![]() ![]() De Mallorca a la Costa Oeste de EEUU ✏️ Blogs de USA
Diario del viaje realizado a la Costa Oeste de EEUU en septiembre de 2011Autor: Lou83 Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.8 (47 Votos) Índice del Diario: De Mallorca a la Costa Oeste de EEUU
01: Introducción
02: Día 0 - Un día en el aire: de PMI a LAX
03: Día 1 - Los Ángeles: paseo de la fama, Hollywood, Sta Monica y Venice
04: Día 2 - Universal Studios, Beverly Hills y Rodeo Drive
05: Día 3 - De Los Ángeles a Kingman pasando por Calico Ghost Town
06: Día 4 - Kingman, Meteor Crater y Page
07: Día 5 - Page, Antelope Canyon, Monument Valley, Tuba City
08: Día 6 - Tuba City, Grand Canyon y Tusayan
09: Día 7 - Helicóptero sobre GC, Ruta 66 y Las Vegas
10: Día 8 - Las Vegas
11: Día 9 - Las Vegas
12: Día 10 - Las Vegas, Death Valley y Bishop
13: Día 11 - Bishop, Mono Lake y Yosemite
14: Día 12 - Yosemite
15: Día 13 - De Yosemite a San Francisco
16: Día 14 - San Francisco
17: Día 15 - San Francisco
18: Día 16 - San Francisco
19: Día 17/18 - Vuelta a casa
20: Presupuesto y direcciones GPS
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Etapas 7 a 9, total 20
Empezamos el día en el Days Inn de Page, un hotel con bastante buena pinta que lamentablemente no saborearemos más que unas pocas horas. El desayuno sigue en la línea tradicional del día anterior: algo de comida caliente, bollería, y máquina para hacerse tus propios gofres, aunque uno entero para una sola persona sea empezar el día demasiado fuerte. M está imparable, y nos deja otra de sus perlas en forma de frase para enmarcar: "Joder, estoy petado... voy a por un poco más de bacon."
La mañana sigue con otra costumbre: utilizar la máquina de hielo del hotel para rellenar la nevera portátil y mantener el agua y la fruta que nos queda fresca durante todo el día. Los tres botellines de Coors Light se quedan fuera: en Estados Unidos, no está permitido llevar alcohol en el habitáculo principal del vehículo, obligándote a guardarlo en el maletero. ![]() Hoy salimos muy temprano, ya que se avecina un día con mucho por ver. Para empezar, partir del hotel a las 7:30 con destino a Horseshoe Bend. Ha pasado hora y media cuando terminamos de visitarlo. Tras un corto trayecto en coche, toca recorrer 1,2 km de pendiente sobre tierra para alcanzar el mirador. No es especialmente duro, pero no lo aconsejaría en las horas de más calor. La vuelta, cuesta arriba, se hace un poco más dura. ![]() El sitio merece muchísimo la pena. El río Colorado traza una enorme curva en forma de herradura provocando la formación de un gigantesco meandro. Es un lugar al que las fotografías no le hacen justicia, ya que el mayor atractivo está en el tamaño y la altura desde la que se divisa. En las imágenes, los barcos que lo transitan de vez en cuando no son más que puntos blancos con una estela de espuma. ![]() ![]() ![]() Pasamos allí el largo rato haciendo fotos desde todos los ángulos, avanzando hasta el saliente con pasos cortos fruto del respeto que impone la caída, y prestándome a ayudar a unos japoneses que querían hacerse una fotografía juntos y sabían todavía menos inglés que nosotros. ![]() ![]() Recomiendo visitar Horseshoe Bend un poco más tarde de lo que lo hicimos nosotros, ya que el sol debe elevarse unos cuantos grados para evitar que el mirador provoque sombra sobre el río. Las 10 de la mañana deben ser ya una hora adecuada. Cumplido el objetivo de visitar Horseshoe Bend, conducimos ahora hasta el Lago Powell, un lugar muy frecuentado por los propios norteamericanos que llevan sus embarcaciones en los escasos días de vacaciones de los que disfrutan. La llegada al lago la marca la presa de Glen Canyon, que como no podía ser de otro modo cuenta con su propio museo y centro para visitantes. ![]() La presa tiene un tamaño considerable, es de las que te hacen meditar sobre lo que el ser humano es capaz de levantar. Observar la caída de más de 200 metros y pensar que esa es la profundidad del lago al otro lado del muro, tampoco es poca cosa. El museo, como todos, está surtido de actividades interactivas para hacer del aprendizaje algo más humano. ![]() ![]() ![]() ![]() Por ahora, no solo estamos cumpliendo la apretada agenda del día si no que estamos ganándole tiempo al reloj. Todavía faltan 2 horas para la excursión programada, así que avanzamos todavía más ladeando el lago, hasta el mirador de Wahweap Viewpoint. Este punto ya se encuentra dentro del área de Lake Powell, así que utilizamos por primera vez nuestro Annual Pass. Se trata de una tarjeta plastificada con la que tienes acceso a todos los parques nacionales del país (ojo, porque los que no son propiedad del estado como Monument Valley no se incluyen). Tiene un coste de 80 dólares, con lo cual se amortiza visitando un mínimo de 3 o 4 parques. En nuestro caso, el coste fue cero gracias a un amable usuario del foro que nos lo cedió desinteresadamente (gracias zardain!!). El pase tiene en el reverso espacio para dos firmas autorizadas, así que dos grupos de turistas que se pongan de acuerdo pueden utilizarlo dentro del mismo año. A las 9:30 llegamos al mirador de Wahweap, que está totalmente desierto y en el que disponemos de enormes plazas de aparcamiento para dejar el coche. Hay buenas vistas el lago, y mirando hacia el sur podemos hacernos una idea de a dónde nos dirigiremos en cuestión de minutos. ![]() ![]() Hacemos una parada más en el hotel Wawheap Lodge, que tiene vistas al embarcadero y conexión a Internet desprotegida ante cazadores de wifi como nosotros. Básicamente, hemos entrado en nuestro primer parque nacional para actualizar Twitter... menos mal que no es el único que visitaríamos. Seguimos sin tener prisa, así que antes de adentrarnos en las calles de Page podemos hacer una parada más en el Walmart para comprar más agua. Y ahora si, vamos hacia la oficina de Antelope Tours en pleno corazón de Page. Previa reserva por internet y pago de 32 dólares por cabeza, unos rudimentarios vehículos