Crónicas de México ✏️ Blogs de Mexico

A las siete y media de la mañana en el hostal Los Amigos se respiraba tranquilidad absoluta. Corría un aire fresco muy agradable y me cubrí con una manta. El “Travel Mode” continuaba activado a máxima potencia y sabía que ya no se iba a desconectar hasta la vuelta a Barcelona. Tan sólo tenía que dejarme llevar por mis sentidos y disfrutar de la experiencia. Me sentía bien mientras tecleaba en el ordenador para dejar salir la cascada de sensaciones que empezaban a brotar en mi interior fruto de los acontecimientos. Sí, sentía que debía dejarlas salir mediante un sencillo y delicado proceso, “sentirlas, darles forma, escribirlas, compartirlas”. Así, sin más, sin mayores pretensiones, sin esperar nada que no sea la satisfacción personal de haber sentido y haberlo expresado sin miedo, como si fuera una asignatura de mi camino personal que en el pasado me quedó para septiembre y todavía anda coleando.

Los reports de Oaxaca enviados a los editores han entrado muy bien, parece que las aguas vuelven a su cauce tras el pequeño “incidente” de Miami. Esta mañana salgo hacia Puerto Escondido, un pueblecito de pescadores transformado en la Meca del surf de México, famoso por la playa de Zicatela y su “Mexican pipe” (una ola perfecta que rompe de manera que el surfista experimentado puede surfearla en su interior mientras va rompiendo por encima suyo). Iba a Puerto Escondido para encontrarme de nuevo con las olas, con la playa, con el mar, con la calma, y con una persona muy especial.

Nos conocimos en Granada de Nicaragua, rompimos barreras en las Corn Islands, y tras compartir una intensa semana en Costa Rica, nos despedimos para continuar nuestros caminos personales. Hoy, tras cinco meses de experiencias individuales y esporádicos contactos cibernéticos, Laura y yo nos volvíamos a encontrar tal y como somos en esencia, como dos almas viajeras, esta vez en Puerto Escondido.

Jesús (unos de los tres mexicanos de Tijuana) apareció a mi lado con cara de sueño. “¿A qué hora sales hacia Puerto Escondido?”, “Nueve y media”. Se sentó en silencio con su taza de café y se acurrucó envuelto en su manta mirándome sonriendo. “¿Sabes una cosa?, eres el primer español que conozco que me cae bien”, le devolví la sonrisa. Jesús desvió la mirada pensativo y añadió “Aunque lo cierto es que sólo he conocido a dos, el otro era un chingao engreído”, soltando una sonora carcajada. Los dos nos reímos a gusto mientras Jose Luís, Israel y Alfonso aparecían por el patio con cara de “café en vena, por favor”. Los mexicanos me habían hecho sentir como en casa. Nos despedimos con abrazos sinceros y un “Hasta la próxima, donde sea”.

*** Imagen borrada de Tinypic ***

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Por 120$MXC/trayecto (7 euros) una furgoneta de 8 plazas te lleva desde Oaxaca hasta San Pedro Pochutla por la carretera federal 175 que pasa por Miahuatlán. La carretera atraviesa la Sierra Madre de Oaxaca para llegar al mar ofreciendo vistas espectaculares de la montaña, verde, verdísima. El trayecto dura entre 6 y 7 horas y a pesar de los paisajes, se hace pesadísimo. Tramos en obras, poblaciones, curvas y más curvas, y los putos “reductores” (montículos en la carretera para reducir velocidad) que te dejan el culo como un bebedero de patos. Alguna parada en una taquería local de montaña para probar la torta con chorizo a la brasa mientras conversas con el conductor y algunos pasajeros ayuda a hacer el trayecto más llevadero. Desde San Pedro Pochutla un autobús te deja en Puerto Escondido en una hora y media (30$MXC/trayecto). En avión desde Oaxaca (Aerotucán y Aerovega) el tiempo se acorta a una hora y el precio se alarga a 400 euros.

