DÍA 8. LUNES 14 DE DICIEMBRE DE 2009
Tras un día esperado en el que conocimos de primera mano una verdadera maravilla, quedaba por delante un día duro, en el que hicimos un viaje por carretera de varias horas, destino Aswan y posterior Luxor, para tomar un vuelo a
El Cairo. Probablemente podríamos haberlo hecho en avión y ahorrarnos unas cuantas horas, pero el coste no nos hizo pensarlo si quiera.
Así que a primera hora de la mañana, cerca de las 10:00, estábamos dispuestos a unirnos al convoy de autobuses que volvía con cientos (por no decir miles) de madrugadores turistas que llegaron a Abu Simbel alrededor de las 7 de la mañana. Lamentablemente, al ser un autobús prácticamente vacío (apenas íbamos 8 ó 10 personas), nos tocó el vagón de cola. Es decir, un autobús semi vacío, debe ir al final, por si alguno de los anteriores se avería, poder recoger a sus ocupantes. Así que finalmente salimos algo más tarde y tuvimos que ir a una velocidad que marcaban los de delante.
Tras unas cuantas horas y un picnic algo cutre en el propio autobús, llegada al aeropuerto de Luxor. Embarque y llegada a El Cairo.
La llegada, entrada la noche, nos deparó la sorpresa que supone llegar al más absoluto de los caos organizados. O desorganizados. O yo qué sé… por mi parte, El Cairo ha sido rebautizada como
“la ciudad cairótica”, definitivamente, haciendo un símil con lo más caótico que he conocido nunca. Coches por todos lados, gente cruzando por entre ellos, lujosos hoteles salpicando un paisaje cutre, sucio y viejo y un sinfín de contrastes. Todo ello, en tan sólo el rato que duró el viaje entre el aeropuerto y el hotel.
En breve llegamos al hotel, el Semiramis que, como he avanzado antes, es de los mejores hoteles de El Cairo. La verdad es que sorprende el hecho de alojarte en el mismo hotel que un jeque árabe que arrastra su séquito como el niño que lleva su peluche por casa. Muy bueno en todos los sentidos.
Esa noche, ni siquiera cenamos. Cansancio total y a disfrutar de la enorme cama.
DÍA 9. MARTES 15 DE DICIEMBRE DE 2009
Por la mañana, la excursión de las
pirámides estaba incluida en el paquete, así que pronto, tras disfrutar de un completísimo (por qué no decirlo, me puse hasta las patas) desayuno, autocar para el lugar.
Al llegar, te piensas que aquello está en medio del desierto y que aparecen tras una duna. Nanai. Sales de entre unos edificios, cruzas una calle y te las encuentras. La verdad es que pierde un poco de lo enigmático del lugar, pero cuando ya entras en el recinto, te acostumbras y te olvidas.
Las pirámides son una enorme cantidad de piedras amontonadas en un ejercicio matemático sin igual. Perfectas en su ejecución, la verdad es que a la mayoría le impresionan. A mí, sin embargo, al margen de lo espectacular de sentirte junto a una de las consideradas maravillas del mundo, me dejaron un poco frío al principio, aunque luego te das cuenta de la magnitud del lugar.
Existe la posibilidad de acceder a alguna de ellas. La visita se reduce a un pasillo largo, estrecho y muy bajo en el que muchas personas sienten agobio y claustrofobia, para después llegar a una salita vacía. No quisimos experimentar tal sensación para un final tan pobre, así que no accedimos. Buscaremos algún amigo con un minipiso de esos de la Sra. Ministra y le pediremos que nos invite, a ver qué tal.
Por la tarde y tras comer (comida organizada... arghhh), a visitar Memphis y Sakkara. El camino a Memphis deprime un poco. Gran parte transcurre junto al curso de un canal que sirve de vertedero a las zonas deprimidas de la ciudad, encontrando animales muertos, montones de basura y demás (prefiero no imaginarlo). Al llegar, un museo al aire libre y una inmensa estatua tumbada de Ramses I. Sakkara, sin embargo, aunque tampoco es la panacea, ofrece la pirámide escalonada de Zoser. Como tal, se considera el primer cenotafio monumental real. Además, a través de un bonito pasaje de columnas se accede al recinto, lo que le da un aire más completo a la excursión.
