 20 CUC, como medida de precaución, de forma que así teníamos controladas las rayas del depósito que se tenían que llenar ya que el precio era el mismo en todos sitios, porque ya se sabe que cuando vas de turista por el mundo eres carne de cañón, y Cuba no podía ser la excepción. Total, que algo cabreado di la vuelta y me fui directamente a por el hombre, a reprocharle que nos había engañado vilmente y le amenacé con hacer una denuncia ante la policía de Cienfuegos. El hombre no pareció ponerse especialmente nervioso, me suelta “vamos aquí a la sombra y hacemos números..” Y yo le contesto que no tengo ningún número que hacer, que se de sobra lo que se tiene que llenar el depósito con 20 CUC porque los habíamos repostado otras 4 veces antes. Le digo que nos ponga 5 CUC más sin cobrárnoslo y que lo olvidamos. El tío burro que no y que no. Total, que al final, batalla perdida porque como habréis podido intuir no teníamos ninguna intención de perder una mañana en Cienfuegos poniendo una denuncia, y de eso se valen los hijos de p... Como después nos contaría uno de los hijos de la dueña de la casa en la que nos alojamos en Trinidad, debía ser bastante habitual lo que nos habían hecho porque nos dijo que cuando él trabajó allí, el tío que nos la había líado estaba siempre metido en problemas por la misma historia. Así que, aviso a navegantes, evitad repostar en el coupet RANCHO LUNA, a la salida de Cienfuegos. Otra anécdota curiosa es que en esa zona los carteles indicadores brillan especialmente por su ausencia. Alguien nos comentó que es la propia gente la que los quita para que los turistas tengan que preguntar la dirección hacia Trinidad, y así los jineteros les intentan llevar a las casas de Trinidad en las que tienen comisión. Nosotros nos colamos de carretera y tuvimos que dar la vuelta porque el desvío hacia Trinidad queda justo detrás de la gasolinera del Rancho Luna y la carretera no es tan fácil de ver viniendo en el otro sentido. Al final, enfilamos dirección a “El Nicho”. La carretera por la que transitamos era una tortura y según nos acercábamos hacia nuestro destino la cosa se iba poniendo cada vez peor. El tramo de carretera que va desde “Cumanayagua” a “Crucecitas”, de unos pocos kilómetros, es un auténtico infierno. A unas pendientes de más del 15% hay que sumarle unos socavones bestiales que hacían que tuviéramos que ir de lado a lado de la carretera para salvarlos y por supuesto en primera continuamente. Nos empezamos a acojonar un poco. A medio camino apareció a mano izquierda una instalación militar, ya dentro de la “Sierra del Escambray” en la que tenía pinta de no haber más de un puñado de militares desganados así como un cementerio de viejos aviones rusos, totalmente en desuso, bien distribuidos por una explanada de monte, para dar la sensación de ser aquello un “Guantánamo II”. Debe de ser la guerra psicológica con los americanos, por si algún satélite espía localizaba la instalación y dar la sensación de que allí había actividad militar, pero de eso, na de na. Crucecitas (Sierra del Escambray) Tras media hora de suplicio llegamos a Crucecitas, una pequeña población en plena Sierra del Escambray. Aquí fue cuando ya nuestra opinión sobre la decisión de continuar hacia El Nicho empezó a cambiar. Desde el pueblecito se tenían unas vistas espectaculares de toda la Sierra. Un paisaje que bien merece las penurias del camino. El tramo de unos siete kilómetros que va desde Crucecitas hasta El Nicho la carretera está recién asfaltada y aunque estrecha y con muchas pendientes, pero el firme está muy bien. Una de las guajibiyas llevaba todo el trayecto de subida hasta “El Nicho” bastante cabreada y asustada, queriendo que nos diéramos la vuelta y tirar hacia Trinidad. Incluso llegó a enfadarse por haber tomado la decisión de subir por esa carretera infernal, aunque el último tramo, repito, estaba bien. Al