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A las 6 de la tarde llegué a Puerto Escondido. Bajé del autobús con un cansancio acumulado de 8 horas de carretera considerable. Llovía a cántaros y me quedé en la estación de autobuses mirando a mi alrededor. La primera impresión de Puerto Escondido no era de las mejores que he tenido cuando he llegado a un lugar y no era por la lluvia, no. Me metí en una tienda de ropa esperando a que la tormenta parara. “¿Viene a surfear?”, un chaval de ojos oscuros me miraba fijamente con sonrisa de dentífrico. Luís no debía pasar de los dieciseis y era el dependiente de una tienda de ropa femenina. Andaba aburrido el chaval y se sentó a mi lado. “¿Eres de Puerto Escondido, Luís?”, “Sí, aunque ya llevo demasiado tiempo aquí”, Luís tenía una sonrisa limpia. Me quedé mirando como llovía mientras encendía un piti, el cansancio me tenía medio empanao. “¿Dónde te gustaría ir, Luís?”. “Lejos, a Oaxaca o así. Usted viene de ahí, ¿no?, ¿Cómo es?”. Acostumbrado a que me pregunten por Barcelona me sorprendió la pregunta. Oaxaca está sólo a unos doscientos kilómetros de Puerto Escondido, lejos…Lo cierto es que, en el fondo, Luís no hablaba de Oaxaca en términos de distancia física sino vital. “Me gustaría ser músico y en Oaxaca puedo aprender”. Para Luís, Oaxaca significaba un cambio de vida para salir del agujero de Puerto Escondido, lejos. “¿Y por qué no lo haces?”. “Mis padres quieren que lleve está tienda, es muy aburrido pero más seguro”. Nos quedamos un rato en silencio…..que feo es Puerto Escondido. Tras media hora de conversación la tormenta no paraba. Me puse el anorak y cubrí las mochilas. “Buena suerte, Luís”, “Que tenga un buen viaje”.

Había quedado con Laura en el hostal Mayflower, llegaba dos horas tarde pero no tenía ninguna prisa y sabía que ella tampoco. Me desvié hacia la playa, estaba desierta y empapada. El mar andaba de fiesta por la tormenta y las solitarias olas de Puerto Escondido se veían de un modo especial bajo la lluvia. Imponentes, furiosas, indomables, libres. Una nueva punzada de cansancio me recordó que llevaba 8 horas de autobús encima y me fui a buscar el Mayflower bajo la lluvia.

“Hostal Mayflower”, entré rápidamente. “Buenas tardes, he quedado aquí con una persona, no se sí…..”, “¿Laura?, está esperándole ahí”. El tipo me señaló una pequeña salita. Me asomé cargado con mis dos mochilas y calado hasta los huesos, Laura estaba tocando la guitarra, alzó la mirada y la cruzó con la mía…..en fracciones de segundo nos trasladamos en el tiempo hacia el Hostal Maleku de Alajuela (Costa Rica) donde nos vimos por última vez cinco meses atrás pero lo cierto es que ahora estábamos en el Hostal Mayflower de Puerto Escondido (México) y ya no había ni putos Facebooks ni Skypes de por medio sino la fascinante realidad del cara a cara. En milésimas de segundo pasamos del inmovilismo incrédulo del “¿Nos estamos viendo, es real?” a la acción inmediata. Mochilas y guitarra a tomar polculo y un beso tórrido y sensual, proporcional a la intensidad de los momentos pasados y la conexión entre los dos.

El Hostal Shalom (habitación privada doble con baño, 250$MXC/13 euros) está en el Boulevard Benito Juárez, algo alejado del centro de Puerto Escondido pero es ideal si quieres surfear en la playa Carrizalillo (a 200 metros del hostal). Un taxi hace el trayecto desde el centro hasta el Shalom en 10 minutos (25$MXC/1,3 euros).