nos llevan a Antelope Canyon, visita guiada incluída. ![]() Por ahora, el viaje de ida es relativamente tranquilo, a pesar de los baches y de circular durante más de 15 minutos por puro desierto. Ayuda el hecho de que nos subamos en los asientos más cercanos a la cabina del conductor. La visita a Antelope estaba programada para llegar al lugar al mediodía por un motivo muy claro: conseguir las mejores fotos. En un día despejado, es en este momento cuando los rayos de sol se cuelan por las grietas y consiguen el efecto más vistoso. Sin embargo, esta vez no ha habido suerte y el cielo no deja pasar ni uno solo de dichos rayos, así que la visita, aunque siga siendo recomendable, va a quedar un tanto desaprovechada. Atravesar el cañón puede ser una gozada o un agobio, todo depende de lo obcecado que estés en hacer fotografías. Yo me quedé como el único equipado con cámara ya que el resto del equipo desistió a las pocas fotos, así que me pasé toda la travesía plantando el trípode que M me había cedido donde buenamente podía, y ajustando la cámara para poder hacer las fotos más dignas posibles. Las fotos valieron la pena, pero me hubiera gustado revisitarlo con más calma. El guía navajo de turno se pasa toda la visita apremiando a los cuatro o cinco fotógrafos frustrados que se van quedando atrás. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Existe la posibilidad de reservar plaza en visitas especialmente dedicadas a la fotografía, en grupos más reducidos y con más tiempo para dedicarse a las instantáneas, pero la oferta es menor, el precio es mayor, y tampoco era ese nuestro principal objetivo. En el trayecto de vuelta no tenemos tanta suerte al escoger asiento. Más bien tenemos la peor posible. Nos sentamos en el extremo final, y pasamos gran parte del viaje dando saltos que nos mantienen casi un segundo completo flotando en el aire. Tememos por la integridad de nuestras mochilas, y notamos la arena pegada a nuestra piel. Con el trajín de Antelope Canyon me he cargado una batería entera, pero valió la pena a cambio de utilizar el Live View (la funcionalidad por la que puedes previsualizar el resultado de una foto en pantalla antes de realizarla). Cojo el volante hasta Monument Valley. El camino desde Page dura algo más de 2 horas, pero el GPS marca más de 3 porque en la zona horaria del territorio Navajo tienen una hora más. El recorrido consta de 3 giros y rectas de hasta 70 millas. Todos aprovechan para comer los bocadillos que compramos ayer en Walmart, menos yo, que disfruto conduciendo por ese paisaje más de lo que he disfrutado nunca al volante. El cielo está nublado, pero por ahora es una buena noticia ya que no rompe a llover y las nubes enriquecen el paisaje. Cuando Monument Valley empieza a asomar en el horizonte, un arco iris nos da la bienvenida. Son ya varios diarios de viaje los que llevo redactados, y es la primera vez que prefiero no desmerecer un momento con palabras. Solo puedo decir, que cuando hacemos una parada para disfrutar de la imagen, no siento otra cosa que magia y emoción. ![]() ![]() ![]() ![]() Tenemos una agradable temperatura de 25 grados. M toma el relevo al volante para recorrer los últimos kilómetros. Pasamos de largo Monument Valley porque antes de que el sol inicie el descenso queremos alcanzar un punto estratégico ya en territorio del estado de Utah. Una larga recta en descenso y Monument Valley al fondo, solo falta que Tom Hanks aparezca e interprete de nuevo a Forrest Gump. Cuando llegamos al mirador, solo hay otro coche apartado. A los pocos minutos de llegar nosotros, ya contamos cinco vehículos en el arcén. Toca respetar turnos para hacerse la fotografía que hemos venido a buscar, pero algunos no están muy por la labor de hacerlo. ![]() Pasamos un buen rato en este apartadero pendientes del tráfico. Cuando deja de divisarse un coche en el horizonte, plantamos el trípode en medio de la carretera para programar una de las mejores fotos de grupo del viaje. Superando ya las 5 de la tarde, el bocadillo de jamón, pavo y queso cheddar me sabe a gloria. Abandonamos "La Vista" y nos adentramos ahora si en el área de Monument Valley. Dejamos el coche en el aparcamiento del hotel The View, que por una generosa cantidad ofrece habitaciones con vistas a la magia. F tiene la idea friki de combinar Monument Valley y el Delorean que compré en los estudios de la Universal, y no puedo negarme. ![]() ![]() Tras pagar 5 dólares por cabeza para acceder al recinto (aquí no vale el Annual Pass), iniciamos el tour a bordo de nuestro propio vehículo. Nos dirigimos directos hacia las tres mesetas hermanas, y llegamos hasta el mirador de John Ford Point. Observamos que lo que parece una tormenta del copón se dirige directamente hacia nosotros, y al cabo de un minuto entramos en el coche justo a tiempo para que no nos alcance. Las condiciones son horribles, así que no queda más remedio que dar media vuelta y abandonar la posibilidad de hacer el recorrido completo. ![]() ![]() ![]() El regreso hasta el aparcamiento es otra aventura. Rodeados de lluvia y fuerte viento, esquivando baches embarrados, y sonando Riders of the Storm en el disco de un F previsor. Aunque suene horrible, no solo no tememos por nuestra seguridad, si no que disfrutamos del momento. ![]() No abandonamos la escasa visibilidad hasta recorrer un buen puñado de millas en dirección al sur. Nos dirigimos a Tuba City, la pequeña ciudad donde tenemos el hotel para esta noche, ganando distancia al camino de vuelta hasta el Gran Cañón, que será nuestra siguiente parada del viaje. El CD del coche ha dado paso a Surfin' USA de los Beach Boys cuando la lluvia todavía es fuerte. Qué ironía. A 40 km de Tuba City, el termómetro ha descendido hasta los 20 grados. Todavía pasaremos frío en Arizona. Llegamos a la ciudad y no parece tan siniestra como las imágenes vía satélite auguraban. Alcanzamos el Quality Inn Navajo, donde tenemos reservada la ya típica habitación de 2 camas para 4 personas por 114 euros. Tramitamos el check-in con la recepcionista india y damos un extraño rodeo para aparcar cerca de la entrada más próxima a la habitación 221. No hay ascensor. La habitación parece correcta, con mobiliario rústico. La conexión a internet es algo lenta. F nos confiesa que su pareja (que a punto estuvo de venir al viaje) le había preparado pequeñas tarjetas para que las fuera abriendo tras cada día de viaje. En la tarjeta de hoy, nos deseaba buen tiempo. Bien por ella. