Perigord (y algo más) EN CONSTRUCCIÓN ✏️ Blogs de Francia

En este día pretendíamos haber visto más cosas (Chateau des Milandes, Puymartin, Commarque, etc.), pero al final toda la mañana se la llevó Beynac. Ya salimos algo más tarde de lo previsto, pero al ir con un niño pequeño tampoco conviene estresarse más de la cuenta, además de tener claro de antemano que los planes han de ser flexibles y que, en nuestro caso al menos, preferimos ver las cosas con cierta tranquilidad. Así las cosas, llegamos y en Beynac hay un aluvión de turistas, a los que nosotros nos sumamos.


Dejamos el coche en el parking más alto, una vez atravesado el pueblo; según subimos vemos uno de pago, pero también el indicador de otro gratuito, así que decidimos probar y resulta que está sólo 300-400 más arriba, así que aparcamos allí y, en la bajada, pronto sale a la derecha un camino que lleva a la parte alta del pueblo, donde se encuentra situado el castillo. La subida, aunque corta, se las trae; eso sí, el castillo resulta imponente. Decidimos no entrar para aligerar un poco el día y pensando también en hacer luego el paseo en gabarra, así que callejeamos un poco, vamos hasta el mirador, que ofrece unas espléndidas vistas de la zona, y bajamos por esas calles empedradas que, en días de lluvia, deben ser auténticas pistas de patinaje. Es una gozada el camino hasta la parte baja, en un pueblo perfectamente cuidado y en donde, a pesar de la gran cantidad de turistas que detectamos al principio, la sensación es de tranquilidad.



Pillamos los tickets para las gabarras y, como casi queda una hora, hacemos un poco de turisteo: un helado, unas postales, entrar a una tienda, salir, entrar a otra… A las 12.30 empieza nuestro paseo por el Dogdogna, para el que nos dan un par de folios plastificados con la historia y las referencias a los chateaus de la zona. El paseo, que dura 45 minutos, no es nada del otro mundo, pero las vistas de Beynac y su castillo sí lo son, además de que viene bien para descansar un poco. Total, que ente unas cosas y otras, ya son las 13.30, así que cambiamos nuevamente de planes: comemos rápido, nos vamos al B&B, una buena sesión de piscina y, por la tarde, a otra cosa.


Todo bochorno tiene su tormenta y, en este caso, nos tocó cuando llegamos a Domme, que pintaba realmente bien hasta que empezó a llover con ganas y tuvimos que refugiarnos en un pequeño café con una dueña de lo más peculiar que nos acabó endosando una especie de zumo de kiwi y plátano que acabó siendo bastante resultón. Todavía lloviendo, aunque menos, decidimos salir, callejear algo más, asomarnos al mirador de la parte alta y dar por terminada la visita. Nos hubiese gustado quedarnos más, pero no era plan de luchar contra los elementos.


Antes de volver a casa, parada fugaz en Montfort (Vitrac), con un chateau que se ve mejor de lejos que ya de cerca, encerrado casi entre sus calles, absolutamente desiertas. Por cierto, que la carretera en este tramo es preciosa, con unas bonitas vistas sobre el río Dordogna. Poco más adelante estaban Tursac y Carsac-Aillac, pero damos la jornada por terminada.


Cenamos en Sarlat, ahora no recuerdo dónde exactamente. Y aprovecho aquí para hacer un apunte general sobre la parte gastronómica del viaje: salvo un día de McDonald’s y otro de pic-nic en la habitación, comimos siempre muy bien y a precios más que razonables: entre 35 y 55 euros la cena para dos, dependiendo de si tomábamos vino, café o alguna cerveza. Se nos quedó la espinita clavada de Le Chez Galois, siempre a tope y del que habíamos leído buenos comentarios, pero a cambio disfrutamos de buenos crépes y sidra de estilo bretón en una créperie situada a la espalda de Rue Tourny; de un estupendo cassoulet en La Tour du Guet; otra vez una deliciosa ensalada de mollejas en algún otro sitio que no recuerdo; confit de oca en el Auberge de Mirandol (del que habíamos leído de todo, pero que a nosotros sí nos gustó, además con un buen vino de Bergerac); foie un día sí y otro también, o aiguillets de canard (un corte muy apreciado) realmente buenas y que ahora, meses después, sólo recuerdo que las tomamos en un pequeño restaurante situado cerca de la rue Salamandre.

