Nunca un relato de un viaje leído en Internet influyó tanto a la hora de escoger nuestro destino. El relato de Chufina en esta misma plataforma, fue el que hizo que este viaje se hiciese realidad. Llevábamos tiempo queriendo hacer un safari fotográfico, aunque como no habíamos hecho nunca uno, no queríamos dedicarle demasiados días por si acaso nos aburríamos. Desde ese punto de vista, Sudáfrica se ofrecía como un destino perfecto: unos pocos días de safari en el parque Kruger, y volar a Ciudad de El Cabo para visitar la ciudad y sus alrededores. Cuando compramos los billetes, contactamos con Chufina y con Flotas, el gran experto de los foros de Sudáfrica, y confeccionamos el itinerario.
El tema del safari fue un pequeño quebradero de cabeza. El parque Kruger dispone de campamentos en los que pernoctar a precios razonables sin ningún lujo, pero dispone también de reservas privadas en las que hay lodges donde alojarse con todo tipo de lujos a precios nada razonables. Comenzamos haciendo la búsqueda viendo la disponibilidad en los diversos campamentos, hasta que vimos las fotos de varios resorts privados de lujo. Pasado el susto del precio inicial, sacamos la calculadora y comenzamos a echar números. No solemos darnos ningún lujo en nuestros viajes, así que por una vez decidimos hacer una excepción y comprobar qué se siente yendo a los sitios donde generalmente va la gente con pasta. Encontramos una “oferta” de un sitio que tenía dos lodges, uno de cuatro y otro de cinco estrellas, y ofrecía dos noches en cada uno. Nos pareció buena idea, a pesar de que por más que mirábamos el precio no veíamos la oferta por ninguna parte. Como el que no se consuela es porque no quiere, nosotros nos consolamos pensando que el precio incluía pensión completa, dos safaris en jeep al día de tres horas cada uno, dos safaris caminando y en ambos lugares tendríamos una especie de chalé individual para nosotros.
El viaje quedó dividido en dos partes: el safari, y lo que llaman la Garden Route hasta Capetown. El segundo tramo lo haríamos por carretera, así que reservamos dos coches: uno para trasladarnos hasta el parque Kruger y otro para recorrer la Garden Route. Reservamos el alojamiento en Capetown para los últimos días y compramos el billete de avión interno entre Johannesburgo y Port Elizabeth. El resto de noches hasta llegar a Capetown iríamos buscando dónde dormir sobre la marcha. Teníamos ya todo más o menos organizado cuando nos encontramos con una sorpresa inesperada: la gastronomía en Sudáfrica es muy importante. No en vano, tres de los considerados cien mejores restaurantes del mundo se encuentran en ese país. Así que buscamos los que estaban en nuestra ruta y reservamos mesa en dos de ellos.
A nuestra llegada a Johannesburgo seguimos la rutina de costumbre: sacamos dinero del cajero y recogimos el coche que habíamos reservado. Siguiendo nuestros hábitos, renunciamos a alquilar GPS y nos conformamos con unos cuantos mapas de carreteras que nos dieron en la oficina de alquiler. Para esa noche habíamos reservado una habitación en un Holiday Inn Express en las afueras de la ciudad y así poder salir fácilmente al día siguiente hacia el parque Kruger. Para acceder a él había que pasar por una garita de seguridad, ya que todo el perímetro del mismo estaba vallado y electrificado. Este aspecto fue uno de los que más nos sorprendieron durante el viaje: especialmente en Johannesburgo vimos muchísimos muros con alambradas electrificadas.
Una vez pasamos el control llegamos al hotel. Como era más temprano de lo que habíamos calculado, en la misma recepción nos ayudaron a contratar una excursión que nos llevaría a dar una vuelta por Johannesburgo y Soweto.
Nos llevaron por el centro, siempre sin bajarnos del vehículo, y después fuimos hasta el estadio en el que la selección española de fútbol se proclamó campeona del mundo por primera vez. De ahí fuimos a Soweto, que aunque es un barrio de la ciudad, se estima que cuenta con más de tres millones de habitantes. El itinerario por Soweto nos llevó por calles llenas de míseras chabolas y por otras en las que se veían edificios más dignos. Atravesamos la que dicen es la única calle del mundo en la que han vivido dos premios Nobel (Nelson Mandela y Desmond Tutu), y nos pararon en el Museo Hector Pieterson para que lo visitásemos. Es un museo lleno de fotografías con sus comentarios respectivos, en el que se trata de explicar cómo la muerte del joven Hector Pieterson fue la llama que inició la caída del Apartheid. Es un museo un poco duro, en el que uno se encuentra con el corazón en un puño cada vez que ve una imagen o lee un relato, pero que es muy interesante para comprender un poco de ese complejo país que ha sido, y quizás sigue siendo, Sudáfrica.