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Cuando llegamos ya estaba anocheciendo, dejamos todo el “mochilerío” en la habitación y nos fuimos a cenar. Teníamos un montón de cosas que contarnos y el riesgo de que alguno de los dos taladrara al otro excesivamente con sus historias existía, pero no fue así. La cena transcurrió entre miradas y sonrisas incrédulas y una gran conversación donde el diálogo y el respeto a lo que la otra persona tenía que explicar imperó sobre cualquier necesidad de monopolizar la conversación. Una delicia.
El cansancio empezaba a ser preocupante pero no impidió que esa noche saltaran chispas en el hostal Shalom de Puerto Escondido. Buenas noches.

👉 Ver Etapa: HACIA EL PACIFICO. PUERTO ESCONDIDO ⏫ Volver arriba Compartir:

Tras 24 horas de lluvia continuada el día amanecía radiante en Puerto Escondido. Las siete y media. Como ya empieza a ser habitual, hora que mi despertador biológico ha elegido para sonar. Laura dormía profundamente. Salí a pasear en busca de un café. Se estaba a gusto paseando por la calle. Las tiendas y cafeterías empezaban a abrir somnolientas y un suave aroma a café invadía el ambiente. Paolo me saludó al pasar. Paolo y Lina son una pareja de sicilianos que lleva seis años en Puerto Escondido en el restaurante ilpastaio, sus pizzas son imbatibles (70$MXC/4 euros) y su trato también, son una delicia. Pasé de largo en dirección al café choco. Café con leche en condiciones, piti y conexión a internet.

Miré la fecha en el ordenador y sonreí, 23 de septiembre. Hace unos meses poco me podía imaginar que celebraría mi cumpleaños aquí. “Felicidades, Jax”. El plan del día era sencillo, no había nada planeado. Me sentía bien, tranquilo, la cabecita parecía haber hecho un “click” de desconexión muy agradable.

La playa Carrizalillo es un buen sitio para surferos principiantes y de nivel medio. Sus olas son de tamaño medio, más “cariñosas” que las bestias que golpean salvajemente la playa Zicatela. Para llegar a Carrizalillo hay que caminar cinco minutos desde el hostal Shalom hasta llegar a unas escalinatas de piedra. Desde arriba, Carrizalillo se veía radiante, desierta, silenciosa. Los rayos de sol se reflejaban sobre la superficie de sus aguas dejando entrever unas preciosas líneas, indicadores de una buena sesión de surf. Sonreí al notar ese grado de excitación que se genera cuando ves que las olas están en su punto y uno está ahí preparado para la acción…..”¿Cómo estás, amigo?, un vendedor de pulseras me saludó con cara de buen tipo. Fernando era un local de la zona y un apasionado del fútbol. Hablaba tan rápido que se le trababa la lengua cada dos por tres. Tras diez minutos de taladrada futbolística me despedí con suavidad, “Voy a ver como están las olas, amigo”, “!Claro, claro!, ¡Qué tenga buen surf!......!Viva Messi!”.

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En la playa unos cuantos surferos locales estaban sentados tranquilamente observando las olas en silencio. “¿Quiere tabla o clase, amigo?”, “No, gracias, ¿Cómo tenemos el tema por aquí?”. En un momento me informaron de las corrientes, las mareas, las mejores horas para surfear, las zonas de rocas. Buena gente. Carrizalillo es una playa pequeña que recuerda a una cala de la Costa Brava pero sin tanta edificación. Unas cuantas cabañas a pie de playa donde comer o beber algo y vegetación exuberante a su alrededor, eso es todo.

“¿Xavi?”. A Chloe y Alexandre los conocí en el Hostal Los Amigos de Oaxaca y también habían decidido venir a Carrizalillo. Laura quería iniciarse en el tema del surf y Alexandre también surfea. Decidimos alquilar una longboard en el hostal Shalom (80$MXC, 4,5 euros/día). Pasamos la mañana entre suaves olas, de maravilla. Laura se defendía bien en su primera toma de contacto con la tabla. Iba repitiendo constantemente “!Me encaaaantaaa!”, expresión habitual en ella cuando algo le gusta mucho. Algunas olas se dejaron surfear de maravilla y con ello me dieron un precioso regalo de cumpleaños.