En fin, que durante estos días comimos muy bien y a precios moderados, en general sin salirnos de las propuestas de los diferentes menús (con precios que en general iban de 15 a 30 euros por persona), lo que al final significaba, salvo alguna excepción, un monográfico de oca y pato en sus diferentes versiones. Eso sí, por nosotros, sin problema: ¡nos encanta!

Y para comer, por aquello de no entretenernos demasiado y también de equilibrar gastos, normalmente tiramos de pic-nic en algunas de las muchas zonas preparadas para ello, comprando algo de fiambre, pan y fruta (por cierto, bastante más cara que aquí).

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Entre los grandes atractivos del Perigord se encuentran sus numerosos restos prehistóricos, hasta el punto de que el Valle del Vèzere está declarado por la UNESCO Patrimonio Mundial. El abrigo de Cap Blanc -entre otros muchos-, Les Eyzes, las pinturas de Font de Gaume y Lascaux son algunos de los atractivos principales. Además, poblados trogloditas, numerosas cuevas muy valiosas desde el punto de vista geológico y museos más o menos interesantes.

A la hora de planificar nuestro viaje, Font de Gaume era, en este capítulo, nuestra prioridad, dado que son las únicas pinturas rupestres que se pueden visitar tal cual eran hace miles de años. En Lascaux, en cambio, lo que se visita es un fácsimil, como en Altamira, lo que le resta “autenticidad”, aunque no desde luego su valor artístico. El caso es que cuando quise hacer la reserva para Font de Gaume, el cupo ya estaba completo; luego hay posibilidad de adquirir las entradas el mismo día de la visita, pero ello exige hacer una cola considerable y también darse un buen madrugón, por lo que esta opción quedó descartada. En Lascaux en cambio no hay posibilidad de reserva previa, lo que obliga, sí o sí, a ir temprano. Así que dando vueltas al tema y echando un ojo, vimos que la gruta de Pech Merle estaba relativamente cerca (unos 70-80 kilómetros, creo recordar), por lo que decidimos incluirla en el planning. Aquí sí había posibilidad de reserva, que nos confirmaron vía e-mail casi inmediatamente, evitando colas el día de la visita.

El camino hasta allí, entrando ya en el departamento de Lot, se hace algo pesado, especialmente hasta pasar Gourdon. Después ya es más llevadero, aunque las carreteras en ningún caso invitan a correr y sí a disfrutar del paisaje, como en Vers. La gruta de Pech Merle está poco antes de llegar al pequeño pueblo de Cabrerets, siendo, junto a Font de Gaume y Lascaux, uno de los enclaves más destacados dentro de las pinturas rupestres.


Antes de entrar a la gruta se puede visitar el pequeño museo, que ayuda a ponerse en situación antes de lo que supone un verdadero viaje al pasado. Al bajar a la cueva, como ya te advierten en el correo electrónico de confirmación, la temperatura baja a 12-13 grados, que según están los días en esta parte de Francia, se agradece. Se trata de una visita guiada, en francés, aunque te facilitan información en español para enterarte de lo principal sin mayores problemas. El grupo es reducido (unas 15-20 personas), y aunque al principio temíamos por la respuesta del enano, en la hora que dura el recorrido se portó muy bien. Le engañamos con galletitas y allá que iba en la mochila, dando algún gritito de vez en cuando, pero no más.




Ya sólo desde el punto de vista geológico, Pech-Merle es impresionante, con un imponente decorado de estalactitas, estalagmitas, columnas, cortinas y demás formaciones naturales. Pero por lo que verdaderamente es conocida es por las pinturas rupestres: se pueden ver con facilidad dibujos de mamuts, bisontes y osos, aunque los grandes iconos son los caballos moteados (parece que se trata de una especie característica de la zona) y las siluetas de unas manos humanas. También resulta curioso ver las huellas de las pisadas de un niño. En definitiva, una visita espectacular.

