A las 6 de la mañana y extrañamente puntual vino a recogernos a la guesthouse un microbús. Éste, destartalado a más no poder y lleno de mosquitos, dio unas cuantas vueltas por Siem Reap y fue recogiendo a toda la gente que se disponía a coger el autobús que nos llevaría después en el próximo trayecto. Otra vez cambiamos de planes y en vez de ir a Battambang o ver los pueblos flotantes según lo planificado, y siempre pensando en el presupuesto y la meteorología, decidimos ir directamente a la costa oeste: Sihanoukville.
Una vez en la estación de autobuses nos acribillaron todos los vendedores intentando endosarnos hasta un cacho de pan mientras intentábamos averiguar donde teníamos que subir. Arriba en el bus aun estuvimos esperando un rato a los demás y moviéndonos de un sitio para otro mientras el “revisor” intentaba colocar a cada uno en su sitio. El viaje iba a ser largo, más bien larguísimo. Íbamos a atravesar Camboya de arriba abajo, así que nos pusimos cómodos y nos hicimos a la idea, que remedio…
Salimos a las 7 y la verdad, las primeras horas nos entretuvimos mirando el espectacular paisaje: íbamos por una “carretera” que atravesaba unos pueblos que supongo que debían ser los “pueblos flotantes”, inundados como estaban.

Durante los monzones y debido a la abundancia de lluvias entre junio y diciembre, el lago Tonle Sap experimenta un aumento de hasta 10 veces su tamaño hasta el punto de empantanar todas las aldeas que hay quilómetros a su alrededor dejando todo encharcado y dando un aspecto realmente auténtico. Alucinados como nos quedamos nos pusimos a grabar con la cámara: Las cabañas donde vive la gente emergían del lago que casi era lo único que se veía. Los búfalos se refrescaban en el agua, las palmeras nacían del agua, los niños se bañaban y los adultos tenían que desplazarse en algunos casos con barquitas. Había lugares en los que incluso la carretera por la que iba el bus desaparecía debajo de la charca, todo un espectáculo que nos hacía dudar si realmente sería posible llegar hasta nuestro destino sin que se hundiese el autobús en el lago.
Las siguientes horas fueron mas de lo de siempre, mismo paisaje, mismos karaokes, siestas, buscar la mejor postura… a falta de algo que grabar o un simple libro para leer, tuve que recurrir al cotilleo y me entretuve mirando como una señora daba de comer a sus dos hijos arroz que tenía guardado en una bolsa de plástico usando las manos como cuchara. Horas más tarde y después de la comida dormían plácidamente en los asientos.

La escasez de carreteras en buen estado hace que para cualquier desplazamiento sea casi necesario pasar siempre por Phnom Penh, que es el punto de encuentro de la mayoría de éstas. Así que para un viaje desde el noroeste hasta el sudoeste, tuvimos que pasar por el centro alargando el viaje hasta el agotamiento.Unas cuantas horas mas tarde llegamos Phnom Penh, con tan mala suerte que en el cambio de autobús que tuvimos que hacer diluvió y recogimos todo el agua que pudimos para subir bien fresquitos al otro. La estación estaba repleta de gente y nadie nos decía claro hacia donde teníamos que ir, con el poncho que no nos dejaba ver, el agobio, los mochilas… al final vimos que gente de la que había venido con nosotros subía en otro, preguntamos y nos dijeron que si que iba hacia Sihanoukville.
Mi ingenuidad me hizo pensar que lo que en el mapa se veía como una simple separación de apenas dos centímetros iba a ser un ratito más de autobús, pero la verdad fueron unas cuantas horas más, en total 12 horas y media que nos chupamos en un día. A las 6:30 llegamos a nuestro destino, ya de noche por aquellas tierras.