De vuelta, ducha en el hotel, descanso y excursión contratada
“El Cairo nocturno”. Sinceramente, un error. Te lo venden como algo maravilloso, unas vistas espléndidas, la visita a la ciudad de los muertos… pues vamos a ver. La ciudad de los muertos es un cementerio, visto desde el autobús (cualquiera se baja), en el que vive gente en condiciones económico sociales lamentables. Los panteones no son como en Europa. Se trata de casas con un par de estancias y un patio trasero en el que se entierra el difunto. Al tener problemas económicos, las familias dejaron sus casas y se trasladaron aquí. Verlo supone un espectáculo, increíble para algunos dantesco para otros. Desde el bus, tampoco se ve mucho, la verdad. El resto, como si dais una vuelta por Barcelona o Madrid en coche cualquier noche. La cena, lamentable, con un espectáculo aburrido. Así que muertos de frío (llevad una chaqueta!!!), acabamos en el hotel muy cansados y desencantados de haber contratado esta excursión.
Lo único que mereció la pena fue el paseo que dimos por las calles aledañas al bazar Khan el Khalili, con algunas casas y mezquitas iluminadas con una luz tenue, muy agradable. Merece la pena dar una vuelta por cuenta propia.
DÍA 10. MIÉRCOLES 16 DE DICIEMBRE DE 2009
Este día comenzaríamos visitando el
Museo Egipcio de El Cairo. Hay que decir que ahora se está construyendo un nuevo museo, más amplio y moderno, en la zona de las Pirámides. El actual, aparte de viejo, arroja una sensación de almacén de trastos. Es decir, colocados con poco orden y menos concierto, aparecen ante los ojos de los turistas numerosas obras de arte egipcio cuya antigüedad supera los 1.000 años. Momias, sarcófagos, tesoros variopintos, esculturas, pinturas, herramientas de todo tipo. Todo un lujo a nuestra vista, pero pobremente cuidado, almacenado y expuesto como merece.
La visita, al haberla hecho con guía y grupo, es bastante concreta y pretende que veas las obras más famosas y llamativas, pero deja de lado otras cosas que quizá, con más tiempo y una buena guía, merezca la pena ver. No obstante, el tesoro de Tutankamon, una verdadera maravilla perfectamente conservada. La sala de las momias, totalmente prescindible. No os gastéis las 100 libras que cuesta entrar, salvo que queráis ver unos cuantos muertos que no aportan mucho más que algo de grima.
Fuera del museo, recorrimos la Ciudadela de Saladino, descubriendo una preciosa Mezquita de Alabastro o de Mohammed Ali, cuyo interior impresiona por lo sagrado del lugar y cuyo exterior impresiona por lo cuidado de la arquitectura.
A partir de aquí, visita fugaz al barrio copto (qué desilusión de visita provocada por el escaso tiempo que nos dejaron las prisas del guía, la lentitud de algunos compañeros de viaje y la impuntualidad de otros), en la que, con algo de tiempo adicional, se puede disfrutar de un bonito paseo y alguna librería bastante chula. Después, comida nuevamente organizada (doble arrrghhhh) y visita a las principales mezquitas. Más tarde, finalización en el mercado Khan al Khalili (pronunciado Jan el Jalili) en el que pudimos ir viendo el ambiente.
Decidimos que los dos días siguientes los dedicaríamos a revisitar algunas de las cosas que vimos, de manera más tranquila.
DÍA 11. JUEVES 17 DE DICIEMBRE DE 2009
Este jueves, después de seguir disfrutando de unos desayunos realmente increíbles, estábamos ansiosos (y expectantes) por disfrutar por cuenta propia de una ciudad tan desorganizada como El Cairo.
Nada más salir caminando del hotel, se nos ofrecieron varios taxis los cuales recomiendo fervientemente rechazar (educadamente), debido su usualmente elevado coste. Dimos la vuelta a la manzana y paramos uno de esos taxis negros (de los más baratos) que circulan por la ciudad, comenzando el habitual regateo. Queríamos ir hasta la Mezquita de Ibn Tulum, recomendada días atrás por nuestro guía. 15 libras.
Al llegar no hizo falta pagar entrada (lo cual nos extrañó y nos indujo a pensar que en algún momento nos habíamos hecho los suecos, evitando inconscientemente el pago del ticket). Simplemente entramos por el arco de seguridad y accedimos al recinto. Casi vacía, tan sólo algunos estudiantes dibujando el interior de la mezquita, pudimos disfrutar tranquilamente de la misma. Leyendo un poco nuestra guía, fuimos por los patios exteriores, descubriendo la posibilidad de subir hasta lo más alto del minarete. Desde allí, las vistas de la propia mezquita y del resto de la ciudad son espectaculares, incluida la Mezquita de Alabastro.