Entre las opciones que habíamos barajado estaba la de ir a Saint Cirque Lapopie, que estaba a unos 20 kilómetros, pero decidimos dejarlo para otra ocasión (quizá para unas vacaciones completas en el Lot, que, por lo poco que vimos, nos gustó mucho) y comer en Cahors. Tras una visita express por el centro, montamos pic-nic a orillas del Lot, junto al Pont-Valentre, un puente de piedra que, con sus seis arcos y tres torres fortificadas, constituye uno de los mejores ejemplos de arquitectura de defensa medieval. Es un puente de casi 140 metros, esbelto y a la vez robusto, convirtiéndose en una de las imágenes más representativas de la región.


Después de dar un paseo por la zona, y cuando son las 15.30 aproximadamente, cogemos el coche sin tener demasiado claro cuál será nuestra siguiente parada, hasta que vemos un desvío a Rocamadour y decidimos que allá nos vamos. Inicialmente habíamos pensado ir otro día, pero como es pronto y el pequeño está tan a gusto, ponemos rumbo a este centro de peregrinación, convertido hoy en uno de los lugares más visitados de Francia.


El camino hasta llegar allí es precioso, así que nos lo tomamos con calma. Poco después de las 16.15 estamos aparcados en un parking gratuito antes de llegar al castillo. Antes habíamos parado en L’Hospitalet, desde donde se obtiene una magnífica panorámica de Rocamadour, literalmente construido en el acantilado. Por alguna extraña razón, tomamos la decisión de coger el funicular que baja hasta el nivel intermedio, el de los santuarios (abajo está la zona más comercial y arriba, como decía, el castillo). ¿Merece la pena? No. A ver: es verdad que ahorra parte de la caminata, pero en realidad tampoco es para tanto. Y digo esto porque cuando llegamos abajo me doy cuenta de que me he dejado la cámara, así que subo a todo trapo por el serpenteante y boscoso via crucis, que a renglón seguido bajo del tirón, ya cámara en mano.


El nivel de los santuarios es impresionante, plagado de turistas, es verdad, pero también con rincones más recogidos. Y siempre, eso sí, con la mirada hacia lo alto, en deseo de trascender que, también arquitectónicamente, domina la arquitectura religiosa en los centros de peregrinación. El centro de todo es la iglesia de Notre Dame, con su Virgen Negra; allí hay un constante ir y venir de personas, más o menos religiosas. Hay también varios voluntarios jóvenes que informan acerca de la celebración este año del Año Santo en Rocamadour, por lo que a buen seguro que en 2013 el número de visitantes será aún mayor. Como vamos hablando, una de estas voluntarias, muy simpática ella, nos pregunta si somos españoles. Decimos que sí, de Madrid, y nos comenta que estuvo en la Jornada Mundial de la Juventud y que le encantó Madrid y el trato de la gente. En el exterior de la iglesia, por cierto, hay una espada clavada en la roca que la leyenda dice que es la del héroe de Rolando ("La Chanson de Roland").


Al siguiente nivel, el “comercial”, bajamos andando, recorriendo la calle de lado a lado, plagada de tiendas. Es, de los tres grandes niveles, el de menor encanto, aunque nos tomamos un helado riquísimo y compramos queso de cabra (Rocamadour, precisamente). Luego, tras casi tres horas de visita, emprendemos el regreso, llegando a Sarlat al filo de las 20.00. Lo justo para darnos un baño y salir luego a cenar.


Visto en perspectiva, quizá hubiese estado bien dedicarle más tiempo a Rocamadour (además de que la luz de la mañana le hubiese venido mejor a las fotos), quedarnos a cenar allí o haberlo visto de noche, pero lo hecho, hecho está (Padirac, por otra parte, lo habíamos descartado de antemano ante las posibles colas para bajar, pillar la barca y demás). En todo caso, una de las visitas que más nos gustó, en un emplazamiento espectacular y, a pesar de la avalancha de turistas, conservando el hecho religioso como uno de sus pilares fundamentales.