final, llegamos hasta nuestro destino, un pequeño aparcamiento desde donde se accedía por una senda peatonal hasta las cascadas de “El Nicho”, pero al ser ya cerca de las cuatro de la tarde y estar empezando a llover, decidimos tocar y darnos la vuelta y volver por el mismo camino, sin haber llegado a ver las famosas cascadas. Así que la cosa se quedó en una medio excursión. Habíamos nadado para morir en la orilla. camino de acceso a El Nicho Microuniversidad en plena sierra del Escambray En el tramo de carretera entre Crucecitas y Cumanayagua, ya de vuelta, paramos en el arcén, donde un guajiro ofrecía plátanos y mangos en el arcén de la carretera, justo al lado de su humilde casa. Teníamos hambre y decidimos comprarle unos plátanos para comer sobre la marcha. Habíamos cambiado algo de moneda nacional por si presentaba la ocasión de usarla y le empezamos a dar billetes y monedas para comprar los plátanos que estabamos comiendo. En un momento determinado el hombre dijo: “Ya vale, con esto es más que de sobra”. No le habíamos dado más que 18 o 20 pesos cubanos, es decir, ni siquiera 1 CUC. Nos llamó la atención esta actitud del hombre de decir a los turistas que no quería más dinero, que era suficiente. Ahí radica la diferencia entre la gente humilde de campo y los jineteros, buscavidas y jetas que hay repartidos por toda la Isla. Entraron en escena los dos críos pequeños, hijos del hombre y la mujer de éste. Los pobres críos descalzos y desnudos. Nos dio tanta pena que allí mismo abrí la maleta y empecé a sacar cosas. Previendo estas situaciones habíamos traído desde España camisetas de propaganda de sobra y les dimos tres o cuatro, un pantalón corto, algún gayumbo, jabón, pasta de dientes, cepillos, la toalla de playa mía y algo de dinero para que les compraran algo a los críos. La escena daba mucha pena. Ellos, agradecidos, nos dieron tres o cuatro mangos para el viaje además de los dos mangos que nos la mujer nos había pelado y cortado sobre la marcha. Partimos del sitio con una sensación extraña en el cuerpo. Un detalle que también apreciamos por esa zona, y también en algunas otras por las que pasamos es que la gente utiliza mucho vestimenta militar. En la zona del Escambray prácticamente todos los guajiros llevaban pantalones y chaquetas de color verde oliva, militares. Suponíamos que formara también parte de la estrategia de guerra psicológica contra el imperialismo!!. Vaya inocentes están hechos, como si a los americanos los fueran a engañar con cuatro pobres campesinos disfrazados de militares. Cosas del compañero Fidel y su conocida obsesión por la seguridad. Desandamos todo el camino por la misma carretera del demonio en dirección a Trinidad. Acercándonos a la Provincia de Trinidad por la carretera de la costa ya notamos que la cosa mejoraba en cuanto a que se veía algo de señalización horizontal y vertical en la carretera. Incluso aparecieron los carteles con indicaciones y todo. Este tramo de carretera bordeando la costa es muy bonito. Se pasa por delante de unas cuantas playas, algún viaducto, etc. A la entrada de Trinidad paramos a hacernos una foto en el monolito que han construido con el nombre de la ciudad, dando la bienvenida y el título de Patrimonio de la Humanidad, con una réplica de la Torre de Manaca Iznaga. A las puertas de la ciudad ya se nos tiraron encima del coche los buscavidas para intentar llevarnos a las casas particulares donde tienen sus mordidas. Ni siquiera nos detuvimos y preguntando, preguntando pues llegamos a nuestro destino. La casa que teníamos reservada era Casa Margarita, en la calle Jesús Menéndez. Cuando llegamos la señora nos recibe y nos sale con lo de siempre, que se le han presentado unos familiares de repente y que no puede alojarnos (digo yo, qué costará decir la verdad!). La mujer nos acompaña a una casa que está a cien metros de la suya y que se llama “Casa