Pisamos el suelo otra vez y recogimos las mochilas, nos disponíamos a negociar con un tuk-tuk cuando se acerco un hombre a nosotros, casi clandestinamente y nos dijo que por un par de dólares nos llevaban en moto hasta la guesthouse. La Lonely Planet dice que existe un acuerdo entre los motoristas y tuk-tuks y que nadie te llevará por menos de unos 6 dolares, pero este hombre se pasó el acuerdo por el forro y consiguió hacernos la oferta sin que se diesen cuenta los demás. Una oferta demasiado tentadora para rechazarla, 2 dólares es una ganga, ni siquiera el tener que ir cada uno en una moto nos disuadió.
Eran un chaval joven y un señor más mayor y Toni, después de dejarle bien claro que íbamos a ir todo el rato juntos, subió con el motorista más mayor y yo con el joven, que viendo lo poquita cosa que era pensé que como intentase alguna cosa extraña me hubiese valido con mover un poco las piernas para desestabilizar la moto. Así que les dijimos que nos llevasen al Monkey Republic y empezamos el trayecto. Por el camino, como era de esperar, el hombre mayor que iba delante intentó llevarnos a un sitio distinto para cobrar la comisión de otra guesthouse, pero Toni lo convenció para que no lo hiciese y pronto siguió el rumbo y nos llevó al destino acordado.
No sin quemarme antes con el tubo de escape, baje de la moto y recogí todo, y justo en la entrada de la guesthouse me di cuenta de que realmente se trataba de una república de monos, o mejor dicho, guirilandia. El Monkey Republic es una guesthouse que construyeron unos cuantos amigos ingleses hace unos pocos años y hoy en día uno de los lugares con más movimiento de Sihanoukville. Salió a recibirnos uno de ellos y nos dio la llave de una habitación.
Tras hacer el chek-in, pasamos a la parte de atrás del bar, donde había un jardín con los modestos bungalows. Y digo modestos porque realmente lo eran, nuestra habitación con un par de camas (por llamarlas de algún modo, porque la verdad es que eran dos colchones finísimos encima de una tabla de madera), un ventilador, un baño con agua fría y un porche con un par de sillas de mimbre para descansar en el jardín. Todo un lujo después de la paliza que nos acabábamos de dar. Después de la ducha que tanto necesitábamos fuimos otra vez al bar-comedor-sala de estar (donde nos invitaron a dos cervezas de bienvenida), en la que aunque aun no lo sabíamos, era el sitio donde más horas íbamos a pasar los próximos días.

Construido todo en madera, al mas puro estilo de una cabaña de playa, la zona se dividía en tres plantas. La primera de todas, la de abajo, una barra americana atendida por un grupo de jóvenes ingleses y algunos tantos camboyanos, a juzgar por su vestimenta bastante occidentalizados, atendían los pedidos de los hambrientos y sedientos que esperaban en el comedor. Subiendo una escalera cuya única barandilla era una cuerda atada entre maderas había una sala de descanso con un par de sofás y más mesas para tomar algo. Una estantería llena de DVD’s nos hizo seguir indagando y vimos que también había 2 habitaciones con tele, DVD, una play station y unos cuantos cojines por el suelo para acomodarse. Arriba del todo, aunque no lo descubrimos hasta el día siguiente, estaba la zona más íntima: un tipo de buhardilla con un par de hamacas, mesas bajas y luz tenue, el sitio perfecto para descansar cuando no teníamos ganas de saber nada de nadie.
Como ya he dicho, estaba todo construido en madera y la separación entre las tres plantas no existía, desde arriba podías ver a la gente de abajo, y desde abajo saludar a los de arriba.

Sin parar mucho mas tiempo cogimos una carta y nos sentamos en una mesa. Como era de esperar, la mayoría de platos eran occidentales, bueno, en realidad comida rápida: hamburguesas, patatas fritas, perritos calientes, sanwiches, baguettes…, aunque también reservaban un pequeño hueco para la comida camboyana, de la que debo decir, los rollitos eran los mejores que probé en todo el viaje…. mmmMmmMMM!!!! Aun recuerdo el sabor de esos Spring rolls picantes!!

Fue durante la cena cuando nos dimos cuenta de que el ambiente allí no tenía nada que ver con lo que habíamos estado viendo, la gente buscaba relax en la playa y fiesta por la noche, prueba de ello eran las decenas de fotos colgadas por las paredes en las que se veía a un montón de gente disfrazada y montando fiestas. Aunque ni por esas nos animamos ese día, las cervezas que nos bebimos durante la cena tuvieron efecto somnífero y poco después de comernos los bocatas estábamos en el porche de la habitación esperando a que nos bajase la cena para ir a dormir. La playa nos esperaba el día siguiente.