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() L se queda en la habitación duchándose y cenando fruta, y los otros tres intentamos ir al Taco Bell frente al hotel. Está cerrado, así como el Kentucky Fried Chicken que alcanzamos en coche. Tras la primera buena impresión, el poblado ahora si que nos parece un poco siniestro, sin un solo peatón o coche por las calles. El único local que parece no cerrar tan temprano es un McDonalds, así que no nos queda más remedio que entrar. Ceno una ensalada césar y más limonada de Minute Maid. Ponemos en hielo las tres Coors Light que nos quedan para cerrar el día brindando. Antes de dormir, intercambiamos algunas fotos, ya que el día ha sido tremendo en ese aspecto. Y mañana, ¡a por el Gran Cañón! ![]() Etapas 7 a 9, total 20
Tras 7 horas de sueño ininterrumpido, se inicia una nueva jornada para los viajeros a las 6:30. Hace exactamente una semana a estas horas estábamos empezando a divisar tierra norteamericana desde el avión de Swiss. Parece mentira todo lo que llevamos a las espaldas y, mejor todavía, cuesta creer todo lo que nos queda por delante.
El día empieza con un problema en la maleta de M que impide que se recoja el asa metálica, lo que supondría un problema a la hora de encajar piezas en el maletero del coche. Por ello bajo a la recepción con la convicción que no me entenderán a la primera cuando les pida un destornillador ("screwdriver", en inglés), pero contra pronóstico la conversación marcha a la perfección. Habíamos oído historias sobre la actitud, los modales e incluso sobre la higiene personal de los navajos, pero hasta ahora solo puedo decir que no ha habido ningún problema con ellos. No hemos tratado con ninguno que fuera descortés o carente de profesionalidad. Lo único, si es que es algo que se les puede achacar, es que no parecen ir muy sobrados en lo que a sentido del humor se refiere. Servidor intenta siempre hacer que las conversaciones sean amenas y dibujar una sonrisa, pero con ellos parece misión imposible. Lo último que conoceremos de Tuba City son sus desayunos. Y madre mía, qué desayunos. Incluídos en la reserva del hotel, la noche anterior nos entregaron en recepción unos pequeños cupones canjeables por un desayuno a elegir o descuento equivalente de 6 dólares en el restaurante junto a éste, que asumo debe gestionarlo la misma gente. Una de las opciones de la lista eran las tortitas (pancakes) de banana y nueces con sirope, y el que nos conozca bien a L y a mi sabe que no podíamos dejar pasar tal oportunidad. ![]() ![]() Los adjetivos "excesivo" y "monstruoso" se quedan cortos para lo que me plantan en la mesa. A su lado, los generosos platos que sirven al resto con tortilla, patatas o hasta bacon parecen un menú infantil. Evidentemente no conseguí terminar el plato ni siquiera con la ayuda de mis compañeros, pero confieso que di buena cuenta de él. Y sabía tan bueno como aparentaba. Justo cuando salimos de recepción y abandonamos el hotel, descubro que tenía disponible una sala de fitness para los huéspedes. Me prometí que si algún hotel la incluía, sacrificaría una hora para compensar los excesos del viaje, pero en esta ocasión llegué tarde. ![]() Circulamos durante dos horas en dirección oeste hacia el Gran Cañón del Colorado. Cuando abandonamos Tuba City las expectativas no eran buenas, con un cielo muy tapado y lluvia constante, pero cuando nos acercamos al acceso este del Parque Nacional, el cielo se abre por arte de magia. Nos hacemos las obligadas fotos en el cartel que da la bienvenida al Grand Canyon. Las necesarias para descubrir una maldita mancha en la cámara compacta que apunta a ser un pequeño arañazo en la lente. Previo nuevo aprovechamiento del Annual Pass, alcanzamos nuestro primer mirador de Grand Canyon, llamado Desert View. Emitimos el primer "ooooh" del día, y no sería el último. Una amable señora que dice vivir cerca de la zona se ofrece a hacernos las fotos, y no le salen nada mal. Junto al mirador tenemos ya la primera tienda de souvenirs, que son entre caros y muy caros. M compra una camiseta para su sobrina por 25 dólares. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() El siguiente mirador se llama Lipan Point. A cada paso nos tropezamos con un cuervo, a cuya presencia ya nos hemos acostumbrado tanto como ellos a la nuestra. F echa mano del filtro polarizador de la cámara, y a la vista de los resultados no pasan ni dos minutos antes de que el resto le imitemos. Los distintos niveles de las paredes del cañón, el cielo, sus nubes... no hacemos más que disparar y disparar. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Seguimos saltando de mirador en mirador a base de pequeños tramos de unos cuantos minutos en coche, y ahora es turno para Moran Point. Encontramos aquí una bajada en las piedras para alcanzar un mirador natural en forma de saliente. La gente suele respetar los turnos, pero aquí debemos aguardar unos largos minutos a que un asiático (como no) haga la foto que busca... con un móvil. ![]() La sucesión de miradores da paso ahora a un bosque, con claras señales de sufrir un incendio pero que parece estar restaurándose a buen ritmo. Podemos decir ya que el parque es una gozada, con la libertad que supone circular con tu propio vehículo en carreteras perfectamente conservadas y elegir qué puntos visitar entre las decenas disponibles. Alcanzamos ahora el mirador de Grandview. Aquí nace una ruta de senderismo que desciende varios metros, por eso suponemos que el aparcamiento es algo más grande que en los anteriores casos. ![]() Llegamos a la villa del parque, que dispone de hasta tres aparcamientos. Recomendamos el 1, ya que es el que más cerca queda de los puntos de interés. Tropezamos con montones de ardillas que prácticamente se abalanzan sobre la gente sospechosa de llevar comida. Una incluso se mete en la bandeja inferior de un carrito para bebé. Un grabado en el suelo homenaje a las diferentes tribus indias características de la zona. Tras caminar apenas un puñado de metros, llegamos a los miradores de Powell y Hopi, los dos más populares para ver el atardecer. Si a estas horas ya están atestados de gente, es de suponer que serán impracticables cuando el sol empiece a caer. