DATOS DE INTERÉS DE NUESTRO VIAJE:
-Fecha: Julio 2010 (del 12 de julio al 19)
-Vuelo: Ryanair Sevilla-Marrakech
-Ruta: Marrakech-Ait Ben Haddou-Valle del Dades-Valle del Todra-Erg Chebbi(Rissani, Khamlya)-Haimas-Marrakech.
-Hoteles:
*Ryad en Marrakech: Noor Charana.
*Albergue en el Dades: 5 Lunes.
*Hotel en Erg Chebbi: Café du Sud.

No sé dónde empezó mi obsesión por el desierto...
Creo que siempre me gustó cómo sonaba la palabra Marrakech, se me hacía la boca agua: Marrakech, seguro que llena de sabores, de olores, de voces distintas. Así que me decidí a mirar qué podía ofrecerme la ciudad. Y una cosa llevó a otra y yo me juré a mí misma que en unos meses tenía que ver las dunas del Erg Chebbi, que turistadas a parte (porque de eso no nos escapamos ninguno) tenía que estar ante una duna más grande que un edificio de quince pisos y tenía que dormir sintiendo la arena debajo de mí.
Y obviamente lo logré.
En este tipo de viajes te pones un presupuesto que al final nunca cumples, le dije a mi pareja (en realidad le prometí) que nos iba a costar poquísimo, que una semana entera no nos costaría mucho… Le mentí. El viaje salió por el doble de lo que esperaba, pero no me arrepiento y si seguís leyendo sabréis por qué. Fue un viaje lleno de improvistos, no sé si casuales, o por azares del destino, pero que dejaron un buen sabor de boca.
El vuelo con Ryanair costó tirado de precio, creo que 10 euros por persona (Sevilla-Marrakech). Al llegar aguantamos media hora en la aduana y al salir nos esperaba el taxista contratado (150 dirhams) por el ryad. Bueno, ‘nos esperaba’ es un decir, porque estaba sentado y medio dormido en la otra punta del hall, con un cartel sobre su regazo que nadie podía leer, pero le encontramos y pese a las limitaciones del idioma fue muy amable.
No tengo palabras para describir ese primer contacto con Marrakech. Me alegro de haber dejado pasar unos meses (lo publico ahora pero lo escribí hace tiempo) antes de escribir el diario, porque el choque fue tan grande que no sabía si maravillarme o llorar. Cuando ese taxi se metió en la medina casi arrollando a burros, motos, niños descalzos, mujeres con paja en la espalda… Sí, era otro mundo, el que esperaba. Al menos hasta que toqué tierra firme. Quizá fuera porque lo tenía muy idealizado pero al pensar en el bullicio de Marrakech y en esa mescolanza de colores, sabores y olores se me olvidó un detalle importante: los hombres. Los cientos de hombres que viven allí, que en pleno verano poco pueden hacer más que sentarse en la calle y mirar pasar a turistas. No me sentí cómoda, la verdad. No sé ni cuántas veces me tocaron, me acosaron, me llamaron de todo en español e italiano… Al principio pensaba que quería venderme algo, ¡pero no! Se supone que sube la moral hasta límites insospechados; le gustan las morenas con curvas porque a las turistas rubias y delgadas con shorts tan cortos como cinturones no les hacían mucho caso. Pero en fin, eso fue lo único malo: no tener el suficiente sentido del humor como para entender la situación, sé que cuando vuelva (porque volveré), no me lo tomaré tan a pecho y podré recorrer la medina sin agobiarme porque seis hombres se levanten de golpe y me llamen ‘Maria José, bella, ven’.

Bromas a parte, creo que esa ciudad es para recorrérsela minuciosamente y si es con alguien que la conozca, mejor, porque entonces tiene que ser espectacular, ya que yendo solo a veces no sabes si puedes o no meterte por según qué lugares. Todavía recuerdo a ese chico cogiéndome de la mano y diciéndome que estaba prohibido tirar por esa calle para mí, que sería mejor que le siguiera a él hasta unas fuentes preciosas, porque al no ser practicante del Islam yo no podía cruzar al otro lado. Obviamente no le creí… ya venía con la norma aprendía. Ir en julio con 45-50 grados no es muy aconsejable, pero aún así creo que vimos bastante para estar solo un día allí. Somos de los que caminan sin parar.
El hostal, con ese bendito aire acondicionado, era genial. El Noor Charana no tiene piscina pero nada más llegar, el dueño (que habla perfecto inglés) nos ofreció pastas y té y el desayuno era enorme y completísimo. Las habitaciones limpias y espaciosas, con un baño cuidado y la ubicación buena, solo a unos 5-7 minutos andando de Jemna El Fna. Un detalle que al principio no me hizo gracia es que las puertas de las habitaciones no tienen llave. Le eché una mirada preocupada al hombre cuando me lo dijo, a lo que él respondió: ‘It’s safe’, y en fin, a mí no me robaron nada y yo le creí. Ese hombre era un trozo de pan, nos dijo que si hacía falta se levantaba a la hora que quisiéramos para hacernos el desayuno, aunque éste empezara a las 08.00.




La plaza de Jemna el Fna es increíble, pero como os he dicho no creo que la disfrutara al cien por cien. De todos modos hay que vivirla, por la mañana y por la noche, hay que beber zumo natural, hay que cenar en uno de sus puestecitos y escapar del hombre de las serpientes, de los monos, del aguador, hay que escuchar al cuenta cuentos y no entender nada más que las miradas atentas del resto de gente que se aglomera a su alrededor… Y sobre todo hay que regatear.

Sin mapa y a lo loco nosotros nos metimos en lo más hondo del centro, donde intentan timarte (o sobrevivir, quién sabe), cada dos por tres -ay, Katanga, Katanga…-. Ese primer día comimos en la terraza del segundo piso de Chez Chregrouni (nos gastamos unos 140 dh los dos y no nos acabamos los platos). El zumo de naranja de rigor me lo tomé en el puesto 39 a 3 dh, riquísimo, aunque ya estaba preparado y seguramente con agua, pero qué fresquito, madre mía.


Cuenta en Chez Chegrouni

Puesto 39, zumo a 3dh
Y para la cena volvimos a la plaza (en realidad siempre estuvimos por allí, intentando buscar el zoco de las babuchas invisible). La plaza parecía otra, con todas esas casetas de comida, con esos olores tan especiados y música y luces por todas partes. Cenamos en el puesto número 34, donde Abdul ‘Arguiñano’ –así se presentó- nos atendió de maravilla, en español, en catalán y en cualquier idioma que le pusiéramos por delante. Comimos cinco brochetas mixtas y una pastela más dos botellas grandes de agua (que NUNCA estaba fría en NINGÚN sitio), todo por 125 dh. Abdul nos invitó a tomar el té con sus amigos más tarde pero estábamos cansados y volvimos al ryad.



Comiendo pastela de ave y brochetas en el puesto 34
Fue gracioso porque al llegar por la mañana yo me había preocupado por si la zona del ryad por la noche era solitaria o me daría miedo (hablo de Derb Dabachi, sí, ilusa de mí), ¡cuando volvimos de la cena estaba el triple de transitada! No cabía ni un alma, fue un espectáculo digno de contemplar, en serio. La callejuela en sí del ryad es otra, claro, y no tiene ni iluminación, pero me sentí muy segura.

Derb Dabachi de noche
Cuando llegamos al hostal empezamos a asimilar que nuestra pequeña aventura empezaba, nos acostamos deseando que ya fuera martes, porque... ¡por fin nos íbamos al desierto!