Smith” (por el nombre de la pequeña calle donde se ubica). La propietaria es una señora muy simpática llamada Odalis Valdivia. Nos recibe amablemente, nos enseña la casa, con un patio colonial precioso, y las dos habitaciones que están separadas de la vivienda principal, en uno de los extremos del patio. Las habitaciones tienen aire acondicionado, duchas “normales” (digo lo de normales porque en algunas casas tenían un artilugio en la propia pera de la ducha para calentar el agua, con los cables sueltos y que daba la sensación de que al mínimo descuido te freías. Acojonaba bastante el sistema). Nos gustó la casa, le preguntamos el precio y nos dice que 25 CUC, cuando la casa de Margarita habíamos pactado 20 CUC por habitación. La decimos que nos lo deje en 20 CUC y la señora acepta sin decir nada. Se nota que no estaba la cosa para tirar cohetes y había mucho alojamiento y poco turista. Ya teníamos casa para nuestras dos próximas noches. Odalis nos preparó unos zumos de mango para pasar la sed que traíamos del viaje. Estaban buenísimos. También nos preguntó qué nos apetecía para cenar esa noche. Nos sugiere langosta con salsa de tomate. Le preguntamos si la langosta es de confianza (no porque llevara mucho tiempo en casa con la familia, sino si era fresca). Nos garantiza que todo lo que ofrece a sus huéspedes es recién comprado porque cada día iba al mercado a ver lo que podía conseguir. La oferta nunca es muy variada. Aceptamos comer la langosta lo cual al final resultaría una elección muy acertada. Plaza Mayor, Trinidad Trinidad Odalis nos ofreció parquear el coche en casa de una familia que tenía un patio cerrado, justo al lado de la casa de la trova. El precio era de 2 CUC por día. Al final la cosa se quedaría en 2 CUC por los dos días, no cada día. En cinco minutos apareció un chico que nos guió hasta el parqueo y nos dio las instrucciones para entrar y salir del casco histórico, pues hay vigilantes que no te dejan entrar con el coche si no acreditas que tienes alojamiento allí. Las calles de Trinidad son un poco laberínticas y orientarse lleva un rato. Deshicimos las maletas y salimos a dar una vuelta por la ciudad. La primera impresión quizás no sea la que uno lleva en mente desde España, pues por lo menos en nuestro caso así fue. Me refiero a que nos lo imaginábamos todo quizás un poco más cuidado y restaurado, pero todas las construcciones están en la situación media de la isla, es decir, pidiendo a gritos y de manera urgente una reparación. Paseamos por las calles adoquinadas del centro, subimos hasta la casa de la música, plaza mayor, y tomamos unas cervecitas en la terraza de las escaleras de la casa de la música, donde a eso de las 6 de la tarde la cosa ya empezaba a animarse con una orquesta tocando música en directo. Tienda Trinidad Volvimos a casa de Odalis a catar la famosa langosta. Nos había preparado una ensalada, una sopa, arroz de dos tipos distintos, viandas, plátano verde frito, la langosta y no sé que más. Arroz sobró, ensalada, algo también, pero de la langosta con la salsa de tomate no dejamos nada; Comimos langosta hasta que nos salía por las orejas y eso que veníamos con un hambre atroz, porque al igual que el resto de los días, apenas habíamos comido nada desde el desayuno, salvo los plátanos y los mangos por el camino. La langosta estaba exquisita, al igual que todo lo demás. Ahora entendíamos mejor el por qué todo el mundo aconseja comer en las casas particulares, en lugar de hacerlo en paladares, restaurantes y lugares varios. Felicitamos a nuestra cocinera por su excelente trabajo y ella nos confesó que la gustaba mucho cocinar. La mujer estaba deseando darnos conversación, así que empezamos una charla muy interesante siempre intentando aprender algo más sobre la isla y sus gentes. Después de la tertulia tan animada y en la que nos habían dado ya las 10 de la noche, salimos a