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Otro de los 'clásicos' del Perigord hay que buscarlo en sus jardines, muchos y muy cuidados (como también la decoración floral en general en cada uno de los pueblos). El de Eyrignac, los del Imaginario en Terrasson, etc. Pero a la hora de decantarnos por alguno, lo hicimos por los de Marqueyssac, comprando la entrada conjunta con la del castillo de Castelnaud. La visita a Marqueyssac comienza en el chateau, aparente por fuera y sin ninguna gracia por dentro. Hay también una pequeña zona con animales y un pabellón dedicado a la caza.


Pero el grueso de la visita lo constituyen los jardines, con varios itinerarios propuestos y autoguiados que son fácilmente realizables, aunque con alguna cuesta que otra. En total hay unos cinco kilómetros de caminos, de los que nosotros calculo que haríamos la mitad. Los jardines se estructuran en terrazas, con vistas tanto a Beynac como a Castelnaud y, desde un espléndido mirador, a La Roque Gageac. Las vistas desde este punto, a 192 metros sobre el río Dordogne, son fantásticas. También hay una pequeña capilla, si bien el punto más fotografiado es el de los elegantes jardines situados junto al propio chateau, de carácter típicamente francés. Como casi todo en esta zona, está también muy preparado para los niños, con talleres, actividades y espacios especialmente pensados para ellos (aunque el nuestro era demasiado pequeño todavía).



Después nos dirigimos a Castelnaud-La Chapelle, situado apenas a cuatro kilómetros. Aparcamos en la zona más cercana al castillo, que desde el principio se advierte más reconstruido que el de Beynac. La visita incluye un amplio recorrido por el interior, con zonas bastante estrechas y salas bastante interesantes. Para los más pequeños (y también para nosotros, que nos quedamos viéndolo) hay demostraciones de cómo funcionaba una catapulta. Es verdad que el “espíritu medieval” se pierde en parte en beneficio del “espectáculo” (en eso Beynac sí parece más auténtico), pero en definitiva se trata de una opción muy entretenida y con la que completamos la jornada de mañana (también paramos en el pueblo, pero éste nos pareció menos interesante).


Por la tarde, tras el baño de rigor, nos centramos en Sarlat, nuestro campo base y por el que hasta ahora casi sólo habíamos pasado a cenar. Por supuesto, no pueden faltar los puntos principales (la catedral de Saint-Sacerdos, el mercado -antigua iglesia reconvertida por Jean Nouvel-, la linterna de los muertos, la plaza de las ocas, la plaza de la libertad, la rue tourny, la Casa de la Boëtie o la Manoir de Gisson), pero más allá de esto conviene callejear, encontrarse rincones inesperados, salir del bullicio, volver a entrar, tomar un helado en la exquisita heladería de la Rue de la Republique, probar la tarta de nuez, disfrutar de las pastelerías y un largo etcétera.


Decía al principio que la primera impresión fue la de estar desbordados en mar de turistas, pero poco a poco la ciudad se hizo más amable, a lo que también contribuye el hecho de disfrutarla en distintos días. En sus calles encontramos caricaturistas, funambulistas, magos, globos de múltiples formas, artesanos, músicos, mimos… Es una ciudad que vive de su pasado (convenientemente restaurado gracias a la iniciativa de Andrè Malraux), pero tremendamente viva, con el turismo como gran motor económico (algo de lo que deberían tomar nota muchos pueblos y ciudades de España, que tienen un potencial tan grande o incluso mayor que el de Sarlat -se me ocurren unos cuantos ejemplos, pero que cada cual ponga los suyos- y que sin embargo parecen conformarse con vivir de las rentas). Esto, en general, lo haría extensible a todo el Perigord Noir, que me parece un ejemplo en este sentido.




En cuanto a los franceses propiamente dichos, y pese a la fama que en general tienen (al menos en España), lo cierto es que nos encontramos con gente amable en su gran mayoría. Esforzándose para hacerse entender o entendernos (por ejemplo a la hora de pedir un café con hielo), sin poner malas caras al entrar con el carrito del niño (algo que sí nos ha ocurrido en algún sitio en España) e incluso preguntándonos cómo se decía en español tal o cual palabra. Todo eso hace que, como nos ocurrió hace unos años cuando estuvimos en el Languedoc (en Trèbes, al lado de Carcassonne), la sensación final es que en Francia dominan como pocos el producto turístico y que es un país que merece la pena conocer más allá de los estereotipos de trazo grueso.

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