Al principio pensé que era la sensación de velocidad que da un autobús viejo, pero cuando llevábamos un rato de camino estaba convencida de que si todos los pasajeros sacábamos los brazos extendidos por la ventana sincronizados, aunque el viejo bus rechinara, retumbara y estuviese súper oxidado, empezaría el despegue y a volar.
El viaje no varió mucho al del día anterior, mismo paisaje, misma duración. Y el bus… si me hubiesen dicho que era el mismo me lo hubiese creído, igual de descuidado y abandonado.

Entre unas cosas y otras llegamos a Kratie a mediodía, y como justo paramos en el momento que más llovía nos quedamos en el mismo hostal que había delante de la parada del bus: Heng Heng guest house. Una habitación con vistas al río, un ventilador y poco más. Perfecta, ¿que más queríamos? Antes de salir a comer concretamos con el dueño un tuk-tuk para ir a ver los delfines Irrawaddy esa misma tarde.
Mientras comíamos nos pusimos al día con Kratie, otra capital de provincia cuyo paso es obligatorio para los viajeros que deseen visitar el este del país, los que se dirijan a las provincias de Stung Treng o Mondulkiri o los que quieran hacer trekking y ver minorías étnicas. A las cuatro estábamos puntuales en la puerta de la guesthouse con el conductor que nos iba a llevar a ver a los delfines. Ésta es una de las atracciones típicas de la provincia, pagar para ver a estos mamíferos en el río Mekong. Se trata de unos delfines de agua dulce con la frente abombada y en peligro de extinción, y cerca de Kratie, al igual que en la zona del río fronteriza entre Laos y Camboya se dejan ver. Son una especie en vías de extinción victimas también de los jemeres rojos, ya que fue durante la dictadura cuando se capturaron más ejemplares, apreciados por su aceite.

A orillas del río hay una caseta donde puedes comprar tu entrada por 9$ y estar durante unos 40 minutos en un barco viendo a los delfines. Aunque fuese una atracción típica para los turistas no me pude resistir a la oportunidad de verlos campar a sus anchar por el río y menos aun después de quedarme con las ganas el año pasado cuando estuvimos en las 4000 islas (Laos), así que Toni sucumbió a mis deseos y fuimos a verlos. La broma nos costó 33 dólares ( 15 para el tuk-tuk y 18 de las entradas).
De camino a la parte del río desde donde se pueden observar volvimos a pasar por unos cuantos poblados calcados a los de la provincia de Kompong Cham. Cabañas construidas todas al borde de la carretera, gente trabajando, vacas, cerdos, gallinas, miles de motos, y como no, un montón de niños saludándonos al pasar. Y la lluvia… Tuvimos suerte de que al llegar a la embarcación paró de llover. Una vez allí subimos al bote de un señor que nos esperaba y que nos llevó directo a una zona del río más alejada del ruido.

Allí paró y pensé “¿aquí vamos a ver algo?” y es que al principio tuvimos la sensación de que nos habían timado, de que no íbamos a ver ni un mísero pez, pero cuando estuvimos un rato parados, el oleaje provocado por el barco cesó y al momento de quedarnos sin hacer ruido fue cuando empezaron a asomar la cabecita los más osados. El señor que conducía el bote era el que más rápido los veía; acostumbrado como estaba empezó a hacernos señas y a avisarnos cada vez que veía alguno. Los delfines no permanecían mucho rato en la superficie pero se podían observar cada vez que salían a respirar y a los más juguetones daban vueltas cerca de nosotros. Poco a poco fuimos yendo más hacia el centro del río acercándonos a la zona donde se encontraban la mayoría, tanto que llegamos a verlos a una distancia de 10 metros de nosotros.

Nos entretuvimos todo el rato intentando sacar alguna imagen de los nadadores, que aunque se mostraron simpáticos nos lo pusieron difícil escondiéndose tan rápidamente como salían a la superficie. Y sorprendentemente no cayó ni una gota durante todo el rato que estuvimos en el río. Cuando al señor le pareció que ya habíamos visto suficientes delfines para los 9 $ que habíamos pagado nos trajo de vuelta a la orilla y volvimos a Kratie.

Como aun era pronto decidimos dar una vuelta por el pueblo. Confundo imágenes en mi cabeza de Kratie y Kompong Cham, ambos situados en el trayecto del Mekong, pequeños y con un mercado más que parecido. Nos metimos en éste, en la zona donde estaban vendiendo comida a grabar en video un poco el ambiente, y si hay algo que se me quedó marcado no fueron los colores sino los olores. Una mezcla muy fuerte de todo tipo de comida después de estar un día entero expuesta al aire y al sol: carne, pescado, salsas, arroz… y el resultado de tal combinación un olor tan fuerte que no pude más que grabar el mercado con prisas para salir a respirar aire puro. Aunque Toni pensaba que no era para tanto no me llegué a acostumbrar a tal aroma en tantos mercados que visitamos.

Fuera, ya respirando aire limpio, continuamos viendo el mercadillo buscando unas chanclas para Toni que se dejó las suyas en Phnom Penh. Se compró unas “burberry-camboyanas” por un par de dólares, y al final cayó eso y 5 kramas, como no. Uno rojo como el de los jemeres rojos, uno azul como el de los vietnamitas que vinieron a liberarles y tres de colores como todos los guiris que vamos y nos los compramos. Este año renuevo un poco mi vestuario y cambio palestinas por kramas. La verdad, no me dio la impresión de que nadie usara el color del krama como símbolo, es más, como para ir eligiendo… ¡si los usaban hasta que se deshacían!

Al final terminamos dejándonos caer en el Star restaurant, un local muy sencillito situado en una de las calles en dirección al rió, pero que nos encandiló y nos retuvo allí mucho rato haciéndonos cervezas hasta bien entrada la noche, para terminar durmiendo, otro día más, a la vera del Mekong!