Con esta visita se terminó la ruta organizada. Una vez nos llevaron de vuelta al hotel, decidimos quedarnos a cenar allí mismo, y cual fue nuestra sorpresa cuando nos sirvieron un rabo de toro que no tendría nada que envidiar a muchos restaurantes españoles. Aquello tenía buena pinta: si en el restaurante de un Holiday Inn de carretera se comía así de bien, todo parecía indicar que íbamos a disfrutar de la gastronomía del país, como así fue.
El día siguiente teníamos que recorrer unos 500 kilómetros hasta el alojamiento que habíamos reservado, que se encontraba muy cerca de una de las entradas al parque Kruger. Durante la ruta queríamos hacer unas cuantas paradas. La primera de ellas fue en un pequeño y antiguo pueblo minero llamado Pilgrim’s Rest, cuyos habitantes lo fueron abandonando cuando se les acabó el oro, y que se ha quedado más o menos como estaba. Continuamos por la ruta de las cascadas, llamada así porque en un tramo no muy largo hay varias cascadas a un lado y a otro de la carretera. Para visitar cada una de ellas, hay siempre un aparcamiento cercano donde dejar el coche e ir caminando. De las que vimos quizás las que más nos gustaron fueron las Lisbon Falls y las Berlin Falls.
El tema del safari fue un pequeño quebradero de cabeza. El parque Kruger dispone de campamentos en los que pernoctar a precios razonables sin ningún lujo, pero dispone también de reservas privadas en las que hay lodges donde alojarse con todo tipo de lujos a precios nada razonables. Comenzamos haciendo la búsqueda viendo la disponibilidad en los diversos campamentos, hasta que vimos las fotos de varios resorts privados de lujo. Pasado el susto del precio inicial, sacamos la calculadora y comenzamos a echar números. No solemos darnos ningún lujo en nuestros viajes, así que por una vez decidimos hacer una excepción y comprobar qué se siente yendo a los sitios donde generalmente va la gente con pasta. Encontramos una “oferta” de un sitio que tenía dos lodges, uno de cuatro y otro de cinco estrellas, y ofrecía dos noches en cada uno. Nos pareció buena idea, a pesar de que por más que mirábamos el precio no veíamos la oferta por ninguna parte. Como el que no se consuela es porque no quiere, nosotros nos consolamos pensando que el precio incluía pensión completa, dos safaris en jeep al día de tres horas cada uno, dos safaris caminando y en ambos lugares tendríamos una especie de chalé individual para nosotros.
El viaje quedó dividido en dos partes: el safari, y lo que llaman la Garden Route hasta Capetown. El segundo tramo lo haríamos por carretera, así que reservamos dos coches: uno para trasladarnos hasta el parque Kruger y otro para recorrer la Garden Route. Reservamos el alojamiento en Capetown para los últimos días y compramos el billete de avión interno entre Johannesburgo y Port Elizabeth. El resto de noches hasta llegar a Capetown iríamos buscando dónde dormir sobre la marcha. Teníamos ya todo más o menos organizado cuando nos encontramos con una sorpresa inesperada: la gastronomía en Sudáfrica es muy importante. No en vano, tres de los considerados cien mejores restaurantes del mundo se encuentran en ese país. Así que buscamos los que estaban en nuestra ruta y reservamos mesa en dos de ellos.
A nuestra llegada a Johannesburgo seguimos la rutina de costumbre: sacamos dinero del cajero y recogimos el coche que habíamos reservado. Siguiendo nuestros hábitos, renunciamos a alquilar GPS y nos conformamos con unos cuantos mapas de carreteras que nos dieron en la oficina de alquiler. Para esa noche habíamos reservado una habitación en un Holiday Inn Express en las afueras de la ciudad y así poder salir fácilmente al día siguiente hacia el parque Kruger. Para acceder a él había que pasar por una garita de seguridad, ya que todo el perímetro del mismo estaba vallado y electrificado. Este aspecto fue uno de los que más nos sorprendieron durante el viaje: especialmente en Johannesburgo vimos muchísimos muros con alambradas electrificadas.
Una vez pasamos el control llegamos al hotel. Como era más temprano de lo que habíamos calculado, en la misma recepción nos ayudaron a contratar una excursión que nos llevaría a dar una vuelta por Johannesburgo y Soweto.