dar una vuelta hasta la casa de la música. Ahora sí que las escaleras estaban bastante llenas de público. Es el lugar donde se congregan todas las noches los turistas para escuchar música en directo y los más osados, incluso salir a bailar. No fue este nuestro caso porque el nivel que se veía era bastante alto y tampoco era cuestión de hacer el ridículo. La gente disfrutaba de lo lindo y los camareros te asaltaban en plenas escaleras con el objetivo de que consumieras cualquier cosa. Nos tomamos unas cervecitas viendo el espectáculo que era muy entretenido hasta la medianoche porque el cansancio de toda la jornada nos pasaba factura y los ojillos se empezaban a cerrar. Etapas 10 a 12, total 14
Hoy tampoco tocaba madrugar, pero la costumbre ya se había hecho norma y nos despertábamos pronto sin quererlo. Odalis nos tenía preparado un desayuno abundante a base de fruta, mantequilla, pan, mermelada, miel, mantequilla de cacahuete, pastas, huevos fritos, leche y café.
El día anterior a nuestra llegada, Odalis nos vio que traíamos cuatro plátanos que nos habían sobrado y nos pidió si se los podíamos dar para sus hijos pues desde los huracanes del año pasado, apenas los habían visto por esa zona. Por supuesto que aceptamos y la mujer al día siguiente nos dio las gracias porque al crío pequeño le encantaban. El plan para este nuevo día era ir a Playa Ancón un rato por la mañana y el resto del día ir al Valle de los Ingenios y subir la carretera de Topes de Collantes. El primer destino fue “Playa Ancón”. Está situada a unos diez kilómetros de Trinidad. No tiene mucha pérdida llegar, pero preguntar, hay que preguntar siempre. Nuestro coche era el primero en el parqueo y nada más aparcar ya aparece el parqueador para echarnos una mano en tan ardua tarea aunque nuestro coche fuera el único y sitio sobraba. Nos pide “2 pesos” por aparcar y le decimos que a la salida ya hablaremos. En la playa no había mucha gente, tan sólo algunos turistas de los que estaban alojados en el hotel situado al pie de la playa. Mi amigo y yo nos fuimos a dar un paseo por la orilla y vimos a dos o tres personas que vendían unas conchas grandes y de unos colores negro y rosa preciosas. Le preguntamos a uno de los hombres donde las cogían y nos explicó que justo al otro lado de la barrera de coral, que estaba a menos de una milla mar adentro. Tanteamos el panorama de los precios que nos pedían, pues queríamos dar una sorpresa a las guajibiyas y llevarlas un regalito que compensara las penurias que estaban pasando esos días. Tras un entretenido regateo conseguimos un par de ellas por algo menos de lo que nos pedían inicialmente. Tres días después vimos las mismas conchas en La Habana y el precio era justo el doble de lo que nos costaron a nosotros. Por fin podíamos estar orgullosos de una compra. (ya era hora de que por una vez no nos sintiéramos tan engañados). Playa Ancón, Trinidad Después de pasar unas horas en la playa salimos a recoger nuestro coche y mi amigo me dice, “ya verás la que le lío al parqueador; El tío nos dijo al entrar que 2 pesos, pues va a tener sus dos pesos.” Buscamos entre la moneda nacional que nos quedaba y aparecieron 1,80 pesos cubanos. Mi amigo los lleva en la mano y en cuanto aparecemos por el coche el hombre sale de la sombra a cobrar su esforzado trabajo. Por cierto, el nuestro seguía siendo el único coche en todo el aparcamiento. Mi amigo le dice “¿Cuánto era?”, el hombre responde “2 pesos”. Y mi amigo le dice “¿Es suficiente con 1,80 pesos?”