Chloe y Alexandre parecían buena gente. Habían ahorrado 7.000 euros y estaban en ruta desde México hasta Bolivia o hasta que el dinero se les acabara, sin límite de tiempo. Su ruta en México era parecida a la mía y ya empezábamos a coincidir en los sitios por donde pasábamos. Había buen ambiente entre los cuatro a pesar de que Chloe por no hablar castellano ni nosotros francés, intervenía más bien poco.

Por la tarde me apetecía perderme por Puerto Escondido. La impresión inicial no había sido muy buena y quería verlo tranquilamente, sin prisas. La carretera federal 200 divide a Puerto Escondido en dos partes claramente diferenciables. Por encima se extiende la zona local. Calles y más calles cargadas de tiendas, bancos, casas de empeños, establecimientos de comida y multitud de gente pululando por todos lados, circulación densa, ruido….no quedaba nada del antiguo pueblecito de pescadores. Caminé lentamente hacia el otro lado de la carretera, el calor era sofocante debido a la humedad. La zona situada entre la carretera y el mar tiene más gracia que la local aunque se trate del Puerto Escondido turístico. Multitud de hoteles, tiendas y restaurantes se disponen a lo largo de la calle principal sin grandes estridencias. El conjunto no es una maravilla pero tampoco un engendro turístico. Al ser temporada baja no había mucho turista y se estaba bien.

Caminé por la playa hasta encontrar lo que buscaba. Tras unas rocas apareció frente a mí la imponente playa Zicatela. Considerada el tercer punto más importante de surf del mundo, este inmenso playón impresiona nada más llegar por sus dimensiones y la magnitud de sus olas. Mientras los surferos peleaban con las olas, unos chavales jugaban al fútbol, otros a vóley, multitud de locales paseaban tranquilamente....estaba a gusto y me senté en la arena mientras el sol empezaba a ponerse cambiando por completo el colorido de Zicatela. Me apetecía ver la puesta de sol en Zicatela a mi bola, a modo de pequeño regalo de cumpleaños, pero aparecieron Alex y Chloe por la playa y el momento no pudo ser tan íntimo.

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Ahora sí, Alex y Chloe se habían ido a cenar por Puerto Escondido dejándome solo sobre la fresca arena de Zicatela mientras la noche iba cayendo lentamente. Tenía mucha sed y me acerqué a un supermercado para volver a la playa. Brindé por mi cumpleaños con una botella de litro y medio de agua que me sentó de maravilla. Las notas del “Self” de Paul Kalkbrenner sonaban en el ipod (gracias, Monk) envolviéndome en una atmósfera todavía más relajante mientras las primeras estrellas hacían acto de aparición en el cielo de Zicatela. La playa estaba prácticamente desierta, las olas rompían con furia sobre la arena. Mi estado mental…calma absoluta. Me sentía de maravilla y di las gracias por ello y por estar donde estaba en ese momento. Grande.

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Unas pizzas no es lo que yo consideraría una magnífica cena de cumpleaños pero si le añades un par de copas de buen vino blanco, el cariño de Paolo y Lina cuando se enteraron de la onomástica y la compañía de Laura, con quien la conexión empezaba a ser excepcional, la cena se convierte en algo sencillamente inolvidable. Mientras los trozos de pizza iban cayendo, con Laura viajamos a nuestros respectivos pasados, a aquellos momentos de tiempos anteriores que creíamos que, de un modo u otro, nos habían marcado las direcciones de los caminos que estábamos recorriendo en la actualidad. Fue una conversación visceral, sin formalismos ni frases estereotipadas, sin tapujos, donde los dos nos abrimos completamente sin temor de lo que uno pudiera pensar del otro y donde la diferencia de edad entre los dos se quedó, una vez más, en un mero hecho anecdótico. Gracias Lau.