Nos llevaron por el centro, siempre sin bajarnos del vehículo, y después fuimos hasta el estadio en el que la selección española de fútbol se proclamó campeona del mundo por primera vez. De ahí fuimos a Soweto, que aunque es un barrio de la ciudad, se estima que cuenta con más de tres millones de habitantes. El itinerario por Soweto nos llevó por calles llenas de míseras chabolas y por otras en las que se veían edificios más dignos. Atravesamos la que dicen es la única calle del mundo en la que han vivido dos premios Nobel (Nelson Mandela y Desmond Tutu), y nos pararon en el Museo Hector Pieterson para que lo visitásemos. Es un museo lleno de fotografías con sus comentarios respectivos, en el que se trata de explicar cómo la muerte del joven Hector Pieterson fue la llama que inició la caída del Apartheid. Es un museo un poco duro, en el que uno se encuentra con el corazón en un puño cada vez que ve una imagen o lee un relato, pero que es muy interesante para comprender un poco de ese complejo país que ha sido, y quizás sigue siendo, Sudáfrica.
Con esta visita se terminó la ruta organizada. Una vez nos llevaron de vuelta al hotel, decidimos quedarnos a cenar allí mismo, y cual fue nuestra sorpresa cuando nos sirvieron un rabo de toro que no tendría nada que envidiar a muchos restaurantes españoles. Aquello tenía buena pinta: si en el restaurante de un Holiday Inn de carretera se comía así de bien, todo parecía indicar que íbamos a disfrutar de la gastronomía del país, como así fue.
El día siguiente teníamos que recorrer unos 500 kilómetros hasta el alojamiento que habíamos reservado, que se encontraba muy cerca de una de las entradas al parque Kruger. Durante la ruta queríamos hacer unas cuantas paradas. La primera de ellas fue en un pequeño y antiguo pueblo minero llamado Pilgrim’s Rest, cuyos habitantes lo fueron abandonando cuando se les acabó el oro, y que se ha quedado más o menos como estaba. Continuamos por la ruta de las cascadas, llamada así porque en un tramo no muy largo hay varias cascadas a un lado y a otro de la carretera. Para visitar cada una de ellas, hay siempre un aparcamiento cercano donde dejar el coche e ir caminando. De las que vimos quizás las que más nos gustaron fueron las Lisbon Falls y las Berlin Falls.
Continuamos hasta el Blyde River Canyon Nature Reserve, que tenía una valla cerrada que impedía el paso, a pesar de que según el horario de apertura que había escrito en un cartel debía estar abierto. Seguimos hasta The Three Rondavels, donde para llegar al punto panorámico tuvimos que hacer una caminata que nos dio la sensación que no terminaba nunca. Durante ese tramo nos cruzamos con un buen número de italianos. Aunque no podíamos saberlo en ese momento, los turistas de esa nacionalidad iban a ser una constante en nuestro viaje. Los Three Rondavels son tres montículos con una cierta forma de rondavel, típica construcción africana circular con techo de paja.
Tras la visita de los rondavels pusimos rumbo hacia el alojamiento donde teníamos previsto pernoctar. El sitio era Zuleika Country House, donde habíamos reservado una habitación standard con cena y desayuno. Allí comenzamos a comprobar que el mes de agosto realmente es temporada baja en Sudáfrica en lo que a turismo se refiere. Como estaban a media ocupación, nos hicieron un upgrade a una habitación de lujo. El lugar era muy simpático, emplazado en una auténtica casa de campo, y nos dieron una cena magnífica. Ninguno de los demás huéspedes había solicitado el servicio de cena así que estuvimos solos. Nos sirvieron crema de remolacha, seguido de pechuga de pollo horneada con mostaza y pimienta acompañada de verduras; y de postre tarta de queso con frutos de la tierra.
Al día siguiente teníamos que llegar al primer lodge hacia las dos de la tarde, y queríamos atravesar parte del parque Kruger por la mañana, así que decidimos madrugar bastante. Como el horario de desayuno era posterior, la noche anterior tuvieron la amabilidad de prepararnos dos cajas para la mañana siguiente, para que no perdiésemos el desayuno y pudiéramos tomarlo sin perder tiempo. Resultaron estar llenas de cosas, y con una para los dos hubiera sido suficiente. Fueron muy simpáticos en Zuleika y se portaron fenomenal.
Al día siguiente teníamos que llegar al primer lodge hacia las dos de la tarde, y queríamos atravesar parte del parque Kruger por la mañana, así que decidimos madrugar bastante. Como el horario de desayuno era posterior, la noche anterior tuvieron la amabilidad de prepararnos dos cajas para la mañana siguiente, para que no perdiésemos el desayuno y pudiéramos tomarlo sin perder tiempo. Resultaron estar llenas de cosas, y con una para los dos hubiera sido suficiente. Fueron muy simpáticos en Zuleika y se portaron fenomenal.