Todo tiene su final y el de nuestro viaje ya se acercaba, era nuestro último día en Camboya y nos vimos en la situación de no saber que hacer. De Phnom Penh habíamos visto muchas cosas: sus monumentos, sus museos, los campos de exterminio, el palacio real, el paseo fluvial, sus mercados… como cualquier mochilero nos habíamos perdido por sus calles, habíamos comido en muchos sitios, nos habíamos sentado en sus bares, e incluso llegamos a visitar una de sus ONGs. Incluso estuvimos un día con unos monjes que querían hacerse fotos con Toni. Nos habíamos empapado de la capital, pero ese día no sabíamos que hacer.

Nada mas levantarnos, recordamos que justo en frente de Blue Dog guesthouse había una callejuela que daba a lo que parecía un barrio de monjes escondido dentro de una manzana de calles. Cogimos las cámaras y nos adentramos; fuimos paseando por lo que mas que calles eran caminitos y vimos que la mayoría de gente eran monjes; a ambos lados había casas con telas naranja colgadas al sol para secarse y en las puertas o balcones monjes de todas las edades. Llegamos a una pequeña plaza en la que había dos puertas abiertas y curioseando nos dimos cuenta de que eran aulas en las que estaban dando clase los monjes. Con un poco de morro Toni consiguió que le dejasen entrar para hacer alguna foto. Seguimos paseando por allí dentro, observando las figuras que tenían allí guardadas en un patio y finalmente llegamos a la otra parte.

Salimos y nos fuimos a desayunar al Equinox bar, un bar en una esquina cuyas paredes estaban repletas de fotografías hechas a través de cristales y jugando con los reflejos. Recuerdo ese desayuno porque fue tan sabroso como creativo. Nos sacaron los platos con una presentación tan digna como la de una buena cena en un restaurante de vanguardia.

Hicimos cuentas y para nuestra sorpresa nos sobraba algo de dinero del presupuesto marcado, así que decidimos comprar algunos souvenirs más y un par de esas hamacas de tela que tanto nos gustaban. El hijo de Tee fue quien nos acercó al mercado ruso. Nos dejó en una de las puertas de entrada que nos aseguramos en identificar para no volvernos a extraviar a la salida como el último día, y una vez orientados nos adentramos en el laberinto de pasillos. Otra vez el impacto visual de los centenares de montones de ropa a ambos lados que me hacían sentir microscópica, sin suficientes ojos para seguir viendo lo que ya había empezado a observar la primera vez y preguntándome como iba a ser capaz de elegir algún regalo más entre tantas cosas.
Me faltaban piernas para seguir a Toni que mas que disparar ametrallaba hacia las telas y a las maquinas de coser, a los dependientes y a los compradores, a izquierda y derecha. Volvimos a pasar por los mismos sitios pero esta vez observando cada detalle, y cuando llegamos a la “sección de souvenirs” hicimos algunas compras más para terminar con los regalos para amigos y familiares.

En el centro del mercado había unos puestos de comida donde paramos a bebernos una cerveza. Allí sentados, inmóviles, observamos durante un buen rato el ajetreo del lugar. Tal y como me comentó Toni, cuando viajas con poco tiempo y vas de un lugar a otro sin pausas, como llevando una especie de “guión”, no llegas a apreciar realmente lo que está aconteciendo a tu alrededor de la misma manera que si paras, te relajas y dejas que pase el tiempo sin prisa. Era la segunda vez que visitábamos el mercado y me parecía un lugar diferente. No nos habíamos percatado de la forma en que dialogan una vendedora y la mujer que está comprando, sus gestos, sus risas. Tampoco habíamos visto como cocinaba la gente en los puestos de comida un sinfín de productos de lo más peculiar. No nos habíamos dado cuenta de cómo “estudiaba” una niña en “su casa”, un rincón del mercado que hacía las veces de vivienda, mientras sus padres cosían y cosían prendas de vestir que luego quizá llevemos nosotros aquí en Europa. Todos estos momentos, extrapolados a diferentes lugares del país en el que viajas, hacen que veas la diferencia entre viajar o ser viajero.

Después del tentempié y paseando otra vez por sus calles vimos un puesto de telas. Se nos ocurrió que con el dinero que nos había sobrado podíamos comprar un par de hamacas de tela, más cómodas que las de cuerda que compramos en Kampot y que quedarían geniales en nuestro salón. Nos pusimos a mirar los colores y al final las que nos convencieron fueron una roja y otra verde. Aunque tuvimos que cambiar las cuerdas que ya les costaron un batacazo a un par de personas, ahora con un par de cintas de correa siguen colgadas en nuestro salón y en ellas hacemos siestas maravillosas.
Cuando salimos de allí, el conductor dormía plácidamente con las piernas por fuera del tuk-tuk y fue, al llegar a su altura, cuando de repente nos vió, dió un salto y nos hizo un gesto para que pasásemos al interior del vehículo.
El resto del día ya no hicimos nada más que holganzanear. Dejamos los trastos que nos sobraban en la guesthouse y nos fuimos como buenos clientes que ya éramos al Liquid bar, y si hicimos algo esa tarde no fue más que dar una vueltecilla e ir al ciber a buscar alguna guesthouse de precio asequible en Bangkok. Luego quisimos visitar el Monumento a la Independencia, una réplica de una de las torres de Angkor Wat, que se erigió en conmemoración de la independencia de Camboya de Francia. Si no recuerdo mal, después de tanto estrés aun tuvimos un rato para hacernos una buena siesta de un par de horas hasta la hora de cenar.

Más por no quedarnos la última noche en casa que por hambre salimos a la calle en busca de un restaurante vietnamita que venía en la lonely planet. Estuvimos un rato buscando por donde según entendíamos en la guía debía estar, pero cuando desistimos en la búsqueda preguntamos y nos dijeron que ya no estaba. Al final terminamos comiendo en un restaurante indio en la esquina de la calle del Blue Dog que, aun sin tanta decoración como el Kamasutra ni tanto ambiente como en Siem Reap, seguía estando igual de bueno. Y allí, con el restaurante vacío solo para nosotros pero con toda la familia india que lo regentaba, disfrutamos de la última cena en Phnom Penh, auque la del día siguiente en Bangkok iba a ser mucho mejor.