. El hombre responde “Sí, es suficiente”. Y va mi amigo y le suelta el peso con ochenta céntimos en moneda nacional. Al hombre le cambió la cara. Intentó abrir la puerta del coche, pero yo ya había arrancado y le dejamos maldiciéndonos con una cara de tonto como la que se nos debía quedar a nosotros cada vez que nos la metían doblada. Poco a poco parece que algo espabilábamos y les pagábamos con la misma moneda. Nos encaminamos hacia el “Valle de los Ingenios”. Habíamos leído algo sobre el sitio, pero nos lo imaginábamos de otra manera. Es un valle bonito, pero no hay ningún tipo de cultivo de ninguna clase, salvo por cuatro plantas de caña de azúcar repartidas por allí. Decidimos meternos con el coche por uno de los caminos de tierra que se internaban en el valle, con la intención de conversar un rato con algún campesino. No tuvimos que buscar mucho pues a menos de quinientos metros de la carretera principal ya encontramos una casa. El propietario se llamaba Roberto. Era un hombre de unos cuarenta años, curtido por el trabajo del campo. El hombre, sin apenas, decirle nada, ya empezó a contarnos cómo vivían allí. Nos explicó cómo aquella tierra siempre había sido productora de caña de azúcar, desde hacía más de dos siglos, en la época esclavista. Incluso él mismo había trabajado en la caña algunos años, hasta que un buen día el Gobierno decidió que aquella tierra no era buena para plantar caña de azúcar, sin más explicación y eliminó poco a poco todas las plantaciones. Al hombre le habían dado un pedazo de tierra para que la cultivara. Diez años después, un buen día, sin motivo alguno, igual que se la habían dado, se la quitaron, y el pobre hombre se quedó viendo cómo la tierra que había cultivado con el sudor de su frente se llenaba de maleza, pues no es que se la hubieran quitado a él para dársela a otro, no, era para dejarla en baldío. En fin, algo inexplicable a todas luces. El pobre hombre se ganaba la vida ahora subiendo a las palmeras a recoger su fruto, jugándose la vida, para dar de comer a los pollos y cerdos que tenía. También nos contó que el ganado se lo robaban frecuentemente y que actualmente tan sólo le quedaban una yunta de bueyes los cuales tenía amarrados a la puerta de casa para que no se los robaran. No se podía permitir dejarlos pastar libremente porque desaparecían, así que los pobres estaban famélicos. Y por la noche tenía que dejar la luz exterior encendida para ahuyentar a posibles ladrones. Una situación lamentable. El hombre nos decía que él estaría encantado de poder trabajar con sus manos esa tierra que veía como se perdía sin remedio, pero que no se lo permitían. Es una situación que cuesta mucho entender, pero lo que sí que parece evidente es que la actitud estatal es la de eliminar el más mínimo signo de progreso de una persona, y es que en cuanto parece que alguien sale adelante, hay que devolverlo a la miseria, no vaya a ser que se convierta en un elemento peligroso para el régimen. Aparecieron por allí curioseando, entre explicación y explicación, los dos hijos pequeños del matrimonio. Otra vez ambos descalzos y desnudos. El crío tenía la barriga llena de picaduras de mosquitos. Nos dio tanta pena que les dimos un paquete de galletas de un kilo que habíamos comprado dos días antes en un área de servicio de la autopista camino de Cienfuegos, algo de ropa, jabones y dinero. La familia se mostró muy agradecida y querían darnos fruta, pero lo rechazamos de plano, pues su situación creíamos que no se lo permitía. De nuevo, otra experiencia positiva, gente humilde hablándonos abiertamente sobre sus sentimientos, quejándose amargamente de las penurias que tienen que sufrir y resignados a la vida que les ha tocado vivir. Valle de los Ingenios Con un mal sabor de boca ante tanta injusticia continuamos camino hacia “Manaca Iznaga”, un pueblo cercano a Trinidad que conserva los vestigios de un antiguo ingenio azucarero con una enorme torre desde donde se vigilaba a los esclavos. Tan sólo quedan en pie unos pocos edificios que no permiten hacerse una idea muy clara de cómo debía ser aquello en los años en que estaba a pleno rendimiento. Tan sólo hay unas fotografías antiguas, en blanco y negro, de principios del siglo XX, de cómo era el lugar. Manaca Iznaga El día