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Esa noche en el hostal Shalom de Puerto Escondido volvieron a saltar chispas, aunque más intensas que en anteriores ocasiones. Como si de unos fuegos artificiales que dan por finalizada una inolvidable jornada se tratara. Feliz cumpleaños. Buenas noches.

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En la costa de Oaxaca, a 50 kilómetros al este de Pochutla, se extiende una serie de preciosas bahías poco pobladas conocidas como Bahías de Huatulco. Tenía pensado ir a Barra de la Cruz pero unos franceses que conocí en Carrizalillo no me lo aconsejaron, olas demasiado fuertes para principiantes. Tras comentarles lo que andaba buscando me dijeron “Tú buscas Chacahua, amigo”….”Chacahua, ¿Y eso dónde para?.

Chacahua me desviaba de la ruta hacia el norte en dirección a Acapulco. Para llegar desde Puerto Escondido había que coger furgoneta, taxi colectivo, barca y camión, Chacahua debía estar colgao en algún rinconcito poco visitado. Sentí que tenía que ir hacia allí, me tenía intrigado. Decidí hacer el primer cambio de ruta del viaje. Laura, Alexandre y Chloe se apuntaron al plan.

El trayecto Puerto Escondido-Chacahua empieza en furgoneta. Una “van” de ocho personas te lleva hasta el cruce de Río Grande en una hora (35$MXC/2 euros). El cruce de Río Grande se identifica fácilmente por un puesto militar antidroga. Al bajar de la furgo un grupo de soldados armados con fusiles de asalto te observa con curiosidad sin mediar palabra. Hacía un calor de cojones. En el mismo cruce hay una parada de taxis colectivos que te llevan hasta la localidad de Zapotalito en diez minutos (10$MXC/0,6 euros). Zapotalito es la puerta de entrada al Parque Nacional de las Lagunas de Chacahua, una inmensa superficie de manglares y meandros de agua salada alimentada por el mar. Desde Zapotalito hay tours en barca por la laguna que te dejan en Chacahua (500$MXC). El taxista nos recomendó que no nos dejáramos “canar” y nos llevó hasta Rolando, un barquero local que por 30$MXC te llevaba hasta Chacahua. Para ello había que hacer un primer tramo en barca por la laguna hasta llegar a un embarcadero escondido en medio del bosque y desde ahí un todoterreno del año de la pera te llevaba hasta Chacahua tras media hora de traqueteo por caminos de tierra.

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El viaje con Rolando, a pesar de tener que compartir el espacio en la barca con 20 sacos de cemento y tragar polvo a manta, fue una auténtica maravilla. Una sucesión de contrastes, empezando por las increíbles vistas de la laguna y sus canales, pasando por la verde frondosidad del bosque lluvioso para finalizar con la majestuosidad de la costa del Pacífico. Algo grande. A medida que se sucedían los paisajes, con Laura nos cruzábamos miradas de complicidad en silencio como diciendo “En que paraíso nos hemos metido…”, mientras la camioneta avanzaba hacia su destino.

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Chacahua es un pueblecito minúsculo con apenas 500 habitantes. “Calles” de arena blanca por las que no transita ningún vehículo, cabañas de madera (llamadas palapas por aquí) y toda la calma del mundo. El pueblecito se abre al Pacífico a través de la playa de Chacahua, un playón de quince kilómetros con apenas diez palapas donde se puede dormir a precios asequibles.

