MARTES: Ait Ben Haddou y noche en el Valle del Dades
Llegamos un lunes y aunque el martes íbamos directos al desierto pensábamos que el sábado y el domingo podríamos seguir descubriendo Marrakech. Por desgracia y como adelanto os diré que fue imposible porque en el camino de vuelta empecé a sentirme muy rara y al llegar al hostal tenía 40 de fiebre, vómitos y descomposición, así que fue un viaje completo.
Pero ese es el triste final y todavía estamos por el principio, ahora empieza lo bueno. El guía me llamó por la mañana y me dijo que nos acercáramos a la plaza Jemna el Fna, ahí veríamos un 4x4 naranja, era de un naranja tan chillón que no fue difícil de identificar. Me senté al lado del guía y mi pareja detrás y rápidamente bromeé con que se iba a cansar de mí porque no me iba a callar en todo el día ya que soy muy preguntona. Él se rió y me dijo que si no me callaba me dejaría en el desierto para siempre. Tan bromista como yo, conectamos en seguida. Así que me puse a hablar con él sobre Marrakech y luego sobre la ruta y cuando cogí confianza empecé a hablarle sobre la situación de Marruecos, su cultura, la nuestra, y mil cosas más.
Fuimos a ver Ait Ben Haddou, la kasbah más famosilla por haber salido en muchas películas. Nuestro guía se quedó abajo mientras nosotros la explorábamos. A más de 40º estaba vacía, aunque para llegar hasta ella había que cruzar el río y por supuesto nos esperaban allí dos niños pequeños y un adolescente en su moto dispuestos a ‘ayudarnos’ a cruzar cogiéndonos la mano. Yo sé que no tendríamos que haberles ayudado de esa manera, pero el niño que se acercó a mí me dio pena, era mi primer destino a un país donde te encuentras este tipo de situaciones, así que le cogí de la mano y me llevó, mi novio le dijo al otro que a él no le hacía falta ayuda, así que le di una moneda cuando llegué al otro lado. Obviamente nos siguieron, y el mismo niño quería hacernos entrar a una de las casas de barro, pero le dijimos que no y nos adentramos solos en el laberinto.
Álex y el amiguito
Y entonces nos encontramos con un personaje al que nunca podré olvidar. Lástima que no le hice foto, pero es que me dejó asombrada. Quizá fuera el hombre más feliz del mundo o su sonrisa viniera de fábrica; estaba tumbado en la penumbra de su casa (creo que era una tienda de alfombras, que cubrían las paredes), nos llamó desde allí cuando subíamos unas escaleras de adobe cerca de su puerta. Nos hizo pasar y le dijimos que teníamos prisa porque nuestro guía nos esperaba –“la prisa mata y la pachorra remata”, contestó con su sonrisa a lo Chesire Cat- y empezó a preguntarnos de dónde veníamos, hacia dónde íbamos, nos ofreció su terraza con vistas… “Gracias, gracias, luego volvemos”. Y nos marchamos rápidamente, porque llevábamos el chip en la cabeza de que todos querían vendernos algo. La verdad es que nunca sabré si ese hombre quería o no vender o es que era simplemente feliz. Nos parecía el rey de Marruecos, parecía saberlo todo... y nunca más he vuelto a ver un turbante tan grande como aquél.
Cuando seguíamos subiendo me di cuenta de que el niño que me había dado la mano seguía por ahí, persiguiéndonos, y como topamos con un vendedor un poco pesado que dibujaba quemando la madera con el sol que se colaba por una lupa (interesante, pero no iba a comprar nada), decidí que iba a darle algo más al chico, lástima que no pudiéramos entendernos ni en inglés ni en francés ni en español, pero llegamos hasta la cima y luego le pedí que buscara caminos sin vendedores y lejos del hombre del turbante porque no teníamos tiempo y me entendió, así que volvimos abajo perseguidos por un perro enfermo lleno de garrapatas gigantes. La verdad es que me encantó la fortaleza, fue impresionante, como si nos alejáramos del mundo.
El guía nos esperaba cerca del 4x4 y continuamos con la ruta. Paramos a comer en un hotel con piscina, estaba vacío pero la comida era buenísima, el camarero nos trató como reyes y aunque la piscina estaba llena de avispas era una gozada darse un chapuzón con ese calor.
En la piscina del hotel donde comimos
Chicles que nos compró nuestro amigo guía en una parada para tomarnos algo
Decidimos dormir una noche en el Valle del Dades, porque como todo el mundo dice (y es verdad), las Gargantas del Dades son menos turísticas que las del Todra. Para mí no mejores, cada una tuvo su encanto. Antes de ir al hotel paramos para tomar unas cervecitas que ya habíamos comprado de camino, nos sentamos y nos relajando viendo el valle y las rocas en forma de dedo. Precioso.
En ruta
Y al llegar al ‘5 Lunes’ nos prepararon la cena en una mesa baja y nos sentamos a charlar sentados en los sofás, bajo las estrellas, donde conocimos otros turistas. La verdad es que esa noche pasé muchísimo calor y todo por no hacer caso de los chicos con turbantes que nos decían que era mejor dormir fuera que dentro, pero a mí me llamó la atención la habitación llamada ‘Venus’ y en fin, un error lo comete cualquiera (pero mi mosquitera era genial... a ratos).
Cena en el 5 lunas
Habitación Venus del 5 lunas