avanzaba y teníamos intención de subir hasta Topes de Collantes así que dimos por finalizada la visita al valle de los ingenios aquí, pese a que alguien nos recomendó avanzar un poco más hasta otro ingenio situado un poco más adelante, pero lo descartamos. Cambiamos de rumbo y partimos camino de “Topes de Collantes”. El día anterior, al llegar a Trinidad, habíamos visto el desvío en la carretera que nos traía de Cienfuegos así que no fue difícil encontrarlo. La carretera de subida tiene un buen firme, pero las pendientes son más que considerables. A unos diez kilómetros de comenzar la subida hay un mirador y un pequeño bar en el que paramos para hacer unas fotos y disfrutar de unas vistas magníficas de toda la zona. Subimos a la parte más alta del mirador y allí estuvimos disfrutando del paisaje durante una media hora porque pese a hacer un día de mucho calor, allí arriba soplaba una brisa que hacía que la temperatura fuera excelente. La carretera continuaba unos kilómetros hacia arriba, pero nosotros, desconociendo lo que había más arriba y pensando que serían más curvas y subidas, decidimos darnos la vuelta. Al volver a la casa nos dijo Odelys que en la parte de arriba había un hospital militar bastante conocido y alguna construcción. Así que de nuevo, nos faltó algo por ver. Volvimos de nuevo a Trinidad y pasamos otra horita en nuestro lugar preferido, la terracita de la casa de la música tomando cacharros. Sucedió algo curioso, bueno más que curioso yo diría habitual. Se acerca a servirnos el mismo camarero del día anterior, al que le habíamos pedidos dos o tres rondas de cervezas y cocktails. El hombre nos sirve lo que pedimos, que fue lo mismo del día anterior, bucanero para mi amigo, una cristal para mí y para las guajibiyas piñas coladas, porque se habían vuelto unas adictas a este cocktail. Nos cobra la consumición y nos trae mal las vueltas. Se lo decimos y rectifica. Pero no me quedo contento y le pregunto que a cómo es cada cerveza y me dice un precio distinto al de el día anterior. Le digo al muchacho: “Vamos a ver, pero si hemos estado ayer una hora sentados aquí mismo, nos has atendido tú y nos has cobrado un precio, y hoy pretendes cobrarnos otro?. Espabila un poco y procura hacérsela a unos que no hablen tu idioma y que sean un poco más tontos”. El muchacho agachó la cabeza y nos cobró bien. Pero yo ya estaba cabreado porque era exagerado con qué jeta les devolvían mal las vueltas a los pobres guiris. Ese mismo día por la noche volvimos a ver el espectáculo nocturno y me acerqué a la barra a pedir y aluciné con la que le liaron a un canadiense que no se debía coscar de una el pobre. Y lo mejor es que se reía de las chorradas que le estaba contando el tío de la barra que se la estaba liando. En fin, que lamentable la actitud. Al hablar de esto con Odalis nos dijo que era muy habitual y que esos camareros ganan una pasta cada día haciendo ese tipo de cosas. Esa noche Odalis nos había preparado para cenar otra sopa distinta a la del día anterior, ensaladita, diversos arroces, viandas y plátano verde frito y hoy tocaba solomillo de cerdo. De nuevo la comida excelente. La fuente donde estaba el solomillo quedó que no hizo falta ni fregarla. Y para terminar la cena nos tenía preparado un trozo de tarta para cada uno, que por esos lares es todo un lujo. De nuevo la felicitamos por sus habilidades culinarias y estuvimos hablando con ella un rato hasta que nos fuimos hasta la casa de la música a pasar nuestra última velada en Trinidad. Más de lo mismo del día anterior, con actuaciones de distintos grupos. Muy animado todo y con más gente que el día anterior. Etapas 10 a 12, total 14