Desde aquí decidimos ir caminando (siguiendo un lamentable plano impreso desde Madrid) hasta la Mezquita y Madrasa del Sultán Hassan, junto a la Mezquita del Rifai. Ambos edificios por cuya entrada sí nos exigieron un precio que consideramos desmesurado, son realmente bonitos, tanto por dentro como por fuera.
De ahí, intentamos llegar, con las indicaciones de un policía, a la Mezquita Azul, pero en algún sitio debimos de obviar el
“cuando llegue ahí, gire a la izquierda” y acabamos casi a las afueras de la ciudad. Allí como mucho te mirarán raro, como diciendo “éste se ha perdido”, porque por lo demás, todo el mundo pasará de ti. De hecho, no intentes preguntar, porque huirán de ti sospechosamente. Nunca entendimos por qué, aun habiéndolo intentado en inglés, francés y español… Eso sí, la experiencia fue inolvidable. Una calle estrecha, con 30cm de acera (bueno… de escombros) a cada lado, con tráfico en ambos sentidos. Un camión, de frente, llevando el retrovisor al impacto contra mi hombro. Una situación algo desconcertante…
Decidimos volver sobre nuestros pasos y poner rumbo a la zona del bazar Khan al Khalili. Una visión cuando menos curiosa de barrios poco turísticos. Aparte de que los lugareños te miran extrañados, la experiencia de ir por calles en las que no encuentras las típicas tiendas de regalos para turistas no fue nada del otro mundo. Sí, descubres el mundillo diario en el que se mueven, pero no deja de ser como ir por cualquier ciudad del mundo, pero rodeado de envejecimiento y mucha gente sin hacer nada. Es curioso, no obstante, y merece la pena por lo menos darse una vuelta.
Llegado al bazar, primero comimos tranquilamente en un restaurante que hay en la misma calle de la famosa tienda de Jordi (ver comentario al principio) y que parece un centro comercial en medio del bazar. No tiene pérdida, con un arco de seguridad en la puerta (indicaciones. Saliendo de las escaleras que suben a la tienda de Jordi, esa misma calle a la derecha, al final del todo). Buena carta para picar algo en al mesitas de la entrada, mejor (algo más caro, pero asequible) si entras en el restaurante.
Después de algunas compras básicas en el bazar, cruzamos la ciudad hasta el hotel, obviando taxis. La mejor forma de conocer una ciudad es andando, ¿no?
Ducha, descanso y cena en un restaurante recomendado.
Abou el Seid (26th July, a espaldas del hotel Marriot, lo mejor es coger un taxi que sepa donde es exactamente; está en una callejuela, con un portalón sobre unas escaleras. El sitio es genial y merece la pena, aunque está lleno de gente y salvo que tengáis reserva o esperéis mucho en la entrada, no lograreis sentaros. Mesas bajas, comida típica, muy buen precio…
DÍA 12. VIERNES 18 DE DICIEMBRE DE 2009
Teníamos todo el día libre hasta eso de las 17:30, que nos vendrían a buscar para ir al aeropuerto y volver a Madrid así que, previendo que el día sería tranquilo por ser fiesta, nos decidimos a pasear tranquilamente y comer en un sitio agradable.
Para empezar, disfrutamos una vez más de un espléndido desayuno en el hotel. Del paseo, poco que destacar, descubrimos un Cairo tranquilo, sin tráfico y con parejas paseando. Poca gente por la calle.
Ese día comeríamos en Felfela, en la calle Talaat Harb, muy cerca del Museo o los hoteles principales. Realmente no está en esta calle. En ésta, hay un Felfela en plan comida rápida y otro, usualmente cerrado, que hace esquina, justo al lado. En la misma calle de esa esquina, a unos 20 metros de la bocacalle, está el bueno. Se nota que ahí van los cairotas de pasta, occidentalizados sin chilabas que buscan comida nativa, pero de calidad. Muy barato para el bolsillo occidental.
También en la zona de la calle Talaat Harb se pueden encontrar un par de pastelerías (la misma cadena, no recuerdo el nombre, con fachada azul) repletas de gente. Deben ser del estilo a La Menorquina en Madrid, de esas famosas a las que la gente va los domingos para comprar las tartas o los pasteles. Todo con una pinta tremenda, pero espectacularmente desorganizado en cuanto a la hora de pedir, pagar, etc. Nosotros nos limitamos a comprar un helado y a pasear.
Este viernes dio poco de sí, pero nos sirvió para descansar del resto de los días y tener otra visión más tranquila de la ciudad.
¡¡Espero que lo hayáis disfrutado y que os sirva en vuestros próximos viajes!! Abrazos.