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Con tanto mirador se nos ha echado el tiempo encima, y decidimos aprovechar nuestra decisión hotelera del día para comer fuera del parque. Hemos reservado habitación en el Red Feather Lodge de Tusayan, un pueblo que vive por y para hospedar a gente que visita el cañón, ya que se encuentra a escasos kilómetros de la salida sur de éste. 6 millas después llegamos a Tusayan, pero lamentablemente el Steakhouse que nos habían recomendado solo parece abrir para las cenas. En su lugar, encontramos un restaurante mejicano en la siguiente puerta. El camarero nos pregunta "How many?", y nosotros le contestamos "¡Cuatro!". Sin haberlos pedido, nos sirven una generosa bandeja de nachos para ir matando el hambre mientras preparan nuestros platos. Eso que nos ahorramos. Llegan luego las ensaladas, que de ligeras tienen poco. Servidas en una ensaladera de trigo (la misma masa que los nachos), y con un sustancioso relleno de tacos o fajitas. Buena y picante. Si paráis aquí no pidáis nada de entrante, porque no será necesario. ![]() Nos cobran por toda la mesa 94 dólares, algo más de lo que esperábamos. Las tres cervezas Corona cuestan la friolera de 6 dólares cada una. Marcaba esto el inicio de una bastante pobre impresión de Tusayan, que al fin y al cabo es una sola calle plagada de hoteles y que no parece necesitar ningún gran esfuerzo en el trato y los servicios, ya que con la cercanía al parque le basta y le sobra. Volvemos al coche que tenemos aparcado frente a una Grocery Store (lo que sería un supermercado), y aprovechamos para comprar detergente en vistas a lavar la ropa esa noche. M se enamora de un sombrero vaquero de buena calidad, y se decide a comprarlo por 60 dólares antes de repensárselo. Compramos otra ración de Coors Light y nos piden el pasaporte a todos, lo cual nos resulta excesivo. Llegamos ya al Red Feather Lodge situado, como todos los hoteles de Tusayan, en el extremo más al sur de la calle. La habitación nos cuesta unos 150 euros a repartir entre los cuatro, esta vez sin desayuno y ni siquiera nevera en la habitación. Por primera vez vemos en la máquina de hielo un cartel que pide que no se utilice para rellenar neveras personales. La cosa no mejora, por ahora Tusayan es uno de los destinos más caros y con peor oferta. ![]() ![]() ![]() Descansamos un rato en el cuarto, descubriendo los titulares del día según la cadena ABC15: aparecen unos graffitis en Flagstaff, se detiene a un ladrón de bicicletas, y un reportaje sobre un orangután que limpia cristales. Apasionante. La televisión del hotel incluye contenidos a la carta. Videojuegos de Nintendo64 a 7 dólares la hora, películas todavía en cartelera por 17 dólares, y cine para adultos... solicitándolo en recepción, menuda situación. Volvemos al Grand Canyon con el objetivo de disfrutar la puesta de sol. Unos cuantos coches se detienen provocando un atasco a causa del avistamiento de los "elk", un tipo de ciervo de gran tamaño característico de la zona. Más adelante encontraríamos algunos a escasos metros de la calzada sin necesidad de detenerse. Aparcamos en Market Place y nos equivocamos al empezar a caminar. En algún momento hemos errado la dirección y nos estamos adentrando en los bungalows del hotel Yavapai. El tiempo corre en nuestra contra. Volvemos hacia el coche y con más fortuna que saber hacer damos con la ruta correcta. Llegamos a Yavapai Point y nos colamos en el único sitio que parecía quedar libre, agazapados y apoyados contra una pared. Montamos las cámaras en tiempo record, porque ya son las 18:30 y el sol empieza a desvanecerse. Hay bastante gente, pero si le echas agallas puedes colocarte en las filas de más adelante, que se encuentran ya a escasos metros del precipicio y dan algo más de sensación. Hubiera sido preferible llegar media hora antes, pero todavía podemos salvar el atardecer. Espectacular la paleta de tonos rojizos que cubren el cañón cuando en el lado opuesto se pone el sol. ![]() ![]() ![]() ![]() Empieza a sonar música de fondo, y son tres hippies equipados con guitarra y malabares en llamas. La canción es "The Rockafeller Skank" de Fatboy Slim. Le da al ambiente un toque kumbaya que no le sienta mal a la escena. Algunos se unen a la fiesta y bailan. ![]() ![]() ![]() Topamos con más ciervos en el camino de salida, pero estamos ya a oscuras y nuestros intentos por iluminarnos son en vano. Llegamos de vuelta al hotel, y tal cual dejamos las cosas empaquetamos la ropa sucia y vamos hacia la lavandería, que consta solo de dos kits lavadora+secadora provocando que haya que esperar turno. Por un dólar lavamos en frío durante 23 minutos, y por otro secamos durante 45. Con nuestra ropa limpia termina el día. ![]() Lo de mañana apunta muy alto, y no es solo una forma de hablar. Solo dos conceptos: Helicóptero por la mañana, y Las Vegas por la noche. Etapas 7 a 9, total 20
Puede sonar a tópico, más si cabe en un viaje en el que cada mañana nos espera una jornada llena de momentos remarcables, pero el de hoy ya apuntaba desde las 6:30 a que iba a ser una etapa muy especial. La agenda del día no es la más densa del viaje, pero los pocos puntos planificados corresponden a actividades y lugares que no se encuentran en cualquier parte.