Hoy tocaba de nuevo coche y algunos kilómetros. El primer destino era “Cayo Santa María”, en el norte. Salimos de Trinidad a esos de las 9 de la mañana y nos dirigimos hacia Sancti Spiritus, dirección Placetas y Remedios. En un momento determinado notamos que las poblaciones por las que pasábamos no estaban en el mapa así que preguntamos y nos damos cuenta de que íbamos mal, hombre no mal del todo, pero no por donde debíamos ir. Debió de ser que en Cabaiguán, en lugar de seguir hacia Placetas, tomamos dirección Yaguajay. Se encienden las alarmas porque el depósito de gasolina está a menos de la mitad y no hay rastros de gasolineras. Preguntamos en una población y nos dicen que la más próxima está a 60 kilómetros. Nos ponemos un poco nerviosos. Llegamos a la gasolinera y nos dicen que no tienen gasolina especial. La situación ya es un poco más crítica, pero llegamos sin más consecuencias hasta Caibarién, donde repostamos y respiramos aliviados. Esta población es la más cercana al comienzo del pedraplén que da acceso a Cayo Santa María.
A la entrada del Cayo hay un control policial donde te piden los pasaportes y toman nota del número de matrícula del coche. Hay también un peaje en el que se pagan 2 CUC por el coche y ya sólo quedaba recorrer todo el pedraplén por una carretera en la que no se ve ni un solo vehículo. En todo el Cayo hay unos cinco o seis hoteles muy espaciados. El primero se encuentra hacia el kilómetro 30 y el último es el Barceló Premium. Llegamos hasta éste último y nos vamos dando cuenta que el disfrutar de un día de playa, como era nuestra intención, no nos iba a salir gratis porque no veíamos manera de acceder a la playa sin pasar por los hoteles. Llegamos a la entrada del Barceló y en la garita de seguridad el hombre nos pregunta dónde nos dirigimos. Le decimos que a la playa y nos contesta que pasemos por recepción. Intuyendo que el paso por recepción iba a significar = paso por caja, decidimos hacer caso omiso, aparcar el coche y entrar a la playa a través de los bungalows. Así lo hicimos y al llegar y contemplarla pareció que entrábamos en el paraíso. El agua de un color verde, con dos tonos distintos, ni un alga por ninguna parte. En una palabra, maravilloso. No había mucha gente, pero eso sí, todos los que había tenían su pulserita en la muñeca. Cayo Santa María (el paraíso) Al principio estábamos un poco acojonados por si nos veía el personal del hotel sin la pulsera, igual nos decían algo, pero como tampoco teníamos intención de disfrutar de la barra libre del bar, ni del restaurante, pues así lo dejamos. Era gracioso como intentábamos ocultar las muñecas para que nadie se diera cuenta que andábamos sin la útil pulserita, con lo que se hacía más evidente que intentábamos ocultar algo. Nos agenciamos unas hamacas y sombrillas y nos metimos al agua para hacernos unas fotos en ese mar. Sin duda, a juicio de los cuatro, la mejor playa de todas en las que habíamos estado, y como suele ser habitual en esta vida, lo mejor siempre suele llegar al final. Ahora sí que las guajibiyas estaban en su salsa. Cómo disfrutaban tostándose al sol. Incluso una de ellas cogió una cangrejada buena. Estuvimos allí disfrutando tres horitas y al tener que irnos a las pobres guajibiyas les cambió la cara porque les habíamos dado a probar una golosina y ahora se la quitábamos. Más con la intención de dejarlas contentas que otra cosa, preguntamos en recepción al salir el precio de la habitación doble, pues si hubiera sido asequible habríamos pasado la noche allí, pero los 190 CUC por habitación doble por noche nos desalentaron un poco. Para compensarlas las ofrecimos parar en otro hotel, Villa Las Brujas, situado unos kilómetros más atrás, en el mismo Cayo, que según nuestra guía tenía unos precios un poco más asequibles. Llegamos hasta él y ya vimos mucho coche aparcado fuera así que nos temimos lo peor. Y así fue, todo completo. Todo nuestro gozo en un pozo pues el precio de 80 CUC la noche en un bungalow, con desayuno, aunque no hubiera régimen de TI, sí que lo hubiésemos pagado. En fin, para otra vez será. Así que, con cara de