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La palapa “Frente al Mar” se encuentra en uno de los extremos de la playa y ofrece cabañas a precios asequibles que pueden ser negociados si vas en temporada baja como era nuestro caso (la temporada alta comienza en noviembre-diciembre). Doña Isabel (“Chavela”) regenta el chiringuito y es un ejemplo a seguir para cualquier alto directivo de cualquier multinacional. No le importa regatear precios, es más, tuve la sensación de que se sentía como pez en el agua. Eso sí, apura hasta el último peso. Sin necesidad de complejas ecuaciones matemáticas mentales, Chavela ponderaba el % de ocupación de su cabaña durante estos días (los dos sabíamos que sería 0), con el número de personas (2) y los días de estancia (3) para sacar un precio sobre el cual acordamos un 20% de descuento (Frente al Mar, habitación doble privada con baño: 130$MXC/7,5 euros). Lo de “baño” era un decir, la ducha estaba fuera y el cagadero era una taza de wáter con un barreño de agua al lado para eliminar los “regalitos” a cubazos. Laura y yo nos miramos, “vale”. Los dos podíamos viajar sin grandes lujos y se veía limpio pero no caímos en un par de detalles que más adelante darían pie a algunas situaciones un poco “incómodas”. En primer lugar, a escasos metros de la habitación había un gallinero y en segundo lugar, las paredes de nuestra cabaña y las de las cabañas colindantes no llegaban hasta el techo sino que quedaban a media altura, por lo que los sonidos pasaban fácilmente de una cabaña a otra.

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El calor era sofocante y tras dejar los trastos nos lanzamos al agua sin pensarlo. La temperatura del agua era ideal. En la distancia se podía observar “la ola” de Chacahua, una preciosa ola a derechas que cuando sale bien recorre unos cuatrocientos metros rompiendo de forma ordenada, una auténtica maravilla de la naturaleza. Pude contar cuatro “breaks” de fondo arenoso que generaban olas de diferentes tamaños para todos los niveles, un paraíso para surferos. Ajenos a tanta verborrea surfera, Alex, Chloe y Laura sencillamente disfrutaban del baño a su bola. Se respiraba una calma chicha deliciosa en la playa de Chacahua. A esa hora el sol caía a plomo y no había nadie sobre la tórrida arena. Algunos locales dormitaban en sus hamacas mientras que otros charlaban en corros a la sombra, parecía que el tiempo se hubiera parado.

Las “entomatadas” es un plato bastante contundente que consiste en gruesas tortas de maíz rellenas de queso y recubiertas con salsa de tomate, si a eso le añades una pechuga de pollo y unos frijoles ya tienes el menú completo por $75MXC (4 euros). Hablando de precios, a pesar de parecer baratos, los de Chacahua son algo elevados en comparación a la media. Hay que tener en cuenta que en este lugar no se produce nada (a excepción de algo de pesca) y todos los productos hay que transportarlos por la laguna y por tierra desde otras poblaciones.

Cirilo (vaya nombre, sus padres le hicieron una pequeña jugada cuando nació) se acercó a mí con ganas de hacer negocio. “¿Buscas tabla de surf, amigo?”. Me quedé mirando la única longboard que tenía, debía de ser una 9´2 como mínimo, tenía buena pinta. “¿Cuánto pides por esta?”, “150$MXC (9 euros)/día, precio de amigo”…..”¿De amigo?, los cojones”, pensé. “200$MXC (11 euros) por dos días”, le propuse. Cirilo se quedó sonriendo mientras le daba otra calada a un “petardazo” generoso de marihuana, “Claro, claro, trato de amigo”. Con el trato cerrado, le observé detenidamente. Cirilo era de tez muy morena, más de lo habitual en México. En Chacahua la mayoría de locales son descendientes de esclavos africanos que “llegaron” aquí durante las “visitas” de los españoles.

La tarde iba cayendo sin prisas sobre Chacahua. Unas cuantas personas haciendo meditación en la playa (Laura entre ellas), surferos con sus tablas a cuestas tras una dura sesión, un grupo de chavales jugando al fútbol y otro en el agua, cerca de la orilla, surfeando olas imposibles para un adulto de lo pequeñas que eran. Sin ruidos estridentes, sin gritos, sin prisas, parecía que todo iba al ralentí.

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La llegada a Chacahua prometía, me sentía bien. Apuré el piti sentando sobre la arena pensando en la sesión de surf del día siguiente mientras se ponía el sol. Todo estaba listo. Buenas noches.

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