Por ahora, Tuba City y Tusayan han sido las únicas ciudades cuyos hoteles nos han dejado la factura bajo la puerta en la mañana de nuestra marcha. Creía que era una práctica mucho más extendida en el país. ![]() F lleva desde anoche algo inquieto, y no es para menos. En una mezcla de insistencia y chantaje emocional, conseguimos que tanto él como M se apuntaran a lo que L y yo teníamos clarísimo hacer: disfrutar del Gran Cañón desde las alturas de un helicóptero. Nuestro hotel no tiene desayuno incluído y nos hemos levantado con mucha antelación respecto al vuelo ya reservado y confirmado, así que la mañana transcurre tranquila. Comprobamos la previsión del tiempo: en Tusayan tenemos 13 grados y ni una sola nube. En nuestro destino final del día, Las Vegas, las temperaturas máximas rondan los 40 y las mínimas 26. Y no es de esperar un descenso de éstas hasta el sábado, que es cuando abandonaremos la ciudad del pecado. Parece que la noticia del día será la elección de Eddie Murphy como presentador de la próxima ceremonia de los Oscar. Por lo menos, los noticiarios y tertulias matinales no hablan de otra cosa. Siendo ya nuestro tercer viaje a los Estados Unidos, estamos más que curtidos en experimentar con el café de dudosa calidad. Pero el peor café concecible por el ser humano nos estaba esperando aquí, en unos termos a disposición de los huéspedes en la recepción del Red Feather Lodge de Tusayan. Ni la leche en polvo quiere saber nada de él resistiéndose en forma de grumos. Parece que gran parte de las habitaciones están ocupadas por turistas españoles. Ayer, durante la lavandería, nos topamos con unos gallegos que también estaban recorriendo varias localizaciones, y hoy en recepción escuchamos a una pareja hablando en catalán. Antes de dirigirnos al aeródromo de Tusayan simulamos que vamos hacia el Gran Cañón para topar con el cartel de bienvenida de esta entrada del parque. Hay habilitado un poste de metal para apoyar la cámara en las fotografías de grupo, pero no parece muy fiable y ni mucho menos comparable a la estabilidad de un trípode. Mientras posamos junto al cartel, pasan sobre nuestras cabezas helicópteros como el que nos acogerá en unos minutos. Y no van precisamente despacio. ![]() ![]() Llegamos en un visto y no visto a las oficinas de Papillon Tours en el aeródromo de la ciudad, y una báscula en el mostrador nos pesa por cuestiones de seguridad. Resulta que tras una semana en los Estados Unidos no he ganado ni perdido un solo kilo. O la báscula está rota, o el viaje no mandará al traste el reciente régimen como esperaba. ![]() Durante la excursión en helicóptero no permiten más carga que la de tu cámara al cuello, así que volvemos hasta el coche para dejar nuestras mochilas. Al regresar, nos pasan un video de seguridad con las normas básicas y la localización del chaleco salvavidas inflable, que debe ser muy útil si te estrellas en pleno cañón. ![]() Al cabo de unos minutos, nos comunican que por ajustes de pasaje nos van a trasladar hasta la recepción de Grand Canyon Helicopters, compañía hermanada con Papillon que necesita a cuatro españoles para completar una cabina. Lo mejor de todo es que esta compañía es de nivel superior, con helicópteros más modernos y, lo más importante, con mayores ventanas para disfrutar de las vistas. En otras palabras, que nos ha tocado el gordo. Tras 2 minutos en una furgoneta más peligrosa que el helicóptero, estamos ya esperando en recepción. Por la asignación de asientos, deducimos que la aeronave tiene dos filas de 3 y 4 asientos respectivamente y, para desgracia de M y yo que ocupamos las plazas intermedias, todo nuestro grupo va a la fila trasera. ![]() ![]() Nos echamos a volar. Ni un atisbo de miedo, y el que podían sentir M y F en los instantes previos se desvanece en cuestión de segundos. El helicóptero se despide del suelo y encara la recta de aceleración con una suavidad inesperada, sin un solo movimiento brusco. Tras la bienvenida de la piloto en la que nos confiesa que no sabe una sola palabra en español, reproducen en nuestros auriculares una grabación en la que primero suena Bruce Springsteen y luego unos sudamericanos empiezan a enumerar las maravillas e historia del Gran Cañón del Colorado. ![]() Pasamos varios minutos sobrevolando la carretera y un frondoso bosque y, de repente, la superfície se corta y da paso al espectáculo. Incluso dentro del propio cañón descubrimos zonas donde predominan más los tonos verdes de los árboles que los marrones de la arena y piedra. ![]() ![]() ![]() Disfrutamos de los 30 minutos en total que pasamos en el aire. Las ventanas dan muchos reflejos que nos alejan de la foto perfecta, pero eso no quita ni un ápice de recomendación si uno puede permitirse el precio, algo más de 100 euros por pasajero. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Las tiendas de recuerdos tanto en las oficinas de Grand Canyon Helicopters como de Papillon Tours son algo pobres. Entré en ellas ansioso por encontrar una maqueta a escala del helicóptero al que habíamos subido, pero no encontré nada ni remotamente parecido. Me parece una oportunidad de negocio perdido, seguro que muchos caerían como yo. Nos despedimos del Red Feather Lodge y ponemos rumbo hacia Las Vegas. No nos queda más remedio que deshacer parcialmente parte del trayecto de etapas anteriores, así que volveremos a encontrarnos con la Ruta 66. Empezando por Williams, un pueblo al que por un malentendido en el grupo no llegamos a entrar. Y es una pena, porque según anuncian es uno de los más auténticos en lo que a recrear el ambiente de su mejor época se refiere. Lo más cerca que nos quedamos es en un KFC/Taco Bell de las afueras donde más que desayunar, a las horas que son podemos decir que hacemos el "brunch". Burrito, taco suave y bebida por algo menos de 6 dólares. Buenísimo. L no es muy amiga del pollo frito y los tacos y prefiere entrar en un McDonalds. Y, por segunda vez, no le sienta demasiado bien a su estómago. F resulta ser la primera persona con la que me cruzo capaz de devorar un helado McFlurry más rápidamente que yo. Configuramos una vía alternativa para llegar a la Presa Hoover pasando por Truxton. De ese modo evitamos repetir el tramo entre Seligman y Kingman y, en su lugar, unir esas dos ciudades por la mítica ruta 66. Nos esperan en total algo más de 5h de carretera. Enseguida alcanzamos Seligman y, tras un desvío, empezamos a movernos por primera vez por la carretera que une Chicago con Los Ángeles. En Seligman encontramos lo que habíamos venido a buscar. Edificios antiguos muy coloridos, tiendas de souvenirs y muchas, muchas Harley Davison aparcadas en las aceras. La mejor de las tiendas, la de una señora de Wisconsin cuyo marido es un ex-militar que conoce Mallorca por haberlo sobrevolado estando de servicio. Compramos aquí algunos imanes y una matrícula de Arizona con la leyenda "Route 66" para la oficina donde F y yo trabajamos. Visitamos igualmente otras tiendas pero, pese a ser de mayor envergadura, son peores y más caras. Prácticamente todos los dependientes son un encanto, preguntándote al entrar de dónde vienes y iniciando casi automáticamente una conversación que puede prolongarse hasta cuando tú quieras. Ah, y te ofrecen café. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Dejamos Seligman muy ilusionados, creyendo que todas las paradas durante la ruta serían como ésta. Pero nuestro gozo en un pozo: Peach Springs, Truxton y Valentine resultan ser villas casi fantasmales, sin nada ni nadie que asome por la carretera. En Hackberry hay una tienda a pie del asfalto, pero pasamos por ella demasiado rápido como para apartarnos y la dejamos ir. Volvemos a Kingman días después de haberlo dejado atrás en las primeras etapas. Termina aquí nuestro periplo por la ruta 66, que empezó muy fuerte pero fue yendo a menos a un ritmo vertiginoso. Nos quedaremos siempre con la duda de si Williams era una visita obligada o no. Aprovechamos el paso por Kingman para revisitar su Walmart, ya que fue aquí donde vimos algunos souvenirs interesantes a un buen precio. De paso nos reabastecemos un poco, ya que los tubos de pringles de la primera hornada están empezando a desaparecer. Recorremos nuestras últimas millas de la maravillosa Arizona camino de la presa Edgar J. Hoover, que no es la más espectacular pero si una de las más populares que se pueden visitar. Tras un rodeo que ya nos introduce por primera vez en Nevada, conducimos por encima de la propia presa (es la que marca la separación entre los dos estados) y aparcamos gratuitamente en las áreas habilitadas para ello en el extremo de Arizona. Solo hay que descender a pie durante unos minutos para ahorrarse el coste del parking en el lado de Nevada. ![]() La presa no tiene mayor interés que el simbólico que comentaba antes, y ya de paso la anécdota de cambiar de estado a pie. Una de sus características más conocidas es la de un par de relojes habilitados en cada torre, marcando la hora en cada uno de los estados... aunque durante el verano ambos marcan exactamente la misma. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() La puesta de sol nos coge abandonando la presa, pero el termómetro de nuestro coche se resiste a bajar de los 39 grados. No hace falta recorrer muchos kilómetros para empezar a divisar casinos a pie de carretera. El primero: La Hacienda, anunciando habitaciones gratuitas para conductores de camiones. ![]() Seguimos bordeando salidas y se repite una característica que ya habíamos observado antes: en los alrededores de cada pueblo o ciudad, en alguna colina hay escrito con gran letra blanca la o las iniciales del nombre del lugar. Nos ocurrió por ejemplo con una gran P que nos daba la bienvenida a Page, y nos ocurre ahora con una inscripción BC en honor a Boulder City. Avanzamos, avanzamos, y por culpa de unas obras no llegamos a través del strip, si no por una de sus calles paralelas. En cualquier caso: bienvenidos a la locura. Es de noche y los neones ya están a pleno rendimiento. Echamos un primer vistazo a las decoradísimas fachadas del Luxor, el New York New York, el Mirage... El GPS nos ordena girar, y damos de bruces con las fuentes del Bellagio. En pleno caos de luces, coches, gente y enormes pantallas, los chorros de la fuente explotan frente a nosotros y se elevan varios metros. Temíamos durante la preparación el tráfico que pudiera haber en Los Ángeles, pero esto supera con creces lo más caótico que podíamos imaginar. Y para rematarlo María, nuestro GPS, parece haberse quedado tan atónita como nosotros y no acierta a indicarnos por dónde se llega al aparcamiento del París. Algunas de las pantallas, la mayoría de ellas anunciando espectáculos de dudosa moral, son capaces de cegarte si no andas atento a la carretera, así que recordad tener los cinco sentidos puestos en el volante si se os ocurre transitar por el Strip durante la