compungidas las guajibiyas porque no podrían pasar una noche en el paraíso, tiramos hacia “Remedios”. Justo antes de abandonar el pedraplén empezó a llover porque se había estado formando una tormenta durante un buen rato antes. Llegamos a Remedios y caía bastante agua así que nos arruinó la visita. Nos tuvimos que conformar con hacer unas fotos en el centro y tomar un tentempié en el Café “EL Louvre”, que tal como rezaba una placa, era uno de los más viejos de la Isla. Continuamos ruta hacia “Santa Clara” con intención de buscar alojamiento allí. Odalis, la propietaria de la casa de Trinidad nos había recomendado a su vez la casa de un amigo en Santa Clara, así que hacia allí nos dirigimos. No sin dificultad dimos con ella. Era más que una casa, un palacio. Preciosa, con un patio interior, que nos puso los dientes largos y con un olorcillo a pescado porque estaban cocinando la cena cuando llegamos. Pero claro, al ser casi las siete de la tarde, lo tenía todo ocupado. No obstante el hombre hizo seis o siete llamadas, hasta que al final nos localizó una casa muy cercana y para allá nos dirigimos. Las propietarias eran un par de hermanas ya mayores, pero tremendamente graciosas y divertidas. Nos enseñaron las habitaciones y nos parecieron correctas así que allí nos quedamos. Como eran ya las siete y media y las mujeres no esperaban a nadie esa noche no se mostraron muy por la labor de ponerse a cocinar así que nos invitaron a buscar un restaurante para cenar. Nos orientaron sobre cómo llegar a un par de ellos. Hacia allí nos dirigimos y tras dar varias vueltas viendo cartas y precios, entramos en uno y nos dicen que por esa puerta no, que por la de al lado. Era el mismo restaurante, con dos partes, una para los nacionales y otra para los yumas. Le preguntamos a la camarera si podemos sentarnos con los nacionales y nos dice que no porque se les “ha acabado la comida” (vaya imaginación que tienen!). Ahora sabemos lo que se siente cuando te discriminan. Nos largamos de allí algo molestos. Continuamos la peregrinación en busca de un sitio donde comer algo y entramos en un restaurante en el que había hasta cola, cosa curiosa porque el restaurante tenía unas doce mesas y sólo estaban ocupadas la mitad (hay tantas cosas que no entendimos de ese país). Después de esperar quince minutos por fin nos toca pasar a sentarnos. El comedor era un poco tétrico, muy sencillo, con consignas revolucionarias, todo un poco raro, pero como había gente pues habíamos pensado que sería porque se comía bien (menudo error el nuestro). Nos traen la carta y la preguntamos a la chica si los precios son en moneda nacional o en divisa. Por supuesto nos dice que en divisa. Es decir, la pareja de cubanos que estaba al lado estaba comiendo lo mismo que nosotros pero a un precio 24 veces menor. No nos pareció del todo justo. La carta exactamente la misma, pero unos pagan en pesos cubanos y otros en CUC. No acabó aquí la cosa, pedimos unos platos de espaguetis y pizza. Los espaguetis estaban asquerosos y eso que no es que seamos nada escogidos con la comida ni mucho menos, pero estaban incomibles y la pizza, que costaba 7 CUC, era como las que ya habíamos probado en algún puesto callejero, que cuestan normalmente 5 pesos nacionales, es decir, una pizza de diez centímetros de diámetro. Le pregunté a la camarera si esa era la pizza de 7 CUC, y lo único que hizo fue llevársela y echarle un poco más de queso. Alucinante la clavada que nos metieron. Como habréis adivinado la propina que dejamos fue el papel en el que habían escrito la cuenta. Con el mal sabor de boca salimos del restaurante a tomarnos un helado que endulzar algo tanto enfado y que de paso nos quitara un poco el hambre con el que nos habíamos quedado. Nos lo tomamos allí cerca y nos dirigimos de vuelta a la casa. Etapas 10 a 12, total 14
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