noche. Una vez más F nos saca del embrollo y, de alguna forma que ni él mismo es capaz de explicar, consigue alcanzar el self-parking (no confundirlo con el "valet" parking, que es el de los aparcacoches) del hotel París. El parking es de estilo americano, es decir, ofensivamente grande. Dejamos el coche en la cuarta planta y vamos hacia la recepción con la carga mínima. Nos lleva 15 minutos alcanzarla, cruzando antes las calles de un París de cartón-piedra con su cielo ficticio, sus boutiques y sus restaurantes bistro. Llegamos a la sala de mostradores y nos ponemos a la cola, ya que solo los clientes Platinum tienen un mostrador propio menos concurrido. Empieza lo que podríamos denominar para la historia "El show de los pasaportes". Durante los preparativos del viaje, en foros dedicados a hablar sobre Las Vegas encontramos varias referencias a cierta práctica aparentemente habitual para conseguir una buena habitación en el hotel. Dicha estrategia consiste en introducir un billete en el pasaporte que vas a entregar en el mostrador, acompañado de una inocente petición de conseguir una buena habitación. Y allá vamos, M y yo con nuestro pasaporte debidamente cargados con 20 dólares por la página con nuestro nombre y fotografía. Llega el turno y una amable muchacha, al encontrarse el primer "regalito", nos mira algo perpleja y nos pregunta "¿Queréis alguna mejora?". Haciéndome el loco sobre el billete, le pregunto si sería posible tener una habitación en alguna planta elevada, que fuera tranquila y que tuviera unas buenas vistas. Sin un solo segundo de duda la chica accede y tras un "No problem" sigue con la reserva. A todo esto, el segundo pasaporte seguía sin abrir, y cuando por fin descubre el segundo billete nos mira timidamente y nos agradece el regalo. Puede, es más, estoy seguro de que cosas mucho peores y billetes mucho más grandes se ha encontrado esta misma chica en otras ocasiones, pero desde luego interpretó el papel de sorprendida y agradecida a la perfección. Llegamos, no sin poner a prueba nuestra orientación, a la planta 11 del interior de un falso Palacio de Versalles que aloja las habitaciones del casino. En los pasillos la temperatura no debe superar los 15 grados, y llegamos tiritando a nuestras habitaciones. Evidentemente, todas las zonas comunes tienen una categoría bastante superior a las que hemos encontrado hasta la fecha. La habitación nos despeja las dudas: a una altura suficiente, y con vistas a la Torre Eiffel y la piscina del hotel. Puede haber sido suerte, o puede haber influído el show de los pasaportes. Yo soy feliz pensando que fue lo segundo. Todavía estamos estudiando las vistas cuando de más allá de la torre asoman los chorros de las fuentes del Bellagio. De acuerdo, nos gusta la habitación. Por cierto, aprovechando los bajos precios del alojamiento en esta ciudad esta vez reservamos habitaciones separadas. El precio final fue de 450 euros por 2 habitaciones dobles durante 3 noches. Para hospedarse en Las Vegas, es muy recomendable seguir de cerca varías páginas web que ofrecen durante un tiempo limitado descuentos muy atractivos para hoteles de una categoría decente. ![]() ![]() ![]() Volvemos a repetir la odisea para alcanzar el parking y recoger nuestras maletas. Paseamos por París con ellas y, al regresar a la habitación, descubro un mensaje conforme el cual no se puede utilizar la nevera para conservar artículos traídos de fuera. En mi cabeza empieza a sonar la música de McGyver junto a la de unos engranajes, e improviso una nevera de emergencia utilizando el lavabo, una buena cantidad de hielo y una toalla. Nuestras ensaladas de Walmart están a salvo. Pasan ya las 21:00, así que acordamos cenar en la comodidad y grato silencio de nuestras habitaciones. M cena, echándole imaginación, la versión americana de los pamboli mallorquines: bocaditos de galletitas saladas con pavo y queso. Y oye, están para comérselas. Rematamos con un poco de sandía fresca, y acordarmos reunirnos en una hora para descubrir la ciudad. Son las 22:30 cuando, ya más descansados, descendemos a los infiernos. No hemos abandonado todavía nuestro propio casino y ya nos parece una locura, sin saber hacia donde dirigir la mirada primero. Nos cuesta encontrar la salida del hotel en un mar de máquinas tragaperras y videopantallas que no dejan de emitir sonidos y luces. ![]() ![]() Por fin en la calle, la cosa no cambia. Bastante gente circulando por las aceras, pero no la suficiente para hacer de pasear una experiencia desagradable. Empezamos el tour visitando el Planet Hollywood, que es colindante a nuestro hotel. El París, por fuera, bien merece un vistazo: el globo iluminado, la torre, el palacio al fondo, todo queda muy resultón. ![]() El interior del Planet Hollywood tiene un ambiente mucho más jovial... y escandaloso. Al sonido de las máquinas se le une el de las voces y gritos, algunos de gente que parece haber empezado la noche demasiado pronto. Según habíamos leído, está permitido fotografíar planos generales en el interior de los casinos, así que me equipo con mi ISO 800 y realizo las primeras de muchísimas fotografías que se avecinan. Si me tomara más tiempo del necesario en fotografiar algún detalle de las máquinas y mesas, podrían llamarme la atención. Vemos máquinas tragaperras de todos los tipos, tamaños y apuestas mínimas. Las hay desde 1 centavo hasta los 5 dólares. En las mesas de ruleta, poker o blackjack la apuesta mínima parece de un dólar y es necesario canjear tu dinero por fichas previamente. En el Planet Hollywood las croupier son chicas sugerentes, pero no las únicas: en algunas mesas vemos a bailarinas dando lo mejor de si a escasos centímetros de los jugadores. ![]() Suena Sweet Home Alabama en un escenario cuando abandonamos nuestra primera parada. En la planta superior queda el teatro donde se celebra un espectáculo para adultos. Qué peligro. Cambiamos de acera para acercarnos a las fuentes del Bellagio. Vemos un primer pase con música de la Pantera Rosa y, tras unos 15 minutos de espera, empieza el segundo con la banda sonora de Chicago. La fuente es increíble, aunque al nivel de calle no luzca tanto por no poder distinguir las distintas profundidades de los surtidores. Debe ser una de las pocas cosas a hacer en Las Vegas que no sean de tono elevado. ![]() ![]() ![]() Vemos desde ya que en Las Vegas no aplican muchas de las normas a tener en cuenta cuando visitas Estados Unidos. La gente bebe por la calle sin ningún pudor, en los interiores se encienden cigarrillos donde les da la gana, no te piden identificación al comprar alcohol y en todo momento intentan venderte por la calle bailes privados y apostaría que prostitución, aunque no lo digan explícitamente. Alejándose del Bellagio en dirección al suroeste tenemos el Cosmopolitan, un casino mucho más elegante. Más allá tenemos el Crystal, una de las últimas incorporaciones al Strip cuyo diseño recuerda al Museo Guggenheim de Bilbao. ![]() Seguimos en la misma dirección, caminando por la acera más al sur. Este parece ser el lateral elegante, ya que al otro lado de la calzada vemos algunos casinos y locales que parecen ser de mucho menos nivel. Solo en Las Vegas podrías hospedarte en un casino de lujo ambientado en Mónaco, y por la ventana de tu habitación ver a gente entrando en un McDonalds. ![]() Hablando de Mónaco, llegamos a la fachada del Monte Carlo. De diseño clásico, sobrio, emulando la porcelana, un efecto muy logrado hasta que se te ocurre ponerlo a prueba y al tacto se descubre el engaño. ![]() ![]() Llegamos al New York New York. Desde su propia acera no luce en todo su esplendor, ya que a duras penas puedes ver los raíles de la montaña rusa, o los falsos rascacielos. Si llegamos a identificar el Edificio Chrysler y un pedacito de puente de Brooklyn, así como el cartel de Pepsi-Cola cuyo original descansa a orillas del East River. El interior del casino es, por ahora, uno de los que más nos convence. Espacioso, con muchas áreas de decoración diferenciada y muchos guiños a la gran manzana. Consultamos en algunos bares el precio de la cerveza, siendo entre 5 y 7 dólares el precio más habitual. ![]() Llegamos al siguiente casino, con una decoración propia de un castillo encantado de Disney. Se trata del Excalibur, ambientado en la Edad Media. Parece de juguete, y por dentro la experiencia no empeora, aunque peca de cierta falta de iluminación. Como en todos, pasas junto a gente que parece llevar horas enganchado a una misma máquina. Tomamos tres cervezas negras de barril por 5 dólares cada una. ![]() ![]() Podríamos seguir el curso de esta acera hasta alcanzar el Luxor (la pirámide egipcia) y el Mandalay Bay, pero las distancias engañan y nos llevaría más tiempo del que nuestras reservas de energía aconsejan. Cruzamos por un paso elevado que conecta el Excalibur con el MGM. ![]() El mayor reclamo del casino de la Metro Goldwyn Mayer es el espacio de los leones, pero a estas horas ya se han retirado para dormir. Volveremos otro día antes de que los oculten a las 19. Tomamos el camino de vuelta hacia el noreste, pasando frente a una tienda M&M's y un Hard Rock Café ya cerrados. Alcanzamos de nuevo nuestro hotel. L da por finalizado su día y se retira a la habitación, mientras que las 3 almas perdidas restantes volvemos al Planet Hollywood para saborear una cerveza Miller. En el camino, la frecuencia con la que nos intentan asaltar con folletos de chicas ligeras de ropa aumenta exponencialmente tras perder a la chica del grupo. Perdemos nuestros 2 primeros dólares en Las Vegas, uno mío en las máquinas de videopoker y otro de M en una enorme máquina tragaperras. Tras las rondas del Excalibur y el Planet Hollywood, decidimos tomar la última en nuestro propio hotel para que cada uno haya pagado una. No les queda Guiness, así que pedimos unas Foster por 6 dólares cada una. Dejo la mía a medias, son las 2:30 y una alarma en mi interior me dice que ya es suficiente. Le digo a una de las mil cámaras continuamente observándonos que ésta ya no la termino y que me voy a dormir. Entro a tientas a la habitación y doy la intensa jornada por finalizada. Hace apenas 16 horas, estábamos volando sobre el Gran Cañón, y en las últimas 4 o 5 hemos descubierto la locura hecha ciudad. Mucho cuidado con Las Vegas, basta con una noche para verificar que es un lugar peligroso. Hace falta una notable cantidad de autocontrol o alguien que vele por ti para no cometer estupideces. Mi consejo: abusar de las fuentes del Bellagio para pasar el tiempo, fijarse un presupuesto económico a perder diariamente, y no pasar de las dos cervezas. Y mantener la cabeza muy, muy fría. Es una ciudad en continua borrachera. Mientras mis párpados se cierran, las tarjetas bancarias empiezan a temblar dentro de las carteras. Mañana visitamos un outlet. Etapas 7 a 9, total 20
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